viernes, 31 de enero de 2020

7 actitudes que no parecen representar al miedo, pero sí lo hacen

A veces el temor nos lleva a desarrollar actitudes que no parecen miedo, pero sí lo son. Estas conductas son como disfraces que nos resultan aceptables, pero que a la vez nos impiden vivir con mayor autenticidad y más plenamente.

El miedo es una de las emociones que más máscaras tiene. No siempre aparece como lo que es, precisamente por una suerte de “miedo al miedo”. Nos resistimos a admitir que sentimos temor, porque pensamos que esto lo aumentaría. Por eso esgrimimos actitudes que no parecen representar al miedo, pero sí lo hacen.

El miedo, como otras emociones, se empieza a vencer cuando se asume su existencia. Desafortunadamente muchos no están dispuestos a hacerlo, porque asocian al reconocimiento con debilidad. No quieren verse ante sí mismos ni presentarse ante los demás como vulnerables. Por eso adoptan actitudes que no parecen miedo, pero que en el fondo reflejan grandes temores.

Simular que somos duros y casi invulnerables no ayuda. Al contrario, lleva a que los miedos adopten formas más sofisticadas y encubiertas. Esto impide que los detectemos y trabajemos con ellos. Por eso vale la pena estar atentos a esas actitudes que no parecen representar al miedo, pero que en el fondo sí lo hacen. Estas son siete de ellas.

1. Demasiada planificación

Obviamente, planificar es una medida saludable que nos ayuda a organizar ideas, a ahorrar energía y a prevenir problemas. En principio, se trata de una medida saludable para ponerle límite a la incertidumbre y actuar con más seguridad.

Sin embargo, cuando esto se lleva al extremo se convierte en una de esas actitudes que no parecen representar al miedo, pero que en el fondo sí lo hacen. Lo que hay en esos casos no es un deseo de organizar mejor las cosas, sino un afán desmedido de control. Esta es una de las máscaras del miedo.

2. Modales impecables

Los buenos modales son señal de buena educación y facilitan mucho las relaciones sociales. La cortesía nunca está de más y muchos protocolos son una forma válida de «romper el hielo». Ayuda a que la comunicación sea más fluida y a que las relaciones humanas se den en términos más amistosos.

Pero cuando los buenos modales son tan excesivos que nos llevan a tener conductas impostadas o robóticas, buena parte de este efecto se pierde. Es posible que tengamos tanto miedo de los demás que nos protejamos de ellos incidiendo en lo inofensivos que somos.

3. Extrema cautela, una de las actitudes que no parecen miedo

Se parece a la planeación en exceso, pero en este caso no se refiere solo a acciones que serán llevadas a cabo en el futuro, sino también a todas las acciones presentes. Implica que antes de actuar siempre aparece una duda.

La duda, a su vez, lleva a prever posibles consecuencias negativas. El resultado de esto es que una persona se vuelve tan excesivamente cautelosa, que apenas si hace algo. Se trata de una forma de miedo que lleva a la pasividad extrema y a la inacción.

4. Evitación de lo nuevo

A todos nos asusta un poco lo que no conocemos. Frente a lo desconocido, no sabemos si entraña algún riesgo y tampoco tenemos claro si los recursos personales con los que contamos serán suficientes para evitar o controlar las posibles amenazas.

Se necesita algo, o mucho, de valor para ir hacia lo nuevo. Así, cuando nos dejamos invadir por el miedo, terminamos instalándonos y acomodándonos en lo conocido. Esto produce, entre otras consecuencias, que terminemos dejando pasar un montón de oportunidades.

5. Ritualización de la vida

Es algo similar a lo que se trató en el punto anterior. Creamos rutinas rígidas, no con el fin de vivir de una forma más organizada, sino para mantener bajo absoluto control todo lo que nos ocurre. Si alguien nos cuestiona, diremos que somos gente muy disciplinada y que no nos gusta ir por ahí dando tumbos.

La verdad es que esta es otra de esas actitudes que no parecen representar al miedo, pero sí lo hacen. Las rutinas severas limitan, hasta cierto punto, lo impredecible. Pero eso no quiere decir que lo eliminen. Lo que sí logran es esquematizar nuestra vida e impedir que surja la novedad.

6. Rechazo a lo diferente

Cuando se tienen hábitos de vida demasiado estrictos, lo habitual es que también se tengan hábitos de pensamiento rígidos. Esto a veces hace que seamos intolerantes frente a otros estilos de vida o ante otros valores que no nos resultan familiares.

En esas condiciones, es fácil que terminemos adoptando como guía a los prejuicios. Sentimos miedo hacia las situaciones o personas que no nos resultan familiares. Los vemos como una amenaza a nuestra aparente estabilidad. En el fondo no es más que temor a la idea de tener que reconstruir una buena parte de nuestros esquemas.

7. Des calificación de lo ajeno

El miedo está también detrás de actitudes como la envidia o la crítica excesiva a los demás. Podemos llegar a sentir, sin demasiada razón, que otras personas ponen en tela de juicio lo que somos. Simplemente el ser como son se convierte para nosotros en un cuestionamiento.

Por otro lado, no es raro que lo que criticamos en los demás sea una proyección de nuestros propios límites y temores. Nos comparamos inconscientemente con los demás y nos defendemos de esa comparación. Acabamos mirando solo lo peor de los otros como una forma de justificación.

Las actitudes que no parecen representar al miedo, pero sí lo hacen, terminan convirtiéndose en una forma de disfrazar nuestros temores. Quizás, si fuéramos un poco más honestos con nosotros mismos, podríamos encontrar o diseñar caminos que nos ayudaran a trabajar esos miedos y, por qué no, a superarlos.

jueves, 30 de enero de 2020

La resistencia a trabajar por cuenta propia

La resistencia a trabajar por cuenta propia, generalmente obedece a la falta de autonomía y a la intolerancia a la incertidumbre. Atravesar esas barreras podría ser el comienzo de una vida laboral más próspera y gratificante.

Trabajar por cuenta propia es una opción al alcance de cualquier persona que sepa desempeñar algún oficio. Sin embargo, son muchos los que se resisten a este tipo de opción, aunque lleven mucho tiempo en paro o no tengan ingresos que les permitan vivir con cierta tranquilidad.

Pareciera que el hecho de pertenecer a una empresa ya constituida y de tener un jefe les diera más tranquilidad, seguridad o bienestar psicológico, a pesar de que su trabajo no les brinde en realidad una opción para proyectarse y alcanzar un mayor equilibrio económico. Si bien es cierto que trabajar por cuenta propia implica riesgos, también lo es que estos riesgos son controlables y manejables.

Pareciera que la renuencia a trabajar por cuenta propia tiene más que ver con ciertas percepciones acerca del trabajo independiente, que con posibilidades o limitaciones reales. En ello influyen, sobre todo, aspectos de tipo psicológico y cultural. Veamos esto con mayor detalle.

El dilema de trabajar por cuenta propia

La decisión de trabajar por cuenta propia implica la resolución de un dilema: autonomía Vs. incertidumbre. En general, la mayoría de las personas sí aprecian la autonomía laboral. Piensan que podrían sacarle mayor partido a su trabajo, su tiempo o su vida, si pudieran dirigir ellos mismos su actividad. Manejar sus horarios, decidir sus prioridades, etc.

Al trabajar por cuenta propia se tiene esa autonomía. Sin embargo, por contrapartida, también el trabajador queda expuesto a una gran incertidumbre. Ningún emprendimiento tiene el éxito asegurado a largo plazo. Así mismo, al tiempo que se consigue mayor independencia, también crece el nivel de responsabilidad y el compromiso de decidir.

Este último aspecto es quizás el que más influye en la resistencia a ser independiente laboralmente. Siempre es más fácil que sea otro el que decida y cargue con las consecuencias de las decisiones. También es más sencillo que otro lleve el peso de la incertidumbre. Hay que decir que toda empresa, por sólida que sea, puede terminar mal. Eso incluye a la gran industria, la gran banca, etc.

La “seguridad” del trabajo asalariado

El sueño de muchos es conseguir un buen trabajo asalariado. En una empresa sólida, que sea pujante y garantice un futuro próspero a largo plazo. Este esquema, de corte paternalista, es una opción a la que solo puede acceder una minoría de la población. No necesariamente son “los mejores”, ya que en esto influyen varios factores azarosos.

Quien viene de una familia millonaria o se mueve en círculos de mucho dinero tiene mayores opciones de conseguir un excelente trabajo asalariado, debido a sus contactos y no necesariamente a su formación o talento.

Así mismo, a veces, los mecanismos de selección no son necesariamente operantes. Por ejemplo, una empresa puede preferir a gente más joven (o más vieja o más lo que sea) porque esto coincide con sus políticas. De hecho, alguien con gran talento podría no encajar en ellas.

Por lo tanto, buscar ese gran empleo quizás sea una opción muy limitada. Así mismo, aunque se logre, la economía mundial se muestra inestable. El despido de trabajadores es una de las medidas más usuales, cuando hay crisis. Por lo tanto, en la mayoría del empleo asalariado tampoco hay certezas definitivas.

El independiente y el emprendedor

Está claro que para ser emprendedor se necesita de un talante específico. No todo el mundo tiene que ser un gran empresario para trabajar por cuenta propia.

El emprendedor busca crecer, expandirse, capitalizarse. El trabajador por cuenta propia no necesariamente quiere eso. Más bien lo que busca es generar ingresos de forma independiente. Esto es una modalidad empresarial, pero no implica fundar una nueva entidad como tal.

Lo ideal es que una persona decida trabajar de forma independiente por gusto y por convicción, no por necesidad. Lamentablemente, muchos se ven ante esa opción solo después de mucho buscar y no encontrar el empleo de sus sueños. Ese es otro importante factor que lleva implícita una resistencia. Se parte de que es una alternativa disponible solamente para un momento de precariedad, cuando no es así.

A veces, solo aprendemos a nadar cuando caemos al río. Descubrimos entonces que se trata de un aprendizaje definitivo y hasta terminamos sacándole gusto. Eso mismo ocurre con el trabajo por cuenta propia. Se trata de una opción real, que puede abrir muchos caminos.

Cuando no tenemos trabajo, pero aún así nos resistimos a iniciar una labor como independientes, sería bueno preguntarnos si lo que nos detiene es el miedo, el prejuicio y la falta de confianza en nosotros mismos.

miércoles, 29 de enero de 2020

Bloquear experiencias por miedo a sufrir

Bloquear experiencias por miedo a sufrir es otra forma de evitar. De esta manera, es también una manera de alimentar esa ansiedad que tanto tememos. Así, en este artículo hablaremos de buenas y malas estrategias de afrontamiento para la gestión de experiencias, y de su poso en forma de recuerdos.

Poner barreras y bloquear experiencias es una de las estrategias habituales que usamos para evitar el malestar que estas nos generan. La mente humana moderna ha evolucionado, más que para hacernos sentir bien, para ayudarnos a sobrevivir a los peligros.

Hace cien mil años, las necesidades esenciales de las personas eran la comida, el techo y la posibilidad de reproducirse, claro que nada de esto tiene mucho sentido si estamos muertos. Por tanto, la prioridad de nuestro cerebro era buscar aquello que pudiera hacernos daño y evitarlo.

En psicología a esto se le denomina reforzamiento negativo. Se trata de un fenómeno que explica por qué evitar las consecuencias desagradables o peligrosas es una conducta que se ha mantenido en nuestro repertorio.

Evitamos constantemente el miedo

Quien no arriesga, ni sufre ni pierde, y es muy difícil que gane. Así, las personas nos estancamos, nos conformamos y aprendemos a adaptarnos intentando evitar el inevitable miedo. Por ejemplo, tendemos a bloquear experiencias por miedo a sufrir, ignorando que ese miedo que tratamos de esconder buscará formas alternativas de manifestarse.

Esto no quiere decir que repudiemos el miedo. Es una emoción básica que nos ayuda a identificar y responder ante amenazas. Partimos de la base de que, si queremos vivir una vida plena, tendremos que aceptar al miedo en nuestra paleta de emociones.

En este sentido, un miedo muy común es el temor al dolor. El miedo al dolor nos conduce a evitar situaciones que lo provocan. Lo que ocurre, es que nuestra mente no siempre es buena separando lo que crea nuestra imaginación de lo que sucede en realidad. Por contra, la buena noticia es que con entrenamiento cognitivo podemos mejorar en este sentido.

Bloquear experiencias y la ilusión de control

Russ Harris, en su libro la trampa de la felicidad, explica, desde la base de la terapia de aceptación y compromiso, cómo intentamos controlar nuestras emociones y la ilusión de control en la que, por el camino, podemos caer. Los pensamientos, emociones y sensaciones físicas tienen mucho menos poder del que les otorgamos.

Algunas personas tienden a bloquear experiencias que generan malestar porque les hacen volver sobre recuerdos dolorosos, generando por el camino una buena dosis de ansiedad. Sin embargo, esta solución es más un parche o una tirita que una forma de afrontamiento efectivo. Nos puede rescatar en un momento dado, igual que la negación, pero como estrategia sistemática y estable en el tiempo es un seguro de sufrimiento (sí, ese que pretenden evitar).

Estrategias de control habituales

Tenemos por un lado las estrategias de huida, que nos llevan a escapar o resguardarnos de determinados eventos privados.

  • Resguardarse o escapar de situaciones o actividades que podrían causarnos pensamientos o sentimientos desagradables. Por ejemplo, abandonar una reunión social con el fin de evitar sentimientos de ansiedad.
  • Distraernos de nuestros pensamientos y sensaciones, poniendo nuestra atención en otro lado. Por ejemplo, si estamos aburridos o ansiosos, comer un helado o salir de compras. Si estamos preocupados por un examen, pasarnos la tarde viendo la televisión.
  • Desconectar o insesibilizarnos, para lo que intentamos olvidar nuestros sentimientos y pensamientos; casi siempre usando alguna medicación, drogas o alcohol.
Por otro lado, están las estrategias de lucha que suponen luchar contra los eventos privados e intentar dominarlos.

  • Suprimir directamente los sentimientos y pensamientos indeseados. Ocurre cuando expulsamos a la fuerza los pensamientos inoportunos que llegan a nuestra mente o los empujamos a lo más profundo de nosotros.
  • Discutir con nuestros propios pensamientos e intentar racionalizarlos.
  • Intentar hacernos cargo de nuestros pensamientos y sentimientos. Por ejemplo, cuando nos decimos a nosotros mismos «¡anímate!»
  • Intentar obligarnos a nosotros mismos a sentirnos de otra manera. Por ejemplo, cuando nos culpabilizamos o nos criticamos.
Un trabajo habitual en psicoterapia es tomar consciencia de su uso y buscar otras formas más adecuadas de gestionar nuestras emociones, pensamientos y sensaciones físicas.

La diferencia entre poner límites y bloquear experiencias.

En mayor o menor medida, todos utilizamos métodos de control para gestionar el malestar. El problema no es su uso, sino el abuso o mal uso; cuando los usamos en momentos en los que no funcionan o cuando su uso manipula, de manera errónea, nuestra escala de prioridades. Esta viñeta de Domm Cobb refleja cómo estrategias similares pueden proyectar al futuro situaciones muy diferentes.

Pero, ¿ocurre siempre esto? Hemos de decir que este grado de control va a depender del tipo de experiencia que nos aceche en cada momento y de la importancia que tenga para nosotros. Cuando nuestros pensamientos son menos intensos, gozamos de un mayor control que cuando son turbadores. Igual que también tendremos mayor control cuando tendemos a bloquear experiencias que no son demasiado importantes para nosotros.

Poner límites saludables en nuestro mundo interior es recomendable para mejorar la gestión de nuestro mundo interno. En este sentido, es clave trabajar en nuestro autoconocimiento.

Además un aspecto psicológico a tener en cuenta y que nos puede ayudar a construir una vida con sentido es aprender a experimentar lo que la vida nos ofrece sin evaluar y juzgar constantemente, adoptando una postura de aceptación.

martes, 28 de enero de 2020

Taijin kyofusho o el miedo a ofender a los demás

Existe un trastorno de la ansiedad poco conocido, llamado Taijin Kyofusho, en el que identificamos un miedo muy grande a resultar desagradable a los demás. En este artículo exploramos este interesante tema.

Los trastornos de ansiedad y del estado de ánimo desgraciadamente son moda en el mundo desarrollado. En este contexto, hay uno que, sin duda, podría sorprender por ser poco conocido; su curioso nombre es Taijin kyofusho, y tiene que ver con las relaciones interpersonales. Avanzamos que se trata de un trastorno capaz de generar los mismos niveles de malestar en quienes los sufren que los problemas ansiosos más comunes y conocidos.

El Taijin kyofusho tiene la peculiaridad de que, como su propio nombre deja ya intuir, es específico de la cultura japonesa. Se trata de una versión ligeramente diferente de la clásica fobia social, un problema psicológico que puede hacer que las personas que lo sufren terminen totalmente aisladas.

Las personas con Taijin kyofusho no suelen temer que los demás hagan mofa de ellos, como ocurriría en la fobia social clásica. Por el contrario, este miedo está relacionado con la posibilidad de ofender o incomodar a los demás.

Causas culturales del Taijin kyofusho

El Taijin kyofusho (que se traduce literalmente como ‘miedo de las relaciones interpersonales’) tiene su origen en una de las más destacadas peculiaridades de la cultura japonesa, que presenta rasgos muy concretos en sus dinámicas interpersonales. Según la teoría de las dimensiones culturales, existen cinco aspectos que diferencian el estilo de vida de cada país. Son los siguientes:

  • Distancia al poder: aceptación de las diferencias de poder entre los ciudadanos.
  • Individualismo: prevalencia del bienestar personal frente al del resto. Lo opuesto sería el colectivismo, que implica que los deseos del grupo sean más importantes que los de cada individuo.
  • Masculinidad vs. feminidad: las culturas eminentemente ‘masculinas’ tienden a fomentan la competitividad y asertividad; en ellas, lo más importante suele ser la consecución de objetivos. En las ‘femeninas’, por el contrario, se suele valorar más el bienestar y felicidad de cada uno de los individuos.
  • Aversión a la incertidumbre: algunas culturas abogan por favorecen que aparezcan reglas estrictas, ideas morales absolutas y evitación del riesgo por parte de sus integrantes. Otras, por el contrario, prefieren fomentar que sus ciudadanos sean más flexibles y que sean capaces de convivir con la incertidumbre de una manera más positiva.
  • Orientación a largo o corto plazo: mientras que en algunos países es típico que los ciudadanos se preocupen extremadamente por el futuro, en otros su atención parece estar plenamente centrada en el presente.

Por su condición de cultura colectivista, prioritariamente masculina y con cierta aversión a la incertidumbre, Japón presenta unas características muy distintas a las de muchos otros países. Dos de ellas parecen ser la preocupación extrema por el bienestar de los demás y por no hacer nada que pueda llamar en exceso la atención. Es precisamente esta en estas características sobre las que se asienta el Taijin kyofusho.

¿Cuáles son los síntomas de este problema?

Los rasgos diferenciales de la cultura japonesa se conjugan para permitir la emergencia de este trastorno de ansiedad tan localizado en lo geográfico. En el DSM-V, que es el más reciente manual diagnóstico de trastornos mentales utilizados por psicólogos, se contempla que puede presentar los siguientes síntomas en personas afectadas:
  • Evitación de situaciones sociales.
  • Sonrojo, sudor o temblores al interactuar con otras personas.
  • Dificultades para hablar o mantener el contacto visual.
  • Intensos deseos de escapar de una interacción social.

¿Por qué se producen todos estos fenómenos? Comencemos por delinear las variedades de esta fobia: según los expertos, podrían existir cuatro subtipos del Taijin kyofusho y a continuación veremos en qué consiste cada uno de ellos.

1. Miedo al sonrojo

El primer subtipo, conocido como sekimen-kyofu, consiste en una intensa preocupación por la posibilidad de sonrojarse durante un contacto social. Para los japoneses, el sonrojo es algo indeseable; por eso, las personas con esta variante del trastorno temen incomodar a los demás si experimentan rubor facial.

2. Miedo a tener un cuerpo desagradable

El segundo subtipo es una mezcla entre una fobia social corriente y un trastorno dismórfico corporal. Conocido como shubo-kyofu, se relaciona con un gran miedo a desagradar a los demás por culpa de una imagen corporal que se percibe como extraña o deforme. Este trastorno puede aparecer independientemente de las características reales del cuerpo de la persona.

3. Miedo al contacto visual

Las personas que padecen jiko-shisen-kyofu, el tercer tipo de Taijin kyofusho, se preocupan en exceso por incomodar a los demás cuando son mirados. Por eso, pueden acabar desarrollando un miedo irracional al contacto visual, evitando las situaciones en la que este es más probable.

4. Miedo a los olores corporales desagradables

El cuarto subtipo de este trastorno, conocido como jiko-shu-kyofu, guarda relación con el pánico a desagradar a otras personas con olores corporales propios provenientes del cuerpo. Así, por ejemplo, el sudor, las flatulencias o el olor a orina se pueden percibir como algo altamente aversivo que habría que evitar.

Por eso, la persona con esta versión del Taijin kyofusho tenderá a abandonar cualquier tipo de contacto social si percibe que su olor no es agradable y adecuado.

¿Se puede tratar este problema?

Al igual que ocurre la mayoría de los trastornos del estado de ánimo, es posible solucionar el Taijin kyofusho a través de un enfoque terapéutico adecuado. Habitualmente, uno de los abordajes más efectivos consiste en trabajar con las creencias irracionales de la persona, que son en última instancia las causantes del malestar que sufre en relación con su fobia.

Sin embargo, como también suele ocurrir con casi todos los problemas psicológicos, cada individuo está predispuesto a responder de un modo u otro a cada tipo concreto de tratamiento.

Si crees que padeces alguna variante de este problema o conoces a alguien que lo sufra, lo mejor que puedes hacer es acudir a un experto en salud mental. Estos profesionales pueden ayudarte a que la fobia social deje de ser un punto del que parten limitaciones importantes.

lunes, 27 de enero de 2020

El miedo a no ser capaz

El miedo a no ser capaz de hacer algo o de lograr algo tiene sus raíces en una vocecita que viene del pasado y nos habla más de nuestros límites que de las infinitas capacidades que podemos desarrollar. En muchas ocasiones el límite está en la mente y en la mente debe rebasarse.

El miedo a no ser capaz es una emoción que ronda con frecuencia a quienes tienen dificultades con su autoestima. Con frecuencia, está asociado a experiencias pasadas en las que se puso en duda la valía, se sobredimensionaron los errores o hubo reacciones excesivas frente a alguna equivocación.

Es muy habitual que esas experiencias hayan tenido lugar en la infancia, que es cuando menos recursos tenemos para procesarlas. Por lo mismo, también es probable que quienes hayan alimentado ese miedo a no ser capaz fueran los padres, los maestros, los compañeros o todos ellos.

Uno de los aspectos más perniciosos de este miedo es el círculo vicioso que genera. O sea, tienes miedo a no ser capaz y por lo mismo no lo intentas. O si lo haces, sientes tanto temor que el mismo te limita o te condiciona, hasta tal punto que terminas equivocándote. En ese caso, no porque no seas capaz, sino porque el peso del miedo boicotea tus objetivos.

El punto es que, si no lo intentas o lo intentas prisionero de ese miedo y no lo logras, la emoción gana en intensidad. Por eso hablamos de un círculo vicioso. Un estado lleva a otro, y ese otro al inicial. De lo que se trata, entonces, es de diseñar nuevas estrategias para afrontar lo nuevo y lo difícil, alimentando el sentimiento de competencia.

Señales internas del miedo a no ser capaz

Hay todo un conjunto de señales internas frente al miedo a no ser capaz. Por ejemplo, puedes sentir que, sin saber exactamente por qué, no eres igual a los demás. Piensas que los otros son, de una u otra manera, mejores o superiores a ti. Tienes la percepción de que te falta “algo” que los demás sí tienen.

Por lo anterior, también es muy habitual que experimentes ansiedad. La sientes cuando te encargan una tarea, aunque la dificultad de la misma no sea alta. También cuando estás frente a una situación nueva o poco familiar, o cuando existe la posibilidad de que se presente algún cambio en tu forma habitual de vida.

También es muy probable que te sientas inconforme con la vida que llevas. A veces ocurre que diseñas todo un discurso para justificar por qué no te sientes a gusto, pero tampoco haces algo por cambiar. Otras veces, simplemente te haces la idea de que eres desafortunado y que tu tarea es conformarte con la vida que te tocó en suerte.

La relación con los demás

Es muy usual que el miedo a no ser capaz se acompañe de todo un conjunto de ansiedades y temores en las relaciones con los demás. Hay una excesiva sensibilidad a las opiniones ajenas. Existe un gran condicionamiento a la aprobación o desaprobación de los demás.

No hay una relación espontánea con las otras personas. Quien se siente incompetente despliega una especie de papel de teatro cuando entra en contacto con los demás. Esto se hace más evidente cuando se establece un vínculo con alguien a quien se le considera muy competente o que tiene algún grado de poder.

En esos casos, más que nunca, aparece el temor de que su supuesta incompetencia quede expuesta, a la vista del otro. Por eso se vigilan en exceso las propias palabras y conductas, así como las del otro. No hay naturalidad y el disfrute del intercambio es reducido.

Los laberintos del miedo

Como lo señalábamos al comienzo, ese miedo a no ser capaz está probablemente arraigado desde la infancia. Los hijos de padres que no se sienten competentes suelen replicar ese sentimiento de inferioridad en ellos. También quienes fueron criticados excesivamente, comparados, ridiculizados o sufrieron alguna forma de abuso.

El mundo sí nota cuando te sientes inferior. Lo más frecuente es que te den la razón y terminen respondiendo como si lo fueras. Les ayudas, cuando en lugar de trabajar tu miedo más bien optas por buscar protección, esconderte del mundo o resignarte.

No es nada fácil superar esos miedos tan arraigados, pero se logra en gran medida cuando nos comprometemos con nosotros mismos para superalo, poco a poco. Sin prisa y sin pausa. Cuando no posponemos la búsqueda de nuestro propio camino y decidimos aceptar la presencia del riesgo.

Esa es la manera de romper el círculo vicioso y de introducir experiencias de dominio y de éxito. Son esas nuevas vivencias las que nos llevan a comprobar que somos tan capaces como cualquier otro ser humano y que los límites únicamente están en ese pasado que ya debe quedar atrás.

domingo, 26 de enero de 2020

El miedo a perder personas queridas

Los seres queridos que nos rodean se pueden ir en cualquier instante. Un golpe del destino, una mala pisada, un mal coche, una cruda enfermedad. Esta es una realidad que inspira temor, uno muy poderoso que tenemos que aprender a gestionar. Por eso, hoy hablamos del miedo a perder personas queridas.

El miedo a perder personas queridas es una mezcla de temor racional e irracional. Este temor se replica porque tiene una función muy concreta para nuestra supervivencia. Pero, ¿quién no ha quedado en más de una ocasión paralizado ante la potencia del miedo? Y de entre todos los posibles temores, uno de los más difíciles de sobrellevar es precisamente el que nos genera el pensar que alguien a quien queremos pueda desaparecer de nuestras vidas en un viaje sin retorno.

Fisiológicamente, experimentar miedo activa ciertas partes de nuestro organismo y desactiva otras para que podamos centrar toda nuestra atención en el peligro que nos amenaza, que en este caso es la fobia a perder personas queridas.

El miedo modifica por tanto al organismo en virtud de esta función defensiva y lo prepara para soportar un importante desgaste -para nuestro cuerpo, nos hallamos frente a una amenaza a nuestra integridad-. Así, parte de estos cambios pueden ser nocivos para el organismo si se convierte en algo crónico o repetitivo.

Características del temor a la pérdida

El miedo a perder personas queridas enraíza en el temor a ser privado del afecto que le ata a uno a esos seres queridos e implica una necesidad de esfuerzo por protegerlos de cualquier amenaza que ponga en peligro su vida o la relación existente. Este tipo de emoción puede tornarse insoportable, opresiva, ansiosa… Puede, en definitiva, generar sintomatología propia y claramente fóbica.

Por norma, la ansiedad ante la muerte de un ser querido engloba un cúmulo de pensamientos anticipatorios sobre algo que es estadísticamente posible, pero que no es real en el momento presente. Estos pensamientos adoptan muchas veces forma de preguntas existenciales, del tipo «¿Cómo será mi vida sin su presencia?«, que se nos presentan intrusiva y repetitivamente.

Sin duda este miedo es una incertidumbre humana que nos acompaña desde nuestro nacimiento. Muchas personas no temen a su propia muerte, pero sí a la de sus seres queridos, lo que realmente significa que no quieren sufrir al tener que pasar por ese momento de pérdida.

Los efectos del miedo a perder a personas queridas

Nuestros pensamientos generan emociones y el miedo es una de las más poderosas. En concreto, es un tipo de emoción que activa nuestro sistema límbico con el propósito de fijar la atención en una amenaza, que en este caso es la de perder a nuestros seres queridos.

A su vez, los lóbulos frontales -que son los encargados de cambiar nuestra atención de forma consciente y voluntaria- ven su funcionalidad reducida ante esta situación de temor y nuestro sistema fisiológico nos prepara de inmediato para atacar o huir.

En algunos casos, incluso, esta reacción fisiológica que acompaña a la emoción de temor es tan intensa y repentina que se puede llegar al desmayo o al estado de estupor sin la capacidad de realizar ningún tipo de movimiento.

Por tanto, el miedo a perder a un ser querido es totalmente contraproducente en la relación mantenida con dicho ser, ya que su efecto dista mucho de permitirnos generar los pensamientos y conductas apropiados para querer, valorar y apreciar más a la persona que tan importante es para nosotros.

A veces, y debido a cierta inmadurez emocional, que le concede a las emociones la habilidad de dominar, alguien puede amenazar a una persona a la que quiere con abandonarla como reacción directa de dicho miedo, en un intento de que la persona reaccione, recapacite, cambie, valore, etc.

Las pérdidas

Cualquier pérdida implica un proceso de duelo que por definición es diferente en cada persona. Un ser querido puede morir, pero también podemos perderlo por otros motivos, como una ruptura en la relación. En el duelo, el fondo sigue siendo el mismo: la pérdida.

Las personas no nos pertenecen y por tanto nunca podremos estar seguros de hasta cuándo se prolongará la relación con ese ser amado; esta idea resulta dolorosa e hiriente para muchas personas, y les obliga a vivir en un perpetuo estado de miedo.

Para realizar un buen manejo de estos pensamientos, la clave está en disfrutar tanto como podamos con la persona que queremos, viviendo el momento presente, pero sin olvidar que la capacidad de amar y de ser amado es humana; por tanto, imperfecta y limitada.

En casi cualquier situación de pérdida, el reto para la superación radica en aprender a dejar ir. Esto se ve muy claramente ejemplificado en momentos como aquellos en los que un persona deja de amar a su pareja o cuando un miembro sufre una enfermedad muy complicada y dolorosa sin posibilidad de curación.

El duelo es siempre doloroso, y no podemos esperar de él que se nos presente amablemente. A cambio, al avanzar en él, ganaremos la posibilidad de abrirnos verdaderamente a la posibilidad de querer y confiar; una vez más, las veces que hagan falta.

El duelo es un proceso personal; el luto es un trabajo interior. Hay tantos duelos como pérdidas. Preguntarse por el sentido de la muerte, es preguntarse por el sentido de la vida.

Los celos y el miedo a perder a la pareja

Los celos hablan de un sentimiento que surge como reacción ante el miedo a la pérdida del amor en competencia con un tercero, real o imaginario, que no forme parte de la pareja. Todas las personas sentimos celos, de una manera u otra, y con mayor o menor intensidad; eso sí, la manera en la que los manejemos hará que nos ayuden o nos perjudiquen.

La emoción del miedo es un proceso psicofisiológico y, como tal, se apoya en respuestas cerebrales ante estímulos; estas respuestas son acciones desencadenadas automáticamente que han sido aprendidas a lo largo la vida.

Sin embargo, sentimientos como los celos suelen aparecer tras una evaluación consciente que hacemos de nuestro estado interno durante una respuesta emocional. Así, en ellos suele haber un «importante componente racional» y voluntario sobre el que se puede trabajar.

Pensemos que los intentos de reducir el miedo patológico de perder a la pareja acaban retroalimentando dicho temor y en algunos casos el resultado lógico es aquello a lo que más recelo se tenía: la pérdida final del ser querido.

Cuando esta dañina emoción nos invade, ofusca la capacidad de empatía y puede desencadenar un pánico que nos hará actuar de manera impulsiva, algo de lo que más adelante tendremos tiempo de arrepentirnos si, sobre la relación, las consecuencias son negativas.

Relación entre miedo y amor

El miedo a perder seres queridos no es, aunque a veces pueda parecerlo, una muestra de amor. El temor a perder el vínculo con el ser amado es una respuesta innata e inevitable; es hasta cierto punto coherente y, por ello, lo que nos resta es tratar de vivir esa emoción de manera inteligente.

Reflexionar sobre el miedo a perder seres queridos nos invita a conectar con la vida, con el momento presente -que compartimos con quienes amamos-, con la familia, los amigos, los compañeros, etc.

A veces, ciertas emociones, sentimientos y pensamientos, como los que acompañan a este temor, no nos permiten disfrutar de nuestras relaciones; nos impiden realizar actos tan humanos como amar, compartir, y valorar lo bueno que tenemos. Por ello es tan importante su gestión.

Disfrutemos de cada momento junto a las personas que queremos, fabriquemos esos recuerdos que después, al memorarlos, dejan una sonrisa en los labios. Esos que titularían un capítulo de nuestra vida a pesar de uno extenderse más de una hora, una tarde, un minuto, un segundo o un instante.

Quizás tomar conciencia de la importancia de disfrutar de ellos sea la clave para encontrar aire donde cuesta respirar: cuando el temor a la pérdida, en forma de sombra nos deja sin luz.

sábado, 25 de enero de 2020

Sé la mejor versión de ti mismo

Todos buscamos sacar lo mejor de nosotros mismos, pero muy pocos lo logran. Somos el peor enemigo al momento de alcanzar el éxito, soñar y vivir la vida que deseamos. Algunas personas incluso adoptan comportamientos auto destructivos como adicciones.

No importa la edad que tengas, siempre resulta complicado sacar lo mejor versión de nosotros mismos.

Hay quienes son auto destructivos sin darse cuenta y otros que lo saben, pero no hacen nada para cambiar. Si te sientes listo y decidido para ser la mejor versión de ti mismo sigue los siguientes pasos:

Deja de hablar en negativo

“Soy un fracaso en el amor”, “nunca podré tener el cuerpo que deseo” y “mi vida es un asco” son solo tres de las frases que solemos decir constantemente.

Cuando tienes esta clase de conversación negativa te convences de que ciertas ideas irracionales son reales y verdaderas.

Esto es un verdadero problema porque ocasiona que te sabotees o que dejes de intentar las cosas. Aprender a callar la autocrítica negativa es muy importante y debes comenzar tomando conciencia de ella.

Identifica los momentos en que estas frases comienzan a aparecer en tu mente.

En cuanto veas que has comenzado a sabotearte, piensa en algo positivo y cambia por completo esta conducta. Con el tiempo te será más fácil.

Deja de criticar y juzgar a los demás

¿Te has dado cuenta de lo fácil que resulta criticar a los demás? Esto nos da una sensación de superioridad aunque no tenga fundamento alguno. Para ser la mejor versión de ti mismo necesitas eliminar toda la energía negativa de tu vida

El primer paso puede ser evitar juzgar a otros. Cuando pasas el tiempo criticando, dañas a esa persona en su autoestima y a ti en tus relaciones interpersonales.

Permítete conocer a quienes te rodean sin crear ningún tipo de expectativa y sin esperar que sean como deseas. Cada uno de nosotros es distinto y eso está bien.Cada uno vive como desea y tú debes hacer lo mismo.

Deja de temer al fracaso

Una de las cosas que evitan que seas la mejor versión de ti mismo es el miedo al fracaso. Quizás deseas algo con todas tus ganas pero no atreves a lanzarte porque tienes miedo de equivocarte. Entonces optas por evitar el riesgo y pasar el tiempo sintiendo que algo va mal con tu vida.

El resto solo se conforma con recibir lo que la vida le da. No temas equivocarte, los errores son la mejor fuente de conocimiento y crecimiento.

Haz lo que deseas

Esto tiene mucho que ver con el fracaso. Si pasas la vida entera huyendo del fracaso es probable que termines haciendo cosas que realmente no quieres. Desde estudiando algo que ni te interesa hasta casándote con alguien que no te hace feliz.

La mejor versión de ti mismo aparece cuando te arriesgas a encontrarte. Sueña y haz lo posible por volver reales esos sueños.

Finalmente, olvídate de ser la persona perfecta para los demás. Eso no existe y la búsqueda te hará muy infeliz. Si vas a darle gusto a alguien, que sea solo a ti.

Rodéate de gente que te motive

Otra forma de ser la mejor versión de ti mismo es rodearte de personas que te hagan ser mejor. Cuando tus amigos y familia te hablan en positivo y te motivan a lograr tus objetivos, el camino es más fácil y gratificante.

En caso de que tus amigos y familia no sean exactamente una buena compañía, busca otras alternativas. No dejes por completo a los amigos de ahora, pero date permiso de conocer gente nueva que genere buena vibra.

También puedes buscar asesores, terapeutas o coaches que te ayuden a encontrar la motivación que necesitas.

¿Estás listo para ser tú mismo?

Como puedes ver, el camino para ser tú mismo no será el más fácil del mundo. Pero lo que hará la diferencia entre lograr el éxito o no es tu actitud.

Sabrás que estás listo para encontrarte cuando estés dispuesto a superar los retos sin pretextos. Antes de eso fracasarás irremediablemente.

viernes, 24 de enero de 2020

Las claves para vencer la envidia

La envidia es una emoción desagradable, que provoca conductas y consecuencias desagradables en los demás. Es, sin duda, uno de los problemas emocionales más frecuentes, y quizás de los que menos se hablan. ¿Cómo actúa la envidia en nuestras vidas? La envidia es una emoción que implica anhelar lo que la otra persona tiene, o querer estar pasando por la misma situación del otro. Envidiar es desear lo que el otro tiene.

Podemos envidiar un puesto de trabajo, un coche, una casa, un buen marido, el carisma de un amigo, el físico de alguien, etc. todo aquello que pensamos que no tenemos y necesitamos obtener para ser felices, sobre todo, el éxito y el triunfo. El objetivo es siempre tener “mayor cantidad”.

¿A dónde nos lleva la envidia?

El acto de envidiar nos coloca en un plano de continua insatisfacción y queja, que lentamente nos va destruyendo sin darnos cuenta. Poco a poco, nos va acortando nuestra visión, observando todo a través de una capa de neblina, que no nos permite ver más allá de nuestros ojos. Para una persona envidiosa, el propio tiempo se esfuma, dedicándole al deseo de lo que tienen los otros, opinando y juzgando sobre ello, en lugar de orientarse a alcanzar sus propios sueños.

Alberto Acosta, catedrático de psicología de la Universidad de Granada, afirma que «sentimos envidiar cuando queremos ser más que alguien. Anhelamos algo que posee otra persona y creemos que es injusto que esa persona lo tenga y nosotros no». Añada que los envidiosos suelen envidiar «sobre todo a aquellas personas que la gente tiene en alta estima, que son admirados, que tienen influencia y que han alcanzado éxito».

La envidia nos desvía de nuestro camino, dirigiendo nuestra energía hacia el camino equivocado “el otro”, en lugar de buscar en nosotros mismos las mejores oportunidades. Es por lo tanto, una emoción compleja y cegadora, que nos hace olvidar que somos los protagonistas de nuestras vidas, convirtiéndonos en víctimas que malgastan el tiempo, en vez de vivir bien y permitir que el otro viva como mejor le parezca.

Como decía Napoleón Bonaparte: “La envidia es una declaración de inferioridad”. Pero la envidia, como veremos más adelante, es una emoción evitable, ya que podemos echarla a un lado si queremos, y así dejaremos de lastimarnos y descentrarnos de nuestros propios objetivos.

Envidia mala y envidia sana

La envidia sana es aquella en la que se reconoce que el otro tiene algo que deseamos y que aún no tenemos, pero que haremos todo lo posible por conseguir. Es decir, reconocemos que alguien trabajó aquel “extra” que no hemos realizado y que nos falta por recorrer para llegar al mismo lugar. Es sana porque no acarrea dolor, ni frustración. Nos puede servir como impulso e inspiración para alcanzar nuestras metas y objetivos.

Sin embargo, hay otra envidia que es más enfermiza, ya que genera una continua desazón, infelicidad, dolor y frustración por no poder tener lo que el otro tiene o ha conseguido, de tal manera, que inhabilita todo aquello importante para conseguirlo. Es una emoción destructiva.

Este último tipo de envidia, ciega a las personas ante el valor de sus propias vidas, pues se niegan a dar valor a todo lo conseguido. Son vidas que desean encarnarse en otras vidas, sin plantearse que quizá si lo hicieran no serían capaces de tolerar y atravesar todo lo sobrellevado hasta alcanzar al éxito. Un dicho popular lo explica muy bien, “Si miras mi éxito, mira también mi fracaso”.

Por ello, es importante tener en cuenta que muchas de las personas que se encuentran hoy en un lugar privilegiado han sido constantes y pacientes, pagando el precio de trabajar y esforzarse, como el deseo de intentar mejorar cada día un poco más.

¿Cómo podemos combatirla?

La envidia se combate preocupándonos de nosotros mismos. Nuestra búsqueda personal es la que nos dará el sentido a nuestras vidas. Nuestros objetivos, nuestras metas, nuestros sueños y propósitos, enfocarán nuestra energía y nuestra forma de actuar. Cada logro del otro, podemos convertirlo en un desafío para nosotros, en una fuente de inspiración.

Es mejor admirar, que envidiar. Cuando envidiamos, el mensaje que enviamos es que queremos destruir al otro, pero cuando admiramos tan solo expresamos que queremos aprender como lo logró el otro. Soñar, proyectarse y ser cada día un poco mejor son las claves que nos indicarán que las limitaciones solo se encuentran en la mente.

Además, tenemos que tener claro que no tenemos que competir con nadie, ni demostrarle nada a nadie, ni siquiera tenemos que llegar a donde el otro llegó. Lo importante, es que intentemos superar nuestros logros y nuestros propios límites. ¡Hay que ser la mejor versión de uno mismo!

jueves, 23 de enero de 2020

Astrocitos: constructores de autopistas nerviosas

Los astrocitos, un tipo de célula cerebral, son los principales intregrantes del grupo de las células gliales. Antaño infravaloradas, hoy conocemos su importancia.

Los astrocitos forman parte del grupo de células gliales. Su importancia ha ido variando a lo largo del tiempo. En un principio, se subestimaba su función, ya que todo el protagonismo se lo llevaban las neuronas. Pero, se ha demostrado que no solo cumplen una función pasiva, es decir, su labor no es simplemente complementar a las neuronas.

Este tipo de células gliales se encarga de la construcción de las autopistas nerviosas, ya que entre otras funciones:
  • Guían a las neuronas durante la migración.
  • Inducen la formación de la barrera hematoencefálica.
  • Son el soporte metabólico de las neuronas.
  • Colaboran en la regeneración neuronal.
Por lo tanto, hay mucho por descubrir y conocer sobre los astrocitos. De hecho, es sorprendente cómo responden a la actividad neuronal y la forma de reparación y comunicación que poseen. Profundicemos.


Tipos de astrocitos

Los astrocitos rodean totalmente los capilares cerebrales y forman una barrera física entre la sangre y las neuronas. Cuentan con diversas tipologías que dan lugar a diferentes variedades:

  • Astrocitos protoplasmáticos: Se encuentran en la sustancia gris. Presentan una forma tipo globo con ramas que dan lugar a otras ramificaciones irregulares y curvas. Los extremos de sus ramificaciones recubren los vasos sanguíneos, la superficie meníngea y las sinapsis.
  • Astrocitos fibrosos: Se encuentran en la sustancia blanca. Cuentan con prolongaciones delgadas, largas y sin ramificar, en forma de fibras. Sus terminaciones envuelven a los nodos de Ranvier de los axones y a los vasos sanguíneos.
Como curiosidad, mencionar que el término astrocitos proviene de la forma que presentan estas células, que es similar a una estrella en la que se ven prolongaciones que proyectan sobre células vecinas.

Además, los astrocitos contienen en el citoesqueleto una proteína llamada proteína glial fibrilar ácida (GFAP), que es la característica que los hace diferentes, ya que solo se encuentra en este tipo de células.

Funciones

Los astrocitos construyen las vías de transmisión de la información en nuestro cerebro. Gracias a las conexiones neuronales que aportan, se encargan de ayudar a orientar el viaje que realizan los axones, a través de moléculas que atraen o repelen.

Como buenos constructores, los astrocitos están al tanto de lo que sucede ‘en tiempo real’ en el funcionamiento nervioso. Por ello, se encargan de mantener el equilibrio de las neuronas u homeostasis cerebral -se dice por ello que actúan como soporte metabólico-, lo cual se logra a través la conservación del equilibrio iónico de las células nerviosas.

Además, participan en la maduración, la formación y en el mantenimiento de las sinapsis neuronales. A través de los astrocitos, se provee a las neuronas de oxígeno, nutrientes y aislamiento protector.

Ahora bien, a través de un proceso llamado fagocitosis, estas células son capaces de eliminar residuos del metabolismo cerebral. Este proceso resulta beneficioso ya que permite eliminar desechos y agentes patógenos y se realiza mediante el transporte de los productos residuales a la sangre para que puedan ser eliminados. Además, cuando se produce una lesión cerebral, los astrocitos viajan hasta el lugar de lesión para eliminar las neuronas muertas.

Por otra parte, forman parte de la importantísima barrera hematoencefálica (BHE), lo que los convierte en intermediarios entre el sistema circulatorio y las neuronas a manera de mecanismo de filtrado. Por tanto, se encargan también de regular el paso de moléculas de la sangre al cerebro.

Los astrocitos están vinculados con los neurotransmisores, puesto que responden ante ellos de manera activa y cuentan con receptores para su unión. Este es un verdadero método de comunicación de este tipo de células gliales que se complementa con otra manera de enviar mensajes al aislar el espacio en las uniones sinápticas y al actuar como moduladores de la señal entre neuronas.

Astrocitos y gliosis reactiva

Existe un proceso patológico por el que se incrementa de forma rápida y desmesurada el número de astrocitos. Este proceso es el que acompaña a los fenómenos inflamatorios y se llama gliosis reactiva.

Se han encontrado dos tipos de astrocitos cuando se da este tipo de proliferación: los A2, que tienen funciones reparadoras, y los A1, que favorecen la degradación del tejido nervioso.

La gliosis reactiva sucede cuando hay una lesión en el sistema nervioso y va seguida de una proliferación de estas células en las regiones que han sufrido el daño. Este fenómeno ha quedado plasmado en multitud estudios.

¿En que favorecería y en qué no?

La gliosis reactiva es beneficiosa porque origina una síntesis de factores neurotróficos que se encargan de favorecer la supervivencia de las neuronas. Y, por el contrario, es perjudicial porque genera una cicatriz glial, que supone una barrera para el crecimiento axonal.

Este fenómeno es vital en la investigación clínica, ya que es una gran esperanza para nuevos modelos terapéuticos. Por ejemplo, se estudian trasplantes de células madre empleando factores neurotróficos que favorecen la regeneración neuronal. De hecho, se están investigando para dar solución a enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer y el Parkinson.

¿Por qué son los grandes constructores del sistema nervioso?

Los astrocitos se encargan de establecer puentes de comunicación entre distintas células del sistema nervioso. Además, dado que se encargan de aislar y eliminar sustancias nocivas, actúan ante daños cerebrales y permiten el reestablecimiento de estas vías comunicativas.

Los astrocitos están preparados para forjar vínculos entre distintos lugares y elementos anatómico-funcionales, como el sistema circulatorio y la barrera hematoencefálica, las neuronas entre sí y con los neurotransmisores cerebrales, entre otros. Además, son fabulosos a la hora de mantener las autopistas nerviosas, ya que hacen que el sistema nervioso se mantenga en equilibrio interno.

A la luz de todos estos hallazgos, solo nos queda esperar a que la Neurociencia, a través de su estudio continuo de estas células y sus potenciales aplicaciones, nos lleve a grandes avances para la salud relacionados con este tipo de células gliales.

miércoles, 22 de enero de 2020

El miedo de contrariar a un hijo

Son muchos los padres que en la actualidad sienten miedo de contrariar a un hijo. Un temor que no es inocuo, ya que en muchas ocasiones hacen que pierdan parte de su rol como autoridad y referencia de los más pequeños.

Crece el número de padres que tienen miedo de contrariar a un hijo. Se trata de un fenómeno al que asistimos con frecuencia, aunque muchas veces se esconda o se le ponga otra etiqueta. Encontramos, cada vez con más frecuencia, a padres inseguros, indecisos y llenos de culpa que no saben cómo disciplinar a hijos.

Es posible que la sobreinformación en psicología sea parte de lo que ha engordado al problema. Son tantas las indicaciones recogidas en diferentes medios, y en ocasiones contradictorias o poco precisas, que la crianza se ha vestido con un atuendo más complejo de lo que realmente es -y eso, que en sí, ya es compleja-. De esta manera, en este campo abonado, el miedo a contrariar a un hijo se ha reproducido.

Antes era más sencillo, o lo parecía, aunque de la misma forma se cometían errores. En una familia, los roles estaban más definidos. Los padres conservaban la autoridad durante más tiempo, tardaban más en competir con otras fuentes de información y seguridad.

La culpabilidad en los padres

Si algo caracteriza a muchos padres actuales es el sentimiento de culpa o el temor a generarlo. Perciben que los peligros son grandes y afilados; además, en el poco tiempo que pasan con los pequeños, no quieren ser una fuente de contrariedad para ellos. Son un poco padres-abuelos.

La culpa que experimentan los padres de hoy viene de muchas fuentes. Hay toda una serie de creencias según las cuales todo lo que le suceda al hijo en un futuro es culpa de los padres. Si es tímido, porque lo es. Si es mal estudiante, porque no estudia. Y así sucesivamente con todo.

No quieren ser demasiado permisivos, tampoco quieren ser demasiado estrictos. Así, en muchos casos, en la búsqueda de ese equilibrio los límites quedan difuminados. No hay unas referencias claras, porque las dudas son muchas.

El miedo de contrariar a un hijo

El miedo de contrariar a un hijo está directamente relacionado con la reacción de este. Algunos niños son criados de tal modo que jamás están listos para que les digan “no” o para que la satisfacción de sus deseos sea pospuesta. Nadie les ha enseñado a negociar con la frustración o la búsqueda de alternativas.

No es hasta pasada la adolescencia cuando nuestra corteza prefrontal se termina de desarrollar. Dicho de otra manera, hasta alcanzada una edad, los impulsos tiene mucha fuerza frente al autocontrol. Por eso son tan necesarios los límites o las normas, por eso es tan necesaria la educación.

Por otro lado, los niños no dejan de ser seres inteligentes que en muchas ocasiones persiguen un objetivo que está prohibido. Por lo tanto, no van a dudar en intentar echar abajo el muro de la norma con diferentes estrategias. De ahí las pataletas o los numeritos. De ahí lo importante de que los padres no se muestren débiles ante estas conductas tan espectaculares.

Por otro lado, señalar que es especialmente importante mantener la autoridad cuando son pequeños. Si lo hacemos entonces, después será mucho más difícil recuperarla. Así, los conflictos serán más profundos y nos costará más que el adolescente siga en determinados temas las pautas que le marquemos.

Lo que necesitan los niños

Durante los primeros años de vida, los niños necesitan básicamente tres cosas de la crianza: límites, normas y hábitos. Esos tres elementos, a su vez, exigen que haya autoridad paterna. Autoridad no es autoritarismo. Los niños son seres inmaduros que no saben qué es lo mejor para ellos -lo irán descubriendo y también tendremos que ir aumentando el espacio de su autonomía-, ni cuál es la mejor manera de comportarse. Los padres sí deben saberlo.

Los padres o tutores son las personas responsables de que el pequeño cuente con estas referencias. También serán los principales modelos cuando se asienten las raíces de su comportamiento, antes de que empiecen a ganar poder los iguales.

Por otro lado, el miedo a contrariar a un hijo crece con la falta de costumbre, cuando por sistema cedemos en las pequeñas peticiones. Así, difícilmente vamos a enseñarles que en ocasiones somos nosotros quienes tenemos que adaptarnos a la realidad o a los demás.

martes, 21 de enero de 2020

El poder de los propósitos para dar significado a nuestras vidas

Un propósito no es solo una meta. Es una fuerza interna que da luz y sentido a nuestra existencia, es la energía que nos hace levantarnos cada mañana recordándonos qué queremos y aquello por lo que vale la pena luchar.

Los propósitos son los faros en nuestro horizonte vital. Se alzan como esa luz que ilumina cada paso, recordándonos dónde queremos llegar, inspirándonos en cada mañana y dándonos esa motivación que tanto necesitamos en días de desánimo.

Ser capaces de dar significado a nuestras vidas a partir de esas metas, de esos objetivos, es un modo de mantenernos fuertes psicológicamente.

Ahora bien, ¿por qué es tan decisivo que el ser humano tenga propósitos? Tenerlos es un ingrediente decisivo para el bienestar mental. Gracias a ellos encontramos sentido a lo que somos, a lo que esperamos de nosotros mismos… Porque quien anhela o sueña algo encuentra la voluntad necesaria para levantarse, para poner un pie delante de otro y avanzar con energía, ganas y esperanzas.

Al fin y al cabo, esto mismo es lo que nos enseñó Victor Frankl en su célebre libro El hombre en busca de sentido. Él mismo fue capaz de sobrevivir en los campos de concentración a pesar de haber perdido a todas las personas que amaba. En medio de esa adversidad, el hecho de seguir manteniendo unos valores y unas metas vitales muy concretas le permitió inspirar y ayudar a otros.

Los propósitos nos conceden armonía y fortaleza psicológica. Definirlos, darles luz y situarlos en nuestra mente en el día a día nos serán de gran ayuda. Veamos por tanto cómo crearlos, cómo buscarlos e interiorizarlos.

Los propósitos, ¿cómo clarificarlos?

Parece una obviedad… ¿cómo no va a saber alguien cuáles son sus propósitos? Por llamativo que pueda parecer, son muchas las personas que no los tienen. De este modo, hay quien describe su vida como una mera sucesión de días donde solo mandan las obligaciones, donde uno cae en la rutina y sencillamente, se deja llevar.

Lo que se percibe casi de manera constante en medio de este contexto existencial es que «los vacíos pesan en exceso porque hay algo que falla, algo que está ausente». En esas circunstancias y, como bien decía el poeta, científico Goethe una vida sin propósitos se percibe casi como una muerte prematura.

Por otro lado, cuando esto ocurre, cuando una persona percibe que no le encuentra el sentido ni la finalidad a su vida, es muy fácil caer en una depresión o en un trastorno de ansiedad. De hecho, algo que se ve a menudo en terapia psicológica es que muchos pacientes se sienten de este modo justo después de haber perdido el trabajo o de haber roto su relación afectiva.

Cuando hacemos frente a los cambios o a las transiciones es necesario reformular los propósitos vitales. Gracias a ellos, obtenemos un salvavidas para seguir navegando, así como esa energía interna para despertar nuevas motivaciones y esperanzas. Por tanto, veamos cómo clarificarlos, cómo darles poder.

El poder de los propósitos van de la mano de nuestros valores

Los propósitos no son simples metas arbitrarias que uno se marca. No son objetivos causales o caprichosos sino que están plenamente arraigados a nuestros valores. Así, quien valore la independencia, la libertad, la aventura, el don de experimentar cosas nuevas, es muy posible que no tenga los mismos propósitos que quien valore la familia, la estabilidad o el arraigo.

Por tanto, lo primero que debemos hacer es clarificar cuáles son nuestros valores y para ello no está demás recordar qué son y qué implican:

  • Un valor define nuestra identidad, tanto social como personal.
  • Hacen referencia a cualidades que generalmente tienen que ver con nosotros.
  • Se asocian a normas, a comportamientos, a un sistema moral y también a nuestras creencias.
  • Asimismo, es necesario recordar que nuestros valores pueden cambiar. De hecho es normal que lo hagan (no es lo mismo tener 15, que 3o o 60 años, los valores también varían y van en armonía con nuestras necesidades y experiencias).
Rompe la rutina, busca, explora y conecta con aquello que te hace sentir bien

Los propósitos no siempre se encuentran en nuestra zona de confort. La rutina es a veces nuestra peor enemiga  a la hora de crear una vida significativa y por ello, debemos atrevernos a ir un poco más allá, a hacer cosas nuevas que estén en armonía con nuestras pasiones.


  • Si nos gusta el arte, el deporte o cualquier otra dimensión, conozcamos a personas con gustos similares. Conectar con otras mentes nos abre puertas y nos ayuda a clarificar nuevas metas y propósitos.
  • Asimismo, también es interesante ir más allá de aquello que conocemos o que damos por sentado que nos gusta. A veces, el simple hecho de convertirnos en «exploradores» de experiencias, nos permite descubrir cosas que nos sabíamos. Realidades que nos despiertan y nos dan nuevos propósitos.
¿Cómo me quiero verme el día de mañana?

Otra estrategia original y efectiva para clarificar o encontrar los propósitos que más nos definen a día de hoy reside en un sencillo ejercicio de visualización. Se trata solo de pensar en cómo queremos vernos dentro de 5, 10 o 20 años. ¿Me gustaría estar en otra ciudad, en otro país? ¿Me veo en una ciudad o en una cabaña en el bosque? ¿A qué me dedico? ¿A quién tengo a mi alrededor?

Estas preguntas nos ayudarán a poner luz a nuestras metas vitales. Porque la persona que queremos ser el día de mañana seguramente sea un poco mejor que nuestro yo actual, será alguien autorrealizado, alguien satisfecho con lo que es, lo que tiene y lo que ha logrado.

Trabajemos por tanto en esa idea, en ese objetivo personal. Los propósitos no son solo eso que uno se marca con la llegada del 1 de enero. Son el motor que debe hacernos vibrar y avanzar los 365 días del año.

lunes, 20 de enero de 2020

Conoce tu valor y no te conformes

El conformismo puede ser un refugio en momentos de tormenta, pero también puede ser un enorme lastre para nuestro crecimiento. Estamos en este último caso cuando se alimenta del miedo, de la desesperanza y de una mirada baja que no acierta a situar ningún deseo o meta en el presente o en el horizonte.

¿Alguna vez, en mitad del caos diario, de tu rutina habitual, has notado ese pellizco en el estómago que trata de alertarte de algo? Tal vez lo hayas ignorado o, simplemente, no hayas sabido comprender lo que trataba de decirte.

Generalmente aparece en momentos clave, que requieren de nosotros una respuesta. Esa sensación interior es tu cuerpo hablándote, pidiéndote que no te conformes.

Recuerda la última vez que tu pareja te faltó al respeto, aquella vez que un amigo te traicionó o esa otra en la que sentiste que en el trabajo se estaban aprovechando de ti.

Probablemente sentiste el impulso de actuar, de decir «basta», de defender tu integridad. Sin embargo, el miedo se apoderó de ti y optaste por mirar hacia otro lado y seguir adelante. Te conformaste y lo notaste en tu cuerpo.

Actuar desde el miedo

Todos anhelamos que el éxito y la felicidad sean el resultado de nuestras decisiones. Solemos tener una idea, más o menos específica, de lo que deseamos y de lo que no.

Queremos relaciones sinceras, respetuosas y equilibradas tanto en lo personal como en lo laboral. Si nos preguntan, escogeremos sentirnos apreciados y valorados por quienes nos rodean.

No obstante, no pocas veces nos encontramos con circunstancias desfavorables y tratos injustos. Nos sentimos heridos o despreciados por los actos de otras personas, y aun así elegimos permanecer en el mismo lugar. ¿Qué hay, tan poderoso que nos lleva a privarnos nosotros mismos de la felicidad? La respuesta es clara: el miedo.

Miedo a ser rechazados, a ser abandonados, a quedarnos solos. Miedo a no encontrar un empleo mejor, una pareja más acorde a nuestros deseos, unos amigos más leales.

Salir de esas situaciones implicaría saltar a una piscina que, estamos seguros, está vacía. No confiamos en que existan mejores oportunidades para nosotros porque no reconocemos nuestro valor.

Reconoce tu valor

«Aceptamos el amor que creemos merecer». Todos hemos escuchado en alguna ocasión está afirmación. Y si no hemos emprendido un proceso de sanación, tal vez incluso nos suene dura e irreal.

Cuando te encuentras inmerso en una relación conflictiva y dolorosa, de cualquier índole, esta frase suena culpabilizadora. ¿Cómo voy a creer yo que merezco este trato, esta indiferencia y este sufrimiento?

En realidad, la oración no habla sobre culpa, sino sobre responsabilidad. No eres culpable de los actos de otro, pero sí eres responsable de aceptarlos. Tú tienes el poder y la capacidad de seleccionar las personas y los ambientes que te rodean, estás en todo tu derecho de salir de vínculos que te hieren.

Si te sientes incapaz de hacerlo, si el miedo te paraliza, es que quizás, inconscientemente, no te sientes merecedor de algo mejor.

Pueden ser diferentes circunstancias las que hayan sido un obstáculo para desarrollar una autoestima sana. Tal vez tu infancia, tu educación familiar, tus experiencias pasadas te hayan llevado a tener un autoconcepto muy dañino.

Quizá te sientas insuficiente, inferior, quizá sientas que tus defectos opacan tus virtudes. Quizá ha llegado el momento de comenzar a trabajar en ti y recordar que eres una persona sumamente valiosa.

Conjuga la comodidad con inteligencia

En primer lugar, no te conformes con una baja autoestima. El amor propio sana, cicatriza y empodera. Es el combustible que te impulsa a priorizarte. Es quien te impulsa a silenciar lo que sientes y a recordar lo que mereces cuando te asalten las dudas. El amor propio es esa voz que te grita: «si no está a la altura, no te agaches«.

Encuentra la manera de sanar tu autoestima, lee, pide ayuda si es necesario. Pero reencuéntrate contigo mismo y ámate. Cuando descubras tu valor encontrarás la paz interior y la valentía. Te resultará sencillo decir «no», decir «adiós», decir «basta». Verás, con tal nitidez, que mereces algo bueno que no te conformarás.

Habrás aprendido a tratarte con amor y respeto y será, de manera que empezará a ser natural para ti exigir el mismo trato por parte de otros. Por eso, presta siempre atención a esa sensación en el estómago: si algo no se siente bien, es que no lo está.

domingo, 19 de enero de 2020

El cambio de la experiencia sexual

Las conductas sexuales y sus referencias sociales han experimentado profundos cambios durante la historia, sobre todo en el último siglo. En los años sesenta, por ejemplo, tiene lugar, junto con el movimiento hippie y el tercer feminismo, una liberación sexual que termina con muchos típicos y lo aleja de emociones de valencia negativa, como la culpa y la vergüenza.

La conducta sexual es uno de los fenómenos que más cambios han experimentado en los últimos años. De hecho, no han sido pocas las ideologías que han intentado controlar la dirección que tomaba en cada momento la experiencia sexual.

Desde el entendimiento de la mujer como subordinada al hombre -sería el protagonista de las experiencias sexuales- hasta el victorianismo científico, que asumía los tabúes de la religión como posturas empíricamente validadas.

En este sentido, podemos decir que el cambio de la experiencia sexual «ha sido magnánimo» durante estas últimas décadas, sobre todo a partir de los años sesenta.

¿Cómo tiene lugar dicho cambio? ¿Cómo puede algo tan arraigado en nuestra mentalidad y nuestros usos y costumbres cambiar en apenas cuarenta años? ¿Qué fue capaz de batallar contra las ideas restrictivas de la religión impuestas desde hace siglos en pos de la libertad de la experiencia sexual? Lo detallamos a continuación.

La «contracultura» de los años sesenta

Previo a la transformación de los sesenta, ya habían tenido lugar una serie de factores de cambio que facilitarían el proceso de liberación sexual:

Havelock Ellis (1859-1939) ya había hablado del sexo desde una perspectiva liberal, relacionándolo con estados de felicidad; Freud (1856-1939) comienza a estudiar el orgasmo femenino; Lou Andreas Salomé (1861-1937) comienza a escribir sobre erotismo; y Virginia Wolf (1929) del tiempo y el espacio en la relación sexual.

No obstante, tiene lugar un evento que trastoca los más fuertes pilares de la cultura occidental conocida hasta la fecha: la Segunda Guerra Mundial. Tras este fenómeno, gran parte de la sociedad tiene que volver a construirse.

Se destapa así un cansancio cultural en la población. Sobre todo en Estados Unidos y en la mayoría de Europa (por sus características políticas, en España este cansancio cultural no aparece hasta los años ochenta), las personas comienzan a estar hastiados de un estilo de vida cómodo, convencional y perfectamente organizado.

De los pilares de esta cultura emana una «contracultura» que tiene por bandera los valores contrarios a los establecidos hasta el momento; surge así el movimiento hippie, en el que la libertad, la amistad y el grupo se posicionan en ejes centrales.

El movimiento hippie o los festivales del amor

A partir del movimiento hippie, acaecido en los años 60 en Estados Unidos, aparecen nuevas formas culturales. Abundan las drogas, el sexo y la diversión. La música se desarrolla a nivel corporal y grupal con figuras como Janis Joplin, Jimi Hendrix o Mick Jagger.

Podemos observar la influencia hippie en:
  • La Generación Beat: en este caso, la Generación Beat fue previa al movimiento hippie, que heredó gran parte de su ideología. La Generación Beat estaba compuesta por un grupo de escritores que rechazaban los valores convencionales, ensalzando la libertad sexual, el uso de estupefacientes y la filosofía oriental.
  • Mayo del 68: entre las grandes influencias en política del movimiento hippie encontramos las luchas de Mayo del 68, a partir de las cuales cambia la relación profesor-alumno en las universidades europeas.
  • Formas de vida: la cultura hippie habla del cuerpo como algo que no ha de esconderse, sino ensalzarse. Por ello, junto con la liberación sexual del movimiento hippie también vienen influencias del tercer feminismo. La mujer puede vestir como quiera y por ello lleva minifalda, o puede hacer «topless».
Woodstock: adiós a la culpa y a la vergüenza

En 1969, se celebra en Nueva York el festival de música y arte de Woodstock. Se recupera en él la festividad perdida por las guerras acaecidas y, sobre todo, se enfatiza la importancia del cuerpo y del entendimiento del sexo como algo natural inherente al hombre.

Por ello, las relaciones sexuales no han de ser objeto de culpa ni vergüenza. Vemos el cambio de la experiencia sexual más notable: el sexo debe de ser ejercido de manera natural.

La libertad sexual, sobre todo la femenina, da lugar a una nueva cultura, donde el sexo es entendido como una actividad más dentro del amplio repertorio con el que contamos. Además, el sexo pierde su valor reproductivo, intensificándose sus características afectivas.

El cambio de la experiencia sexual en el cine

El cine constituye una herramienta esencial no solo para el reflejo de los valores culturales de la época, sino también como medio para comunicar ese cambio social; en este caso, para transmitir el cambio de la experiencia sexual. Por ello, podemos observar la sexualización y la instrumentalización del sexo en pos del placer y huyendo de las ideas reproductivas en películas como:

  • Barbarella (1968): la sexualización de Jane Fonda es tal que su personaje destroza una máquina de orgasmos.
  • Belle de jour (1967): Catherine Deneuve caracteriza a una mujer aburrida de su vida matrimonial (y de los valores convencionales) y se convierte en prostituta por el día por diversión.
  • Emmanuelle (1959): novela de Emmanuelle Arsan que da el gran paso al cine en 1969 (en Francia) y en 1974 (en Estados Unidos) y establece la erótica del cine.
  • Desayuno con diamantes (1961): Audrey Hepburn interpreta a una «escort» o chica de compañía.
La combinación más explosiva: drogas y sexo

Woodstock y el movimiento hippie no solo hablan del cambio de la experiencia sexual y la liberación del sexo de emociones de valencia negativa, como la culpa o la vergüenza, también  están a favor de la liberación del consumo de drogas.

El sexo comienza a combinarse con el LSD. Timothy Leary (1920-1996), psicólogo estadounidense revolucionario por obras como The Game of Life, defendió que:

Un viaje con estas drogas [LSD y psilocibina] puede permitir a la persona conocer aspectos de sí mismo.

De hecho, tal fue el boom del uso de estupefacientes que grandes universidades, como Harvard, llevaron a cabo estudios, a principios de los años sesenta, sobre el valor terapéutico del LSD, la psilocibina y la dimetiltriptamina.

Conclusión: la herencia de los años sesenta

El cambio de la experiencia sexual siguió teniendo lugar en décadas posteriores hasta llegar a nuestros días. Actualmente, sigue cambiando.

El cambio sexual acaecido durante esos años es incluso mayor en la experiencia sexual femenina, que hasta el momento era entendida como un ser inferior supeditada a la vida doméstica y donde su valor sexual solo dependía de su fertilidad.

Por ello, es imposible entender el cambio de la experiencia sexual sin relacionarlo con los diferentes movimientos feministas.
  • Desde el feminismo ilustrado (siglo XVIII), con figuras como la de Mary Wollstonecraft, autora de Vindicación de los derechos de la mujer (1792).
  • Pasando por el sufragista, donde se consigue la legalización del voto femenino.
  • Hasta el tercer feminismo en la década de los 60, con autoras como Betty Friedman y obras como Mística de la Feminidad (1973).
Estos movimientos fueron importantes en sí, pero también o especialmente por lo que plantearon. Hablamos de reclamaciones tan importantes como la igualdad de derechos, el enfoque de género o la identidad personal de la mujer como agente activo de las relaciones sexuales.

sábado, 18 de enero de 2020

Sincronización neuronal: la orquesta del cerebro

¿Te has planteado alguna vez cómo trabajan nuestras neuronas para que podamos realizar tareas complejas con éxito? ¿Cómo se comunican entre ellas de una zona a otra del cerebro? Pues bien, se sincronizan como si de una orquesta se tratase, entre ellas y con las de otras personas.

En las últimas décadas se ha investigado ampliamente el cerebro y su funcionamiento. Entre muchos objetivos, uno de ellos ha sido comprender cómo lo que percibimos pasa a a convertirse, a través de billones de neuronas, en un concepto o sensación integrada. Así, la sincronización neuronal parece ser el camino para entenderlo.

En un principio se entendía el sistema nervioso como una estructura jerárquica. De esta forma, un grupo de neuronas sería el encargado de codificar ciertas características, pasar esa información a otro grupo más especializado, y por último, llegar a una última neurona encargada de integrar toda la información y procesarla como un todo.

Sin embargo, esa especialización requeriría una enorme cantidad de neuronas específicas, siendo probablemente incapaces de almacenarlas todas. Igualmente, otra limitación de ese modelo las encontraríamos a la hora de explicar diferentes funciones cognitivas, como la atención o la expectación.

El otro mecanismo que ha sido propuesto de forma más reciente es el de la sincronización neuronal. Este modelo comprende que el cerebro actúa de forma descentralizada y, por tanto, es capaz de procesar información de forma paralela, activando de forma simultánea diferentes áreas.

La sincronización neuronal entonces sería la responsable de coordinar toda la actividad de una forma altamente precisa.

Sincronización neuronal

La actividad coordinada de las neuronas sería la forma en la que diferentes grupos neuronales, de áreas no cercanas, se unirían de forma dinámica y funcional.

Además, tiene un papel fundamental en la comunicación efectiva de todo el cerebro. Puede tener lugar de muchas formas diferentes: sincronizando dos neuronas que se encuentran a poca distancia o grupos neuronales situados en el otro extremo del cerebro.

Para que ocurra es necesario que se establezca un patrón de actividad eléctrica en los grupos neuronales, la actividad oscilatoria. Es decir, para que las neuronas puedan comunicarse es fundamental que las «ventanas» de entrada y salida de información se abran y cierren al mismo tiempo.

Dicho de forma más técnica, hace falta que los potenciales de acción se produzcan al mismo tiempo. No obstante, también forma parte de la sincronización neuronal los períodos de actividad descoordinada, ya que son los que permiten alternar estados cognitivos o tareas.

Evidencias

Como hemos dicho, la sincronía entre neuronas o grupos de neuronas es fundamental para conectar distintas áreas cerebrales y poder llevar a cabo tareas con éxito. Uno de los procesos cognitivos en los que más se ha estudiado la sincronización cerebral ha sido el lenguaje.

En un estudio se les pidió a estudiantes que prestaran atención a palabras presentadas de forma auditiva o visual. Estas palabras podían ser verbos, nombres concretos o nombres abstractos. Mientras se les presentaban estos estímulos, se recogía información de la actividad cerebral mediante un registro electroencefalográfico y se calculaba el grado de sincronía.

Los resultados mostraron que los verbos provocaban menor sincronía en áreas frontales que los nombres. Y que los concretos generaban mayor sincronicidad entre los dos hemisferios que los nombres abstractos.

Por otro lado, se ha encontrado que la interacción entre personas genera sincronía neuronal entre ellas. Es decir, la actividad cerebral de cada cerebro se sincroniza con el del otro cuando, por ejemplo, mantienen una conversación.

La investigadora Suzzane Dikker, de la Universidad de Nueva York, lleva años investigando este fenómeno. Entre sus resultados, ha encontrado que esa sincronización se produce incluso cuando no se está conversando, y que, como es de esperar, es mayor cuando las personas tienen algún vínculo personal.

Otro de sus estudios fue realizado con un grupo de alumnos de una misma clase durante todo un curso. Lo que encontraron fue que cuando los alumnos estaban más motivados y disfrutaban, los cerebros se sincronizaban más con los de los compañeros.

Implicaciones

Estos hallazgos sobre la sincronización neuronal son fundamentales para comprender cómo integra la información el cerebro, cómo se relaciona dentro de nuestro sistema y cómo conectamos con las demás personas.

Además, es muy importante para comprender mejor algunos trastornos cerebrales o psicológicos. En casos como la esquizofrenia o trastornos del espectro autista se han observado patrones desincronizados de la actividad cerebral que podrían relacionarse con la percepción de la realidad o la intención comunicativa.