viernes, 31 de julio de 2020

¿Es posible tener orgasmos mientras duermes?

El cerebro, aunque resulte curioso, es el órgano más sexual. De hecho, hasta es capaz de lograr que alcancemos orgasmos mientras estamos dormidos. ¿Te ha pasado? ¿Sabes cuáles son los mecanismos responsables de este fenómeno? Lo analizamos.

Nadie nos toca, ni siquiera nosotros mismos; sin embargo, el cuerpo experimenta una oleada de repentino placer mientras estamos envueltos entre las sábanas… durmiendo. ¿Es posible tener orgasmos mientras duermes? Esa sensación repentina y agradable que surge en el universo de lo onírico recibe el nombre de sleep-gasm y es, cuanto menos, un tema interesante.

Cerca del 90 % de las personas sabe de qué estamos hablando. Sin embargo, no deja de resultar curioso que el cuerpo sea capaz de lograr ese clímax sin tener contacto con nada ni nadie. Solo cuando el cerebro, quien enfrascado en sus tareas nocturnas mientras nos proporciona un descanso reparador, decide regalarnos también (de vez en cuando) un súbito instante de bienestar porque así lo decide.

Es cierto que los hombres empiezan un poco antes en «este mundo nocturno de los sueños húmedos». Es durante la pubertad cuando descubren por primera vez qué son las «poluciones nocturnas», algo que sigue apareciendo en la edad adulta. Las mujeres, por su parte, se inician en esos placeres oníricos un poco más adelante, tomando conciencia también de que el sueño es otro escenario de lo más sugerente para alcanzar orgasmos.

No obstante ¿cómo es esto posible? ¿por qué hay personas que pueden lograr el clímax en pleno descanso nocturno, pero no con una pareja sexual? Lo analizamos a continuación.

Sí, es posible tener orgasmos mientras duermes (y esta es la explicación)

No hace falta estar despierto para sentir placer. No podemos negar que, en ocasiones, el mundo del sexo tiene sus complicaciones, que las relaciones tiene sus desafíos, altibajos y problemas singulares. Sin embargo, el hecho de cerrar los ojos, caer en un sueño reparador e ir a parar a una fantasía de lo más sensual que termina en orgasmo no deja de sorprendernos.

Todo esto nos demuestra una vez más que no hay órgano más sexual que el cerebro. No es necesaria la estimulación física para sentir placer, no hace falta una pareja sexual ni un juguete erótico, bastan nuestros pensamientos, sueños más singulares y deseos más profundos.

Ejemplo de ello lo tenemos en un estudio llevado a cabo por los doctores Barry R.Komisaruk y Beverly Whipple, un trabajo que más tarde se recogió en un libro titulado The science of orgasm. En esta investigación demostraron que las mujeres logran experimentar placer a través del pensamiento, las fantasías y las imágenes mentales. Es más, el cerebro reacciona del mismo modo que en un orgasmo producido por masturbación.

Basta con la mente y ese cerebro sensacional que nos demuestra que es posible tener orgasmos mientras duermes. Conozcamos ahora a los mecanismos biológicos responsables de este fenómeno.

Sueños placenteros y la fase REM

Admitámoslo, pocas etapas del sueño nos parecen tan fascinantes como la enigmática fase REM (Rapid eye movement). Nos atrae porque es ese momento de nuestro descanso nocturno en el que surgen los sueños son más intensos y vívidos.

No sabemos por qué ocurre esto, desconocemos por qué soñamos y la razón por la que el cerebro está tan activo justo en ese instante, oscilando entre abundantes y descompasadas ondas theta y beta. Es precisamente esa hiperactividad la que provoca que este órgano requiera de más oxígeno; así, la sangre fluye de pronto con más fuerza por nuestro cuerpo, pasando obviamente por el área genital.

Por si no fuera poco, se eleva el aporte de serotonina y dopamina, generando así una intensas descargas hormonales que propician una grata sensación de relajación y bienestar. Todo esto, acaba facilitando que sintamos cierta excitación. Si además esa sensación se acompaña de unas imágenes oníricas estimulantes, ya tenemos todos los ingredientes para disfrutar de nuestro sueño húmedo.

Es posible tener orgasmos mientras duermes y no tenerlos cuando estás despierto

En ese sugerente escenario de lo onírico y lo sexual hay una particularidad. Es posible tener orgasmos mientras duermes y no poder alcanzarlos cuando estás con tu pareja. De hecho, ese es un problema común y una pista evidente de que podemos padecer algún problema psicológico que dificulta el poder disfrutar plenamente del sexo.

En ocasiones, factores como la ansiedad, las preocupaciones, la vergüenza, la inseguridad con nuestra imagen corporal ponen muros a la mente y apagan el deseo, sofocan la excitación e impiden disfrutar plenamente de esos instantes de intimidad. En cambio, cuando estamos sumidos en nuestro descanso nocturno y esas barreras psicológicas caen, uno puede experimentar auténtico placer, evidenciando así, que no hay un problema fisiológico, que todo es mental.

Para concluir, los sueños húmedos y esos orgasmos nocturnos nos demuestran quizá algo todavía más interesante. La sexualidad forma parte de nosotros, es una parte más de nuestra biología, de nuestro comportamiento, de la propia naturaleza. Es más, el hecho de que podamos experimentar una respuesta sexual solo con imágenes mentales y sin ningún otro tipo de estimulación evidencia que aún tenemos mucho que aprender sobre nuestra sexualidad.

jueves, 30 de julio de 2020

Sigue preguntándote qué quieres ser de mayor

"¿Qué quieres ser de mayor?" es una pregunta que perdimos en algún momento de la madurez. Te proponemos un ejercicio de encuentro con tu niño interior y con la esperanza.

Cuando eres un niño te preguntan constantemente «¿qué quieres de mayor?». Pero llega un momento en la vida adulta en que esta cuestión desaparece e, incluso, hacerla se considera como algo inmaduro. Sin embargo, existe una esencia en este interrogante que funciona como aliento de vida y que, aún de adultos, es necesario mantener.

En este artículo veremos las emociones que trascienden a esta pregunta, la necesidad de contacto con nuestro niño interior y cómo decidir sobre si es necesario dejarse llevar por los acontecimientos imprevistos de la vida o intentar controlar lo que está pasando. Antes de seguir leyendo responde mentalmente a la pregunta: «¿qué quieres ser de mayor?».

¿Qué quieres ser de mayor?

Normalmente, es una pregunta que alude al ámbito laboral y que exige respuestas para la elección de determinados estudios o alternativas. Según se avanza en las etapas vitales, esta cuestión que era el reflejo de la ilusión frente al futuro, puede volverse amarga y provocar sentimiento de encontrarse perdido. Parece que, al cumplir determinada edad, es obligatorio saber el rumbo a seguir y no está del todo bien visto cambiarlo.

Más allá del ámbito escolar y laboral, esta cuestión acerca de ser mayor abre interrogantes acerca del sentido de la vida y de cómo estás trabajando actualmente para dirigirte a donde deseas. También conecta profundamente con los deseos y aspiraciones y se opone a los pensamientos sobre la obligación y sobre querer satisfacer a los demás.

Pensar en qué queremos ser más adelante despierta emociones muy diversas: ilusión, vacío, esperanza, miedo… Experimentar una u otra depende del momento vital y la importancia que se le dé a intentar controlar la dirección de la vida y el futuro. Pero ¿qué es realmente lo mejor para nosotros? ¿Dejarnos llevar o decidir sobre nuestro futuro?

¿Me dejo llevar al futuro o intento decidir en él?

Las dos opciones pueden volverse indispensables en ciertos momentos de la vida. Tanto dejarse llevar como esforzarse para incidir en el futuro son dos acciones necesarias que permitirán adaptarse y evolucionar a lo largo de la existencia.

Se necesita dejarse llevar porque aparecerán cosas inesperadas en el camino que cambiarán inevitablemente el destino. Cosas imprevistas y dolorosas como, de repente, caer enfermo o perder a alguien. Pero también habrá elementos fortuitos como encontrarte con personas maravillosas o ver nuevas formas de ti que nunca habías imaginado.

¿Tendría sentido una vida sabiendo qué es exactamente lo que va a pasar a cada momento? La respuesta parece sencilla al considerar que muchas personas enferman emocionalmente cuando sienten que caen en esta monotonía. Aunque consiguieras controlar todo, puede que no fueras tan feliz como imaginas.

De la misma forma, es necesario sentir que escoges ciertos caminos y que esas decisiones afectan al resultado real. Sucederán cosas inesperadas, por supuesto, pero mientras tanto se curarán tus partes heridas y darás pasos para alcanzar tus propias ilusiones. Conseguirlas por el propio pie, cuando la parte impredecible lo permite, es una de las sensaciones más maravillosas del mundo.

La conexión con nuestro niño interior

Seguir preguntándote «¿qué quieres ser de mayor?», conecta profundamente con el niño que llevas dentro. Conectar con él significa también hacerlo con emociones que, a veces, pueden quedar por el camino de la madurez, como la ilusión, el divertimento, la esperanza y la confianza en que todo irá bien.

Un niño al nacer es como una hoja en blanco llena de espontaneidad natural. Pasará tiempo hasta que entienda las normas sociales y empiece a moldear su conducta en base a lo que se espera de él, como que a veces hay que posponer el propio disfrute y enfrentarse a la frustración de que las cosas pueden no ser como queremos.

De hecho, los niños en los primeros años tienen una visión de la muerte en la que ésta solo se desencadena por los propios actos y voluntad. Años después se producirá una crisis al descubrir la falta de control que podemos tener sobre ella. Un duro golpe para la esperanza y la confianza infantil.

Aunque, estos pasos son de alguna forma el camino natural en el desarrollo, es importante que el contacto con ese niño interior, su esperanza y confianza en la vida siga vivo de alguna manera. Se trata de intentar mantener presente ese niño que confía en que las cosas saldrán bien. Aunque si salen mal, el adulto en que te convertiste las acepta, sin hacer una huida hacia adelante, conducta más propia de las etapas infantiles.

Pensar en qué ser de mayor: esperanza y confianza

Crecer, a veces, implica dejarnos de hacer preguntas importantes como «¿qué quieres ser de mayor?». Esta cuestión alude al futuro y la esperanza, con una mirada de ilusión propia de un niño. A veces, se puede madurar con tantas preocupaciones que hagan perder el contacto con los propios deseos e ilusiones vitales.

Muchos son con conflictos y problemas emocionales que giran alrededor de la idea de dejarse llevar por las circunstancias o mantener el control en todas ellas. Ambas provocan estancamiento y sufrimiento si no se flexibilizan a merced de circunstancias y eventos que van sucediendo.

Es necesario, a veces, descansar de querer controlar absolutamente todo porque no es posible y porque intentar hacerlo duele y agota. Aceptar las cosas que nos ofrece la vida y recuperar la confianza de que todo irá bien.

Pero también es importante conectar con esa parte infantil que llevas dentro y preguntarte con ilusión «¿qué quieres ser de mayor?». Tengas la edad que tengas, esa mirada de esperanza e ilusión del niño que alguna vez fuiste sigue en alguna parte de ti mismo.

Al principio de este artículo respondiste a la pregunta «¿qué quieres ser de mayor?», ahora puedes contestar de nuevo y ver si algo ha cambiado.

miércoles, 29 de julio de 2020

El castigo de la indiferencia

La indiferencia es una forma de agresión psicológica. Es convertir a alguien en invisible, es anularlo emocionalmente y vetar su necesidad de conexión social para llevarlo a un limbo de auténtico vacío y sufrimiento. Dicha práctica, como ya sabemos, abunda en exceso en muchos de nuestros contextos: la vemos en escuelas, en relaciones de pareja, familia e incluso entre grupos de amigos.

Falta de comunicación, evitación, hacer el vacío de forma expresa, frialdad de trato… Podríamos dar mil ejemplos sobre cómo se lleva a cabo la práctica de la indiferencia, y sin embargo, el efecto siempre es el mismo: dolor y sufrimiento. El dolor de ese niño que sentado en un rincón del patio, ve como es ignorado por el resto de sus compañeros. Y el sufrimiento también de esa pareja que de un día para otro, percibe cómo su ser amado deja de mostrar la correspondencia emocional de antes.

Nadie está preparado para habitar en ese vacío social donde los demás pasan a través nuestro como si fuéramos una entidad sin forma. Nuestras emociones, nuestras necesidades y la propia presencia están ahí y demandan atención, ansían afecto, respeto… ser visibles para el resto del mundo. ¿Cómo afrontar estas situaciones?

La indiferencia, la invisibilidad social y el dolor emocional

La definición de la indiferencia es a simple vista bastante sencilla: denota falta de interés, de preocupación e incluso falta de sentimiento. Ahora bien, más allá de las definiciones de diccionario están las implicaciones psicológicas. Están, por así decirlo, esos universos personales donde hay ciertas palabras con más relevancia que otras. El término «indiferencia», por ejemplo, es sin duda uno de los más traumáticos.

Así, hay quien no duda en decir que lo opuesto a la vida no es la muerte sino la falta de preocupación, y ese vacío absoluto de sentimientos que dan forma cómo no, a la indiferencia. No podemos olvidar que nuestros cerebros son el resultado de una evolución, ahí donde la conexión social y la pertenencia a un grupo nos han hecho sobrevivir y avanzar como especie.

Interaccionar, comunicar, ser aceptado, valorado y apreciado nos sitúa en el mundo. Esos procesos tan básicos desde un punto de vista relacional nos hace visibles no solo para nuestro entorno, sino también para nosotros mismos. Es así como conformamos nuestra autoestima, así como damos forma también a nuestra identidad. Que nos falten esos nutrientes genera serias secuelas, implicaciones que es necesario conocer. Veámoslos.

La indiferencia genera una fuerte tensión mental

Las personas necesitamos «leer» en los demás aquello que significamos para ellos. Necesitamos certezas y no dudas. Ansiamos refuerzos, gestos de aprecio, miradas que acogen, sonrisas que comparten complicidades y emociones positivas… Todo ello da forma a esa comunicación no verbal donde quedan incrustadas esas emociones que nos gusta percibir en los nuestros a diario. El no verlas, el percibir solo una actitud fría, provoca ansiedad, estrés y tensión mental.

Confusión

La indiferencia genera a su vez otro tipo de dinámica desgastante, a saber, se rompe un mecanismo básico en la conciencia humana: el mecanismo de acción y reacción. Cada vez que actuamos de una cierta manera, esperamos que la otra persona reaccione en consecuencia.

Si bien a veces esta reacción no es la que esperábamos, resulta muy difícil de comprender la ausencia total de ella. La comunicación se vuelve imposible y el intento por interactuar se hace forzado y desgasta. Todo ello nos confunde y nos sume en un estado de preocupación y sufrimiento.

Da origen a una autoestima baja

Al no obtener ningún tipo de respuesta, de refuerzo por parte de las otras personas, se corta cualquier retroalimentación que podamos tener. En las etapas de formación de la personalidad, esto puede repercutir gravemente en la autoimagen. Es probable que aquella persona que ha recibido indiferencia en estas etapas, llegue a creer que no vale la pena interactuar con ella, dando lugar a una fuerte inseguridad.

¿Cómo reaccionar frente a alguien que me trata con indiferencia?

Las personas, como seres sociales que somos y dotados a su vez de unas necesidades emocionales, aspiramos a establecer una relación de constante interacción con nuestros seres queridos: familia, amigos, pareja… Si en un momento dado empezamos a percibir silencios, vacíos, frialdad y despreocupación, nuestro cerebro (y en concreto nuestra amígdala) entrará en pánico. Nos avisará de una amenaza, de un miedo profundo y evidente: el de percibir que ya no somos amados, apreciados.

Lo más razonable en estas situaciones es entender qué sucede. Esa desconexión emocional siempre tiene un origen y como tal debe ser aclarado para que poder actuar en consecuencia. Si hay un problema lo afrontaremos, si hay un malentendido lo solucionaremos, si hay desamor lo asumiremos e intentaremos avanzar. Porque si hay algo que queda claro es que nadie merece vivir en la indiferencia, ninguna persona debe sentirse invisible en ningún escenario social, ya sea en su propio hogar, en su trabajo, etc.

Asimismo, hay un aspecto que es necesario considerar. La indiferencia largamente proyectada sobre alguien en concreto o sobre un colectivo es una forma de maltrato. Aún más, en un estudio llevado a cabo en la Universidad de California se demostró que este tipo de dinámica basada en la exclusión y en la despreocupación, genera dolor y angustia. Es un sufrimiento que trasciende nuestras emociones para llegar también a nuestro cuerpo.

El último recurso: alejarse

Si luchar por esa relación, si invertir más tiempo y esfuerzo en esa o esas personas nos trae el mismo resultado, lo más sano será alejarnos. Si percibes que esas consecuencias perjudiciales (agotamiento, baja autoestima…) ya se están “instalando” en ti, es urgente que renuncies a tener una relación cercana con esas personas y busques proximidad con otros, para quienes sí seas importante.

Intégrate en grupos donde seas escuchado y se valore tu forma de ser. Romper con una relación de indiferencia te dará una nueva perspectiva del mundo y potenciará tu desarrollo.

martes, 28 de julio de 2020

Preocupaciones tipo 1 y tipo 2: ¿en qué se diferencian?

¿Crees que preocuparse es útil para hallar soluciones? ¿Piensas que quienes no se preocupan son unos irresponsables? Descubre cómo tus creencias afectan tu día a día.

Todos experimentamos preocupaciones en algún momento. Estas cumplen una importante función, pues nos orientan y nos preparan para actuar solucionando problemas y previniendo peligros. Sin embargo, en aquellas personas con una cierta predisposición, pueden alcanzar un nivel patológico. Así, diferenciar entre preocupaciones tipo 1 y tipo 2 puede ayudarnos a comprender cómo algo tan cotidiano puede dar lugar a un trastorno. 

Esta distinción fue propuesta en el modelo metacognitivo de Wells para el trastorno de ansiedad generalizada. Sin embargo, sus postulados pueden aplicarse sin necesidad de padecer esta condición. De tal forma, si la preocupación se ha convertido en un problema para ti, conocer cómo funciona la mente te permitirá tomar mejores decisiones. 

La preocupación patológica

Antes de adentrarnos en las preocupaciones tipo 1 y tipo 2, es importante definir el momento en el que la preocupación pasa de natural a patológica. Esto sucede, en primera instancia, cuando se presenta con demasiada frecuencia, demasiada intensidad o ante acontecimientos con muy baja probabilidad de ocurrir.

Pero, sobre todo, se vuelve patológica cuando deja de cumplir su función. Es decir, preocuparse ha de ser siempre el preámbulo de una acción; la bandera roja que nos indica que hay un asunto del que debemos ocuparnos. Cuando nos quedamos estancados en este primer paso, rumiando una y otra vez la misma secuencia de pensamientos y sin pasar a la acción, algo va mal.

Además, dentro de esta aprensión disfuncional podemos diferenciar entre preocupaciones tipo 1 y tipo 2 en función del tipo de creencias que las mantienen. Son estas ideas las que debemos revisar para salir del círculo vicioso la preocupación.

Diferencias entre preocupaciones tipo 1 y tipo 2

Creencias positivas

Las preocupaciones tipo 1 no tienen nada de extraordinario. Pueden versar sobre temas cotidianos como el empleo, la familia, la salud o la vida social. Lo que ocurre es que surgen con demasiada frecuencia, intensidad y que no promueven una acción. La persona continúa preocupándose porque mantiene una serie de creencias positivas al respecto:

  • «Preocuparme por algo hace menos probable que ocurra». Esta creencia es muy común y se mantiene debido a que en la mayoría de las ocasiones lo que tememos es muy improbable. Así, cuando finalmente no sucede, nos convencemos de que lo hemos evitado gracias a la preocupación.
  • «Preocuparme me ayuda a descubrir maneras de evitar aquello que temo». Muchas veces tenemos la sensación de que dando vueltas mentalmente a un tema hallaremos una solución adecuada. Esto sería positivo en un inicio; más cuando hemos realizado el mismo recorrido mental numerosas veces, seguir rumiando solo mantendrá en ese ciclo sin fin.
  • «La preocupación me ayuda a prepararme para cuando el evento negativo ocurra». Esta afirmación, a pesar de estar bastante extendida, no es verdadera. Darle vueltas a la misma idea angustiante una y otra vez no nos ayudará a estar más preparados, solo nos privará de disfrutar el presente.
Pueden existir otras muchas creencias positivas como que preocuparnos nos hace ser mejores personas, individuos más empáticos o más responsables. En cualquier caso, todas estas ideas mantienen el hábito de preocuparse.


Creencias negativas

Sin embargo, cuando esta tendencia a la preocupación se ha mantenido durante largo tiempo, la persona comienza a desarrollar creencias negativas al respecto. Empieza a darse cuenta de cómo esto interfiere en su vida, del malestar que le provoca. Se hace consciente de que ha llegado a un punto en el que no puede controlar esas ideas repetitivas.

Esto genera lo que Wells denomina metapreocupación o preocupaciones tipo 2. Es decir, el individuo comienza a preocuparse por estar preocupado, pues ahora lo percibe como algo negativo. Por ende, trata de controlar y evitar estos pensamientos y, al no lograrlo, ve reafirmadas sus creencias de que son peligrosos e incontrolables. El resultado es una retroalimentación continua de la preocupación.

¿Tienes preocupaciones tipo 1 y tipo 2?

Si sientes que la preocupación está excesivamente presente en tu día a día, interfiriendo con tu funcionamiento, presta atención a tus creencias. ¿Qué piensas acerca de preocuparse? ¿Crees que es positivo o peligroso? Si detectas en ti mismo alguna de las ideas anteriormente mencionadas, sería conveniente revisarlas.

Recuerda que la preocupación ha de ser puntual, justificada y proporcional. Pero, ante todo, debe motivarte a tomar acción. No te enredes en secuencias de pensamientos circulares, continua el proceso de solución de problemas hasta el final. Y, sobre todo, si te reconoces en alguno de estos patrones, no dudes en consultar con un profesional que pueda asesorarte.

lunes, 27 de julio de 2020

No mendigues la atención de nadie y mucho menos amor

No mendigues amor a quien no tiene tiempo para ti, a quien solo piensa en sí mismo. No lo hagas nunca. No te merece quien te hace sentir invisible e insignificante con su indiferencia. Te merece quien con su atención te hace sentir importante y presente.

El amor se debe demostrar, pero nunca jamás se debe mendigar. El hecho de tener que hacerlo es el más fiel de reflejo de la injusticia emocional, del desequilibrio que vive el sentimiento que cimienta una relación.

Te merece aquel que dice menos pero hace más. No te merece quien solo te busca cuando te necesita sino quien está a tu lado cuando le necesitas y no solo cuando su interés se lo permite. Te merece quien sin esperar nada te lleva dentro, te siente y te hace sentir importante en su vida.

Al final es simple, la persona que te merece es aquella que teniendo la libertad de elegir, se acerca a ti, te aprecia y te dedica tiempo y pensamientos.

No existe la falta de tiempo, existe la falta de interés

Dicen que no existe la falta de tiempo, que existe la falta de interés, porque cuando la gente realmente quiere, la madrugada se vuelve día, martes se vuelve sábado y un momento se vuelve oportunidad.

También dicen que quien mucho se espera, se decepciona y sufre. Así que tenemos que revisar nuestras expectativas y meternos en la cabeza aquello de “no esperes nada de nadie, espéralo todo de ti”.

Porque las esperanzas y las expectativas son muchas veces (sino todas), la base de los fiascos emocionales y, por lo tanto, de percibir que como falta de interés las actitudes de los demás.

Cuando percibimos lo que los demás hacen o dicen como un fraude, realmente llegamos a sentir dolor. Un dolor emocional que a nivel cerebral se comporta de la misma forma que el dolor físico.

En este sentido cabe hacer un apunte importante y es que debemos darle al malestar psicológico la importancia que tiene. No se nos ocurriría ignorar fuertes punzadas en el estómago o un tremendo dolor de cabeza constante.

Así que, ¿por qué deberíamos ignorar el dolor emocional? No podemos dejar que el tiempo lo cure sin más, tenemos que trabajar sobre él y extraer las enseñanzas que nos brinda del mismo modo que dejaríamos de tomar chocolate si descubrimos que es el causante de nuestro malestar estomacal.

Esto es muy importante porque socialmente se tiene la falsa creencia de que el malestar psicológico es signo de debilidad y de que, al mismo tiempo, el tiempo curará las heridas sin necesidad de “desinfectarlas” ni de poner vendas o parches para evitar que sangre.

Valórate, quiérete bien

Dedícale tiempo a la gente que se lo merece y que te hace sentir bien. No mendigues la atención, la amistad ni el amor de nadie. Quien te quiere, te lo demuestra tarde o temprano. Por eso, si vives en una situación de injusticia emocional tan alarmante, recuerda:

A quien no te llame y no conteste tus llamadas, no le llames. No busques a quien no te extrañe. No extrañes a quien no te busca. No escribas, no te sometas al castigo de la indiferencia que demuestran mensajes ignorados o silencios infundados.

No esperes a quien no te espera, valórate y deja de mendigar y de rogar amor. Porque, como hemos dicho, el amor se debe demostrar y sentir, pero jamás implorar. Tu cariño debe ser para quienes te quieren y te comprenden sin juzgarte.

Y sobre todo no te olvides del valor de tu sonrisa ante el espejo, quiérete y valórate por todo lo que eres y no por lo que alguien que no te merece te hace entender. Ámate bien y date cuenta de que el hecho de que alguien te descuide no quiere decir que tú no debas hacer lo imposible por rodearte de personas que te quieran en su vida.


domingo, 26 de julio de 2020

Los beneficios de dejar marchar

Para vivir con un alto grado de bienestar y en constante crecimiento, podemos aprender a dejar marchar situaciones o a personas que no nos aportan calidad de vida. Es muy común que nos suela costar desprendernos de ellas, ya que el ser humano se siente más seguro ante lo conocido. Así, ante la pérdida de algo a lo que estábamos acostumbrados, aparece el temor e incertidumbre.

Parejas que no son felices y siguen juntas, trabajos que amargan la existencia, amistades tóxicas, familias que coartan libertades… Hay muchísimas situaciones y personas que nos rodean y empeoran nuestro bienestar. Y, a veces, a pesar de ser conscientes de ello, nos empeñamos en seguir aferrados a ello…

¿Por qué es tan importante aprender a dejar marchar?

Porque la vida es tan cambiante y ofrece tantas cosas nuevas, que aferrarse a algo que no funciona es conformarse con una calidad de vida muy pobre.

¿Cuántas situaciones cotidianas hemos visto y vivido en las que las personas se aferran irracionalmente a algo que no les hace felices? ¿Esa amiga que nos cuenta que su amado no la corresponde y, a pesar de su negativa, sigue insistiendo sin parangón? ¿O ese compañero de trabajo que te pisa en cada oportunidad que tiene y te impide sacar todo tu potencial?

Hacer ese tipo de cosas es estancarse. Mientras se lucha por algo que a sabiendas se sabe que no da sus frutos, se pierde la oportunidad de que lleguen a nosotros cosas nuevas mejores, que sí aportan felicidad.

Dejar marchar significa aceptar cada situación como es. Significa no forzar las cosas y dejar que todo fluya naturalmente. Si, por ejemplo escribimos a alguien que nos importa y no recibimos respuesta, es mejor aceptarlo y pasar página, abrirse a nuevas experiencias y conocer gente nueva. No digo que no haya que luchar por las cosas, pero el mundo de las relaciones funciona como un juego de mesa en el que ambos deben tirar los dados y jugar.

Si tiramos una vez los dados y el otro no tira, no tiene sentido seguir jugando solo, porque no hay interés por la otra parte. Lo racional es dejar el juego y buscar a otra persona que quiera jugar.

Jugar, en este caso, es mostrar interés. Si escribimos a alguien y no contesta es que algo no fluye como debería. Mejor aceptarlo y cambiar de persona. Si analizamos el comportamiento de nuestro entorno, podría ser que encontráramos a varias que están jugando solas y estancadas en relaciones que no les aportan bienestar.

La trampa de las preguntas

Habitualmente dejar marchar no se convierte en tarea fácil. La mayoría, cuando percibe que algo que le importa se escapa entre sus manos, trata de buscar respuestas. ¿Por qué ya no quieres que hablemos como antes? ¿Por qué has dejado de quererme? ¿Por qué estás tan esquivo conmigo?

Necesitamos explicaciones, argumentos, justificaciones… Solemos presionar para obtener lo que deseamos y, todo ello, por falta de aceptación.

Normalmente las personas que nos valoran y quieren seguirán a nuestro lado sin tener que hacer esfuerzo, porque pondrán de su parte en mantenernos. Por lo tanto, la creencia de que, para tener algo hay que sacrificarse, es errónea, porque el sacrificio sin correspondencia trae frustración y estancamiento. Notarás que algo vale la pena cuando de forma natural todo fluya y sea un dar y recibir recíproco.

Deja marchar también las ideas

Dejar ir no sólo es aplicable a situaciones y personas, sino también a ciertas ideas propias que deberíamos dejar pasar, para aumentar la felicidad. Muchas veces, en vez de dejar que todo fluya nos empeñamos en que las cosas sucedan a nuestra manera.

Planes de fin de semana que no se concretan, creer que sin pareja no se puede ser feliz, trasladarnos al pasado para lamentarnos, creer que no somos válidos, evitar hacer cosas por miedos, etc… Toda idea que provoca un sentimiento negativo, deberíamos dejar que se esfumara de nuestra mente.

Si no tuviéramos pensamiento, probablemente disfrutaríamos más de la vida, porque nos dedicaríamos a vivir el momento tal y como está, sin intentar modificarlo, aceptando todo tal y como es. Solo estaríamos centrados en pasarlo bien en ese momento, nos adaptaríamos a lo que hay y no trataríamos de adaptar la realidad a nosotros.

Desprendámonos de los apegos

La naturaleza es sabia. Hasta los árboles dejan caer sus hojas en otoño para que crezcan nuevas y vigorosas hojas. Toda situación puede verse desde la perspectiva de lo positivo o negativo.

Que un árbol pierda las hojas en otoño unos pueden verlo como negativo porque ensucian todas las calles, las ramas se ven poco agraciadas peladas, pero otros pueden ver lo mismo desde la perspectiva de lo positivo, las calles se llenan de belleza de hojas que adornan, las ramas se preparan para recibir nuevas hojas y las calles se llenan de magia…

Entrenemos nuestra mente para ver lo bueno en cada momento y cuando sintamos que es necesario, renovemos nuestra vida, soltemos lo que nos hace infelices, dejemos los apegos atrás para poder seguir fluyendo.

sábado, 25 de julio de 2020

En esta casa hacemos ruido, decimos "lo siento" y nos damos abrazos

En esta casa hacemos ruido, decimos «lo siento», damos abrazos y segundas oportunidades. Porque ser familia es permitir que el sonido de la vida nos envuelva y afine la música de nuestras partituras cotidianas, ahí donde existe el respeto y ante todo, la sensibilidad por las necesidades de todos sus miembros.

Algo que todos sabemos es que ninguna casa puede compararse a otra. Cada familia se estructura en base a unas dinámicas y a unos códigos de comunicación propios y exclusivos que no siempre garantizan la felicidad de todos los protagonistas. Es algo realmente complejo.

He aprendido que antes de cambiar el mundo hay que dar tres vueltas por tu propia casa. Por ello, en la mía, todos somos reales: cometemos errores y nos perdonamos, somos imperfectos pero nos divertimos, nos abrazamos y hacemos mucho ruido.

Hay casas muy grandes donde además del lujo, puede habitar la soledad y la infelicidad. En cambio, también hay casas pequeñas donde solo reina el bullicio de esa alegría sabia en reciprocidad, en hacer fácil lo difícil. En aceptar diferencias. Porque al fin y al cabo, la auténtica riqueza es precisamente eso, en estar unidos y en saber que lo más valioso no es lo que tenemos sino a quién tenemos a nuestro lado.

Los elementos que conforman la psicología de una casa

Una casa es un universo en miniatura, un reflejo de la sociedad puesta bajo un microscopio. Lo que acontece entre esas cuatro paredes y en ese ambiente es una combinación tremendamente poderosa donde los valores, las conductas y las emociones impactan en cada uno de los habitantes de esa familia de una forma determinada.

Ahora bien, los expertos en psicología ambiental nos dicen que todo entorno se constituye por tres elementos básicos y esenciales, los cuales, también vemos en cualquier casa.
  • Los factores materiales son esos elementos físicos que confieren a un hogar algo que para el Feng Shui, por ejemplo, es muy importante. Según este enfoque filosófico y estético, la disposición armónica del espacio tiene una determinada influencia sobre las emociones de las personas. Esto es algo que todos habremos notado alguna vez.
  • Los factores personales, por su parte, están determinados por las interrelaciones de las personas que habitan ese espacio, de sus hábitos y su forma de establecer vínculos los unos con los otros.
  • Los factores mentales son sin duda los procesos más relevantes en las dinámicas familiares. Es aquí donde se hallan los paradigmas, las creencias, los valores, el estilo de personalidad y los condicionamientos propios que establecen cada uno de los miembros de una familia.
Una casa, por tanto es un espacio cerrado donde todos sus «inquilinos» despliegan sus alas invisibles de influencia en sus nidos particulares donde puede reinar por un lado, el más absoluto bienestar o por otro, la más compleja infelicidad dependiendo de esos procesos mentales.

Por nuestra parte, queremos explicarte cómo se construyen los hogares más dignos y enriquecedores, esos con música propia y donde a pesar de que haya notas muy altas y otras muy bajas en sus partituras vitales, la canción siempre es igual de hermosa.

Un hogar sabio en emociones

Según un interesante estudio recogido en el libro «Emotional Contangion» de Elaine Hatfield una casa no es solo el lugar donde donde las emociones más se contagian, sino que nuestra conciencia emocional es lo que nos permite crecer como familia nutriendo necesidades, apagando miedos y creando una sintonía excepcional donde nadie sobra, donde todos son indispensables.

Ahora bien, sabemos que no es fácil construir un hogar. Porque una casa no son solo unos muros y un tejado, una casa es como una colcha de patchwork delicada y mágicamente artesanal donde cada retazo de tela es único y donde todos juntos, crean una figura maravillosa. Veamos ahora qué características definen a esos hogares sabios en emociones.

Características de la familia enriquecedora

La familia sabia en emociones y enriquecedora sabe, en primer lugar, que lo importante no es estar siempre juntos. No existen presiones inconscientes o conscientes por controlar a cada miembro para que ocupe su lugar en «el nido», en esa burbuja asfixiante donde se vetan crecimientos y libertades.

  • En la casa sabia no es importante estar juntos porque lo esencial es estar unidos.
  • La familia enriquecedora contagia emociones positivas a través de miradas que se atienden y que se entienden. No existen los virus del chantaje del todo o nada, del «porque yo lo digo» o del «si haces eso es porque no me quieres».
  • En la casa inteligente y feliz habita la luz de las ventanas abiertas, de los corazones empáticos y de esas voces habituadas a hacer ruido, a expresarse con libertad, con autenticidad sin vetos ni miedos.
  • En el hogar saludable se aceptan las diferencias, no hay sanciones para los puntos de vista diferentes, todos disponen de sus espacios personales para crecer en dignidad y de los espacios comunes donde compartir ese vínculo digno y feliz de la familia que se adora y que gusta de compartir tiempo juntos.
Una casa es donde conviven nuestras personas favoritas, esas a las que llamamos familia porque han sabido crear un hogar desde el corazón, a través de los afectos más puros y nobles. Porque al fin y al cabo, son esas personas con las que sigues riendo cada día, las que alivian tus lágrimas y las que hacen que la vida merezca siempre la pena.

viernes, 24 de julio de 2020

Trauma y fibromialgia: ¿qué relación existe?

Con frecuencia, en el historial de pacientes con fibromialgia se encuentran eventos traumáticos. Son varios los estudios que han relacionado estos dos hechos. Ahora bien, ¿qué sabemos exactamente de esta relación?

La fibromialgia es un trastorno caracterizado por dolor musculoesquelético generalizado; con frecuencia cursa acompañado de fatiga, sueño, problemas de memoria y bajo estado de ánimo. En el contexto de la investigación actual, hay un interés creciente por el trauma físico y psicológico como factores causales o precipitantes de la fibromialgia.

Una hipótesis es que en la fibromialgia se amplifican las sensaciones dolorosas; por lo que podría estar afectada la forma en la que el cerebro procesa las señales de dolor.

Los síntomas a veces comienzan después de un trauma físico, cirugía, infección o por un trauma o estrés psicológico significativo. En otros casos, los síntomas se acumulan gradualmente con el tiempo sin un evento desencadenante único.

Las mujeres tienen más probabilidades de desarrollar fibromialgia que los hombres. Muchas personas que tienen fibromialgia también tienen dolores de cabeza por tensión, trastornos de la articulación temporomandibular (ATM), síndrome del intestino irritable, ansiedad y depresión.

Si bien no existe una cura para la fibromialgia, una variedad de medicamentos puede ayudar a controlar los síntomas. El ejercicio, la relajación y las medidas de reducción del estrés también pueden ayudar.

Estudios sobre la relación entre trauma y fibromialgia

El estudio de la fibromialgia y el trauma psicológico ha despertado gran interés por conocer su relación. Este interés en las décadas de los 70 y 80 se plasmó en el estudio del trauma desde modelos deterministas, de causa única y desde una perspectiva psicopatológica.

Estos primeros trabajos estuvieron fuertemente influenciados por el escaso conocimiento médico acerca del síndrome, incluidas sus causas. Así, los acercamientos de la psicología se realizaron bajo un enfoque biomédico de enfermedad: al no existir causa orgánica conocida, por exclusión, la causa debía ser psicológica.

Estudios sobre eventos trauma y fibromialgia

Diferentes trabajos señalan relaciones con el abuso sexual en la infancia. En estos textos se defiende que elabuso en la infancia puede afectar al desarrollo normal cerebral, a la reactividad al estrés y al desarrollo de la fibromialgia (Lee, 2010).

En términos generales, existe una mayor prevalencia de eventos traumáticos en población con fibromialgia. No obstante, conviene tener presente que la mayoría de los estudios son retrospectivos, por lo que está implícita la narrativa del paciente.

Así, este tipo de trabajos se ven entremezclados con aquellos que analizan las características diferenciales de la narrativa en estos pacientes produciendo confusión a la hora de realizar un análisis global.

Algunos expertos creen que el estrés puede ser un desencadenante común. Es más evidente en personas que son susceptibles por razones fisiológicas e historial familiar de dolor crónico.

Estudio en Cleveland

Investigadores de la Clínica Cleveland inscribieron a 593 pacientes con fibromialgia para preguntarles sobre sus síntomas y antecedentes de abuso. Casi el 38 % de los pacientes con fibromialgia dijeron que habían sido abusados ​​física o sexualmente en algún momento.

Según este estudio, los pacientes que tenían antecedentes de abuso también tenían más probabilidades que los que no habían sido maltratados de informar síntomas de fibromialgia más graves.

Los pacientes con antecedentes de abuso tenían puntuaciones más altas en el índice de discapacidad del dolor, debilidad más generalizada y habían acudido a consulta con más frecuencia. Aquellos que habían recibido abusos también eran más propensos a tener un problema con la bebida.

Falta de consenso en la comunidad científica

Sin embargo, otras investigaciones no identifican un precedente de maltrato en la población con fibromialgia. Por otro lado, esta asociación sí que parece más fuerte cuando el maltrato se ha producido en la infancia (Lommel et al., 2009).

Ciccone, Elliott, Chandler, Nayak y Raphael (2005) señalan no existe ninguna asociación entre violencia sexual o física y fibromialgia. Sin embargo, sí observaron una mayor prevalencia de trastorno de estrés postraumático en el grupo de fibromialgia, trastorno que ejercería un papel mediador en la relación entre violación y fibromialgia.

Diferencias según el tipo de evento traumático

Apenas se han llevado a cabo estudios que analicen el posible papel diferencial del maltrato y abusos respecto a otro tipo de eventos traumáticos (accidentes, operaciones quirúrgicas, muerte de un familiar, divorcio, entre otros). Sin embargo, hay evidencias que apuntan a posibles diferencias significativas en la comorbilidad asociada.

En relación a la alexitimia, se observan puntuaciones significativamente más elevadas en las dimensiones de déficit de identificación de emociones y en déficit de lenguaje emocional. Este déficit se observa de manera más frecuente en las pacientes con fibromialgia víctimas de maltrato, si las comparamos con las que han experimentado otro tipo de evento vital potencialmente traumático (Peñacoba, Blanco, Pérez, Huete, && San Román, 2016).

Igualmente, se observa que las pacientes víctima de maltrato puntúan significativamente más alto en sintomatología ansiosa que las mujeres que han vivido otro tipo de evento.

Diferencias ente maltrato psicológico prolongado o violencia puntual

Napolitano (2006) señala mayores casos de maltrato psicológico que físico en las mujeres diagnosticadas de fibromialgia o de artritis reumatoide. Esto pone de manifiesto que el estrés crónico, característico de abuso psicológico, es fisiológicamente más perjudicial que el estrés agudo, característico de abuso físico.

Walker et al. (1997) señala además que la gravedad del trauma correlaciona significativamente con medidas de discapacidad física, angustia psicológica, ajuste de la enfermedad y calidad del sueño.

En conclusión, el historial de abuso en pacientes con fibromialgia se asocia con síntomas más graves en comparación con aquellos pacientes sin historial de abuso. El tipo de abuso y su gravedad parece afectar al curso de la fibromialgia.

No todo tipo de traumas (siempre que estos lleguen a desarrollarse) tienen el mismo impacto en la enfermedad. El abuso sexual infantil o el maltrato psíquico crónico son los que parecen tener más peso en las personas con fibromialgia. Además del abuso, en las manifestaciones de dolor influye el historial familiar del paciente y las narrativas utilizadas cuando hacen un relato de su historia.

jueves, 23 de julio de 2020

La personalidad autosaboteadora ¿te identificas?

La procrastinación es una forma de autosabotaje emocional, esa en la que se esconden muchos miedos: temor a fallar, a equivocarnos, a no estar a la altura de lo que esperamos o a lo que los demás esperan de nosotros. ¿Qué podemos hacer en estas situaciones?

Te propones presentarte a esa entrevista de trabajo en la que tantas ilusiones has puesto y justo un día antes, decides que no vas a ir. Has tenido una cita con alguien con quien tenías bastante conexión, pero al final optas por no volver a quedar con esa persona. Estos son solo dos ejemplos de la personalidad autosaboteadora, un tipo de perfil realmente común.

Si has vivido en piel propia alguna de estas situaciones, lo que habrás experimentado es cierto enfado contigo mismo. ¿Por qué lo hago? ¿Por qué razón dejo pasar tantas oportunidades? ¿Qué provoca que confíe tan poco en mis competencias a pesar de que determinadas metas me motiven muchísimo?

Casi sin saber cómo, acabamos instalados en una eterna y pegajosa zona de confort en la que nada cambia y las inseguridades se vuelven crónicas. En esta conducta hay una combinación muy lesiva en la que se combinan dos ingredientes decisivos: por un lado, el miedo y por otro, los pensamientos irracionales. Cuesta mucho desinfectar esos elementos de nuestra mente, sobre todo, porque dicho enfoque mental lleva bastantes años instaurado en nosotros.

Sabemos que los miedos actúan en muchas ocasiones como esas murallas que nos separan de aquello que desearíamos ser. ¿Cuál es entonces la estrategia para derribar esos obstáculos? Lo analizamos a continuación.

La personalidad autosaboteadora: ¿cómo es?

Vivimos en una sociedad en la que abundan en exceso mensajes motivadores como «tú puedes», «si te lo propones lo puedes conseguir» o «tienes derecho a lograr lo que deseas». Sin embargo, en la vida real no todos encontramos esos combustibles excepcionales capaces de embestirnos para alcanzar nuestras metas, por sencillas que sean.

Las personas estamos hechas de sueños, anhelos, necesidades y, sobre todo, miedos. La personalidad autosaboteadora abunda más de lo que pensamos por diversas razones. La primera de ellas puede llamarnos la atención: el autosabotaje forma parte de la neurobiología. ¿De qué manera y para qué? nos preguntaremos.

El cerebro se guía básicamente en base a dos objetivos: conseguir recompensas y defendernos de las amenazas. Ahora bien, mientras los animales se preocupan solo de salvaguardar su bienestar físico, las personas somos mucho más complejas y necesitamos también garantizar nuestro bienestar psicológico y emocional.

Esto provoca un hecho muy llamativo. Realidades como acudir a una entrevista, tener una cita o aspirar a un ascenso nos provocan siempre cierta ansiedad, angustia y algo de miedo. A fin y al cabo, tememos fallar, no estar a la altura o que las cosas no sucedan como deseamos.

Todo ello lo interpreta el cerebro como una amenaza psicológica, algo que atenta contra nuestro necesitado bienestar y, por tanto, para garantizar nuestro equilibrio opta, sencillamente, por convencernos de que nos quedemos donde estemos. Mejor no hacer nada, no responder. La mecánica del autosabotaje es muy compleja. Comprendamos unos cuantos aspectos más.

Este es el perfil de la personalidad autosaboteadora

Ese comportamiento por el que recortamos oportunidades y obstaculizamos nuestro potencial es algo inconsciente. No siempre nos damos cuenta de cómo aplicamos los mecanismos de defensa en casi cualquier situación.

Dar un paso atrás cuando surge una oportunidad tiene además diversas causas, desencadenantes que van más allá del aspecto neurobiológico.

  • Los psicólogos Andrew Elliott y Todd Thrash indican que la personalidad autosaboteadora está motivada por el miedo. Esta emoción siempre tendrá un gran peso en cualquier circunstancia. No importa que ese trabajo, ese viaje o esa meta nos ilusione sobremanera, el temor a fallar, a que pase algo, acaba frenando nuestros pasos.
  • Otro factor común es el eterno cuestionamiento. En la personalidad autosaboteadora hay una voz interna que pondrá en duda cualquier cosa que se haga. Aún más, tiene también la facultad de ver el lado negativo a casi cualquier cosa y de caer en esa rumia cognitiva con la que hallar un problema a cada situación.
  • La procrastinación es otra forma de autosabotaje emocional muy común y definitorio.
  • La mala gestión emocional y el dejarse secuestrar por las emocione son otros elementos descriptivos de este perfil.
  • Por otro lado, la personalidad autosaboteadora se define por un bajo autoconcepto, excesiva necesidad de control y miedo a los cambios. Todo estos elementos pueden estar motivados por la crianza, por el estilo educativo y por esas creencias que, a veces, interiorizamos de nuestros progenitores.
Detener el autosabotaje: un ejercicio de responsabilidad

Para que la mente deje de practicar el autosabotaje se necesita de un entrenamiento y compromiso férreo con nosotros mismos. No es una tarea fácil ni percibiremos cambios de hoy para mañana. Es como repogramar muchas de las cosas que dábamos por sentadas, es también desaprender para volver a asentar estrategias y enfoques más válidos, saludables. Estas serían por tanto, algunas claves:

  • Hay que dejar de tener miedo al fallo, al fracaso, al error. Si no logramos ese trabajo o ascenso soñado, no pasa nada, aparecerá otro. Si al final esa cita con esa persona que nos atrae no sale bien, no importa. Nosotros seguiremos siendo los mismos. Una decepción o un error no es un final, es un punto y aparte y un nuevo inicio.
  • Debemos detener la rumiación, bajar el volumen del diálogo negativo.
  • Deja también de ser tu peor crítico. Mereces tratarte con afecto y respeto.
  • Aprecia tus logros, ve poniéndote metas sencillas en el día a día y disfruta de las pequeñas victorias cotidianas.
Para concluir, la personalidad autosaboteadora vive en exclusiva en el territorio del miedo. Nada crece en ese escenario. Promovamos cambios, derribemos los cercados de esos muros para alcanzar el bienestar.

miércoles, 22 de julio de 2020

Teoría del sociómetro: cuánto valoramos lo que otros piensan de nosotros

¿Cuánta importancia le damos a la opinión que los demás tienen de nosotros? Aunque la respuesta nos pueda parecer sencilla y creamos que no nos importa demasiado, lo cierto es que parece que poseemos un mecanismo que controla esto independientemente de si somos conscientes de ello o no.

¿Qué importancia le damos a la opinión que los demás tienen de nosotros? Lo habitual es que la subestimemos; de hecho, aunque nos parezca increíble, parece que contamos con un mecanismo que hace que adaptemos nuestro comportamiento a la información de esta variable. Para profundizar un poco más en él, hoy os hablaremos de la teoría del sociómetro.

Esta teoría nos habla de un mecanismo psicológico que nos ayuda a minimizar la probabilidad de rechazo. Y además estaría muy relacionada con la autorregulación de nuestro comportamiento en compañía o hacia otras personas.

Este mecanismo regulador parece responder a los cambios de valor relacional. Nos proporciona un marco sobre el que analizar fenómenos como la autoestima y la sensibilidad al rechazo. También los trastornos de personalidad y muchas de las reacciones que las personas tienen en relación con los demás.

Este indicador psicológico puede incluso proporcionar información muy valiosa sobre lo que sucede cuando las personas se autorregulan de manera disfuncional. Esta forma de autorregulación daña aún más sus relaciones con otras personas. Muy relacionado también con la autoestima, este sociómetro afecta e influye también en la regulación de nuestras emociones.

Bases evolutivas de la teoría del sociómetro

Baumester y Leary desarrollaron la teoría del sociómetro de la autoestima. Más tarde sería ampliada por Gardner, Pickett y Brewer. Lo hicieron en base a la idea de que el ser humano es prácticamente incapaz de sobrevivir y de reproducirse sin mantener un mínimo relaciones sociales. Por ello, desarrolló un sistema que le permite mantener con éxito esas relaciones. Esto requiere de un sistema que monitorice las reacciones de los demás ante nuestras conductas; en especial, las reacciones a nuestras acciones que puedan provocar el rechazo social hacia nuestra persona.

Este sistema de monitorización alerta al individuo sobre los posibles cambios en su estatus de inclusión o descenso de aceptación social. Este escáner de valoración del estado de nuestras relaciones es el que nos motiva a realizar conductas que reparen situaciones que puedan estar dañando nuestras relaciones. También nos alertan de cualquier comportamiento que pueda poner en peligro nuestros vínculos sociales. Es decir, el ser humano ha desarrollado un mecanismo psicológico que monitorea el entorno visual indirecto en busca de indicios que sean relevantes para el valor relacional de una persona en su entorno.

Las emociones: herramientas de medida

Según la teoría del sociómetro, la autoestima es un indicador de la calidad de nuestras relaciones sociales. Cuando las personas mantienen conductas que le llevan a ser rechazado por el grupo su autoestima sufrirá y descenderá. Si por el contrario, se mantienen comportamientos ligados a emociones positivas, la autoestima aumenta. Podríamos decir entonces que la autoestima tiene un importante componente emocional.

Evolutivamente, la naturaleza nos ha provisto de un sistema de alarma que suele marcar con dolor las cosas que quiere que evitemos. De la misma manera ha marcado con placer las cosas que quiere que repitamos. Cuando las necesidades de una persona no están cubiertas se producen sensaciones aversivas. Su propósito es que el organismo reaccione y ponga remedio a la situación que nos resulta desagradable o amenazante. Y esto se aplica también en el caso de las necesidades de pertenencia. Las emociones nos sirven para alertarnos sobre eventos que posean considerables implicaciones para nuestro bienestar. Todas las emociones son adaptativas.

¿Cómo funciona?

Este sistema de monitorización parece actuar lejos de la consciencia y lo hace hasta que detectamos que el valor relacional es bajo o está disminuyendo. Es en ese momento cuando provoca que el individuo considere la situación de manera consciente. Si la persona ha vivido una experiencia de rechazo recientemente, será más sensible a lo que otras personas piensen sobre ella. En tal caso, dedicará más recursos cognitivos a razonar sobre sus situaciones sociales.

Esta teoría, en realidad, lo que explica es que la autoestima es un indicador y por tanto no tendría sentido actuar sobre ella. El psiquiatra Pablo Malo ha propuesto la comparación de este fenómeno con el marcador de gasolina de un coche:

«Para una persona con baja autoestima, querer elevarla, per se, sería como querer manipular la aguja del marcador de gasolina de un coche para querer tener más gasolina. Cuando en realidad, si queremos tener más gasolina en el coche lo que hay que hacer es llenar el depósito».

Esto nos lleva a pensar que la autoestima en realidad se refuerza con la adquisición de habilidades sociales y el desarrollo de capacidades que faciliten nuestra adaptación social. En este sentido, la autoestima parece estar muy influida por cómo estemos de adaptados al entorno y por cómo valoremos esta adaptación.

martes, 21 de julio de 2020

Padres superdadores: ¿enseñar a pescar o dar el pescado cocinado?

Los padres superdadores quieren proteger a sus hijos, pero sin darse cuenta también los limitan. El psicólogo Marcelo Ceberio nos habla sobre ello.

No cabe duda que el único amor incondicional que existe es el que experimentan los padres y las madres hacia sus hijos. En esa amalgama amorosa tan profunda, los progenitores tratan de manifestar su amor a través de los consejos, la manutención, las caricias, los te quiero y también los bienes materiales. Se trata de un dar auténtico que tiene como búsqueda el bienestar de los hijos y que asegura su crecimiento.

Ahora bien, ¿qué diferencia un dar que favorece la autonomía y la independencia y un dar que asfixie y sea limitado? ¿hasta qué punto es bueno ofrecer y hacer por nuestros hijos? ¿Qué hay detrás de los padres superdadores? A continuación lo vemos. 

La parentalidad responsable

La estructura familiar, como la estructura del sistema eléctrico, posee diferentes circuitos con diferentes funciones. Cada una de las partes contribuye al funcionamiento total del sistema. Sin embargo, hay una parte del circuito que antiguamente se la denominaba fusible, cuya función era preservar a todo el sistema en el caso que existiese una anomalía o una sobrecarga de electricidad que pudiese quemar literalmente el circuito en totalidad.

En numerosas familias, la aparición de un miembro sintomatizado cumple esta función. El hijo esponja es el que denuncia, de una manera patológica, lo que la familia está disfuncionando. Tan solo hay que tener la pericia de darse cuenta de que no es un miembro enfermo, sino es la expresión de un sistema enfermo.

Este es el sentido cuando nos referimos a que todos somos responsables, puesto que el integrante con el síntoma es el que se hace cargo, el que tiene la patata caliente del sistema familiar que hace algo de manera errónea. Y esto se puede aplicar a cualquier sistema (grupos, empresas, escuela y demás organizaciones).

Claro que sería mucho más sencillo denunciar los problemas del sistema explícitamente y no necesitar recurrir a semejante sacrificio sintomático, pero cada uno hace lo que puede y llora por donde puede. Algunas familias niegan barriendo debajo de la alfombra y diciendo «aquí no ha pasado nada»; otras se mantienen aglutinadas rígidamente; otras tantas se disgregan; y las familias American Express aparecen sonrientes y radiantes en la foto, mientras las locuras a costa de la imagen.

En fin, son numerosas las formas a las que los sistemas recurren para sostener su estructura incólume.

Padres superdadores

En la actualidad, aparecen en consulta numerosas parejas de padres adolescentes que reclaman un cambio en sus hijos porque no hacían nada. La crítica estaba referida a que con esta actitud no tendrían futuro ni una posición activa y de iniciativa en la construcción de sus proyectos de vida.

La mayoría de estos padres habían hablado con sus hijos varias veces: les daban consejos tradicionales sobre cómo gestionar sus actividades, cambiar de actitudes, crecer, trabajar para ser independientes, proponerse metas, etc. Sin embargo, ninguna recomendación tenía efecto sobre ellos. 

Así, iban a terapia con la esperanza de que sus hijos pudieran evolucionar y concretar los anhelos de sus padres. Solían ser familias de clase media-alta conformada por padres que eran hijos o nietos de inmigrantes, cuyos antecesores habían llegado a Buenos Aires, pobres y con muchas ganas de trabajar. 

Estos padres, en su infancia y adolescencia, habían experimentado la vida de sacrificio y trabajo de sus propios padres, llena de restricciones y limitaciones y poca holgura económica. De hecho, para la mayoría de ellos el trabajo y la profesión habían sido impuestos. Ahora estas parejas de padres eran, en general, profesionales que habían ejercido prósperamente la profesión y que no desean que su hijos pasen por las mismas restricciones que ellos habían vivido.

Paralelamente al reclamo inefectivo hacia sus hijos, que se había transformado en exigencia y había llegado a enojos y desplantes subidos de tono en la familia, estos padres nunca dejaron de abastecerlos económicamente. En la mayoría de los casos, a estos adolescentes tardíos se les pasaban una especie de sueldo de hijos semanal o mensual.

Con respecto a las soluciones intentadas, se observaba un doble juego para resolver el crecimiento de los hijos. Por un lado, se les reclamaba independencia y por otro se les retenía a través de todas las atenciones hacia ellos. Ahora bien, ninguno se iba a levantar temprano para revisar las ofertas laborales, si no sentía realmente la necesidad. 

Se les dijo a estos padres en terapia que si se estuviesen en el lugar de sus hijos costaría mucho independizarse y renunciar a todas las comodidades: cama calentita, comida, mucama, coche, ropa, sueldo y otros extras. Los hijos estaban en una encrucijada puesto que la propuesta de evolución implicaba dejar el paraíso y entrar en el territorio del sacrificio.

De hecho, cuando venían esta categoría de padres superdadores a la consulta, les escuchaba atentamente y cuando terminaban de contarme todo lo que le daban a su hijos, les decía irónicamente: «¿no me quieren adoptar? Nadie querría salir de semejantes comodidades».

Así, lo que sucedía es que los padres no querían que sus hijos pasaran por lo mismo que ellos en su infancia: limitaciones y más limitaciones para hacer, adquirir, comprar, viajar, etc. Ni siquiera eran conscientes. Eso sí se trata de actitudes que entrampan a los hijos, pero también a ellos mismos.

Lo que sucedía que estos padres no quieren que sus hijos pasen lo mismo que pasaron ellos en la infancia: ciertas limitaciones en la posibilidades de hacer, adquirir, comprar, viajar, etc. Ni siquiera esta actitud es consciente. Este complejo conlleva la falta de límites en el dar y a que se sientan culpables si intentan colocarlos. Es una actitud que entrampa a los hijos pero también a ellos mismos.

Si se quiere que aprendan a pescar, no hay que darles el pescado frito…

El cambio de los intentos inefectivos implicó un cambio en el sistema de creencias de los padres, es decir, una reformulación de su propia historia y de que no eran malos padres si restringían el dar a los hijos.

Se trató de dar coherencia a la demanda que ejercían con el propósito de que sus hijos se independizasen con las acciones consecuentes. Por lo tanto, pidieron menos y accionaron más, mientras generaban limitaciones en los hijos sobre el dinero y la manutención personal, lo que provocó que estos se activaran de cara a la firmeza de los padres en la restricción.

Además, con estos padres se implementaron una serie de prescripciones sobre la base del famoso dicho popular que dice «que no hay que darles el pescado, hay que darles la caña y enseñarles a pescar». Ellos les daban el pescado no crudo, sino preparado como un plato exquisito y pretendían que sus hijos, salieran a pescar y que fuesen duchos en la pesca!

Como se observa en este ejemplo de práctica clínica (que formó parte de una investigación), no solo está la responsabilidad sintomática de los hijos, sino los intentos frustrados de los padres que colaboran con el «más de lo mismo» con los intentos repetitivos basados en la misma creencia. 

A favor del cambio, hay que desarticular la creencia y la forma de encarar la educación de los hijos, perspectiva que sostiene el problema. Si las soluciones intentadas son sus sostenedoras y agravantes, se tratará de desmantelar el más de lo mismo, bloqueando así, en principio, las tentativas ineficaces. Apelará al recurso de la creatividad, para colocar en su lugar una nueva opción que posibilite la ruptura de la redundancia.

El no cambio de los hijos también tiene que ver con el no cambio de la posición de los padres. Romper con el superdadorismo es entender que no se es mal padre si se les restringe el dar, si se les instruye a valorar la propias posibilidades, activando sus herramientas para la independencia.

Estos padres y madres necesitan elaborar su historia personal y cerrarla, no proyectarla de forma permanente en el deseo de sus hijos y mucho menos sentirse culpables si restringen el dar. Eso es lo que buscan estos progenitores: hijos felices y maduros, por tal razón deben darse cuenta de qué es lo que hacen ellos para que sus acciones no resulten efectivas.

lunes, 20 de julio de 2020

¿Qué es la teoría del metabolismo social?

La teoría del metabolismo social señala que los procesos naturales y los sociales deben analizarse como un todo, debido a las estrechas relaciones que guardan entre sí. El haber descuidado este enfoque nos ha llevado a una situación peligrosa para la especie.

La teoría del metabolismo social es un nuevo modelo conceptual en el que se busca analizar de una manera coherente las relaciones que tienen los procesos sociales y los procesos naturales. Comenzó a construirse a partir de la obra El Concepto de Naturaleza en Marx, de Alfred Schmidt, un doctor en filosofía de la famosa Escuela de Frankfurt.

Se parte de la idea de que el hombre forma parte de la naturaleza, pero al mismo tiempo ejerce una gran influencia y modifica la naturaleza a la que pertenece. Partiendo de la perspectiva marxista, tal influencia y transformación se realiza principalmente a través del trabajo. La teoría del metabolismo social señala que este proceso ha dado lugar a una potente crisis en la actualidad.

Así pues, cuando el hombre toma elementos de la naturaleza y los modifica para convertirlos en bienes para su uso y luego en mercancías, transforma ese entorno llegando en la actualidad a un momento crítico. Se ha llegado a un punto en el que se ha puesto en peligro la suerte misma de la especie humana.

La teoría del metabolismo social

Según la teoría del metabolismo social, en la relación entre la sociedad y la naturaleza hay dos dimensiones: una material o tangible y otra inmaterial o intangible. La primera comprende el proceso que se lleva a cabo desde el momento en que se toma un bien de la naturaleza, hasta aquel en el que se generan desechos, después de aprovechado dicho bien.

El metabolismo intangible, por su parte, está conformado por todo el conjunto de valores, reglas, normas, leyes, imaginarios, instituciones, etc., que participan en el metabolismo tangible. Se puede comparar con el “armazón” que ha diseñado la civilización para llevar a cabo ese proceso de aprovechamiento y modificación de la naturaleza.

Los cimientos de la teoría del metabolismo social ya estaban presentes en la obra de Marx, pero solo comenzaron a cobrar importancia en los años 60, cuando el tema ambiental cobró relevancia. El objetivo general de todo esto es identificar la forma en que se dan todos esos procesos y determinar cómo una manera de producción determinada impacta en el medio ambiente y, en consecuencia, en la vida humana.

Lo material y tangible

La dimensión de lo material y tangible en la teoría del metabolismo social comprende los procesos de apropiación de materiales y energías de la naturaleza, la transformación de los mismos, su consumo y la generación de desechos a partir de todo esto. Tales procesos se han agrupado en cinco categorías:
  • Apropiación (A). Corresponde a la captura de un bien para nutrirse o satisfacer una necesidad.
  • Transformación (T). Comprende la transformación que sufre ese bien para que pueda ser consumido.
  • Circulación (C). Tiene que ver con el intercambio económico que se genera a partir de los bienes extraídos y transformados.
  • Consumo (Co). Hace referencia al aprovechamiento concreto del bien transformado y da origen a la demanda, la cual subordina a todos los demás procesos.
  • Excreción (E). Es el proceso por el cual se arrojan los desechos de los bienes consumidos, a la naturaleza. Los dos factores claves son calidad y cantidad.

Lo inmaterial o intangible

La teoría del metabolismo social señala que las instituciones sociales son las encargadas de articular entre sí las categorías de la dimensión material. La familia, el mercado, la tecnología, la fiscalidad, etc., son los factores que finalmente determinan los mecanismos de apropiación, transformación, circulación, consumo y excreción.

También son las instituciones las que introducen cambios en esos elementos y en su forma de operar. En esta dimensión se distinguen tres grandes áreas o “campos” diferenciados: rural, urbano e industrial. A su vez, estos fenómenos pueden ser estudiados a nivel local, regional, nacional y global.

La apropiación es un concepto fundamental en la teoría del metabolismo social, ya que implica la relación primaria con el medio ambiente. A partir de lo inmaterial o intangible se generan cuatro formas de apropiación, que son las siguientes:
  • Medio Ambiente Utilizado (MAU). Se toman los bienes del medio, sin apenas generar cambios y sin mayor planificación.
  • Medio Ambiente Transformado (MAT). Se transforma el medio significativamente, en el proceso de tomar los bienes de este.
  • Medio Ambiente Conservado (MAC). Se protege el medio ambiente, planificadamente, al momento de tomar bienes de este.
  • Medio Ambiente Social (MAS). Corresponde a las interacciones entre las áreas rural, urbana e industrial, a diferentes escalas.
Aunque aún no hay consenso sobre la definición y los conceptos de esta nueva teoría, cada vez cobra mayor importancia. De hecho, la situación crítica de 2020 ha llevado a que este tipo de enfoques sean cada vez más pertinentes. De cara al futuro, tendrán gran presencia en las ciencias sociales.

domingo, 19 de julio de 2020

5 señales de falta de empatía

La falta de empatía empobrece la vida y las relaciones. Se trata de un gran obstáculo reforzado por el egoísmo, los estereotipos y los prejuicios.

La falta de empatía es un gran obstáculo para tener relaciones armónicas con los demás, pero también con uno mismo. El yo y los otros son realidades que se influyen mutuamente, se complementan y se determinan. Que tengas baja capacidad para comprender a los demás es una indicación de que muy probablemente no te comprendes del todo a ti mismo.

El individualismo y la imposibilidad de adoptar nuevos puntos de vista son rasgos que terminan dando lugar a conductas poco constructivas. Uno de los aspectos que le ha permitido al ser humano separarse de la naturaleza y crear civilizaciones es la cooperación. A su vez, la falta de empatía limita ese operar con otros.

Tanto la vida como el pensamiento y el mundo emocional se empobrecen mucho cuando no hay empatía. Hay quien no es consciente de esto e incluso confunde la empatía con ciertos rasgos de generosidad o desprendimiento. Por eso se vuelve importante hablar sobre algunas de las señales que desvelan la falta de empatía. Las siguientes son algunas de ellas.

1. Ponerse como ejemplo a sí mismo

Este es un rasgo que muchas veces pasa desapercibido porque muy frecuentemente se manifiesta en el marco de una sesión de “consejos”. También se acude a este recurso como aparente elemento de motivación. Así que si alguien te cuenta un problema le contestas hablándole de cómo resolviste tú un problema similar.

Así mismo, si una persona tiene dificultades para hacer algo, respondes hablándole de las virtudes de las que has hecho gala en situaciones similares. Todo esto es una clara señal de falta de empatía. Precisamente, la empatía implica ver las situaciones desde la posición del otro, no desde la de uno mismo. 

2. Falta de tacto en el lenguaje

En los tiempos que corren no es raro encontrarte con algún sincericida en el camino. Son el tipo de personas que se precian de ser francas o de expresar sus ideas espontáneamente y sin cálculos. En la práctica pueden ser hirientes, groseros o simplemente desconsiderados o toscos con los demás.

En la comunicación humana importa el interlocutor, así como también importa el tipo de vínculo que hay. No es saludable que el lenguaje se emplee descarnadamente, a menos que sea estrictamente indispensable, o que se convierta en un medio para imponerle el malestar propio a los demás.

3. Estereotipos y prejuicios, señales de falta de empatía

No hay nada más ajeno a la empatía que los estereotipos. Justamente esa tendencia a generalizar y simplificar los rasgos de los otros es muestra de una gran incapacidad de ver al otro en su integridad y su diferencia. Las cosas pueden tener rasgos idénticos, las personas no.

Los prejuicios implican un mecanismo similar. Se basan en generalizaciones que carecen de evidencias que las sustenten. Se mantienen solamente por la falta de conocimiento o de reflexión. La empatía exige estar abierto al mundo del otro, en lugar de cerrarse amparándose en una etiqueta superflua.

4. Promover los rumores

Los rumores son un acto de desconsideración con los demás. Configuran una falta de respeto porque suponen la puesta en tela de juicio de la vida personal o privada de alguien. Hacer circular información sobre otra persona por curiosidad, envidia o falta de autonomía, equivale a instrumentalizarla.

En los rumores se da pie a una especie de juego de espejos. Cada uno se mira en aquella persona de quien se desata el rumor para contrastarse y para conocer la opinión de los demás frente a las debilidades o los errores. Con ello solo se satisface un egoísmo infantil que deteriora la imagen del otro y la autonomía de uno mismo.

5. Utilitarismo

El utilitarismo se expresa a veces en conductas que buscan hacer del otro un instrumento para lograr objetivos o satisfacer necesidades propias. Otras veces se manifiesta como una valoración sesgada de los demás con base en la utilidad que tiene para conseguir finalidades grupales o sociales.

En los dos casos ese utilitarismo es señal de falta de empatía. Todo ser humano tiene valor y dignidad por el solo hecho de existir. Merece el respeto y la consideración de los demás simplemente porque formamos parte de la misma especie. No importa si está en un hospital, en una cárcel o en condición de pobreza.

Las señales de falta de empatía son eso: señales. Todos, en alguna medida somos capaces de ver, entender y aceptar la realidad del otro. Si incrementamos esas capacidades, con el ejercicio continuo de la comprensión y la compasión, los primeros en ganar somos nosotros mismos. Ganamos la llave a mundos desconocidos que, sin duda, van a enriquecernos.

sábado, 18 de julio de 2020

Volver a amar después de una traición

Volver a amar después de una traición es todo un reto. Hoy hablamos de las complicaciones que pueden aparecer en este momento cuando nos planteamos intentarlo de nuevo.

¿Cómo reconstruir una relación después de sentirnos vulnerados o traicionados? ¿Cómo escribir un nuevo comienzo con la que en realidad no es nuestra nueva pareja? ¿Es posible volver a amar después de una traición?

Intentaremos dar respuesta a estas preguntas y comprender por el camino por qué a algunos se nos puede hacer difícil amar de nuevo tras una deslealtad. Para comenzar hablaremos sobre el significado de volver amar, posteriormente conceptualizaremos la traición.

Volver a amar, ¿qué significa?

Es complejo definir aquello de volver a amar porque cada uno empleamos un definición particular de amor. Partamos del significado que nos aporta la Real Academia Española sobre esta palabra, amar es ‘tener amor a alguien o algo’ y amor ‘un sentimiento de afecto, inclinación o entrega hacia alguien o algo’.

Volver a amar significaría, entonces, lograr tener de nuevo ese sentimiento. Una tarea complicada cuando se ha vulnerado uno de los pilares de este amor: la confianza o el respeto. Una traición que, en buena medida, nos invita a alejarnos de la persona que nos hirió.

Traición, ¿qué es?

Según la Real Academia de la lengua española, traición, significa ‘falta que se comete quebrantando la fidelidad o la lealtad que se debe guardar o tener’. Ahora bien, la traición también tiene unas connotaciones individuales.

Por otro lado, a veces entramos en conflicto porque nunca hemos hablado del tema en nuestra relación y creemos que el cajón en el que se recogen las acciones que ejemplificarían una traición es compartido. Entonces, podemos sentirnos traicionados porque lo que ha hecho el otro es una traición en el sistema taxonómico de los dos o porque solo lo es en el nuestro.

De una forma o de otra, la traición genera sentimientos, pensamientos y conductas, que pueden resultarnos desagradables. Diversas investigaciones psicológicas han puesto su atención en ello. Por ejemplo, Aquino y sus colaboradores, en su investigación nos muestran cómo la traición llega a desencadenar emociones negativas haciendo que aumente la predisposición a juzgar las emociones negativas ajenas.

Volver a amar después de una traición

Debido al gran agobio que nos puede causar una traición, podemos llegar a pensar que no es posible volver a amar. Pero sí lo es, aunque puede que no sea un camino sencillo. Te mostramos cómo:

Mirar desde otra perspectiva

Recordemos que el amor puede transformarse. Para lograrlo implica, que construyamos uno nuevo, para ello, no necesariamente necesitamos otra persona. Podemos reconstruirlo con la persona que nos traicionó, pero para ello debemos ser conscientes de cuáles son nuestros límites y los del otro, estableciendo un acuerdo que recoja el respeto de los mismos.

Una forma de perspectiva distinta también es mirarnos. ¿Por qué estar centrados en los demás, solamente? Cuando nos volvemos dependientes del otro nos desdibujamos, podemos aprovechar para explorarnos y buscar lo que queremos en realidad. Así, será más sencillo tomar una decisión asertiva, una más saludable.

Emprender nuevos rumbos

Podemos volver a amar, y no centrarnos en quien nos traicionó. Es decir, podemos encontrar una nueva pasión que amemos, otra persona a quien amar, amar la vida. Recordemos que hay distintas formas de amar, y que el sentimiento va más allá de una sola persona.

Entonces, podemos emprender nuevos rumbos, hacia un amor diferente, tanto alejándonos de ese ser al que amábamos o amamos y tras la traición preferimos alejarnos porque no nos resulta nutritivo para nuestras vidas, como explorando nuevos caminos en la relación con ese ser amado.

El perdón

Para volver a amar puede hacer falta perdonar, a quien nos traicionó. Si lo que queremos es seguir con la persona y somos sinceros con nosotros y queremos trabajar por ello, es importante dejar ir la situación perdonando. Puede que no suceda en poco tiempo, pero si sentimos que no vamos a ser capaces de hacerlo y vamos a reprocharle una y otra vez a la otra persona lo que hizo, tal vez no estemos preparados para volver a amar, al no menos de forma saludable.

También, es viable perdonarnos. Puede que caigamos una y otra vez en el mismo tipo de relación tóxica, y tras dar varias oportunidades, sintamos que fallamos. Dejemos fluir nuestras emociones, pero no hagamos protagonistas a las de valencia negativa; más bien intentemos volver a amar, pero de forma saludable, en una en la que el amor también sea hacia nosotros y que implique construir relaciones nutritivas.

Los demás no son culpables de que nos hayan traicionado

A veces, hacemos pagar a quienes no tienen que ver con la traición por la frustración que nos han causado quienes si lo han hecho. Recordemos que cada persona es diferente. Entonces, evitemos juzgar sin razón y trabajemos en nosotros para que los demás no sufran por nuestra falta de asertividad.

Soltar

El amor también tiene límites. Establezcamos cuáles son necesarios para nosotros y cuando sintamos que son vulnerados dejemos ir. Volver a amar implica contar con el espacio y la voluntad para hacerlo, si no nos hemos desapegado de la traición o de quien nos traicionó, será muy complicado darle cabida a una nueva relación.

Walter Riso, psicólogo y escritor, nos aconseja en su libro Los límites del amor, pensar en que el amor no lo justifica todo. Por ello, no debemos dejar nuestras necesidades e intereses fundamentales a un lado. Entonces, soltar nos ayuda a respetar esos límites, y a alejarnos de la idea de volver a amar, obligándonos a hacernos daño.

¿Por qué no volver amar de forma saludable? Es decir, sin ir en contra de lo que somos, y respetando nuestros límites, construyendo relaciones sanas. Hacerlo nos proporcionará mayor bienestar.

En suma, volver a amar es posible tras una traición, pero debemos saber qué es lo que queremos y para dónde queremos dirigirnos. Hace falta sumergirnos en nosotros autoconociéndonos, respetar nuestros límites y los del otro, soltar y cambiar de perspectiva. Todo depende de cada relación que establecemos y los pensamientos, sentimientos y conductas asociadas. Seamos asertivos para sumar más peldaños a nuestro bienestar.