lunes, 31 de agosto de 2020

Cómo afecta la menopausia al estado de ánimo

¿Cómo afecta la menopausia al estado de ánimo? ¿Es cierto eso que dicen que su curso va asociado a cierta irritabilidad? ¡Descúbrelo aquí!

La menopausia hace referencia al periodo en el que la mujer deja de tener la menstruación, debido a que los ovarios dejan de producir dos hormonas: los estrógenos y la progesterona. Suele llegar después de los 45-50 años, y conlleva diferentes tipos de síntomas; algunos en el plano emocional.

Según la Asociación Española para el Estudio de la Menopausia (AEEM), hasta un 75 % de las mujeres desarrolla síntomas durante la menopausia. ¿Cómo afecta la menopausia al estado de ánimo?

Muchas mujeres, cuando llegan a esta etapa de la vida, en el que ya no se puede tener hijos, empiezan a sentir cambios en su cuerpo y en su estado de ánimo, que se traducen en diferentes síntomas. Se trata de un período importante que implica hacia una nueva realidad.

La relación entre la menopausia y el estado de ánimo

La menopausia nos afecta no solamente a nivel físico, sino también a nivel emocional. Como veremos, conlleva diferentes síntomas que afectarán al estado de ánimo, entre los que se encuentran los cambios de humor y la irritabilidad.

A nivel sexual también aparecen cambios, que pueden repercutir de igual manera en el estado anímico. Así, aquí veremos los cambios que se producen directamente en el estado de ánimo, y otros cambios que pueden afectar a nuestro bienestar de manera indirecta.

Cambios de humor

Según el National Institute on Aging, uno de los posibles efectos de la menopausia en el estado anímico son los cambios de humor. Éstos pueden ser bruscos y repentinos o un poco más graduales, pero todos suelen aparecer cuando la menopausia está llegando o cuando ya estamos inmersas en este período de la vida.

Con la llegada de los cambios de humor, podemos pasar del llanto a la alegría rápidamente, enfadarnos sin saber muy bien por qué, estar más tristes de lo habitual sin causa aparente, etc. Todo esto forma parte de cómo afecta la menopausia al estado de ánimo, aunque si nos resistimos a ello, los síntomas pueden intensificarse.

En este sentido, nos puede ayudar el hecho de aceptar la nueva realidad como una oportunidad para conocernos mejor y aprender. Se trata de transitar por todas las etapas de la vida de forma natural y con conciencia plena, siendo conscientes de que siempre habrá oportunidades para disfrutar.

Irritabilidad

También según el National Institute on Aging, otro de los síntomas de la menopausia que también guarda relación con el estado de ánimo es la irritabilidad.

Cuando hablamos de irritabilidad, nos referimos a aquella tendencia a molestarnos o enfadarnos por cualquier cosa. Sería similar a la susceptibilidad, concepto que alude a cuando estamos más sensibles a cualquier factor externo (por ejemplo un comentario, un gesto…).

Inestabilidad emocional

Con la llegada de los cambios hormonales asociados a la menopausia, sumados al hecho de haber perdido la capacidad reproductora, puede aparecer también una leve inestabilidad emocional, según la AEEM.

A su vez, dicha inestabilidad se intensificará más o menos según los factores contextuales de la persona, y según su estilo de afrontamiento. El hecho de que los hijos se vayan de casa («síndrome del nido vacío»), por ejemplo, puede intensificar este síntoma.

Cómo afecta la menopausia al estado de ánimo de forma indirecta

Hemos visto los cambios más importantes que afectan al estado de ánimo durante la menopausia, pero, ¿y otros cambios que pueden repercutir en este estado? Vamos a ver algunos de los más relevantes:

Dificultades para concentrarse

Según el NIH (National Institutes of Health), otro síntoma de la menopausia es la dificultad para concentrarse. Aunque este síntoma sea de tipo cognitivo, y no emocional, lo cierto es que dichas dificultad pueden repercutir negativamente en el estado de ánimo. Es decir, el hecho de no poder concentrarnos puede hacer que sintamos emociones como: rabia, tristeza o confusión. Lógicamente, esto no afectará a todas las mujeres por igual.

Cambios en la sexualidad

La libido, o deseo sexual, puede verse reducido con la llegada de la menopausia. Según la AEEM, esto se debe a que hasta un 50 % de las hormonas androgénicas, disminuyen, lo cual puede interferir en el bienestar psicológico de la mujer -o en su relación de pareja- si lo vive de forma negativa. Así, a raíz de ello pueden aparecer síntomas depresivos o de ansiedad, por ejemplo, aunque esto también depende mucho de la persona.

Además, según el NIH, también puede aparecer sequedad vaginal, lo que también influiría en la sexualidad y por ende, en el estado anímico. Por suerte, existen múltiples productos que pueden ayudar a combatir dicha sequedad (por ejemplo geles o lubricantes).

Si te interesa profundizar en este tema, puedes acudir a la ya mencionada Asociación Española para el Estudio de la Menopausia (AEEM), donde encontrarás un interesante artículo con preguntas y respuestas relacionadas. Además, desde la AEEM también podrás acceder a múltiples documentos, noticias de interés y datos de las últimas investigaciones sobre la menopausia.

domingo, 30 de agosto de 2020

Ansiedad por dejar de fumar

Al dejar de fumar, es común experimentar una ansiedad que se manifieste tanto a nivel físico como psicológico. Contar con herramientas útiles para manejarla será imprescindible para evitar recaídas y que todo nuestro esfuerzo termine teniendo éxito.

El consumo de tabaco está asociado a numerosas enfermedades. Este hábito nocivo reduce la esperanza de vida en aproximadamente diez años y nos afecta diariamente de muchas maneras. Sin embargo, aunque todos somos conscientes de esta realidad, aproximadamente un 23 % de la población continúa fumando a diario. Y es que la ansiedad por dejar de fumar puede frenar nuestras intenciones e intentos de abandonar el tabaco.

Muchos fumadores ni siquiera se plantean dejar de serlo a corto plazo, quizá por una falta de confianza en su capacidad para lograrlo. Sin embargo, muchos otros tras varias tentativas han terminado volviendo a sucumbir. Esto sucede porque los síntomas de abstinencia, entre los que predomina la ansiedad, pueden resultar realmente duros de abordar.

Es importante estar preparados psicológicamente para hacer frente al reto, contando con una serie de estrategias útiles.

¿Cómo se manifiesta la ansiedad por dejar de fumar?

Tras las primeras horas sin fumar, la bajada del nivel de nicotina en el organismo empieza a generar en la persona ansias por volver a hacerlo. Esta ansiedad puede mantenerse durante varios días, semanas o incluso meses y se manifiesta tanto a nivel físico como psicológico.

En el primer caso, existen medicamentos y terapias de reemplazo de la nicotina que pueden ayudarnos a sobrellevar los síntomas. Entre ellos se encuentran productos, como los parches o los chicles de nicotina, que suministran esta sustancia a bajas dosis sin el resto de componentes nocivos del tabaco.

Sin embargo, la ansiedad psicológica o cognitiva requiere más trabajo personal. Esta puede aparecer como una sensación de inquietud, irritabilidad, falta de concentración e impaciencia. Hemos de considerar que una gran mayoría de fumadores utilizan el tabaco con un fin de regulación emocional; es decir, que al afrontar circunstancias estresantes, dolorosas o desbordantes, recurren al tabaco para obtener alivio, calma y placer.

Por todo lo anterior, es importante conocer y reconocer el modo en que nos relacionamos con el tabaco. Esto nos permitirá detectar posibles detonantes y manejar la ansiedad de una forma adecuada.

¿Cómo gestionar la ansiedad por dejar de fumar?

Respetar el proceso

En primer lugar, hemos de saber que es muy probable que la abstinencia se presente y se mantenga durante un tiempo. La ansiedad por dejar de fumar aparecerá, la necesidad de volver a consumir la sustancia resultará imperiosa y habremos de agarrarnos a nuestra voluntad para no ceder. Afortunadamente, esta prueba no será eterna ni mantendrá su dureza: irá disminuyendo con el paso de los días.

Desligar el tabaco de las emociones

Un aspecto de gran importancia para vencer la ansiedad por dejar de fumar es quitarle al tabaco su función de regulador emocional. Para muchas personas abandonar el tabaco de forma abrupta resulta intimidante y prefieren hacerlo de manera progresiva. Para ello, una gran estrategia es desvincular el tabaco de las emociones.

Es decir, la persona aún puede fumar si lo desea, pero no puede hacerlo en momentos de gran intensidad emocional. Debe evitar fumar cuando sienta estrés, tristeza, preocupación o cualquier sentimiento relacionado. Al no poder recurrir al tabaco en estos momentos críticos, el deseo de fumar en circunstancias normales será mucho menor.

Desarrollar estrategias de afrontamiento

Por último, hemos de encontrar maneras más sanas y adaptativas de hacer frente a la ansiedad. Para ello es muy recomendable comenzar a meditar o practicar ejercicios de respiración y técnicas de relajación. Del mismo modo, tal vez sea necesario desarrollar nuestra habilidades sociales o nuestra capacidad de solución de problemas. Se trata, en definitiva, de contar con herramientas personales que nos permitan afrontar la ansiedad sin necesidad de recurrir al tabaco.

La ansiedad por dejar de fumar es pasajera

En definitiva, es importante asumir que para dejar de fumar habremos de lidiar con ansiedad tanto fisiológica como emocional, y que esto puede prolongarse en el tiempo. El craving (o las ansias intensas por fumar un cigarrillo) se presentarán durante las primeras semanas, pero su duración no suele exceder los 10 minutos cada vez.

Del mismo modo, con el paso de las semanas, este fuerte impulso se irá reduciendo, al igual que la ansiedad. Ante todo, hemos de recordar que, igual que podemos recurrir a medicamentos o parches de nicotina, podemos buscar la ayuda psicológica que haga más sencillo el proceso.


sábado, 29 de agosto de 2020

Alimentación y cerebro: cómo la comida influye en nuestro funcionamiento

La alimentación es fundamental para el funcionamiento de nuestro cuerpo, incluyendo el cerebro. Pero ¿cuáles son los mejores alimentos para su funcionamiento? ¡Dentro articulo!

La alimentación es fundamental para el cuerpo: la necesitamos para tener energía. Pero, te has preguntado ¿qué relación tiene la alimentación y cerebro? Hemos escuchado que algunos alimentos nos ayudan a mejorar el funcionamiento de las neuronas y otros, por el contrario, afectan su funcionamiento.

En este artículo, intentaremos mostrar algunos de los componentes que favorecen nuestro funcionamiento cerebral. Asimismo, mostraremos el papel que juega nuestro cerebro en nuestra dieta; por ejemplo, para que determinados alimentos nos causen placer. Así, lector curioso, te invitamos a que sigas leyendo este artículo.

Relación entre la nutrición y el cerebro

Investigaciones recientes han evidenciado la conexión que tiene la alimentación con el rendimiento adecuado del cerebro. Dentro de los primeros hallazgos, se ha encontrado que, al igual que el cuerpo, un cerebro bien nutrido desarrolla mucho mejor sus capacidades. Asimismo, se observó que el cerebro consume aproximadamente el 20 % de la energía que obtenemos con los alimentos.

Del consumo de los alimentos adecuados se obtienen las sustancias neuroquímicas correctas. Estas sustancias contribuyen al fortalecimiento de las capacidades mentales. Entre las principales funciones implicadas, encontramos: la capacidad para concentrarnos, llevar a cabo actividades sensoriomotoras, poder memorizar información y mantenernos motivados. De igual manera, pueden desactivar algunas sustancias nocivas para el estrés y pueden ayudan a prevenir el envejecimiento patológico.

Dentro de las sustancias principales encontramos que los aminoácidos son precursores de los neuromediadores o los neurotransmisores. Asimismo, es necesaria la presencia de algunas enzimas, las cuales permiten la síntesis de algunos nutrientes. Estos a su vez, se relacionan con la disponibilidad de macronutrientes, oligoelementos y vitaminas.

Por otro lado, los ácidos grasos son primordiales para la integridad de las neuronas. También, son necesarios los antioxidantes. El uso de todas estas sustancias son una prueba más de la relación existente en alimentación y cerebro.

De igual manera, se puede entender que la carencia de algunas de las sustancias puede ser un lastre para el funcionamiento del sistema de neurotransmisores. Como resultado, se verá afectado el funcionamiento cognitivo, emocional y comportamental.

Alimentación y cerebro: ¿ómo ayudan algunas sustancias?

Comenzaremos hablando de uno de los neurotransmisores más estudiados en la actualidad, la serotonina. Este ayuda en el ajuste del estado de ánimo y el nivel de energía. Esta sustancia se ve influencia por la dieta. Esto se debe especialmente por la dependencia de la absorción e ingesta del aminoácido triptófano.

Un aminoácido que se obtiene por medio de los hidratos de carbono complejos, como los que encontramos en la pasta. El consumo de estas sustancias contribuye a que existan unos niveles de serotonina adecuados, reflejando así la importancia de la alimentación y cerebro.

Por otro lado, tenemos los antioxidantes. Nos ayudan a ralentizar el proceso de degenerativo de las neuronas, encargándose de combatir los radicales libres. Esto últimos hacen que la producción de energía sea lenta, que las dendritas se encojan y la sinapsis se debiliten. Como resultado, se produce una reducción en la capacidad de la célula para comunicarse en ellas. De allí, se encuentra la necesidad de consumir los vegetales, ya que tiene una gran presencia de antioxidantes.

Asimismo, está la vitamina B12. Entre sus funciones se incluye el metabolismo de proteínas, formación de glóbulos rojas y al mantenimiento del sistema nervioso central y el funcionamiento adecuado del cerebro. Este suele encontrarse con el consumo de proteínas animales como pescado, pollo, leche o productos lácteos.

Por último, tenemos la vitamina B6. Esta es de gran importancia para el funcionamiento de nuestro cerebro. Participa en la producción de neurotransmisores como la serotonina y la dopamina. Además, impulsa un correcto funcionamiento de estos en los procesos que intervienen. Suele encontrarse principalmente en cereales integrales, pescados, plátanos, brócoli y patatas.

¿Cómo afectan las grasas saturadas en la alimentación y cerebro?

Como sabemos, las grasas saturadas son las que consumimos a partir de alimentación que freímos e ingerimos. Gran parte de la comida rápida o procesada presenta estas características, lo que hace frecuente que consumamos este tipo de alimento. Como sabemos, en el cuerpo el consumo de grasa puede hacer realizar lo siguiente:

  • Dañar la función de las arterias
  • Aumentar la masa corporal
  • Generar desequilibrios en nuestro cuerpo.
En el cerebro, estas grasas hacen que las membranas de las neuronas se vuelvan rígidas y disminuyan la velocidad de comunicación. Asimismo, pueden influir en la hormona de la insulina. Esta última afectación, hace que se produzca una mala utilización de la glucosa en el cerebro. Como resultado afecta los procesos cognitivos como la memoria y el aprendizaje de nueva información.

¿Cómo funciona el cerebro en la alimentación?


El cuerpo humano presenta un balance entre los genes que regulan las funciones ejecutivas y los que intervienen en la generación de estrategias para obtener alimento y almacenarlo en el cuerpo. Por lo tanto, durante el proceso de alimentación están involucrados los cinco sentidos. Estos se asocian, tanto en la selección de los alimentos como en el beneficio energético de los mismos.

Asimismo, existen dos sistemas cerebrales que regulan el consumo de los alimentos. En primer lugar, tenemos el sistema homeostático. Se encarga de obtener un equilibrio entre la necesidad de alimentos y la cantidad que consumimos del mismo.

En este caso, el hipotálamo es una de las principales estructuras involucradas. En ella existen una serie de células, las cuales promueven el consumo adecuada de alimentos. Estas células, no solo afectan el cerebro, sino también el estómago. Por otro lado, está el núcleo arcuato, el cual promueve células las cuales promueven la sensación de saciedad. Todo esto, con el fin de dejar de ingerir alimentos, ya que no van a ser útil para nuestro funcionamiento.

En segundo lugar, está el sistema hedónico. Este participa para dar al sujeto una sensación subjetiva de placer al ingerir alimentos que crean algún beneficio en el organismo. En este sistema toman protagonismo el sistema de reforzamiento, especialmente el área tegmental ventral y el núcleo accumbens. Aquí, lo que ocurre es la liberación de dopamina en este sistema. Esto hace que se desarrolle una sensación del placer en el sujeto mientras realiza el consumo de comida.

¿Qué otras estructuras cerebrales están implicadas en la alimentación?

En el apartado anterior explicamos los mecanismos que regulan el hambre la saciedad y el placer. Aun así, en el momento que nos alimentamos hay otras estructuras cerebrales que se implican en el proceso y nos ayudan en la alimentación. Entre estas estructuras encontramos:

  • Amígdala e ínsula. Estas dos estructuras están implicadas en el consumo de alimentos. Colaboran en la percepción de sabores y generar la sensación subjetiva en la cual la persona se siente segura sobre la comida que está ingiriendo. Asimismo, envían estas proyecciones hacia el hipotálamo.
  • Corteza prefrontal. En este caso, interviene en la selección de alimentos que sean más apetitosos que otros. Por lo tanto, esta se encarga de la motivación que obtenemos al consumir un alimento y no otro.
  • Tálamo. Se activa para inhibir la respuesta ante un estímulo presentado. En este caso un alimento, el cual produce menor refuerzo o resulta ser menos apetitoso que otro estímulo.
Es innegable la relación existente entre alimentos y cerebro. Como sabemos, este órgano es el que controla gran parte de nuestro cuerpo. Aquí, hay una relación recíproca en la cual, por un lado el cerebro interviene de manera notable en el proceso de ingestión de alimentos. Por otro lado, el funcionamiento del cerebro depende de los nutrientes que obtenemos.

viernes, 28 de agosto de 2020

Declinismo o retrospección idílica: el pasado siempre fue mejor

¿Es bueno vivir solo de recuerdos? Poner la mirada en el retrovisor de la vida y suspirar de nostalgia es algo muy nuestro. Tanto es así, que hay quien vive de manera permanente en el pasado porque siente que el ayer, tiene más sentido que el aquí y ahora.

El declinismo define esa conocida sensación de que antes se vivía mejor que ahora. La verdad es que le tenemos un cariño especial a todo lo pretérito, a aquellos años perfectos de infancia, a esa época en que vivimos la adolescencia, a los veranos de hace más de una década… Lo dejado atrás se reviste en ocasiones de una nebulosa de trazos perfectos que empaña por completo nuestro presente.

Ahora bien ¿es tan aciago el momento actual? ¿Por qué nuestro enfoque tiene una afición tan grande por escaparse a todo lo que hemos dejado atrás? La verdad es que la mente humana le encanta retrotaerse, hacer scroll en sentido inverso y situar la mirada en el retrovisor existencial. Bien es cierto que nuestro presente es un tanto complicado, pero en realidad, pocas épocas son serenas y relajadas del todo.

Sin embargo, la retrospección idílica sitúa un filtro de color de rosa en muchas mentes. Tanto es así, que podemos llegar a caer en una trampa: esa en la que hacemos de nuestro pasado, nuestro presente. Vivir de la nostalgia, amarrar nuestra atención en lo que ya fue y no en lo que está ocurriendo aquí y ahora tiene serias consecuencias. Analicemos este hecho con detalle.

Declinismo: cuidado, tu mente te engaña

Preguntábamos hace un momento si es cierto que el presente es tan adverso puesto en perspectiva con otros años, con otras décadas. Gran parte de nosotros diremos que sí, que de algún modo, todo lo vivido ayer y dejado atrás edifica una realidad más satisfactoria que la que tenemos ahora. Otros en cambio, agradecerán haber dejado atrás ciertas cosas.

Todo es cuestión de enfoque. Sin embargo, el hecho de que por término medio sintamos que el pasado albergó hechos mucho más positivos y enriquecedores que el presente, responde a una artimaña de la mente. Se trata de una estrategia, una ilusión que el cerebro orquesta para nosotros. Conozcamos las razones.

Tu mente quiere que priorices el recuerdo de los buenos momentos frente a los «menos buenos»

La revista de la Asociación Americana de Psicología (APA) publicó en el 2003 un artículo de investigación que tuvo bastante repercursión. Richard Walker, psicólogo de la Universidad Estatal de Winston-Salem, realizó una investigación sobre el del por qué del declinismo, esa costumbre de decirnos que el pasado siempre será mejor que el presente.

  • El sistema de memoria suele tratar las emociones agradables de manera diferente a las emociones desagradables.
  • El cerebro tiene una curiosa estrategia: tiende a restar intensidad a los hechos negativos dando en cambio mayor trascendencia a lo bueno.
  • Ahora bien, hay un matiz. No es que la mente «reprima» las experiencias adversas. No es que exista un botón neuronal capaz de borrar para siempre lo malo que hemos vivido.
  • Este mecanismo de «borrado» funciona solo con esas experiencias «menos malas». Por ejemplo, no acordarnos de que en el 2005 estuvimos 5 meses sin trabajo, pero recordar en cambio, que conocimos a nuestra actual pareja en una fiesta de la universidad.
  • Asimismo, también se produce lo que conocemos como choque reminiscente: consiste en recordar mejor los eventos que nos han sucedido entre los 10 y los 30 años. La sensación de experimentar determinadas cosas por primera vez deja una impronta profunda que hace que la persona de 50, 60 o 70 años conciba el presente como algo vacío, poco trascendental y hasta gris puesto en comparación con aquellas décadas.
  • En la investigación del doctor Walker pudo verse también algo interesante: las personas que carecen de ese mecanismo para amortiguar o quitar trascendencia a los hechos negativos del día a día, son más tendentes a desarrollar una depresión.
Esta minimización de los hechos negativos de nuestro pasado actúa por tanto como valioso mecanismo de afrontamiento. Al fin y al cabo, al cerebro le trae sin cuidado que seamos felices o no: lo que quiere es que sobrevivamos. Un modo de hacerlo es teniendo una perspectiva de la vida más optimisma y resistente. Por tanto, priorizar las cosas buenas nos permite salir adelante con mayor seguridad.

Tu pasado pudo haber sido maravilloso pero no te quedes a vivir en él

El declinismo presenta, desde un punto de vista psicológico, toda una contrariedad.  Por un lado, sabemos ya que recordar de manera positiva el ayer nos beneficia y actúa como muro frente a las depresiones. Ahora bien, también se da otro curioso matiz: que nos obsesionemos con el ayer y perdemos de vista el presente.

La memoria teje trampas y nosotros caemos en ellas de manera constante. Nos hace ver, por ejemplo, que esos años de adolescencia en el pueblo de nuestros abuelos fueron etapas felices. Y seguramente lo fueron, pero no todos los días de la semana. Hemos opacado, quizá, las discusiones con nuestros padres o cuando nos enamoramos de alguien y no fuimos correspondidos.

A pesar de ese filtro, muchas personas derivan en el declinismo hasta experimentar situaciones patológicas. Esas en las que ver el presente con desafección y el pasado con dolorosa añoranza. Esas en las que dejar de confiar en el futuro y decirnos que nada bueno puede traernos.

El pasado traza gran parte de lo que eres ahora, pero tu historia la sigues escribiendo aquí y ahora

Las personas somos cada cosas vivida, cada sensación, cada recuerdo construido, toda decepción y también toda alegría. El pasado perfila buena parte de nuestra esencia, pero no toda. El presente y el futuro nos abren nuevos caminos y nuevas formas de ser.

El aquí y ahora y el mañana tejen para nosotros otras formas de ser y nuevas experiencias que nos esperan para darnos impulso, vitalidad y felicidad.

Echar el ancla en el pasado y quedar encallados en el declinismo nos impide avanzar y nos sume en una nostalgia depresiva. No es saludable ni permisible. El ayer es un arcón, un álbum de experiencias a las que asomarnos de vez en cuando, pero donde no podemos instalarnos. La vida es ahora y nos está esperando.

jueves, 27 de agosto de 2020

¿Qué son las relaciones parasociales?

¿Qué son las relaciones parasociales? ¿Por qué se producen y qué efectos tienen sobre nosotros? ¡No te pierdas el siguiente artículo!

¿Qué son las relaciones parasociales? Antes de responder a ello, te plantemos lo siguiente: ¿alguna vez te has preguntado qué efecto ejercen los medios de comunicación sobre tu comportamiento? Esto tiene que ver con este tipo de relaciones, un curioso fenómeno que desarrollamos con las personas que «conocemos» a través de los mass media. 

Es una realidad, los mass media tienen la capacidad de influir -de manera potencial, porque dependerá de diferentes factores- en nuestros comportamientos, pensamientos, acciones…

En muchos casos, la manera que utilizan los medios de comunicación para dirigirse a nosotros está diseñada para que pensemos que es personalizada, cuando en realidad como audiencia somos una masa homogénea de gente. Por ejemplo, piensa en un simple detalle, ¿cuántos correos de spam, destinados a muchas personas, incluyen tu nombre?

Así, en este artículo veremos qué son las relaciones parasociales, por qué se producen, qué sentimientos se asocian a ellas y cómo influyen en nuestro comportamiento. ¡No te lo pierdas!

¿Qué son las relaciones parasociales?

Las relaciones parasociales son aquellas que establecemos con personas famosas, con celebrities o con personas mediáticas. En realidad, son relaciones que se dan con cualquier personaje mediático, sea real o ficticio (incluidos los personajes de dibujos animados).

Para que lo veamos de forma un poco más clara, pensemos en un ejemplo: imaginemos que nos encontramos con algún famoso en el supermercado, alguien por quien sintamos simpatía. Probablemente nos acercaremos, le pediremos un autógrafo, intentaremos establecer algún tipo de conversación… como si realmente tuviéramos confianza con esa persona, aunque en realidad no la tengamos.

Por ello, en realidad, las relaciones parasociales son falsas relaciones sociales, ya que la relación no es «real», y nace del deseo de conocer a esa persona «en la vida real», o incluso de su admiración hacia ella. Y es que ¡la mente nos engaña!

Percibimos esa relación como cercana e íntima, cuando en realidad no conocemos a esa persona realmente (solo a través de lo que hemos visto de ella a través de los medios). Además, según los expertos, se trata de una relación no recíproca (unilateral), por lo que hablamos en realidad de un pseudovínculo.

Origen del término

Fueron los autores Horton Donald y Richard Wohl los que, en 1956, hablaron por primera vez de las relaciones parasociales. Concretamente, definieron el concepto como «la creación, de forma inconsciente, de una relación de cercanía con una persona mediática, que vivimos de forma intensa».

Además, los autores agregaron que este tipo de relación es unilateral (solo nos la creemos nosotros). Según ellos, tal y como cita Caro (2015), se trata de la «ilusión de una interacción recíproca experimentada por la audiencia hacia las figuras mediáticas«.

Sentimientos asociados

Una característica de las relaciones parasociales es que llegamos a sentirnos muy identificados con la persona mediática en cuestión, lo que hace que percibamos una relación real con dicha persona. En este sentido, desarrollamos una fuerte empatía hacia ella. También puede suceder lo contrario, y es que sintamos rechazo o desagrado hacia esa persona.

Lo que más caracteriza a este tipo de relaciones es ese sentimiento de que conocemos realmente a alguien solo por el hecho de haberlo visto o seguido a través de los medios. Se trata de un vínculo muy particular porque, en realidad, solo se da por nuestra parte (por eso hablamos de un pseudovínculo).

Por otro lado, según la comunicóloga Ileana Caschi, las relaciones parasociales son un fenómeno comunicativo que nos hace estar pendientes de ciertos contenidos mediáticos solo porque «X» persona es quien los difunde. Esta situación nace del hecho de creernos más que «uno más de la audiencia», y el cerebro tiene mucho que ver con ello, como veremos más adelante.

¿Con quién desarrollamos relaciones parasociales?

Como hemos visto, este tipo de relaciones se desarrolla con cualquier personaje famoso (puede ser ficticio). Así, suele tratarse de personas que aparecen en la televisión, la radio, las redes sociales e incluso los medios en papel (por ejemplo el periódico).

La profesión de dicha persona puede ser prácticamente cualquiera, y por ello se trata de: artistas, deportistas, presentadores, políticos, cantantes… Esto incluye personajes ficticios, como los protagonistas de dibujos animados (sobre todo en el caso de los niños).

¿Cuánto duran estas relaciones?

No hay una respuesta concreta a esta pregunta, puesto que las relaciones parasociales son indefinidas, y el tiempo depende de hasta cuándo esa persona mediática sea significativa o importante para nosotros. También tiene relación con el tiempo que esa persona esté en los medios de comunicación.

¿Por qué desarrollamos este tipo de relaciones?

En cierta manera, el hecho de que se produzcan las relaciones parasociales tiene que ver con nuestra parte subconsciente (o inconsciente). Lo ilustraremos con un sencillo ejemplo; cuando vemos personas famosas en la televisión (o a través de la radio, vídeos en YouTube…), inconscientemente, nuestra mente se «cree» que todo este contenido ha estado creado especialmente para nosotros.

Es decir, aunque sepamos que tan solo somos un grano de arena entre todos los espectadores de ese programa, la mente nos engaña y nos hace creer que ese contenido es, en cierta manera, exclusivo para nosotros. Esto explicaría por qué nos sentimos tan unidos o tan involucrados en este tipo de contextos.

Las estrategias de las personas mediáticas

Por otro lado, estas personas de las que hablamos, con las que desarrollamos relaciones parasociales, conocen bien los mecanismos que potencian este tipo de sentimientos. Un ejemplo es el hecho de que miren a cámara y se dirijan especialmente a su público (eso es, «a nosotros»); esto lo hacen especialmente los Youtubers o los presentadores de TV.

Desde el terreno de las neurociencias, sabemos que el cerebro está programado para interpretar una mirada directa a los ojos como una señal de que alguien nos está prestando atención.

En otras palabras, el hecho de percibir que nos están mirando a los ojos, hace que sintamos que nos hablan directamente a nosotros. A raíz de ello, nuestro cerebro interpreta que «ese alguien» nos conoce.

Todo esto, sumado a los sentimientos de empatía y atención que despiertan estas personas a través de su lenguaje verbal y no verbal, facilita la aparición de las relaciones parasociales. Sin hablar ya del grado de credibilidad de esa persona o su atractivo físico e intelectual.

miércoles, 26 de agosto de 2020

¿Te has preguntado «cómo estás realmente»?

¿Te has preguntado hoy cómo te encuentras emocionalmente? ¿Te sientes ilusionado, triste, enfadado, tal vez? Sondearnos, saber cómo están nuestras emociones y conectar con las propias necesidades también es un valioso ejercicio de salud mental.

¿Cuánto tiempo hace que no te preguntas: «cómo estás realmente»? A menudo, las personas somos hábiles expertas en dejar pasar el tiempo mientras seguimos respirando a través de esa gruesa armadura que nos protege del mundo. Aparentamos ser criaturas invencibles, esforzándonos por no atender ni escuchar demasiado a ese ser interno que pide ayuda y que sufre.

Somos esa sociedad que se saluda con un «cómo estás» sin esperar respuesta del otro. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo atrevernos? Esa frase sirve como mera introducción a una conversación, así que hay que ser lo más asépticos posible y evitar a toda costa hablar de lo que duele, describir esas emociones y sentimientos que se arremolinan en nuestro interior.

Desarrollar esa valiosa capacidad de mirar hacia adentro y expresarlo después no es tarea fácil. Ayuda sin duda haber sido criado y educado con afecto, a través de esas miradas y esos rostros que sabían conectar con nosotros para saber qué nos ocurría y validar cada experiencia interna. Sentirnos libres para comunicar emociones desde niños y compartirlas genera un gran beneficio.

Sin embargo, esta habilidad no abunda en nuestros contextos sociales. Si hay algo que aprendemos de manera temprana es que «siempre hay que estar bien». Porque cuando uno regala sonrisas, ánimos y alegría, gusta más y la comunicación y las relaciones parecen más fáciles. Así que al final nos acostumbramos a sonreír a la fuerza, a aparentar normalidad olvidándonos del autocuidado emocional.

«¿Cómo estás realmente?», la pregunta que deberías hacerte de manera regular

Lo problemático de hacer preguntas es que, a menudo, hallamos respuestas inesperadas. Aun así, pocos ejercicios son tan básicos y necesarios para el ser humano como preguntar y preguntarse, como cuestionar y cuestionarse. En materia de bienestar psicológico es imprescindible sondearnos de manera frecuente para identificar nuestro auténtico estado.

Al fin y al cabo, si nos preocupamos por el estado de nuestra piel o salud bucal, ¿por qué no hacer lo mismo en el área emocional? Preguntarte «¿cómo estás realmente?» no te hace perder tiempo, te hace ganar en fortaleza, en salud, en higiene mental. Aunque formular esa cuestión no deja de ser fácil, lo verdaderamente complejo viene después. Porque saber contestar implica dominar varias dimensiones. Las analizamos.

La valentía de dejar caer las defensas psicológicas

Cuando llevamos mucho tiempo descuidándonos, aparentando ser fuertes por los demás y solventes para poder llegar a todos nuestros objetivos cotidianos, cuesta bastante tomar contacto con nuestro auténtico ser. Por término medio, alzamos a su alrededor infinitas barreras y defensas psicológicas.

Por ejemplo, hacemos uso de la negación, ese truco mental casi infalible en el cual nos decimos cosas como «a mí no me causó ningún dolor terminar con esa amistad de toda la vida». Aplicamos también la racionalización: por ejemplo, «si me siento un poco más desanimado estos días es porque no me alimento muy bien y porque en el trabajo tenemos más presión».

Usamos también la protección, que no es otra cosa que el autoengaño, que el arte de quitar hierro o reprimir eso que nos duele, preocupa o molesta. Si de verdad deseamos tomar conciencia de cómo nos sentimos, hay que dejar caer todas esas barreras, esos mecanismos que nos impiden ver qué hay detrás.

Saber nombrar las emociones, el lenguaje de la vida

Las emociones son el auténtico idioma de la vida. Saber poner nombre a cada sensación, a cada realidad interna que experimenta el cuerpo y que invade nuestra mente, es clave de bienestar. Matthew Lieberman, profesor de psicología en la Universidad de California, nos indica que la forma en que etiquetemos esos estados de ánimo nos va a afectar. Por tanto, hay que hacerlo bien, ser competentes.

Por ejemplo, cuando te preguntes «cómo estás realmente» puede que te respondas «estoy triste». Sin embargo, a menudo detrás de la tristeza lo que hay es todo un crisol de emociones que desgranar: enfado, ira, frustración, decepción, miedo…

Tal y como nos explica el propio doctor Lieberman en un estudio, limitarnos a una sola o hacerlo de manera errónea, nos hará tomar decisiones poco útiles. Saber desgranar una a una todo ese cúmulo de realidades internas y etiquetarlas, nos permitirá tomar contacto con nuestras auténticas necesidades y actuar en consecuencia.

Deja que alguien adecuado te pregunte «cómo estás realmente»

A muchos no nos resulta fácil la tarea del autocuidado emocional. Por eso, a veces, es adecuado contar con alguien que nos entienda, que sea capaz de escuchar sin juzgar, de facilitar el diálogo que enhebra con las emociones, que las permite fluir sin miedos… Dejar que alguien adecuado te pregunte «cómo estás realmente» también está bien.

De hecho, es hasta recomendable cuando sentimos ese embotamiento mental en el que todo pesa y todo preocupa en exceso. Son esos instantes en que uno es consciente de que algo no va bien pero no sabe realmente qué es. En estas situaciones siempre es acertado contactar con un buen profesional. 

Sondearnos, establecer conversaciones con nosotros mismos, hallar mecanismos para liberar pensamientos y sentimientos es un ejercicio de salud mental en el que deberíamos emplear tiempos y esfuerzos. Saber cómo estamos es el único modo de darnos de lo que necesitamos, de convencernos para realizar esos cambios que revertirán en el propio bienestar. Tengámoslo en cuenta.

martes, 25 de agosto de 2020

Quiero ser feliz a mi manera

Todos queremos sentirnos bien, es un principio difícilmente discutible. Si preguntas a los demás qué quieren conseguir en sus vidas, rara vez te contestarán que quieren ser desdichados, estar tristes o sentirse fracasados. Las personas quieren sentir lo que es ser feliz y se esfuerzan por encontrar la manera de conseguirlo.

Sin embargo, pese a que todos quieren estar contentos y satisfechos con su vida muchos no saben cómo conseguirlo. Definir la felicidad hoy en día es algo complicado, vivimos con la paradoja de que cualquier objeto puede acercarte a ella pero a la vez nada parece ser suficiente para alcanzarla.

Más que ante un estado subjetivo de felicidad, corremos tras un concepto que hemos transformado en un ideal. Hoy en día la felicidad se ha convertido en un mito plasmado en objetos que enriquecen a unos pocos a costa de la insatisfacción de otros.

La búsqueda interminable del «ser feliz»

Una simple búsqueda en Internet es suficiente para ilustrar la obsesión actual por encontrar la felicidad. Millones de artículos que hablan sobre qué hacer o no hacer para ser felices, sobre qué dicen los científicos sobre la felicidad, los pasos que hay que dar hasta alcanzarla o cuáles son los escalones exactos que hay que subir para conseguir lograrla.

No solo estamos obsesionados con alcanzarla, sino que también la queremos conseguir en todas las áreas de nuestra vida: en el trabajo, solos, en pareja, con la familia, cada día, en la vida. Buscamos en cada rincón posible las pequeñas claves que nos ayuden a sentirnos más afortunados.

Esta búsqueda es una tarea interminable puesto que, tal y como está planteada, se ha convertido en un ideal vacío imposible de alcanzar. La definición actual que se hace de la felicidad está más cercana a la del amor romántico de las películas o a la búsqueda epopéyica del santo grial que a la de su significado verdadero.

El negocio de la felicidad

Las empresas y el mundo de la publicidad nunca han sido ajenas a las necesidades de sus actuales y potenciales clientes. Ambas son buscadoras de necesidades insatisfechas y, en caso de que no las haya, se encargan de crearlas o de buscar otras nuevas para introducir un producto o servicio que las cubra.

La felicidad engancha, vende, y todo el mundo quiere ser feliz. Las empresas lo saben y buscan, mediante estrategias planificadas, la fidelidad y satisfacción de los clientes. Juegan con las emociones para conseguir la felicidad por medio del consumo.

No es casualidad que la crisis económica haya coincidido con la ferviente venta de la felicidad. En tiempos de crisis, la felicidad es dinero.

La dictadura de la felicidad

No solo la felicidad se ha convertido en un objeto de consumo sino que además nos la han impuesto como norma inamovible. Hemos pasado del quiero al DEBO ser feliz y por el camino hemos aceptado mensajes del tipo: «querer es poder».

Este tipo de enunciados son una moneda de doble cara. Por un lado emanan el positivismo y la motivación del «no hay nada imposible» o «voy a sonreír más y quejarme menos», mientras que por el otro asoma el «debería estar alegre» o el «quise y no pude, luego algo hice mal».

En el contexto de una sociedad en crisis, donde la venta de la felicidad es una estrategia de ventas para muchas empresas, siempre es una buena idea recordar que a veces, por mucho que queramos, no siempre podemos; sin olvidar que la responsabilidad de no alcanzar nuestras metas no siempre es nuestra.

La felicidad no vive sola

La felicidad es un sentimiento subjetivo al igual que lo son muchos otros, uno más entre la multitud. La vida interna de cada uno está compuesta de emociones y sentimientos que van desde la alegría y la felicidad hasta la tristeza o el enfado.

Cada emoción tiene su utilidad y todas y cada una de ellas es necesaria y cumple una función. Las emociones nos ayudan a dotar de significado a nuestras experiencias, por lo que es necesario vivirlas y experimentarlas todas.

Y tú, ¿qué necesitas para ser feliz?

La felicidad no tiene plantillas predefinidas ni entiende de productos genéricos con fórmulas mágicas. Cada persona tiene sus peculiaridades, gustos y preferencias. Lo que a una persona le puede hacer feliz a otra podría causarle una gran desdicha.

La felicidad no va de comprar la camiseta con el mensaje más positivo, de seguir los planes de otro o de fingir sonrisas para salir bien en una foto. Es mucho más simple que todo eso, se trata de hacerse las preguntas adecuadas y de buscar las respuestas lejos de textos estandarizados o productos vacíos.

lunes, 24 de agosto de 2020

¿Por qué nos entristecen los días grises?

¿Te sientes eufórico los días soleados y tu estado de ánimo decae ante la falta de luz solar? Exploramos el origen de este fenómeno.

¿Eres de esas personas que acusan de forma importante los cambios de clima? Cuando el día amanece nublado, ¿notas un claro descenso en tu estado de ánimo? Tranquilo, no estás solo ni te sucede nada extraño; son muchas las personas a quienes les entristecen los días grises. Y esto tiene una explicación tanto biológica como psicológica.

Es necesario recalcar que no todos experimentamos este fenómeno. Hay quienes disfrutan los días de lluvia, las temperaturas más bajas y el estilo de vida que este clima trae aparejado. Pero, para otros, los meses de otoño e invierno suponen un duro golpe anímico que puede ser difícil de remontar. Por eso hoy trataremos de explicar lo que ocurre en el organismo de quienes muestran esta tendencia.

¿Por qué nos entristecen los días grises?

Neurobiología

Desde un punto de vista biológico, tengamos en cuenta que el cuerpo funciona en base a los ritmos circadianos. Estos, entre otras cosas, regulan nuestros ciclos de sueño-vigilia. Así, podríamos decir que el organismo se sincroniza cada día en función de los cambios en la luz solar que recibe.

Una mayor iluminación nos indica el inicio de una nueva jornada y un descenso en la misma nos prepara para finalizar el día y descansar. Además, existen dos importantes sustancias que juegan un papel relevante en este proceso:

  • La melatonina se encuentra en nuestro organismo en distintas concentraciones en función de la luz solar. Así, cuando oscurece, se produce una mayor liberación de esta hormona que nos relaja y nos adormece. Nuestra temperatura corporal disminuye y nos preparamos para el sueño. De esta manera, los días grises con su falta de luz solar generan el mismo proceso, por lo que nos sentimos apáticos y desganados ya que nuestro organismo comienza a desactivarse.
  • La serotonina es el neurotransmisor de la felicidad. Su presencia nos activa, aumenta nuestro estado de ánimo y nos predispone a las relaciones sociales. Además, disminuye el número de pensamientos negativos que podemos llegar a tener. No obstante, la falta de luz solar hace que nuestros niveles de serotonina desciendan de forma importante, de modo que el decaimiento, la tristeza y la nostalgia hacen acto de presencia.
Psicología


Sin embargo, si nos entristecen los días grises no es directamente por el efecto de estas sustancias, sino por los cambios cognitivos y conductuales que experimentamos. Es decir, en última instancia, son nuestros pensamientos y comportamientos los que hacen que esa tristeza y apatía se mantengan.

Quienes experimentan los efectos del clima en el estado de ánimo tienden a replegarse sobre sí mismos durante los días nublados, fríos o lluviosos. Se vuelven más inactivos, más solitarios y más centrados en pensamientos circulares disfuncionales. Realmente reducen su actividad, restringen su contacto social y su diálogo interno se vuelve más pesimista y disfuncional.

Depresión estacional

Para algunas personas, este fenómeno va mucho más allá de tener ciertos días malos. Aquellos que padecen depresión estacional experimentan en algún grado los síntomas típicos de un trastorno depresivo durante los meses de otoño e invierno, desapareciendo durante la primavera y el verano.

Durante estos meses más grises, en los que los cielos nublados son más frecuentes, sufren tristeza, falta de energía y alteraciones en el sueño y el apetito. Además, caen en el pesimismo y adoptan una perspectiva de desesperanza respecto al futuro. También pueden sentirse irritables y alimentar pensamientos de culpa.

En muchas ocasiones, este padecimiento se trata con fototerapia: la persona se expone cada mañana a una brillante luz artificial durante un periodo de tiempo con el fin de paliar los efectos de la ausencia de luz natural. Aun así, esta estrategia no siempre da resultado.

¿Qué hacer si nos entristecen los días grises?

Ya que no está en nuestra mano cambiar las condiciones climáticas, habremos de incidir en los factores cognitivos y conductuales. Si has detectado que te entristecen los días grises, haz un esfuerzo consciente por no caer en la apatía y el pesimismo.

Así, trata de vencer la inercia y actívate; realiza actividades que te resulten placenteras tanto dentro como fuera de casa. Organiza reuniones con tus amigos y familiares o dedica más tiempo a alguna afición que hayas descuidado. Igualmente, presta atención a tus pensamientos e intervén cuando identifiques dinámicas negativas. Ante todo, si no puedes hacerlo solo, busca ayuda.

domingo, 23 de agosto de 2020

¿Por qué me cuesta relacionarme con las personas?

¿Te cuesta socializar? El origen no siempre está en la timidez o la introversión. En ocasiones, las dificultades para relacionarnos puede tener origen en nuestra educación, en terminados traumas e incluso en la ansiedad. Lo analizamos.

«Me cuesta relacionarme con las personas ¿hay algo fuera de lo normal en mí? ¿qué tipo de problema tengo?». Esta es una pregunta recurrente en quien experimenta dificultades para socializar, hacer amigos, encontrar pareja o moverse con asertividad en cualquier contexto. Más allá de lo que podamos creer, este es un problema bastante común.

Se dice que Agatha Christie tenía un miedo profundo a hacer comparecencias públicas y tener que realizar entrevistas. Jorge Luis Borges, por su parte, fue siempre un tímido consumado, hasta el punto mandar a su amigo Oliverio Girondo a sustituirle en cualquier tarea pública.

A ninguno se le daba bien eso de relacionarse, pero la verdad es que tampoco lo deseaban. Simplemente, preferían sus espacios seguros, su cotidianidad creativa. Quienes tienen limitaciones para socializar, en realidad, sí desean hacerlo, sí ansían tener una mayor resolución y don de gentes para moverse por la universidad, el trabajo, los locales de ocio y cualquier lugar donde sencillamente, haya otras personas.

Así, mientras figuras, como las ya citadas u otras, como Albert Einstein o los también escritores Cormac McCarthy o Harper Lee, mostraban evidentes rasgos de timidez, no todos los que tienen problemas de sociabilidad lo son realmente. Comprendamos un poco más qué hay detrás de estos comportamientos.

Causas de por qué me cuesta relacionarme con las personas

Cuando una persona se pregunta a sí misma por qué me cuesta relacionarme con las personas lo hace pensando a su vez en algo bastante común. A saber que nuestra sociedad prima en exceso la extroversión, la apertura de carácter y a esa figura social dotada (en apariencia) de una habilidad suprema para conectar y destacar.

Sin embargo, asumir esta idea es, en cierto modo un error. Tanto introvertidos como extrovertidos pueden tener éxito social. Es más, también hay personalidades extrovertidas con claros problemas para relacionarse e incluso para construir relaciones. Señalamos esto por un hecho concreto: la dificultad para socializar de manera efectiva y feliz no siempre depende de la timidez o la introversión. Son un factor, es cierto, pero no el único.

Reglas relacionales internalizadas en la infancia

Un factor decisivo que explica nuestras habilidades o dificultades para relacionarnos está en nuestra infancia. La mayoría de nosotros hemos internalizado de manera inconsciente las reglas relacionales que nos inculcaron nuestros principales cuidadores. Si ya no tenían éxito en su día para ellos tampoco lo tendrán para nosotros.

Ocurre lo mismo con nuestra comunicación. Si las competencias lingüísticas de nuestros progenitores no eran muy hábiles y no interaccionaban mucho con nosotros, algo así, también presenta un efecto.

  • La presencia de unos cuidadores poco afectivos siempre ocasionará un impacto en las competencias verbales, emocionales y conductuales de un niño.
  • Tanto es así que podemos tener a chicos y chicas de carácter extrovertido con serias limitaciones en habilidades sociales y de relación, por efecto directo de esa crianza.
  • Por otro lado, los ambientes familiares disfuncionales, autoritarios o más aún, vivir en un entorno con escaso contacto social, también ocasiona esas limitaciones relacionales.
Dimensiones psicológicas y neurológicas


No todo tiene origen en nuestra infancia. En ocasiones, la razón del por qué me cuesta relacionarme con las personas tiene su desencadenante en factores psicológicos e incluso neurológicos. Estos serían algunos de esos ejemplos:

  • Trastorno del espectro autista. Dentro de esta condición, está por ejemplo, el síndrome de asperger, el cual, en muchos casos puede pasar desapercibido. Ello explica por qué muchos adultos evidencian esos problemas en la interacción social.
  • La ansiedad y el estrés son factores que también limitan y entorpecen nuestras habilidades en materia de socialización.
  • Por otro lado, cabe destacar que condiciones psicológicas como el trastorno antisocial de la personalidad, la fobia social o la agorafobia también están detrás de estas dificultades. No obstante, en estos casos, son realidades en las cuales la propia persona rehúye o esquiva deliberadamente el contacto social.
La sensibilidad para la percepción sensorial

Hablábamos al inicio de cómo figuras como Agatha Christie o Borges rehuían el contacto social. Su evidente timidez, les hacía preferir los entornos seguros y evitar exponerse a situaciones que les generaban estrés y malestar. Bien, es imposible preguntarme por qué me cuesta relacionarme con las personas sin tener en cuenta uno de los factores más evidentes: la personalidad tímida.

Ahora bien, más que centrarnos en ese patrón de conducta, es interesante entender qué hay detrás. Las personas tímidas perciben el mundo exterior de forma diferente debido a lo que se conoce como sensibilidad para la percepción sensorial. ¿En qué consiste esta dimensión?
  • El cerebro de las personas tímidas es diferente. Por término medio, necesita más tiempo para reaccionar ante los estímulos.
  • Son más introspectivas y reflexivas, algo que les impide poder adaptarse a esos entornos sociales en los que hay que actuar rápido en cualquier situación.
  • Las multitudes, el ruido, los estímulos nuevos o exponerse a situaciones en las que no se tiene control, les genera estrés y malestar.
Todos estos factores nos hacen ver que la timidez, tiene también una base neurológica. No obstante, ello no impide que se puedan aprender adecuadas estrategias para mejorar la sociabilidad.

Me cuesta relacionarme con las personas ¿qué puedo hacer?

Todos podemos mejorar nuestras habilidades sociales. Aprender a relacionarnos para disfrutar de la interacción en cualquier entorno, está al alcance de cualquiera. Estos serían algunos puntos de partida:

  • Busca situaciones en las que te sientas cómodo. Puedes hacer uso de las aplicaciones en línea para buscar gente con aficiones comunes.
  • Este es siempre un buen modo de encontrar personas parecidas a nosotros con las que sentirnos y seguros. Más tarde podemos ir abriéndonos a otros escenarios.
  • Reduce tu autoexigencia. Evita focalizarte tanto en ti, en el miedo a fallar, a no saber qué decir, a no gustar. Desplaza la mirada del interior al exterior para dejarte llevar, para disfrutar de las conversaciones espontáneas… No creas todo lo que te dice tu mente.
  • Apóyate en personas de tu confianza. Comparte tus miedos con ese alguien que te conoce y que puede guiarte.
  • Aprende técnicas para la gestión del estrés y la ansiedad social.
  • Fortalece tus habilidades sociales: comunicación, asertividad, gestión emocional…
Para concluir, solo cabe destacar un aspecto: en caso de que nuestra dificultad para relacionarnos sea algo crónico, algo que llevamos arrastrando durante años y que dificulta nuestra calidad de vida, no dudemos en consultar con un profesional. Hay terapias que pueden suponer un gran cambio, el avance que más necesitamos.

sábado, 22 de agosto de 2020

Adicción o trastorno mental, ¿qué fue antes?

¿Es la adicción causa o consecuencia de un trastorno mental? Para responder, vamos a seguir la teoría de la automedicación, que trata de arrojar algo de luz sobre este asunto.

La causa del consumo de sustancias se suele atribuir a distintos factores. Entre ellos, la facilidad de acceso a las drogas, determinados tipos de personalidad, procesos de aprendizaje social… Sin embargo, existe otra posible causa: un trastorno mental. También sabemos que el consumo de drogas puede aumentar el riesgo de padecer determinados trastornos mentales. Entonces, ¿fue antes la adicción o el trastorno mental?

Hawkins y Weiss elaboraron la hipótesis de la automedicación. Trataban de explicar el consumo de sustancias en personas con trastorno mental como forma de controlar y automanejar el trastorno. ¿En qué se basan estos autores para elaborar su hipótesis? ¿Qué ejemplos podemos encontrar que apoyen la hipótesis de la automedicación? Respondamos.

Trastorno mental como causante de la adicción: hipótesis de la automedicación

Esta hipótesis surge de la búsqueda de explicación acerca de por qué hay personas que consumen sustancias que no desarrollan dependencia. Además de los factores intrínsecos (como la personalidad, o la vulnerabilidad) y los externos (como los modelos familiares, o el medio social), deben existir otros factores a nivel neurobiológico capaces de explicar por qué unas personas desarrollan dependencia y otras no.

La hipótesis de la automedicación surge para dar explicación a esto. Las adicciones son el resultado de un trastorno mental que fuerza al enfermo a consumir determinadas sustancias con el objetivo de tratar su patología. Al verse paliados los síntomas, la conducta de consumo se mantiene por reforzamiento negativo.

Dentro de la hipótesis de la automedicación, existen cuatro líneas de trabajo complementarias que explican la relación entre salud mental y adicciones:

Primera línea

Esta línea explica que una persona con una disfunción a nivel de sistema nervioso central provocaría síntomas psicoorgánicos muy molestos que reducirían su calidad de vida. Si esta persona entra en contacto con una sustancia capaz de mejorar su sintomatología es probable que se desarrolle la dependencia bastante rápido.


Si el trastorno mental no se trata -ya sea con terapia psicológica, con medicación, o con una combinación de ambas-, todos los tratamientos dedicados a la adicción están destinados a fracasar. Esto ocurre porque la persona tenderá a buscar el tratamiento para su trastorno mental (la droga, en este caso).

Segunda línea

Los trastornos mentales están causados por una vulnerabilidad a consumir determinadas sustancias. De esta manera, el uso de esas sustancias sería el que generase alteraciones en las funciones psíquicas y cognitivas, graves y permanentes, en el individuo.


Si los tratamientos farmacológicos o psicológicos no solucionan el problema, esta persona está abocada a mantener el consumo como forma de restablecer su calidad de vida.

Tercera línea: trastorno mental como causante de la adicción

Esta línea propone como determinante del inicio y del mantenimiento del consumo un trastorno mental previo al inicio del consumo. Esta propuesta se realizó a partir de la observación de que determinadas sustancias adictivas poseen efectos antipsicóticos, antidepresivos y ansiolíticos.

Para entender esta línea de trabajo, pongamos unos ejemplos. Es frecuente el consumo de cocaína en personas con TDAH no diagnosticado o cuyo tratamiento no es efectivo.

Sus efectos estimulantes corrigen las alteraciones producidas por el TDAH. Otro ejemplo, en esta misma línea, serían las personas que consumen cannabis o alcohol a modo de ansiolítico.

Cuarta línea: adicción como causante del trastorno mental

Opuesta a la línea anterior, esta nos dice que los trastornos mentales que predisponen al consumo de determinadas sustancias no son el origen de la adicción, sino el resultado. Es decir, explican el caso de personas sin trastornos mentales previos, pero con especial vulnerabilidad al efecto de las drogas. Como consecuencia de su consumo, acabarían desarrollando trastornos mentales graves y de difícil tratamiento.

La adicción se mantiene porque, una vez desarrollados los síntomas del trastorno, se usan las sustancias como tratamiento de los mismos. Un ejemplo de esto podrían ser la psicosis cannabínica o los primeros brotes psicóticos por consumo de cannabis, la reciente relación entre cannabis y esquizofrenia.

Una línea muy difusa que dificulta el tratamiento y la prevención

Todas las teorías explicativas de la adicción o el consumo de sustancias, por sí solas, se quedan más que cortas. Existen infinidad de razones y causas y se deben tener en cuenta todas ellas a la hora de tratar los trastornos por consumo de sustancias y para prevenir el consumo de sustancias.

Existen muchas intervenciones para prevenir el consumo, basadas en algunos de los factores predisponentes del desarrollo de una adicción. Sin embargo, pasar por alto causas menos visibles y menos obvias, como los trastornos mentales ocultos o no diagnosticados dificulta tanto la prevención del consumo como su tratamiento.

Quizá ofrecer educación sobre los trastornos mentales y sus síntomas, y sobre cómo actúan las drogas sobre ellos, junto con la desestigmatización de las enfermedades mentales, podrían lograr que se prestara más atención a los síntomas y se buscara ayuda para solucionarlos.

De esta manera, recibiendo un tratamiento adecuado, se podría prevenir o reducir el consumo de sustancias para tratar los síntomas.

En caso de coexistir un trastorno mental y una adicción, es importante tratar primero la adicción, aunque en la medida de lo posible, lo ideal será un tratamiento integrado. Ya que hemos visto que, si tratamos la adicción, pero no el trastorno mental, es muy probable que se vuelva a reinstaurar la adicción.

De la misma manera, tratar solo el trastorno mental, pero no intervenir sobre el trastorno de consumo, solo terminaría con la mitad del problema, ya que una vez instaurada la adicción, no va a desaparecer por si sola al solucionar el trastorno mental.

viernes, 21 de agosto de 2020

Cuidados paliativos psicológicos ante una enfermedad terminal

La noticia de una enfermedad terminal es lo suficientemente potente como para hacer tambalear los pilares mentales de cualquier persona.¿Quieres saber en qué puntos se centra la intervención de los psicólogos en este escenario?

La adaptación al medio, cuando este es cambiante y controlable solo en cierta medida, siempre plantea desafíos. Es más, muchas veces podemos llegar a preguntarnos cómo determinadas personas, con la vida ya resuelta, adquieren determinados compromisos o se implican en determinados proyectos. Pues bien, en el otro lado de esta búsqueda natural de complicaciones y problemas encontramos uno de los retos que más comprometen nuestra adaptación: la noticia de una enfermedad terminal.

De alguna manera, todos sabemos que vamos a morir. Incluso miramos de reojo a la providencia, sabiendo que un accidente puede conducirnos a ese desenlace en pocos instantes, sin anunciarlo ni haberlo previsto. Sin embargo, todos, o al menos la mayoría, respiramos con la esperanza de que nos queden años, aunque solo sea porque en la agenda aún nos quedan anotaciones sin tachar.

Trabajamos en esta conjugación. Hacerlo nos invita a hacer planes para mañana, dentro de una semana, un mes o dos años. Dicho de otra manera, el hecho de plantear la muerte en un horizonte lejano o como una posibilidad muy remota nos sitúa en el espacio-tiempo de una manera muy singular.

Una arquitectura que se resquebraja de manera inevitable cuando nuestra vida se ve comprometida al saber que padecemos una enfermedad terminal. Por ello, en este artículo queremos hablar de este duelo anticipado y de los puntos más importantes en los que se suele centrar la asistencia psicológica por parte del profesional.

El duelo anticipado ante una enfermedad terminal

Así, en estos casos, la reacción biológica suele ser la misma que tendríamos ante amenaza. A nivel emocional, la ansiedad es la reacción más habitual; lo que no quiere decir que no se puedan dar otras.

En buena medida, dependerá de la elaboración cognitiva de la noticia. En los instantes iniciales, son muchas las personas que optan por la negación. En especial si la noticia es repentina y no el final de una intervención previa para eliminar o frenar el avance de la enfermedad.

Por lo tanto, uno de los pilares sobre los que la psicología puede actuar para mejorar la calidad del paciente es precisamente ayudando en la elaboración de la noticia, construyendo un relato que sea válido para la persona. Por lo tanto, nuestra primera tarea como profesionales será escuchar y acompañar. Conocer a qué persona tenemos delante.

Una buena investigación/evaluación nos dirá todo lo que se ha roto en esa esperanza, cuáles son las renuncias asociadas a ese final prematuro que más dolor causan.

Así, buena parte de nuestra ayuda cobrará valor cuando consigamos que la persona nos considere un apoyo útil, una figura de referencia, siendo proveedores eficaces de ayuda frente a su sufrimiento -no es la enfermedad terminal lo que requiere nuestra presencia como profesionales, sino el sufrimiento que se deriva de ella-. Dentro podremos ser útiles, fuera la mayoría de los intentos que hagamos no tendrán resultados o estos serán impredecibles.

Siguiendo con la ansiedad que ha generado la noticia, podremos trabajar, como emoción que es, a diferentes niveles. En el plano cognitivo, podemos ayudar a que la persona se sitúe en su nueva dimensión espacio-tiempo.

La alternativa de vivir el presente que se recoge en tantos libros y películas no es real. Para salir de casa nos vestimos, para irnos a la cama nos lavamos los dientes, para ir de viaje, preparamos la maleta. Dicho de otra manera, en estos casos, la persona va a seguir pensando en futuro y es necesario que así sea.

La mayoría de las intervenciones en este contexto se centran en la sensación de amenaza originada en:
  • Integridad vital comprometida.
  • Incertidumbre por lo que sucederá después del fallecimiento.
  • Carencia de recursos.
  • Estado de ánimo negativo para el afrontamiento.

A nivel fisiológico, la ansiedad produce activación. Recordemos que es la emoción que nos ayudaba a escapar de los depredadores en la selva. Por lo tanto, sería muy positivo que la persona fuese capaz de dar salida a esa sobreactivación.

Para rebajarla, podremos optar por técnicas de relajación o, incluso, por el deporte. Una u otra opción dependerá de las condiciones físicas en las que se encuentre el paciente, pero también de su historia vital o de la disposición y posibilidades de su círculo de apoyo.

En este sentido, en lazamos con el primer punto de intervención que plantea Mariant Lacasta en su artículo El papel del psicólogo en los cuidados paliativos: la identificación de necesidades. Haremos una buena intervención en la medida que seamos capaces de atender a las necesidades del paciente que entran dentro de nuestras competencias.

Hemos hablado de la escucha, en la que entra la normalización de las emociones del paciente -incluyendo las contradicciones que puedan aparecer en el proceso-, el afrontamiento de la ansiedad del que hemos hablado, del miedo a abandonar a las personas de su entorno o la gestión de esa parte de esperanza que casi siempre queda por muy desalentadoras que sean las noticias.

En este caso, no haremos bien creando falsas expectativas, pero tampoco echando tierra sobre un optimismo moderado ante acontecimientos futuros. Esta es quizás una de las partes más delicadas de la intervención por la sensibilidad que requiere. En este sentido, pensemos que no siempre vamos a trabajar con una persona que es plenamente consciente del desenlace probable o que va a hablar como una persona que no se va a curar.

Intervención en el entorno

Así, con frecuencia, entre nuestras funciones estará la de realizar un ejercicio didáctico con el círculo de apoyo. Personas que también vivirán su duelo anticipado particular y cuya salud mental también hay que proteger. Habrá momentos en los que probablemente la persona no quiera hablar y su entorno sí necesite esa comunicación y al revés.

En cualquier caso, si detectamos que alguien se encuentra en situación de riesgo, lo mejor será plantear directamente una intervención con esa persona. En muchos casos, lo mejor es que la lleve otro profesional, siempre manteniendo la comunicación.

Por otro lado, lo mejor es que la intervención se realice en contacto con el resto de agentes del sistema sanitario (Sánchez Sobrino y Sastre Moyano, 1996). De esta manera, con ellos podremos encontrar la manera de conserve lo máximo posible la sensación de control y autonomía.

Quizás la persona ya no pueda salir a pasear sola, pero sí elegir el horario en el que quiere hacerlo o la ropa con la que se quiere vestir. Son detalles, pero en estos casos todavía los detalles son más importantes que en otros por las limitaciones que tenemos en nuestra intervención.

jueves, 20 de agosto de 2020

Neurobiología de la toma de decisiones: ¿qué ocurre en el cerebro cuando tomamos decisiones?

¿Qué oportunidad de empleo es mejor para mí? ¿Qué estrategia de memorización haría que aprovechara mejor el tiempo? La pregunta clave es, ¿cómo tomamos decisiones?

En nuestro día a día, saltamos de una decisión a otra. Para ello, es necesaria la influencia o participación de nuestro yo en sus diferentes dimensiones, como pueden ser la orgánica y la social Si profundizamos en neurobiología de la toma de decisiones, estaremos en disposición de comprender un poco mejor este proceso.

Sobre todo, profundizando en la relación de las estructuras del sistema nervioso con nuestros pensamientos emociones y acciones. ¿Con qué obstáculos nos topamos a la hora de decidir? ¿Se trata de un proceso asilado o influido por otras variables? ¿Cómo potenciar una toma de decisiones asertiva?

Toma de decisiones, ¿de qué trata?

Hablamos de un componente primario de las funciones ejecutivas; aquellas habilidades que nos ayudan a orientarnos hacia nuestras metas y conseguirlas. Además, en muchos casos, lo que buscamos es la opción más ventajosa para nuestros intereses, es decir, entre todas las posibilidades, decantarnos por aquella con un mejor ratio coste-beneficio.

La toma de decisiones es una parte de un sistema de control que utilizamos con diferentes objetivos y distintos contextos; por ejemplo, cuando conducimos o estudiamos. ¿Tenemos que girar a la derecha o a la izquierda? ¿Qué parte del texto es la más importante? ¿Qué parte del temario tiene más opciones de caer en el examen?. Por otro lado, la toma de decisiones implica lo siguiente:
  • Consciencia ética. Es decir, la facultad con la que contamos los seres humanos para decidir acciones y hacernos responsables de lo que pueda suceder de acuerdo con normas y códigos de conducta y morales.
  • Inhibición. Se trata de la capacidad para suprimir de forma activa la información que no es relevante o no dar respuestas que serían tentadoras, pero que a la larga no nos beneficiarían.
Además, en muchos casos la toma de decisiones es una cuestión de anticipación, o sea, que es sensible a nuestra habilidad para prever hechos o circunstancias. Así, se trata de un proceso conectado con otros procesos.

Neurobiología de la toma de decisiones


En la toma de decisiones están implicadas diferentes áreas del cerebro. Sucede que todas son esenciales, aunque algunas compartan su localización con otras funciones ejecutivas, y tengan mayor o menor activación.
  • Área dorsolateral. Según Portellano Pérez y García Alba, en su libro Neuropsicología de la atención, las funciones ejecutivas y la memoria, ayuda a la resolución de problemas complejos y novedosos. Además, tiene que ver con la metacognición y la inhibición de estímulos.
  • Zona cingulada anterior. Está relacionada con la detección de errores, la activación y la motivación.
  • Área orbitaria. Se vincula con el procesamiento de las emociones, la interacción, la consciencia ética, la autoconsciencia, la autorregulación y la toma de decisiones.
Siendo más precisos, no podemos olvidar otras áreas que también intervienen en la toma de decisiones. Por ejemplo, el cerebelo y los ganglios basales, centros que se relacionan con el movimiento: si existen interferencias a nivel motor, si debemos prestar atención a no caernos o a controlar el movimiento de la mano, los recursos que podremos destinar a la actividad cognitiva serán menos.

También pasa con centros de control emocional, como el sistema límbico. Finalmente, otro elemento orgánico que media en nuestra toma de decisiones son los neurotransmisores: son claves su liberación y su densidad en los espacios intersinápticos.

Potenciando la asertividad

A la hora de tomar decisiones no solo intervienen factores biológicos, también lo hacen factores emocionales, sociales, culturales, espirituales, etc. Para potenciar la asertividad es importante atenderles, te mostramos algunos caminos:
  • Autoconocimiento. Si nos conocemos, estaremos en una mejor posición para realizar una elección que favorezca nuestros intereses.
  • Autorregulación. De nuestras emociones y pensamientos, para no dispersarnos y elegir la mejor opción. Además, de nuestros movimientos.
  • Atención. Si no la prestamos, nos perderemos de cuáles son las mejores y peores posibilidades, y se verá afectada nuestra toma de decisiones.
  • Valorar las consecuencias. No solo para decidir, si no para actuar en consecuencia y hacernos cargo. 
  • Realizar prácticas de consciencia. Para estar más conectados con el momento presente, e identificar nuestros entornos y reconocernos en ellos, valorando nuestros límites y los de los demás y la naturaleza.
Aunque todos tenemos la capacidad de decidir unos podríamos ser más asertivos que otros. Afortunadamente, se trata de algo que en la mayoría de las ocasiones se puede cultivar, si no hay un deterioro significativo irreversible, que suele estar asociado a lesiones en áreas prefrontales del cerebro.

Existen varias pruebas para medir el estado de las funciones ejecutivas. Una de ellas es el test de Iowa Gambling, que ayuda a valorar el proceso de selección de la mejor opción utilizando cartas.

En suma, la toma de decisiones se relaciona principalmente con áreas prefrontales del cerebro; se trata de un proceso complejo que va acompañado de otras funciones ejecutivas. Podemos mejorarlo de muchas maneras, pero quizás una de las más rentables pase por hacer una inversión que mejore la atención consciente.

miércoles, 19 de agosto de 2020

Acatisia: no puedo quedarme quieto

La acatisia se confunde en ocasiones con el síndrome de las piernas inquietas. Tiene la misma sintomatología sin embargo, su origen es muy diferente: es el efecto secundario de determinados fármacos.

Nerviosismo. Incapacidad para permanecer quieto mucho tiempo. Necesidad intensa por estar siempre en movimiento. Malestar y sensación de vértigo… La acatisia no tiene nada que ver con el síndrome de las piernas inquietas, se trata, en realidad, de un síndrome ocasionado por el efecto secundario de diversos medicamentos muy concretos (y frecuentemente recetados).

Muchas veces, descuidamos toda la magnitud de manifestaciones que tienen los medicamentos, esos que en ocasiones, nos vemos obligados a tomar. Tanto es así que a veces, creemos estar sufriendo alguna dolencia concreta cuando, en realidad, es el efecto de esa pastilla para la ansiedad, de ese fármaco para el problema cardiovascular.

Esto provoca que muchas personas evidencien alteraciones de lo más peculiares que se confunden con determinadas enfermedades. La acatisia es una de ellas. Se trata de una manifestación bastante adversa, molesta e incapacitante que se diagnostica erróneamente como síndrome de las piernas inquietas. Sin embargo, de nada nos serviría recibir el tratamiento asociado a este trastorno neurológico.

El problema seguiría presente. Por ello, es importante tener siempre en cuenta más factores, más orígenes que tienen como desencadenante esa necesidad incontrolable por movernos. Lo analizamos a continuación.

Acatisia: síntomas, origen y tratamiento

La acatisia es, básicamente, un trastorno del movimiento que impide que la persona permanezca quieta. Es una situación mucho más intensa y problemática que el síndrome de las piernas inquietas. La razón de ello está en que no se focaliza solo en las extremidades inferiores, la necesidad por moverse afecta a todo el cuerpo. Y no poder hacerlo, desespera.

Se integran por tanto síntomas psicológicos, porque a esa inquietud física se le añade la emocional, la angustia por no poder estarnos quietos para trabajar con una postura adecuada, tampoco para conducir o estar tumbados para poder conciliar el sueño. Es, además, un trastorno que afecta a personas de cualquier edad; todo depende del efecto que tenga determinados fármacos en nuestro organismo.

Hay casos de pacientes que al ser tratados para aliviar algo tan simple como los mareos y los vómitos se han visto viviendo situaciones totalmente surrealistas. Desde estar todo el día con el clásico golpeteo de los dedos sobre las superficies hasta terminar discutiendo con la familia o perdiendo el trabajo por no poder concentrarse ni permanecer en su sitio sin moverse.

Síntomas de la acatisia

El área que se encarga de estudiar este tipo de alteración es la neurología. Si bien es cierto que es bastante común confundir este trastorno con el síndrome de las piernas inquietas, ya hemos señalado que su sintomatología es mucho más amplia. Estas serían las características más comunes:
  • Necesidad por caminar y moverse.
  • Hormigueo y picor en las piernas.
  • Balanceo del tronco.
  • Golpeteo constante de los dedos.
  • Picor en la piel.
  • Estrés y ansiedad.
  • Dificultades para dormir.
  • En los casos más graves pueden aparecer crisis de pánico.
¿Cuál es el origen?

Lo hemos señalado al inicio. La etiología de este trastorno del movimiento es el efecto secundario de determinados fármacos. El origen reside casi siempre en el tratamiento de medicamentos antipsicóticos y también en los antidepresivos como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS).


Asimismo, también se han visto manifestaciones en medicamentos para el tratamiento de los vómitos y los mareos y es común también que aparezca acatisia en pacientes de párkinson, como consecuencia del propio tratamiento dopaminérgico. No obstante, eso sí, cabe señalar que este efecto secundario no aparece en todos los pacientes.

Por lo general, se aprecian estas manifestaciones cuando las dosis administradas son altas. Así, es algo que se aprecia en personas que toman antipsicóticos de primera generación como el haloperidol y de segunda generación: como la risperidona.

¿Cómo se diagnostica?

Por lo general, cuando un paciente está siguiendo un tratamiento con psicofármacos, el profesional médico ya intuye que esa sintomatología puede ser efecto de los medicamentos. Ahora bien, en ocasiones, también puede darse el caso de personas que presentan una manifestación adversa a los clásicos antidepresivos o incluso a una pastilla para los mareos y que no se sepa a simple vista cuál puede ser el origen.

Los criterios diagnósticos que suelen seguirse para determinar la presencia o no de acatisia son los siguientes:
  • Conocer previamente la historia clínica del paciente.
  • Saber cuándo han empezado esos síntomas.
  • Valoración visual de los movimientos de la persona (por lo general la acatisia es muy evidente porque implica movimiento constante).
  • A la sintomatología motora, se le añade la psicológica: elevada ansiedad y estrés.
¿Cómo se trata este trastorno del movimiento?

A diferencia del síndrome de las piernas inquietas, la acatisia tiene buen pronóstico. De hecho, basta con reducir la dosis de ese fármaco o retirarlo por completo para optar por otro. No obstante, el problema reside en que determinados pacientes necesitan mantener su tratamiento con antispsicóticos y en dosis altas.

En estas situaciones, los médicos deben valorar la posibilidad de ofrecer otro fármaco con propiedades semejantes, con lo cual, se trata solo de ir probando diferentes opciones hasta dar con aquel que más se ajuste a las necesidades del paciente

Para concluir, conocer este tipo de trastornos y alteraciones nos lleva a un hecho evidente. El bienestar y la salud dependen muchas veces de los tratamiento farmacológicos. Nada puede ser tan peligroso como la automedicación. Es vital contar siempre con una buena atención médica y no descuidar la aparición de posibles efectos adversos.