martes, 31 de marzo de 2020

Claves para mejorar la vida en pareja durante la cuarentena

El confinamiento en estos días puede afectar a la convivencia con la pareja. Te traemos una serie de claves para que estar encerrados en casa refuerce la relación de pareja.

La convivencia en pareja a veces puede resultar complicada, especialmente en algunas situaciones. En momentos en los que uno de los miembros, o ambos, pasan por un momento de estrés o hay un cambio de rutina, este puede afectar a la relación. Por ello, aquí se presentan una serie de claves para llevar mejor la vida en pareja durante la cuarentena.

Actualmente, nos encontramos en una situación excepcional debido a la crisis del coronavirus y debemos permanecer en casa por una período, de momento, ilimitado. Esta situación ha venido de improviso y muchas personas no están preparadas para afrontarla.

La incertidumbre que esta situación genera y pasar todo el tiempo acompañados puede dar lugar a crisis en la convivencia. Sin embargo, aunque se estén dando unas condiciones especiales, lo ideal sería reforzar las estrategias de convivencia que se recomendarían en cualquier otro momento.

El confinamiento en pareja

Además de los problemas habituales que pueden darse durante la convivencia, en esta cuarentena uno de los aspectos que más puede influir es el espacio físico del que se dispone.

Probablemente, parejas que vivan en una casa de gran tamaño no tendrán los mismos conflictos que pueden darse en una pareja que vive en un pequeño apartamento. Habitar en una vivienda más pequeña puede agravar la sensación de sentirse atrapado, complicando la gestión del estrés.

Además, muchas parejas se están viendo, y se verán, afectadas por problemas económicos. Dadas las circunstancias, muchos están perdiendo sus trabajos o recibiendo una remuneración económica más baja.

Las preocupaciones económicas son siempre una fuente de malestar que, sumado a la angustia general, consume muchos recursos mentales y emocionales.

Otro asunto que puede verse afectado en la pareja durante la cuarentena es la vida sexual. Muchos comentan que esta situación dará lugar a un baby boom y otros, en cambio, hipotetizan que la vida sexual se reducirá.

Por un lado, el miedo al contagio puede llevar al distanciamiento físico, así como a no estar en disposición relajada para mantener relaciones. Por otro, puede que no se den las condiciones para hacerlo tranquilamente porque se encuentren con los hijos en la casa u otros familiares a los que cuidar.

Claves para la convivencia en pareja durante la cuarentena

Ante todo, hay que intentar no cambiar la rutina más de lo que la situación lo hace. Es importante que se sigan haciendo las mismas actividades, juntos o por separado, en la medida de lo posible.

Igualmente, la base para que la convivencia en pareja durante la cuarentena se altere lo mínimo posible, reside en esforzarse por mantenerse organizados, tener paciencia y flexibilidad. Si a eso se le añade una buena disposición, no habrá de qué preocuparse.

Ser pragmáticos

Si surge un problema, hay que optar por mantener la calma y buscar formas de resolverlo. Es el momento de ser pragmáticos y específicos, de nada ayudará atacar al otro en lugar del problema.

Si algo molesta del otro, hay que decirlo de una forma delicada y sin esperar mucho tiempo.

Tolerancia

Más que nunca, hay que aceptar que el otro no es perfecto, que uno mismo también comete errores y no siempre se tiene la razón.

Si surge un conflicto, hay que asumir la parte de responsabilidad y, lo más importante, pedir disculpas al otro, tratando que no se vuelva a repetir.

Mantener la comunicación

Es importante, además de gratificante, que se dedique un tiempo del día para hablar. Ver cómo se siente el otro y cómo está gestionando la situación.

Únicamente así podremos ayudarnos los unos a los otros y ayudarnos mutuamente en estos tiempos difíciles. Igualmente, se puede aprovechar la situación para hablar de temas que no se suelan hablar o tratar de descubrir algo del otro que aún no se sabía. ¡Seguro que algo hay!

Pasar tiempo solo

En una relación es fundamental que cada persona tenga su propio espacio, que mantenga su yo individual. Así, además de hacer lo que a uno le gusta y disfrutar por su cuenta, después cuando se reencuentre con su pareja estará más relajado y tendrá más para compartir.

En el confinamiento, una opción podría ser pasar un tiempo al día en habitaciones separadas o dedicarse un tiempo en soledad por turnos en una zona de la casa.

Es un tiempo ideal para desconectar leyendo, hablando con otras personas o simplemente relajándose.

Mantener cierta rutina

En el tiempo juntos, es muy beneficioso tener ciertos hábitos conjuntos. Esto mantendrá la sensación de unión y dará lugar a conversaciones o momentos íntimos que quizá no se den en otro momento.

Por tanto, en estas circunstancias, la pareja podría optar por acostarse junta o por fijarse una hora al día para ver o jugar a algo juntos.

Mantener la chispa

Fundamentalmente hay que esforzarse en mantener un clima agradable. Sonreír, preocuparse y cuidar al otro. Todo esto puede deteriorarse con la rutina y con el malestar del encierro, pero si se hace un pequeño esfuerzo, la diferencia puede ser muy significativa.

Además, hay que intentar demostrar a diario al otro el aprecio, la atracción y el cariño. Para ello, es esencial, y puede ser incluso divertido, que se lancen cumplidos, sorprender al otro un abrazo, un beso o un poco de coqueteo.

Para cuando todo acabe

Una vez que el contagio comience a extinguirse, volveremos a la normalidad y vendrá otro cambio de rutina. Por ello, la vida en pareja durante la cuarentena, además de servir como una prueba de fuego, también puede ser un lugar para poner estrategias en marcha que refuercen el vínculo más allá de estos días.

Sin duda, las situaciones extremas no dejan indiferente a nadie y nos cambian por dentro. Así, esta crisis puede ser una oportunidad de oro para mejorar nuestra relación de pareja, para re-conocer eso que perdimos en la rutina.

lunes, 30 de marzo de 2020

Proteger nuestra salud mental ante el coronavirus, una prioridad

Además de protegernos del COVID-19, es prioritario que atendamos nuestra salud mental y la de quienes nos rodean. El confinamiento, la incertidumbre y el miedo nos están poniendo a prueba. Es necesario tener en cuenta una serie de estrategias.

Nadie nos había preparado para una situación semejante. La presencia del COVID-19 está cambiando nuestro estilo de vida de un modo que no podíamos prever. Cuarentenas, confinamientos, incertidumbre, miedo al contagio, crisis de la economía… Las variables a manejar son muchas y por ello hay un factor que no podemos ni debemos descuidar: proteger nuestra salud mental.

Desde el campo de la psicología estamos viendo fenómenos y comportamientos que nos preocupan. Por un lado, somos sensibles a todas esas personas que, mucho antes de la pandemia, ya estaban atravesando una realidad cotidiana compleja (depresiones, fobias, adicciones, ansiedad generalizada, trastornos de alimentación…). Sus problemas se pueden ver claramente intensificados en el presente contexto.

Es necesario tenerlos presentes, estar en contacto con ellos, facilitar mecanismos de atención e intervención de manera remota. Por otro lado, y no menos importante, nos inquietan las conductas de pánico, la compra compulsiva y los efectos que pueda tener el confinamiento obligado. Desconocemos cuánto tiempo puede durar esta situación y por ello, es esencial estar preparados, habilitarnos con adecuadas estrategias psicológicas.

No obstante, y a pesar de toda la complejidad presente y del peso de la incertidumbre, hay un hecho innegable. El ser humano es capaz de hacer grandes cosas. Somos seres muy hábiles a la hora de afrontar pequeños y grandes desafíos. Actuando con calma, apoyándonos los unos a los otros y creando adecuadas alianzas y compromisos globales, afrontaremos esta situación con éxito.

Proteger nuestra salud mental ante el coronavirus ¿cómo podemos hacerlo?

El doctor Irvin David Yalom es catedrático de psiquiatría en la Universidad Stanford, además psicoterapeuta. En su libro Psicología Existencial nos explica que de una manera colectiva, el ser humano teme básicamente a cuatro cosas.

La primera es perder el control sobre su realidad, la segunda el miedo a estar solos, la tercera dudar de uno mismo y de sus propósitos y la cuarta y última, está el miedo a la muerte.

De algún modo, la presencia del COVID-19 nos está generando todas estas sensaciones. Tenemos la convicción de que estamos perdiendo el control sobre nuestra realidad: el ritmo de vida ha cambiado, se nos insta a no salir de casa y ello, genera sensación de aislamiento y soledad.

Poco a poco, si la situación se alarga la mente puede empezar a preguntarse qué sentido tiene esto y qué sentido tenemos nosotros.

Todo ello puede ponernos a prueba psicológicamente y debemos estar preparados. Tengámoslo claro, proteger nuestra salud mental es tan importante como hacer frente al virus. Es esencial que tengamos en cuenta estas dimensiones.

Dominar el miedo para que no te paralice, primera prioridad

Para proteger nuestra salud mental ante el coronavirus hay un primer caballo de batalla: controlar al miedo. No se trata de hacerlo desaparecer, algo así es imposible e ilógico. Como emoción, cumple su función.

Se trata solo de racionalizarlo, de impedir que se vuelva catastrófico y nos aboque a comportamientos de pánico.

¿Cómo se maneja el miedo?
  • Controla la información que ves y lees. Evita estar 24 horas al día recibiendo imágenes y datos. Se trata solo de estar al día, de consultar fuentes fiables y seguidamente, continuar con nuestra vida.
  • Usa con moderación tus redes sociales. Silenciar las notificaciones durante unas horas es saludable para evitar la infoxicación (exceso de información que alimenta el miedo y el pánico).
  • Sentir miedo a infectarnos es normal y hasta necesario (pero dentro siempre de un límite). ¿La razón? Nos anima a generar comportamientos para protegernos: lavado de manos, aislamiento, distancia de protección entre nosotros… Hay que llevar a cabo comportamientos que sean racionales y que nos ayuden a protegernos y proteger a los demás.
  • Comparte tus emociones e inquietudes con los tuyos. Habla por teléfono con familiares y amigos para que entre todos, el pánico se alivie y se esfume.

Calma tu cuerpo para calmar tu mente

El cuerpo es un sensor del miedo, un mapa en el que se somatizan las emociones, un envoltorio donde toda preocupación se transforma en dolor, tensión y agotamiento.

Para proteger nuestra salud mental ante el coronavirus debes atender también tu cuerpo y darle calma, equilibrio, bienestar.

¿Cómo puedo cuidar de mi cuerpo para calmar mi mente?

Una de las primeras cosas que descuidamos en situaciones de estrés es nuestro autocuidado. En la situación actual es prioritario que sigamos estas recomendaciones:

  • Alimentación variada y equilibrada.
  • Estar bien hidratados.
  • Dormir ocho horas diarias.
  • Realizar ejercicios en casa (podemos subir escaleras, hacer flexiones, bailar…)
  • La meditación y el yoga son idóneos en estas situaciones.
  • Los ejercicios como la relajación progresiva de Jacobson son excelentes en el contexto actual.

La nutrición emocional, el apoyo conjunto como clave para proteger nuestra salud mental

Desconocemos cuánto va a durar el afrontamiento ante el COVID-19. Así, y ante una situación como la presente, deberemos aprender a estar en casa, a convivir, a tolerar la frustración, a manejar la incertidumbre. En realidad, cada uno de nosotros vamos a tener que buscar estrategias de gestión cotidiana para aliviar y sobrellevar estas dimensiones.

Sin embargo, hay una herramienta que siempre ayuda, que siempre nos fortalece: no es otra que la nutrición emocional. ¿En qué consiste esta área?

Como trabajar a nutrición emocional

Para proteger nuestra salud mental necesitamos el apoyo de los nuestros. Debemos ser agentes activos entre nosotros favoreciendo una serie de conductas y actitudes:
  • Ofrezcamos esperanza, apoyo y positividad a quien siente miedo o piensa de manera negativa.
  • Todos estamos pasando por lo mismo: seamos cercanos los unos con los otros para convivir mejor. Demos lo mejor de nosotros mismos.
  • Es momento de estar presente aún en la distancia. Llamemos, enviemos mensajes, preocupémonos de manera activa por las personas de nuestro entorno, las que queremos, las que son solo conocidos, los que son vecinos… Creemos redes de apoyo entre nosotros.

domingo, 29 de marzo de 2020

Haz de tu hogar un universo, sé responsable: #Yomequedoencasa

Los actos individuales son esenciales para el bien común. #Yomequedoencasa es algo más que un acto de civismo y responsabilidad, nos puede dar una ocasión excepcional para hacer de nuestra casa un universo de conexión y posibilidades que debemos aprovechar.

Haz de tu hogar un universo de creación, un escenario de mágico reencuentro con los tuyos y con tus aficiones. Lee, juega, disfruta del buen cine, conversa, duerme, mira a los que amas a los ojos y por encima de todo, sé responsable. Es momento de cuidar de nosotros mismos para proteger a los demás y de ahí, el hastagh que ya es viral #Yomequedoencasa.

Admitámoslo, pocos podían prever que este 2020 tuviera guardado para nosotros tantos desafíos. Gran parte del mundo ha detenido sus ruidosos e imparables engranajes ante la presencia de un enemigo que solo podemos ver con microscopios electrónicos. Es más pequeño que las bacterias y, sin embargo, tan inteligente como un ser vivo. Porque si hay algo que ansía es sobrevivir, conquistar el mayor número de células y multiplicarse.

Puede, que en cierto modo, nuestro ya temido y detestado coronavirus se parezca un poco a nosotros mismos se parezca un poco a nosotros mismos. Podríamos hacer mil metáforas sobre él, pero en realidad lo único que deseamos es detener su avance. Ansiamos conocer cuál es su mecanismo de acción. Soñamos con diseñar una vacuna y protegernos definitivamente de él.

Está claro que lo conseguiremos, nuestro mundo cuenta con personas brillantes, con profesionales excepcionales que merecen más reconocimiento del que tienen.

Nuestros científicos lograrán diseñar más de una vacuna, pero hasta el momento todos navegamos en este viaje de miedos e incertidumbres. Un trayecto en el que hay que remar en una misma dirección, siendo responsables. Quedarnos en casa para contener la tasa de infección es ahora nuestra principal tarea.

#Yomequedoencasa, no es tiempo de vacaciones es momento de conexión y responsabilidad

#Yomequedoencasa, #iorestoacasa, #istayhome…  Todos estos hastaghs reflejan algo más que un propósito común; es un deber. Como decía Alejandro Magno, de la conducta de uno depende el destino de la mayoría y en esta situación, el comportamiento individual debe ir más allá incluso de las decisiones gubernamentales. 

El objetivo es simple y decisivo a la vez, debemos reducir el número de infecciones diarias para que los servicios sanitarios no se vean colapsados. De este modo, los enfermos pueden recibir una asistencia en condiciones y evitar, en la medida de lo posible, el drama que vive actualmente el país transalpino.

Asimismo, nuestra responsabilidad vaya un poco más allá. El #Yomequedoencasa busca también proteger a los sectores de población más vulnerables, como son nuestros mayores, las personas con enfermedades crónicas, con diversidad funcional, patologías cardíacas y respiratorias…

Vivimos un momento donde las muestras de afecto pueden suponer la muerte para algunos de nuestros seres queridos. Seamos consecuentes, seamos responsables.

Decisiones que dicen mucho de ti en estos momentos

Sabemos que a día de hoy, el hastagh #Yomequedoencasa es todo un lema. Sin embargo, como bien sabemos, no todo el mundo tiene esta opción.

  • Debemos dar las gracias por tanto a todos los profesionales de la salud que no se quedan en casa. Ellos son siempre nuestros héroes anónimos. Y en estos días, lo son más que nunca.
  • Hay que dar las gracias también a los que. con su servicio, nos garantizan que no nos falte nada en el día a día: productores, agricultores, transportistas, cajeras, reponedores, farmacéuticos…
  • Agradecemos también a todas esas personas que deciden no irse de su ciudad. Son muchos los que optan por viajar hasta su residencia de vacaciones… Esas decisiones de última hora elevan lo queramos o no, el número de infectados.
  • Asimismo, debemos tener en cuenta un hecho esencial. Hay que agradecer también a esos hijos y nietos que cuidan de sus abuelos. Son muchas las personas que evitan las visitas para protegerles, para poner muros a la posibilidad de que esos seres tan queridos, enfermen.
No eres prisionero de tu casa: tu hogar puede ser un universo de posibilidades


El hastagh #Yomequedoencasa aparece en los últimos debe ser algo más que un mero confinamiento por prevención. Estas conductas, como respuesta a un desafío, deben servirnos de algo.

No debemos vivir esta cuarentena a modo de síndrome de El Conde de Montecristo. Seamos creativos, seamos despiertos, receptivos, originales y esperanzados.

  • Es momento para hacer de nuestra casa un universo de posibilidades para nosotros mismos y los demás.
  • Es un escenario idóneo para descubrir, por ejemplo, que el trabajo es una gran posibilidad laboral que debería aplicarse de manera significativa en más empresas.
  • Asimismo, es una oportunidad excepcional para compartir tiempo de calidad con nuestras parejas, hijos, amigos, familia e incluso vecinos.
  • Ahora más que nunca, podemos sumergirnos en todos esos libros que teníamos pendientes y cuya lectura nos aguarda. También tenemos a nuestro alcance infinitas películas por descubrir o rememorar una vez más.
  • Podemos enfrascarnos en nuestras aficiones descuidadas: pintura, escritura, música…
  • No olvidemos tampoco que muchos artistas comparten sus trabajos online para el gran público y que muchos museos, hacen recorridos y explicaciones a través de las redes sociales para hacer de la cultura, nuestro entretenimiento en estos días.
Para concluir, sabemos que vivimos instantes complicados. La incertidumbre es ahora esa compañera de vida a la que debemos habituarnos; la buena noticia es que en ella también tenemos la capacidad de ser solidarios. Trabajando juntos, confiando en nuestros valores y sentido cívico, lograremos afrontar esta situación.



¿Cómo ser un consumidor consciente?

Nuestras posibilidades de adquirir bienes o servicios son cada vez mayores. De ahí que sea más importante que nunca actuar como consumidores conscientes.

En la actualidad, estamos rodeados tanto de productos como de servicios e información -demasiada y sin filtro-. Muchas empresas y todas interesadas en crear «ese producto sin el que no podamos vivir», empleados inteligentes que dedican todos sus esfuerzos a intentar conseguir que en nosotros aparezca o se refuerce un deseo. Así, en este contexto tan especial, hablaremos de la importancia del consumidor consciente.

Comencemos con la definición. El consumo, según la Real Academia de la Lengua española, significa ‘Dicho de la sociedad o la civilización que está basada en un sistema tendente a estimular la producción y uso de bienes no estrictamente necesarios’.

En cambio, según esta misma academia la consciencia es ‘La capacidad del ser humano para reconocer la realidad circundante y de relacionarse con ella’.

Ahora bien, el consumo consciente tiene que ver con adquirir productos o servicios que vayan en pro de la sostenibilidad. Además, que promuevan una elección que vaya en sintonía con nuestra responsabilidad en cuanto al impacto que generamos en el entorno. Esto implica que seamos considerados con los demás, con el medio ambiente y con nosotros.

Consumidor consiente, rompiendo barreras

El consumo consciente es una iniciativa que nos invita a no ser indiferentes ante lo que el consumo puede causar sobre la naturaleza y otros seres. Además, promueve la reflexión sobre nuestras inversiones, por lo que todos podemos llegar a ser este tipo de consumidores.

Para llegar a ser consumidores consientes, podemos ampliar nuestra consciencia sobre nuestro comportamiento, pensamientos y emociones. Para ello, hacemos bien estando en contacto con lo más profundo de nuestro ser: así sabremos qué opciones elegimos y para qué y por qué lo hacemos. De este modo, podríamos llegar a ser más asertivos en nuestro consumo.

Ahora bien, es fundamental no solo hacer hincapié en nosotros, sino también en el impacto que nuestro consumo genera a la naturaleza y a los demás. Para ello, podemos cultivar la compasión y la empatía; maravillosas herramientas que potencian una interacción sana con los demás.

También es importante que tengamos en cuenta al medio ambiente y no solo las necesidades inmediatas. Para ello, podríamos preguntarnos, ¿de qué manera puedo contribuir a disminuir el malestar medioambiental? Podemos comenzar paso a paso, lo importante es elegir alternativas que destruyan menos y potencien más el bienestar.

¿Cómo digiero la información?

Gran parte del consumo actual se basa en estrategias de información para que compremos o adquiramos determinados servicios. El consumo consciente no busca que eliminemos por completo el uso de servicios o la compra de productos, más bien nos invita a que elijamos lo que realmente necesitamos y busquemos lo que más nos favorezca a todos. Para ello, también debemos hacer hincapié en la información.

Una tarea del consumidor consciente es analizar si está cayendo en la obesidad informativa o si realmente sabe seleccionar la información que necesita y la gestiona en favor real de su bienestar. Esto no significa que veamos el marketing digital como nuestro peor enemigo, más bien que lo usemos a nuestro favor, adscribiéndonos a unos límites.

Consiste en tener en cuenta que el consumidor consciente conoce el impacto que genera. Así, a la hora de consumir, podemos preguntarnos: ¿necesito ese producto?, ¿cómo influye en el medio su producción?

En cuanto a la información, también es importante, ayudar a que los demás conozcan iniciativas positivas en lo que se refiere a la inversión y adquisición de bienes. Hay tareas pequeñas que todos podemos realizar y en las que no reparamos o de las que no estamos informados.

Valores y creencias

Tal y como revela en su tesis doctoral Albert Vinyals i Ros, hablar de consumo sostenible está bien visto en una sociedad cambiante en la que cada vez hay más datos que refuerzan la existencia de un cambio climático. Sin embargo, parece que hay una diferencia entre lo que se dice y lo que se hace.

Los estudios nos dicen que el medio ambiente es uno de los factores con menos peso de nuestra lista de condicionantes a la hora de decidir. Por norma, suelen pesar más variables como el precio o la estética.

Entonces, es importante para que el consumo se dé de forma consciente, que nos centremos en valores que faciliten que nuestro impacto sea lo más positivo posible. Así, propiciaremos el bienestar. Algunos valores que nos ayudan a ello son:
  • Respeto.
  • Autenticidad.
  • Altruísmo.
  • Empatía.
  • Ética.
El consumidor consiente sabe lo que vale, por lo tanto, implementa en su vida lo que necesita de verdad. Además, aconseja de forma ética y sabe el poder que tiene tanto para recomendar, como para comprar. Además, compra y hace uso de servicios a empresas responsables.

Motivación

Cuando las personas percibimos un beneficio tras una acción, nos sentimos reforzadas y contamos con mayor probabilidad de realizarla otra vez. De hecho, un factor que ayuda a que no seamos consumidores conscientes, es que hay un gran incentivo, la comodidad. Entonces, para llegar a serlo, es esencial, salir de nuestra zona de confort.

Para ello, necesitamos una motivación intrínseca; es decir, que vaya en sintonía con la propia satisfacción de hacer las cosas para generar un impacto positivo. Así, podemos llegar a un consumo transformador.

Hábitos de consumo

Los hábitos son formas de comportarnos repetitivas. Así, para lograr ser consumidores conscientes debemos cambiarlos por unos más sostenibles. Para ello, deben estar en sintonía con nuestras emociones y nuestra economía; de lo contrario no podremos mantenerlos.

Una forma de cambiarlos es dejando a un lado la pereza, ya que muchas veces nos lleva a la procrastinación, y simplemente vemos como el tiempo pasa y seguimos sin cumplir nuestros objetivos.

También, podemos acudir a libros o guías que nos ayudan a ir en armonía con una inteligencia ambiental, por ejemplo, el de Daniel Goleman, que nos invita a reconocer los impactos ocultos en lo que compramos o usamos.

Planificación para ser consumidor consciente

Una buena planificación nos ayudará a ser consumidores conscientes. Nos ayudará a establecer prioridades y a seguirlas. Por otro, nuestra capacidad adquisitiva y el precio también son un factor importante. Eso incluye no hipotecar nuestro futuro.

Además, podríamos hacer un plan de inversión. Recordemos que el consumo consiente no solo tiene que ver con el medio ambiente y con los demás, también con nosotros. Para saber si estamos en ello, podríamos preguntarnos: ¿me favorece lo que consumo?, ¿en qué medida daña o beneficia mi salud física, emocional y social?

En suma, cada uno de nosotros puede llegar a ser un consumidor consciente y ayudar a que los demás lo sean. Se trata de un beneficio, para la naturaleza, los demás y nosotros. Así, sumamos peldaños para el bienestar propio y colectivo. ¡Mejoremos la calidad de vida juntos teniendo en cuenta nuestro impacto en la compra y el uso de servicios!

sábado, 28 de marzo de 2020

Mi ataque de pánico es real: de lo físico a la interpretación

Un ataque de pánico pierde todo o buena parte de su poder cuando hacemos una correcta interpretación de los síntomas. Así, intentaremos responder a cuestiones tan importantes como cómo convencer a un persona de que sus síntomas no son fruto de un infarto, sino de la retroalimentación de la propia ansiedad.

Cuando una persona tiene un ataque de pánico o un ataque de ansiedad, el cuerpo cambia. Y esto no es algo que estas personas están imaginando: aunque el miedo en el pánico suele provenir de un estímulo inofensivo, el cambio fisiológico en el ataque de pánico es real.

El problema de estos trastornos, donde se incluye por ejemplo la ansiedad o pánico por agorafobia, reside en la interpretación errónea de esos cambios físicos.

Maximizar las consecuencias de dichos cambios, plantear opciones catastrofistas de porqué están teniendo lugar esos cambios físicos… Estos se postulan objetivos a tratar en una intervención con alguien con trastorno de pánico. Pero, ¿cómo convencer a la persona de que lo que siente no es fruto de un infarto, una enfermedad o un tumor cerebral?

El pánico en la población no clínica

Los ataques de pánico han sido estudiados —y siguen siéndolo— en la población clínica, es decir, en las personas donde el problema psicopatológico ya afecta al funcionamiento social, familiar y laboral y la cotidianeidad de la persona. Por así decirlo, la población clínica es la población diagnosticada. No obstante, la importancia del pánico no acaba en ese grupo de personas.

Numerosos investigadores, como Sandín, Chorot, Valiente et al. (2004), han encontrado la presencia de pánico en población no clínica. En concreto, estos autores concluyen que al menos el 83 % de personas diagnosticadas de un trastorno de ansiedad —diferente al trastorno de pánico— o un trastorno del estado de ánimo —depresivo— han sufrido alguna vez un ataque de pánico.

Estos autores utilizan el Cuestionario de Pánico y Agorafobia (CPA) (Sandín y Chorot, 1997). Gracias a este pudieron observar como en una población no clínica —es decir, no diagnosticada de ningún problema de ansiedad— también hay prevalencia de ataques de pánico.

En concreto, el 21% de la muestra había sufrido uno en algún momento de su vida, el 16,6% en el último año y el 7,1% en el último mes.

El pánico en atención primaria

De igual manera, establecer una buena comprensión del ataque de pánico y sus síntomas es de vital importancia por los números que reflejan los pacientes atendidos en atención primaria. De hecho, hay estudios que reflejan que las personas con crisis de angustia son un porcentaje bastante alto.

En concreto, Galaverni, Pozo y Bellini (2005) encuentran en Murcia un 38 % de personas que acuden a atención primaria con crisis de angustia. Esto ocurría sobre todo en personas de entre 15 y 44 años.

Lo que este estudio refleja es que, si bien es verdad que muchos síntomas, como dolor en el pecho, taquicardia, etc., pueden indicar problemas de salud; otras personas pueden acudir con esos síntomas y que estos estén relacionados con sus niveles de ansiedad o sus crisis de angustia o de pánico.

Si estas personas hubieran conocido, no solo qué síntomas aparecen en el pánico, pero también cual es la explicación de esos cambios fisiológicos, quizás la visita a atención primaria no hubiera sido necesaria.

Mi ataque de pánico es real: principales síntomas

Para explicar por qué el ataque de pánico es real —o al menos lo son sus cambios fisiológicos— es importante identificar los síntomas principales.

Presentamos la clasificación que hacen Sandín et al., en orden de mayor a menor aparición en una muestra de 89 personas con ataques de pánico:

  • Latidos fuertes y rápidos (presente en el 73 % de las personas de la muestra).
  • Sudores (55,1 %).
  • Sensación de asfixia (52,8 %).
  • Escalofríos y sofocos (49,4 %).
  • Vértigos, mareo, inestabilidad (39,3 %).
  • Náuseas (39,3 %).
  • Miedo a volverse loco (36 %).
  • Temblores y sacudidas musculares (33,7 %).
  • Miedo a morir (30,3 %).
  • Sensación de irrealidad (24,7 %).

No obstante, si todas estas personas coinciden en estar sintiendo esto, parece que finalmente el ataque de pánico es real y que hay que preocuparse por dichos síntomas por si pudieran indicar algo diferente. Pero, como veremos a continuación, estos síntomas tienen sentido y explicación.

Los cambios físicos del pánico y su explicación

Desde la Clínica de la Ansiedad, el ataque de pánico o crisis de angustia viene definido como la aparición súbita de miedo intenso o de malestar intenso que alcanza su máxima expresión en minutos.

En este malestar intenso se desarrollan los síntomas anteriormente descritos. No obstante, hay que partir de la base de que esos síntomas aparecen a partir de un miedo real, y que el cuerpo se prepara.

El cuerpo sufre cambios en cualquier situación de miedo, para que este pueda responder a las exigencias del medio y sobrevivir.

Por ello, los cambios físicos que percibimos en el ataque de pánico son cambios reales que responden a una necesidad —una amenaza ante la cual se siente miedo—. En el pánico, no obstante, hay una interpretación catastrofista en vez de explicaciones reales.

De lo físico a la interpretación: la explicación real

Algunas de las explicaciones fisiológicas de los síntomas del ataque de pánico son:

  • Taquicardia: no es un infarto, pero el corazón que bombea más fuerte para que sus zonas vitales (corazón, pulmones…) no se queden sin sangre.
  • Frío, pérdida de sensibilidad, palidez: no es un ataque cerebral, ni un infarto; en realidad, la sangre se concentra en las vísceras, dejando zonas menos importantes —como las periféricas— un poco abandonadas hasta que la «amenaza» —real o irreal— pase.
  • Sensación de ahogo: hay un aumento del oxígeno en la sangre, y por ello se hiperventila.
  • Mareo: el mareo no indica que vayamos a perder la conciencia, pero que nuestra presión arterial ha bajado a causa de la hiperventilación.
  • Dolor en el pecho o pinchazos: esto no indica infarto. Puede ser a causa del patrón anómalo de respiración o tensión muscular en la zona con pinchazos o calambres.
  • Calor, sudor, sofoco: no estamos enfermos; hay un aumento de la temperatura corporal en las zonas vitales. Si sudamos, es porque nuestro cuerpo pone en funcionamiento el sistema de enfriamiento.
  • Náuseas: hay un descenso de la activación del sistema digestivo por no ser relevante en ese momento.
  • «Ver lucecitas», manchas en la vista: las pupilas se engrandecen y dilatan. Esto ocurre para aumentar la visión periférica.
La utilidad de la explicación física

El ataque de pánico es real porque las explicaciones catastrofistas se empeñan en alimentarlo. Aunque es normal sentir miedo ante cambios corporales, tenemos que entender, sobre todo si ya hemos sufrido algún ataque de pánico previo, qué indican nuestros síntomas.

Por ello, si en vez de creer que estamos teniendo un infarto por los pinchazos en el cuerpo, entendemos que estos pueden aparecer cuando hay mucha tensión muscular acumulada; o si en vez de pensar que estamos terriblemente enfermos cuando sudamos, comprendemos que el sudor es una respuesta normal a nuestro aumento de temperatura; quizás las consecuencias del ataque de pánico no sean tan exacerbadas, o este se quede en un susto.

El ataque de pánico, cuando se comienza a sentir, también puede ser parado. Esto pasa por dar la importancia justa y comedida a cada uno de los síntomas. La catástrofe en la gestión del propio ataque puede conducir a un ataque de pánico más severo. En este sentido, la interpretación correcta de un síntoma puede impedir un ataque de pánico.

viernes, 27 de marzo de 2020

¿Por qué a algunas personas les cuesta pedir ayuda?

Como seres sociales, una de las mayores ventajas que tenemos es la de poder ayudarnos entre nosotros. Sin embargo, hay personas que no son capaces de pedir ayuda. Hay varios motivos por lo que esto puede pasar. Aquí te contamos cuáles son y qué puedes hacer si a ti también te cuesta.

Todos en algún momento atravesamos por momentos difíciles o simplemente por circunstancias en las que necesitamos a alguien cerca que nos eche una mano. Sin embargo, incluso en este contexto, hay personas a las que les cuesta pedir ayuda. Esta dificultad, que puede estar motivada por diferentes razones, nos bloquea el paso y nos impide avanzar.

Hay muchas personas a las que les cuesta pedir ayuda; para ellas es una muestra de debilidad, carecen de las habilidades sociales necesarias para ello, no saben a quién recurrir…

Así, terminan enfrentando todas las dificultades de manera autónoma, en ocasiones incluso prefiriendo fallar a solicitar ayuda. Entre los motivos por los que a una persona le puede resultar tan difícil pedir ayuda están:

Creencias erróneas

Muchas personas piensan que no debemos hacer perder el tiempo a otros ayudándonos o escuchándonos, o bien que tendrán cosas mejores que hacer que ayudarnos.

Esto es una creencia muy popular que nos aleja de los demás y de buscar su apoyo.

Falta de asertividad

Dentro de los derechos asertivos se encuentra el derecho a pedir ayuda siendo consciente de que los demás pueden proporcionármela, o no.

Ser asertivo no es más que defender las propias necesidades, comunicando lo que se cree, piensa o necesita de forma clara y abierta.

Baja autoestima

En relación con lo anterior, no ser capaz de pedir ayuda está relacionado con una baja autoestima, pues infravalora y omite las propias necesidades, anteponiendo las de los demás.

La baja autoestima se encuentra bajo altos niveles de autoexigencia y de superación. Por lo tanto, pedir la asistencia de otras personas solo será interpretado como una confirmación de inferioridad o debilidad.

Exención de responsabilidad

Otro posible motivo es pensar que si estamos mal, son los demás los que deberían ofrecernos su ayuda si así lo desean. Es común ver que a personas que le cuesta pedir ayuda atribuyen la responsabilidad a otros, haciéndoles en cierta manera culpables de que no la proporcionen.

Orgullo

Muy relacionado con el punto anterior, el orgullo es una de las principales causas para no pedir ayuda. Es muy satisfactorio hacer algo por uno mismo, superarse, validarse, pero esto es un arma de doble filo.

Por un lado, debido al orgullo pueden culpar a otros por la falta de ayuda, además de fracasar en la tarea. Por otro lado, el superar un obstáculo o una tarea está más enfocada a demostrar a los demás las propias capacidades, que a la satisfacción personal por haber hecho algo.

Experiencias negativas

Puede ser que la persona pidiera ayuda sin éxito, en una o varias ocasiones anteriores. Esto, especialmente si va relacionado con los motivos anteriores, hará que la persona generalice esta experiencia y no confíe en ocasiones posteriores.

Miedo al rechazo

Además, un gran motivo para no pedir ayuda es tener miedo a ser rechazado, a que los otros no quieran o puedan proporcionárnosla.

Esto en lugar de negar el derecho propio a pedir ayuda, niega el derecho a los demás a decir que no. Así, la persona se muestra poco comprensiva e insegura ante la posible negativa.

¿Cómo pedir ayuda?

En el caso de que se encuentren dificultades, una fórmula para pedir ayuda que puede ser útil es la siguiente:
  • Manifiesta el problema que tienes y qué necesidad te genera.
  • Exprésate con seguridad: igual que es cierto que no tienes derecho a exigir la ayuda, sí lo tienes ha cursar la petición.
  • Confiar en el otro, en sus buenas intenciones y en que será honesto, expresando de manera abierta si puede ayudarnos o no.
  • Ser generosos, agradecer la ayuda o la intención, aunque la ayuda no resulte efectiva para resolver el problema. Y, por supuesto, entender las razones.
A quien le cuesta pedir ayuda acaba sintiéndose solo, las personas tienden a alejarse, no alcanzan a conocerles en realidad y termina por una frustración enorme.

Por ello, es importante mentalizarse de que pedir ayuda está en nuestros derechos, y seguramente, aparte de ser útil para uno mismo, haga feliz a las personas que nos rodean.

jueves, 26 de marzo de 2020

6 palabras peligrosas que te limitan

El lenguaje es la base del pensamiento. Por ello hemos de ser muy conscientes de que las palabras que empleamos a diario condicionan nuestra vida.

La programación neurolingüística es un enfoque que nos ayuda a comprender el impacto que el lenguaje tiene en nuestros pensamientos y cómo los términos que utilizamos nos programan para experimentar la realidad de un modo determinado. Un aspecto básico consiste en evitar ciertas palabras peligrosas que nos limitan sin darnos cuenta.

Existen ciertas expresiones de uso cotidiano que tienen una carga conceptual importante y poco positiva. Sin embargo, no somos conscientes de su impacto y, por ello, seguimos empleándolas. A continuación te explicamos cuáles son y cómo afectan a nuestra psique.

6 palabras peligrosas que te limitan

No
Este es un vocablo que, de manera paradójica, suele acercarnos justamente a los resultados que queremos alejar. Se trata de una palabra ambigua que la mente no registra. Si, por ejemplo, te digo: «no pienses en un elefante amarillo», estaré propiciando que esa imagen acuda a tu mente.

Cuando utilizamos expresiones de este tipo, tendemos de forma inconsciente a eliminar el «no» y a centrarnos en lo que le sigue. Por ello, cuando nos decimos «no te pongas nervioso»o «no quiero estar enfermo», en realidad nos estamos programando para el nerviosismo y la enfermedad.

Sería mucho más conveniente dirigirnos afirmaciones en positivo, tales como: «mantén la calma» o «quiero permanecer sano».

Tengo que

Cuando expresamos que «tenemos que» hacer algo, estamos afirmando que es algo desagradable, impuesto o que nos cuesta trabajo. «Tengo que trabajar», «tengo que ser más sociable», «tengo que perder peso«. Inmediatamente asumimos estas acciones como costosas y negativas.

Por ello, es preferible utilizar las fórmulas «quiero» o «voy a». Por ejemplo, es mejor afirmar: «quiero ser más sociable«. O «voy a trabajar», si utilizar el «quiero» en este caso te resulta demasiado falso o contradictorio. Con estas expresiones nos programamos para que nos sea mucho más sencillo y ligero llevar a cabo estas actividades.

Pero

Cuando utilizamos la palabra «pero» para unir dos ideas, de forma instantánea estamos eliminando el valor de la primera. De esta forma el mensaje que llega es la afirmación negativa que colocamos al final. «Te quiero, pero discutimos demasiado», «he sacado un notable, pero podría haberlo hecho mejor».

Para evitar este fenómeno podemos sustituir el «pero» por un «sin embargo». De esta manera, el mensaje principal queda intacto aunque añadamos después otra información. También podemos invertir el orden de las ideas: «discutimos demasiado pero te quiero». Sin duda así el mensaje será mejor recibido.

Pobrecito: una de las palabras más peligrosas

Esta es una expresión que utilizamos de forma cotidiana para expresar empatía y compasión por la situación de otros o de nosotros mismos. «Pobrecito, te han despedido», «pobrecito, tu pareja te ha dejado».

Aunque lo hagamos con la mejor intención, utilizando esta palabra le hacemos un flaco favor a la persona que la recibe. Pues le estamos programando para sentirse una víctima impotente de las circunstancias. Tratemos de sustituir este vocablo por otras expresiones que empoderen a la persona y le recuerden sus capacidades para salir adelante.

Nunca, siempre, nadie, todos

Cuando empleamos estos vocablos estamos sentenciando, y favoreciendo un pensamiento rígido y dicotómico. «Siempre lo haces todo mal», «nadie me quiere», «nunca seré feliz». Este tipo de pensamientos y afirmaciones son realmente dañinas y nos condicionan a seguir experimentando más de lo mismo sin una salida posible.

Tratemos de utilizar expresiones más ajustadas a la realidad. Y sobre todo, que permitan un margen de cambio y mejora. «He hecho esto mal», «ahora no me siento feliz», destacan que se trata de hechos puntuales y nos permiten actuar para modificarlos.

Luego, mañana, algún día: evita estas palabras peligrosas

Este tipo de frases que se refieren al tiempo con ambigüedad nos impiden tomar acción sobre nuestros proyectos. Nos llevan a procrastinar de forma indefinida. «Luego me pongo a estudiar». ¿Cuándo es luego?, luego nunca llega. «Un día de estos comenzaré a comer más sano». ¿Qué día?.

Si realmente quieres cumplir tus propósitos evita pensar y hablar en estos términos. Fija una fecha o una hora exactas para ponerte en marcha.

En definitiva, recuerda siempre que el lenguaje es la base de nuestros pensamientos, de la comunicación con nosotros y con los demás. Cuando razonamos lo hacemos a partir de frases y enunciados. Por ende, la decisión de emplear unas u otras palabras condicionará nuestra forma de percibir el mundo.

¿Pueden los virus controlar nuestro comportamiento?

Puede parecer ciencia ficción pero no lo es: los virus pueden alterar nuestro comportamiento para facilitar así, la diseminación de partículas víricas con el fin de que lleguen a más huéspedes. Lo hacen además de diversas formas.

¿Pueden los virus controlar nuestro comportamiento? A muchos se nos ha pasado por la mente alguna vez esta cuestión. Y  es cierto, la pregunta como tal parece sacada de una novela de ciencia ficción e incluso de terror. Sin embargo, la ciencia, habituada a plantearse temas mucho más complejos, ha descubierto que efectivamente, lo hacen: los virus pueden alterar nuestra conducta.

No obstante, eso sí, no de una manera directa; no secuestrando nuestra voluntad ni tomando decisiones por nosotros. En realidad, lo hacen de un modo más sibilino, silencioso e interesado. Porque si hay algo que desean por encima de todo estos seres microscópicos infecciosos es sobrevivir, replicarse y formar parte de ecosistemas complejos.

Por tanto, un modo de lograr su objetivo vital es alterando el comportamiento del huésped en el que se aloja para que por sí mismo, disemine más partículas víricas. Así, gran parte de esos síntomas que experimentamos cuando pasamos por una gripe, una diarrea o incluso un simple resfriado común, tienen como objetivo transmitirse a otros individuos sanos para propagar la infección.

Generar estornudos, por ejemplo, es algo más que un mecanismo natural para expulsar invasores de nuestro organismo. También es un modo por el cual, se propagan los virus al «saltar» de un organismo a otro de manera efectiva. Y les funciona, como bien sabemos. No obstante, hay datos aún más fascinantes (e inquietantes) sobre este tema.

¿Cómo pueden los virus controlar nuestro comportamiento?

La palabra «virus» por sí misma ya nos asusta y más en el actual contexto del COVID-19. Como bien suele decirse, nuestros peores enemigos son precisamente aquellos que no se ven, aquellos que solo son visibles bajo un microscópico y que tienen el poder de debilitar nuestra salud.

Sin embargo ¿cómo son realmente estos seres? En realidad, no son más que paquetes de información genética. Contenedores rodeados de una llamativa cápsula de proteína.

Su única finalidad es introducirse en células de otros organismos para poder sobrevivir y multiplicarse. No solo nos infectan a nosotros, también invaden organismos animales, a las plantas, a los hongos e incluso a bacterias.

Así, ante la pregunta de cómo pueden los virus controlar nuestro comportamiento, lo primero que debemos entender sobre ellos, es que son más inteligentes de lo que pensamos.

Carecen de cerebro obviamente, pero es común que los virólogos los definan como seres altamente inteligentes. Saben cómo entrar en una célula, desarmarla y transformarla para que replique partículas virales. Es más, algo que hace también es alterar el comportamiento del huésped. Veamos de qué manera.

Los síntomas de las enfermedades: formas de propagación para los virus

Para saber si pueden los virus pueden controlar nuestro comportamiento, nos remitimos a un estudio reciente. Se trata de una investigación publicada en la revista PLoS Pathogens  y realizada por las doctoras Claudia Hagbon y Maria Istrate, de la Universidad de Linköping, en Suecia.

En este trabajo, se intentó profundizar un poco más en un tipo de enfermedad infecciosa que cada año, se lleva la vida de 600.000 niños. Una cifra muy elevada y cuyo causante es un rotavirus. Los síntomas más evidentes son siempre los vómitos y las diarreas. Se creía que los vómitos eran  un mecanismo de defensa del propio organismo ante la enfermedad.

Se pensaba que el vómito surgía tras esa conexión entre el cerebro y el intestino para liberar del cuerpo un peligro, un alimento en mal estado u otro agente tóxico.

En este caso, era la serotonina quien activaba al sistema nervioso para que el cerebro generara esta conducta y poder liberar así del organismo esos elementos nocivos.

Ahora bien, lo que descubrió este equipo de médicos suecos al respecto, fue lo siguiente: es el rotavirus quien controla los mecanismos de vómito y diarrea y lo hace con un fin muy concreto: diseminar partículas víricas e infectar a otras personas.

La ciencia de la virología conductual

¿Pueden los virus controlar nuestro comportamiento? La respuesta como podemos ver es positiva. Lo hacen y su estrategia es hacer de nuestros síntomas su mecanismo de infección hacia otras personas, hasta otros huéspedes. En su objetivo por sobrevivir y replicarse, toman el control de conductas como los estornudos, los vómitos, diarreas etc.

Ahora bien, la ciencia de la virología conductual va más allá. Investigaciones como la del Instituto Karolinska, en Estocolmo, Suecia, nos indican algo más.

Algunos virus pueden alterar por completo nuestro comportamiento. Pueden producirnos irritabilidad, insomnio, hiperactividad e incluso cambiar la conducta de una persona de manera radical.

Ejemplo de ello lo tenemos la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (vacas locas), donde los pacientes sufren demencia progresiva, dificultad para caminar, agitación, cambios de humor…  El virus de la enfermedad de Borna, por ejemplo, se describió por primera vez en caballos en 1766.

Sin embargo, también ha llegado a afectar a algunas personas, produciendo cuadros clínicos muy semejantes a la esquizofrenia. La rabia, por su parte, es un ejemplo de cómo un virus puede alterar el comportamiento de un animal.

Para concluir, afortunadamente la ciencia nos protege ante el efecto de gran parte de estos virus. El resto, aquellos ante los cuales aún no tenemos vacuna o mecanismo de defensa, existe una estrategia altamente efectiva: lavarnos las manos con frecuencia y cuidar la higiene.

miércoles, 25 de marzo de 2020

¿Es verdad que nacemos siendo buenos? Esto es lo que dice la ciencia

Son muchos los que afirman que el ser humano llega al mundo siendo bueno, que la bondad es algo instintivo en los bebés y los niños más pequeños. Sin embargo, ¿qué hay de cierto con el llamado «gen de la maldad»? Esto es lo que nos dice la ciencia al respecto.

¿Nacemos siendo buenos? ¿Hay en los bebés una bondad innata como nos señalaba Rousseau en su día? Esta es una pregunta que tanto la filosofía como la psicología se ha hecho con frecuencia a lo largo del tiempo. Nos encantaría comprender qué provoca que un momento dado una persona actúe como lo hizo, por ejemplo, Ted Bundy. ¿Fue la educación, la enfermedad o la inclinación libre y voluntaria hacia la maldad?

A día de hoy, todos estos factores son los que siguen teniéndose en cuenta para explicar el comportamiento violento, ese que conforma el lado más oscuro del ser humano. Sin embargo, la idea de que las personas venimos a este mundo con «la bondad de fábrica» o preinstalada es una idea largamente mantenida y aceptada. Asumir esta idea sitúa sobre las familias y la sociedad una enorme responsabilidad.

Es tarea nuestra, como bien sabemos, ser el mejor modelo para nuestros niños. Actuar como facilitadores de la práctica del respeto, del altruismo y de la empatía activa es, sin duda, una prioridad. Ahora bien, existe también otra teoría con peso en este campo. Se trata de esa que nos señala que el conocido como «gen de la maldad» existe y se manifiesta en ciertas personas.

¿Qué implicación tiene algo así? ¿Nos determina quizá de algún modo? Como podemos intuir, este es un tema tan interesante como importante en el que bien merece detenernos un poco. Profundicemos.

¿Es verdad que nacemos siendo buenos?

A la pregunta de si nacemos siendo buenos, tanto la psicología como la neurociencia nos da una respuesta enigmática: el ser humano tiene el mismo potencial para hacer el bien como para hacer el mal. ¿Qué significa esto? ¿Es algo que elegimos? ¿Algo que nos enseñan o es quizá algo genético?

Sigmund Freud ya señaló esto mismo en su día: en las personas habita por igual el instinto de bondad (eros) como el de maldad (tánatos). Esto explica, por ejemplo, que todos en un momento dado podamos actuar de una manera adversa si se dan las condiciones o el contexto.

El mal forma parte del ser humano, al igual que la bondad. Sin embargo, hay un matiz, un detalle determinante: nuestro cerebro está diseñado para la conducta prosocial; por tanto, siempre seremos más tendentes a conductas basadas en el respeto y la concordia.

Los bebés tienen un sentido innato de la moral

Uno de los ámbitos más interesante de investigación para los psicólogos es, sin duda, el de la infancia; de manera más concreta, el universo del bebé. Comprender el tipo de mecanismos sociales y psicológicos que aplican en sus primeros meses y años de vida es un área muy recurrida. De este modo, para comprender si nacemos siendo buenos, se han llevado a cabo diferentes investigaciones.

Una de ellas fue la de la Universidad de Kiyoto, de la doctora Yasuyu Inoue. En ella se estudió la conducta de bebés entre 6 meses y 3 años. Los resultados fueron los siguientes:

  • Cuando un bebé de 6 meses ve un juego donde un muñeco agrada al otro, evita después coger o tocar al que ha actuado de manera agresiva. Ocurre lo mismo con vídeos o películas de animación: prefieren al héroe que actúa con respeto, al que salva y produce el bien.
  • A esta edad, ya muestran comportamientos altruistas. Son capaces de compartir alimentos y golosinas entre ellos sin necesidad de que les recompensen más tarde por esa conducta.
  • Entre los 2 y los 3 años, los niños no solo identifican y rechazan el comportamiento violento, sino que, además, son capaces de defender a las víctimas.

De este modo, la idea que mantenía Thomas Hobbes sobre que la maldad es un instinto innato no es algo que se aprecie en ningún momento en nuestros bebés.

Nacemos siendo buenos, pero qué ¿pasa con el «gen de la maldad»?

Para responder a la cuestión de si nacemos siendo buenos, siempre es interesante compartir el caso del científico James Fallon. Él, por así decirlo, vino al mundo con una tendencia (supuestamente) innata hacia la maldad. Esto último, lo descubrió de manera casual. El doctor Fallon era uno de los mayores expertos en psicopatía. Pasó gran parte de su vida investigando este comportamiento en las instituciones penitenciarias.

Descubrió que los psicópatas violentos presentan una serie de particularidades neurológicas: baja actividad en ciertas áreas de los lóbulos temporal y frontal, estructuras estas relacionadas con la empatía, los valores morales y el autocontrol. Asimismo, para comprender este comportamiento, también tuvo en cuenta los estudios sobre el conocido como gen de la maldad, el MAOA.

Las particularidades cerebrales o genéticas no nos determinan

Bien, en medio de estas investigaciones, James Fallon tuvo un impulso. Realizarse él mismo estas pruebas. Así, descubrió que también él poseía ese gen y que, además, disponía de esas mismas particularidades cerebrales. Más tarde investigó sus antecedentes familiares y pudo ver que entre sus antepasados había varios asesinos; la más conocida era Lissie Borden (la asesina del hacha)

¿Qué lección aprendió el doctor Fallon que podemos quedarnos para nosotros? Podemos descubrir algo esencial. No importan nuestros antecedentes genéticos. Tampoco nos determina una anormalidad cerebral, en absoluto. Lo decisivo es haber crecido en un entorno afectuoso como el que él tuvo.

El amor, la seguridad y un entorno familiar y social favorable son los que ponen los moldes. Esa es la auténtica clave y nuestra mayor responsabilidad.

martes, 24 de marzo de 2020

El teletrabajo en tiempos del coronavirus

Aunque no todos los sectores laborales tienen esta posibilidad, muchas empresas están optando por el teletrabajo para contener las infecciones por COVID-19. Ahora bien, hacerlo es también un desafío, un reto que nos obliga a tener en cuenta algunos aspectos.

Decía Winston Churchill que no le preocupaba la acción, lo que de verdad le inquietaba era la inacción. Todo desafío, ya sea económico, militar o social pone a prueba nuestra capacidad para aceptar y afrontar cambios. El teletrabajo en tiempos del coronavirus, por ejemplo, es ya una realidad que están asumiendo muchos países y conforma una de esas acciones para las que debemos prepararnos.

Queda claro que no en todas las categorías profesionales cabe la posibilidad de esta opción. No obstante, el grueso del mercado laboral está prácticamente obligado a hacerlo; si no ahora, en las próximas semanas. ¿Es una amenaza? ¿Pecamos quizá de alarmistas sugiriendo esto? En absoluto, la gran mayoría de entidades empresariales están ya sugiriendo dar el paso no solo por prevención.

Algo que debemos entender sobre el mundo actual es la interdependencia. La ya clásica metáfora del aleteo de la mariposa describe muy bien lo que vivimos ahora. Aquello que sucede en un punto del planeta afecta a otro. Lo que ocurre en un ámbito productivo y empresarial termina llegando a otros países y sectores. El mercado laboral no es una isla sino un entramado muy complejo similar a una red de araña. Cuando una parte se agita, toda la estructura se mueve.

Es necesario, por tanto, que actuemos en unidad, con responsabilidad, empatía e inteligencia. Si el teletrabajo es la opción que están tomando un buen número de organizaciones, es el paso que deben dar las demás. Algo así es todo un reto, un desafío que además nos puede traer en un futuro resultados muy positivos. Analicémoslo con detalle.

El teletrabajo en tiempos del coronavirus: ¿qué desafíos tenemos por delante?

El COVID-19 está actuando como algo más que un virus. Su presencia afecta al ámbito económico, al laboral, al turismo, al sector educativo y también, obviamente, al sanitario. Ante una amenaza y la incertidumbre que esta genera, la mejor respuesta es la acción conjunta, la toma de medidas consensuadas con expertos y la firme confianza en que este reto se superará.

Esto implica tener que hacer cambios para mitigar riesgos y, en la medida de lo posible, contener la infección. Una opción que, como bien sabemos, están tomando muchas empresas es el teletrabajo.

China fue la primera en poner en marcha esta estrategia. No solo blindó varias ciudades y a millones de personas. Buena parte de sus empresas siguen funcionando de manera remota, desde casa y a través de videoconferencias y correos electrónicos. En estos momentos, el resto del mundo está empezando a reaccionar del mismo modo. Las experiencias que estamos viendo de momento son las siguientes.

El experimento del trabajo remoto: las empresas actúan

El teletrabajo en tiempos del coronavirus nos demuestra que estamos capacitados para este desafío. Pero quizá, eso sí, nos falta un poco de práctica.

El mayor problema que hay en la actualidad es esa variable tan difícil de controlar y que no es otra que el miedo. Ello provoca que muchas empresas opten de un día para otro por el trabajo remoto.

  • Microsoft, Facebook, Amazon, CNN, Citigroup, Ford y Twitter han sometido a los empleados a simulacros de trabajo desde casa. Esto les ha obligado a sacar de pronto los protocolos de emergencia en este tipo de situaciones, descubriendo que deben actualizar bastantes puntos.
  • Muchas corporaciones han optado por mandar a sus empleados a casa mientras limpian y desinfectan las oficinas.
  • Las entrevistas de trabajo cara a cara están empezando a prohibirse. Si antes la opción de seleccionar personal por teleconferencia se hacía en un 20 % de los casos y en determinadas empresas, ahora se hará de forma continuada.
  • La agencia de publicidad más grande de Japón, opta ya por el trabajo remoto.
  • En el norte de Italia, el foco de Europa con mayor número de infectados y, actualmente en cuarentena, también está llevando a cabo la opción del teletrabajo.
  • Los viajes de negocios se han restringido. Gran parte de las conferencias, congresos y ferias internacionales están empezando a clausurarse. Un modo de continuar con el flujo de la comunicación y el propio feedback empresarial entre países, es la teleconferencia.

El teletrabajo, algo más que trabajar desde casa

Insistimos en que no todas las categorías laborales tienen esta opción. Médicos, enfermeras, sanitarios, auxiliares… Ellos son sin duda el colectivo más vulnerable y sobre quienes cae en estos días la mayor responsabilidad.

Por otro lado, la economía necesita que otros sectores como el comercio, el transporte, la agricultura, etc. sigan en funcionamiento, abasteciéndonos y logrando que la vida prosiga con normalidad. Ahora bien, toda empresa que tenga la posibilidad de desempeñar su labor de manera remota y desde el hogar tendrá que dar el paso.

El objetivo es simple: contener el número de infectados y, a su vez, actuar en sintonía con el resto de empresas que también desempeñan su labor de esta manera. Ahora bien, ¿cómo deben hacerlo? ¿Cuáles son los auténticos retos del teletrabajo en tiempos del coronavirus?

El teletrabajo en tiempos del coronavirus: estrategias a tener en cuenta

El trabajo remoto es algo más que trabajar desde casa. Se necesita un protocolo, una estrategia y un seguimiento. Asimismo, tampoco podemos dejar de lado el contexto actual con el propio COVID-19. Estás son, por tanto, las pautas que deberíamos considerar:

  • El teletrabajo tiene unas condiciones laborales particulares que debe conocer el trabajador.
  • Se debe crear la figura del e-líder. Es la persona que diseñará, controlará y evaluará la labor del teletrabajo en la organización.
  • Deben crearse equipos virtuales para trazar objetivos y pautas concretas entre los compañeros y los jefes.
  • Se deben crear herramientas para analizar avances, desempeños y consecución de logros.
  • Asimismo, se gestionarán los tiempos, organizando momentos para trabajo individual y trabajo grupal.
  • El trabajador debe separar los espacios de convivencia familiar respecto a su responsabilidad laboral.
  • Es necesario, a su vez, que se desarrollen capacidades como la motivación ante ese nuevo estilo de trabajo, la responsabilidad, la creatividad, la correcta comunicación a distancia, la confianza, la lealtad, etc.
La transparencia en la comunicación, la empatía como recurso cotidiano

Por último, empresas como Amazon, Uber o Microsoft alertan de un detalle. Trabajar a distancia hace que aumente el temor al virus, difundiéndose rumores e ideas falsas. Por ello, en estas empresas se ha dado el paso a crear un área dedicada solo a enviar memorándums.

La idea es informar sobre los pasos que está dando la organización: limpieza de oficinas, restricción de viajes al extranjero, número de infectados reales en la empresa. El objetivo es evitar el pánico y apagar miedos sobre posibles despidos, cierres de delegaciones etc. La transparencia crea confianza. La comunicación empática crea alianzas entre la organización.

Para concluir, el teletrabajo en tiempos del coronavirus es una realidad. Si aprendemos de esta experiencia, si actuamos de manera conjunta dando lo mejor de nosotros mismos, saldremos reforzados. Es momento de actuar con confianza y proactividad.

lunes, 23 de marzo de 2020

La violencia silenciosa: los pasivo-agresivos

Los comportamientos pasivo-agresivos encierran en sí mismos una paradoja. Pasivos porque no hay una expresión clara del deseo de hacerle daño a otro y agresivos porque sí causan este daño. Hablamos de conductas que reflejan miedo al abandono e inseguridad.

Una de las principales dificultades con los comportamientos pasivo-agresivos es que están diseñados para que sea difícil detectarlos. Sin embargo, este tipo de conductas son muy habituales. La mayoría de las personas se han encontrado con quienes actúan así o han sido ellos mismos los protagonistas de este tipo de comportamientos.

Los pasivo-agresivos ganan con cara, pero con sello también. Su mayor especialidad es hacerse los suecos o fingir que la cosa no va con ellos. Lo que les permite salirse con la suya en la mayoría de las ocasiones es precisamente esa ambigüedad: agreden sin agredir, violentan, pero borran o intentan borrar, las evidencias de lo que hacen.

Se trata de un comportamiento muy nocivos en las relaciones con los demás. Se presenta entre compañeros de trabajo, en la pareja, entre amigos, en la familia y en todas partes. Los pasivo-agresivos le hacen daño a los demás, pero también a sí mismos. Impiden que un conflicto se plantee abiertamente y, por tanto, que se solucione.

Los pasivo-agresivos y el silencio

Uno de los rasgos característicos de los pasivo-agresivos es el uso deliberado del silencio como herramienta de manipulación. En los casos más evidentes, se trata de un silencio directo: se les habla y no contestan, hacen como que no oyeron o que no tienen nada que decir. Pero sí escucharon y sí tendrían algo que responder. Lo suyo, en todo caso, es dejar a los demás con la inquietud.

A veces, esos silencios agresivos son un poco más sutiles o indirectos. Por ejemplo, muestra un gesto parecido al que enseñarían si les estuviera doliendo una muela, pero si se les pregunta si se sienten mal, dicen que no. O incumplen sistemáticamente las citas, pero siempre terminan esgrimiendo alguna razón que los justifique.

En suma, son unos maestros en eludir lo que pasa. Un ejemplo de ello son los compañeros de trabajo a los que se les pide algún documento y aceptan entregarlo, pero nunca lo hacen. O esas parejas que están de acuerdo en ir a una reunión familiar, pero siempre llegan cuando está a punto de terminar. O el hijo que siempre olvida sacar la basura, aunque eso sea lo único que tenga que recordar cuando está en casa.

El truco

Tomado los ejemplos, podemos ver que lo que hacen los pasivo-agresivos es desplegar una conducta ambigua que supone una la trampa.

El compañero que nunca entrega el documento que se le solicitó jamás va a aceptar que hizo esto a conciencia. Finalmente, dijo que sí que lo entregaría y hasta pudo mostrar un ánimo colaborador, pero en la práctica no lo hizo.

El afectado se queda sin armas. No puede acusarlo de haber actuado mal, porque las intenciones rara vez dejan huella. Tampoco puede confiar en que simplemente fue un descuido o un olvido, porque intuye que no fue así. Y si lo pregunta directamente le responderán que no, que todo está muy bien. El juego se llama: no enfrentar un conflicto.

Lo mismo sucede con la pareja que sabotea alguna actividad que es importante para su consorte o con el hijo que siempre desobedece. Ninguno de ellos dice: estoy molesto contigo y punto.

Su estrategia es camuflar esa resistencia y no reconocer al otro -ni a sí mismo- que sí hay un problema y que, para resolverlo, es necesario ponerlo sobre la mesa.

¿Qué les pasa? ¿Qué nos pasa?

A los pasivo-agresivos les caracteriza esa estrategia de no confrontar, aunque haya un conflicto evidente. Por eso miran el teléfono móvil mientras alguien les está hablando o terminan una conversación dejándola en el aire, aunque esta no haya terminado; o evita expresar lo que siente cuando alguien lo enfrenta, diciendo que “no le gustan los problemas”.

Los pasivo-agresivos están enojados y expresan su molestia con esas conductas difíciles de interpretar por otros, cuyo resultado, en todo caso, es un daño para el otro. Se trata de personas que sienten que los demás tienen la culpa de su insatisfacción o su malestar. Les gusta más llorarse las mentiras que cantarse las verdades.

En el fondo, son personas que sienten mucho miedo al abandono y que no han desarrollado la habilidad para expresar lo que sienten. Si alguien entra en conductas como esta, lo mejor es dejar que pase la situación y luego, de forma pausada, y en un momento relajado, expresarle los sentimientos al respecto. Esto puede animarla y ayudar a que diga lo que le molesta.


domingo, 22 de marzo de 2020

Cómo gestionar las emociones ante una enfermedad crónica

Con el diagnóstico de una enfermedad crónica, comienza un duro proceso de ajuste psicológico a la situación. A continuación, compartimos algunas pautas para ello.

A pesar de que contar con una buena inteligencia emocional es esencial para el bienestar, nuestra sociedad no le otorga a esta cuestión un papel tan destacado como quizás debería. Generalmente nos movemos por la vida faltos de estos recursos imprescindibles, pero existen ciertas situaciones en las que esta carencia se vuelve más notoria. Por ejemplo, saber gestionar las emociones ante una enfermedad crónica puede suponer una gran diferencia en nuestra calidad de vida.

Al impacto físico hemos de sumarle la necesidad de realizar un ajuste psicológico a la situación que se nos presenta. Una tarea nada sencilla para la cual muchos enfermos crónicos no reciben la comprensión y el asesoramiento requeridos.

La llegada de una enfermedad crónica

Se define la enfermedad crónica como una afección médica de larga duración que mantiene una progresión lenta. Los ejemplos son muy variados: desde el cáncer, la diabetes o la artritis hasta la fibromialgia o la migraña. Todas tienen un elemento común: son enfermedades para las que no existe cura.

El proceso comienza mucho antes del diagnóstico, con la aparición de los primeros síntomas que resultan desconcertantes y comienzan a despertar nuestra preocupación. Sin embargo, cuando tras innumerables pruebas y visitas médicas logramos poner nombre a lo que nos sucede, el panorama se vuelve desalentador.

Todos podemos recordar el malestar y la sensación de impotencia que nos produce una simple gripe. Nos sentimos débiles, doloridos y limitados en nuestros quehaceres diarios.

No obstante, sabemos que se trata de una situación temporal y que pronto podremos recuperar nuestra salud. Imagina el impacto que produce saber que esta desagradable y dolorosa situación a la que te enfrentas te acompañará por el resto de tu vida.

Las emociones que surgen en la persona son intensas y cambiantes. Y, sin embargo, en la mayor parte de los casos la única ayuda que se recibe es farmacológica. Nadie te prepara ni te acompaña en el duro proceso psicológico que se desencadena.

Desde ese momento habrás de afrontar emociones de miedo, angustia, tristeza y rabia. Te sentirás poco válido por tu incapacidad para trabajar, comenzarás a percibirte como una carga para tus seres queridos y la sensación de fracaso y limitación se apoderarán de ti. Y, sobre todo, experimentarás una gran sensación de soledad e incomprensión.

¿Cómo gestionar las emociones ante una enfermedad crónica?

Cada caso tendrá unas particularidades diferentes por la propia idiosincrasia de la persona y las características de su enfermedad. Frente a ello, existen ciertas tareas o estrategias que pueden configurar una ayuda valiosa para gestionar las emociones ante una enfermedad crónica:

  • Valida tus emociones. Recuerda en todo momento que tienes derecho a sentir lo que sientes. No te autoimpongas la exigencia de ser fuerte, de sonreír o de estar feliz. No te juzgues por sentir tristeza, rabia o miedo. Todo lo que sientes es válido. Y si necesitas tiempo para asimilar tu situación, dátelo.
  • Realiza una ventilación emocional adecuada. Si reprimes tus emociones, las ocultas o las encierras, terminarán «pudriéndose» en tu interior. Exprésate y deja salir todo lo que te preocupa, te duele o te aflige. Para ello escribe, habla con tus personas más cercanas o busca ayuda profesional. Pero asegúrate de tener un espacio seguro en el que poder abrir las ventanas de un interior y permitir que entre el aire.
  • Cuida tu diálogo interno. Con frecuencia, ante una enfermedad crónica, la persona comienza a dirigirse mensajes dañinos como: «eres una carga», «eres un fracaso, un inútil, ya no sirves para nada». Esta desvalorización conlleva un severo descenso de la autoestima que únicamente empeora la situación. Sé compasivo e indulgente contigo mismo. No seas tu peor juez ni tu mayor crítico, háblate con amor, comprensión y empoderamiento.

Más allá de la supervivencia

Sobre todo, disfruta de tu vida. Sí, esto puede resultar contradictorio pues es evidente que la enfermedad supone una severa limitación. Sin embargo, aún tienes una vida y mereces vivirla. Trata de no sentir lástima por ti mismo durante mucho tiempo; por el contrario, vive, disfruta y agradece todo lo que si tienes.

Cuando la enfermedad lo permita, sal, comparte con tus seres queridos, realiza actividades que te gusten. Aunque tengas que aprender a disfrutar de un modo diferente a como lo hacías antes, no dejes de hacerlo.

sábado, 21 de marzo de 2020

El sedentarismo puede acelerar la pérdida de la memoria

Cada vez hay más personas que, a pesar de hacer ejercicio físico, llevan el resto del tiempo una vida sedentaria. ¿Te has preguntado alguna vez si esto tendría consecuencias sobre la salud? ¿Y en nuestro cerebro? Aquí te contamos uno de esos hallazgos.

La actividad física ha mostrado tener multitud de beneficios para la salud en general y, de manera concreta, para la estructura y funcionalidad cerebral. Aunque en menor medida, se ha comenzado a investigar qué consecuencias tiene el sedentarismo en estos mismos puntos. Y es que hay muchas personas que, a pesar de realizar ejercicio físico, el resto del día llevan una vida sedentaria.

En algunos estudios incluso se ha sugerido que el sedentarismo podría ser un factor de riesgo para el desarrollo de deterioro cognitivo asociado a la edad.

Se plantea que un 13 % de los casos de alzhéimer a nivel mundial podría atribuirse al sedentarismo. En este sentido, reducir un 25 % este estilo de vida podría prevenir más de un millón de casos.

¿Cómo se relacionan sedentarismo y cognición?

En el deterioro cognitivo se produce atrofia de un área cerebral llamada lóbulo temporal medio, asociada al deterioro de la memoria y enfermedad de Alzheimer. Así, en multitud de estudios se ha visto que la actividad física afecta al estado de esta región, especialmente al del hipocampo.

Para el correcto funcionamiento cerebral es esencial que tenga un flujo sanguíneo adecuado, lo cual promueve el desarrollo de nuevas neuronas y retrasa el deterioro.

Mientras que la actividad física lo aumenta, el sedentarismo altera el control glucémico y, con ello, disminuye el flujo sanguíneo. De hecho, se ha encontrado que en de 5 años, existe relación entre el sedentarismo con una disminución de la cantidad de sustancia blanca.

Evidencias

Un reciente estudio liderado por la Universidad de California en Los Ángeles ha estudiado sus efectos en áreas relacionadas con la memoria. Para ello, no solo se centraron en el tiempo dedicado a la actividad física, sino también a las horas que una persona sana pasa sentada.

Para esta investigación contaron con 49 personas sanas de una media de edad de 60 años. Tras rellenar una serie de cuestionarios sobre su nivel de actividad física y horas que pasan sentados, les sometieron a una resonancia magnética y pruebas neuropsicológicas. Con ello, observarían el grosor de la corteza cerebral y el rendimiento de funciones cognitivas como la memoria.

En el estudio encontraron que el comportamiento sedentario, pero no el nivel de actividad física, se asociaba con una corteza cerebral más fina en algunas zonas. Éstas, de manera concreta, son las relacionadas con la memoria.

Por lo tanto, sugieren que el sedentarismo predice mejor que el ejercicio el estado o rendimiento en esas funciones. Así, incluso cuando la actividad física es alta, no es suficiente para compensar el efecto de permanecer sentados durante largos períodos de tiempo.

¿Qué se puede hacer?

A pesar de estos hallazgos, siempre es más recomendable realizar ejercicio físico. En este sentido, las evidencias científicas han demostrado que mejora el rendimiento de las funciones cognitivas, la vascularización cerebral y la neurogénesis.

Además, son multitud de actividades las que afectan al rendimiento, como leer, aprender idiomas, realizar juegos intelectuales e, incluso, relacionarte con otras personas. No obstante, recomendamos mantener un estilo de vida saludable y activo. Opta siempre por ir caminando a tu destino, elige las escaleras frente al ascensor.

¡Con todo ello no sólo mejorarás tus capacidades, sino que te sentirás mejor y aprovecharás más el tiempo!