martes, 24 de septiembre de 2019

La gestión del delirio en terapia

La terapia de algunos trastornos del espectro de la esquizofrenia se complica cuando los delirios están presentes. Así, en este artículo se presentan algunas recomendaciones para que el delirio sea un obstáculo salvable por la intervención, para finalmente poder abordarlo.

¿Es posible convencer a una persona con un delirio de que lo que piensa no es real? Para llevar a cabo una terapia, ¿hay que fingir creer el delirio del cliente? ¿Es posible evitar que el terapeuta entre en el delirio de su cliente? Intentaremos responder y de paso clarificar cómo se gestiona el delirio en terapia, independientemente de a qué trastorno nos enfrentemos dentro del espectro de la esquizofrenia.

Los delirios pueden afectar a algunos trastornos psicóticos o del espectro de la esquizofrenia. Es el caso del trastorno delirante —que se caracteriza por solo tener como síntomas psicóticos el delirio—, el trastorno psicótico breve o la esquizofrenia.

Los delirios son creencias erróneas y malas interpretaciones de las percepciones o experiencias. Además, es poco o nada sensible a cambios aunque se encuentren evidencias de lo contrario y no sea compartida por otro individuos de la sociedad.

Un ejemplo de delirio puede ser el de una mujer que piensa que su marido es infiel. Aunque no haya pruebas de ello y todo lo que le devuelva la realidad no esté relacionado con una infidelidad, lo cree. No obstante, y debido a sus malas interpretaciones de la realidad —esto es, debido a su delirio— la mujer no es capaz de salir de esa idea y continúa pensando eso.

La confusión entre delirio y alucinación

Es importante, de cara a la terapia, no confundir lo que es un delirio y una alucinación. La alucinación se refiere a una experimentación de sucesos sensoriales sin una señal ambiental a la vista. Son totalmente involuntarios y muy desagradables, disruptivos y causan mucho estrés a aquellas personas que lo sufren. Las alucinaciones implican a los sentidos sin que haya un estímulo real y externo que justifique esa activación.

A veces las alucinaciones se encuentran insertas en un delirio. Por ejemplo, una persona con creencias persecutorias puede escuchar voces y pensar que son sus perseguidores los que han puesto altavoces en su casa para volverle loco. En este caso, la persona estaría sufriendo un delirio y una alucinación. No obstante, también pueden existir solo alucinaciones —voces que no paran de insultar al sujeto exento de un delirio, donde se puede saber que son alucinaciones— o solo un delirio —sin alteraciones visuales, olfativas, táctiles o auditivas—. 

El delirio en terapia

Los objetivos de una terapia para una esquizofrenia o un trastorno delirante son quizás diferentes a los de otras intervenciones. En este caso, es de suma importancia enseñar al cliente a manejar el estrés y disminuir la vulnerabilidad de tener una alucinación, un delirio o una crisis psicótica.

Para ello, se busca disminuir la activación; además de rehabilitar funciones básicas que se han visto alteradas con la llegada de la psicosis: atención, percepción, cognición, razonamiento, aprendizaje…

A su vez, también se busca entrenar habilidades sociales, solución de problemas, estrategias de afrontamiento y restaurar el funcionamiento cotidiano. No obstante, esto no es tan fácil como parece. ¿Cómo trabajar todo lo anteriormente nombrado si no se trata el delirio en primera instancia?

Tratamiento del delirio

Desde la terapia cognitivo-conductual se plantea la disputa verbal como primer arma para luchar contra el delirio. En esa disputa verbal, parecida en forma a la reestructuración cognitiva, se busca discutir las evidencias que la persona tiene de que el delirio es verdad, ofrecer explicaciones alternativas y que el sujeto sea capaz de encontrar esas explicaciones. Además, también se llevan a cabo pruebas de realidad si esto fuera posible.

Sin embargo, los factores cognitivos implicados en las creencias persecutorias muchas veces dificultan que la persona sea capaz de entender las evidencias y de encontrarlas. Por ello, muchas veces las disputas verbales no son del todo útiles al principio si no se han tratado esos sesgos atencionales; ese tipo de razonamiento probabilístico y esos sesgos de covariación y referencia.

Aunque han de ser trabajados en terapia, no será corto el tiempo en el que el terapeuta tendrá que convivir con ese delirio antes de poder zambullirse en su contenido y en las pruebas de realidad.

Fingir creer o no creer

Una de las posturas que podrían adoptarse en terapia es la de fingir creer el delirio de la persona para fortalecer la alianza terapéutica y que el cliente confíe plenamente en nosotros. Esto no es nada recomendable, porque no se busca reforzar la creencia del delirio con una prueba de que alguien ajeno al cliente cree en el delirio. Por ello, ni siquiera al principio de la terapia puede el terapeuta explicitar que cree las cosas que el cliente cuenta.

No obstante, interesa fomentar la alianza terapéutica. Es probable que todo el círculo social y familiar del cliente con delirios haya intentado ya refutarlo con evidencias.

Así, el cliente no debería encontrarse con esa misma pared en terapia; el terapeuta no conseguirá una buena alianza terapéutica transitando por caminos que ya han avanzado otros. Por ello, al principio es recomendable no entrar en el contenido del delirio. Creer, además de no creer.

No explicitar ningún juicio de valor acerca del delirio será «una tentación» en la que no caeremos hasta que el cliente esté preparado para enfrentarse a la disputa verbal. Además, cualquier intervención será mejor si existe una alianza terapéutica entre el cliente y el terapeuta. No la conseguiremos diciendo que lo que piensa no es real.

El psicólogo como otro actor en el delirio

El delirio en terapia se plantea como algo problemático cuando, a raíz de nuestras negativas a creer, el cliente con delirio piensa que el psicólogo también está dentro de su delirio. Aunque no ocurriría con un delirio somático —cuando una persona cree que su cuerpo ha cambiado, su cara es cuadrada, su brazo más largo que el otro— o un delirio de culpa —la persona piensa que ha cometido un pecado terrible imperdonable—, sí podría darse en un delirio de control de pensamiento, de grandeza o de persecución.

En el caso del primero -delirio de control de pensamiento-, el sujeto puede creer que alguien está introduciendo en su mente pensamientos que no son suyos —esto se conoce como del tipo inserción—. Cuando el cliente entiende que el psicólogo es otra persona que no le cree y que trata de hacerle pruebas de realidad poco acertadas es posible que esa persona introduzca al terapeuta dentro de su delirio. Así, el terapeuta pasará formar parte de esa organización que maquina contra sus intereses y no le podrá ayudar.

Es muy importante evitar esto. Es difícil que una persona con delirio vaya de por sí a terapia, mucho más que esta dé sus frutos si el cliente piensa que el psicólogo está en contra de él también. Por ello, antes de entrar a tratar de demostrarle que lo que dice es imposible, se recomienda tener paciencia y no ir demasiado deprisa. Es mejor, por tanto, centrarse en la parte cognitiva sin prestar atención al delirio.

Jugar dentro del delirio

Que el delirio y las creencias erróneas sean persistentes no significa que la terapia sea inútil. Como entre los principales objetivos de la terapia está mejorar el funcionamiento y bienestar de la persona, el terapeuta puede introducirse en el delirio y trabajar desde allí.

Si la persona tiene un delirio de referencia, donde piensa que algunos detalles, frases o acontecimientos son mensajes dirigidos a ella, se puede hablar del impacto emocional de esas frases; de por qué le afectan y qué significa para ella que le digan ciertos tipos de cosa; o qué le produce que una persona le diga ese tipo de mensajes que escucha.

En ningún momento se cree en el delirio, y tampoco se explicita, se trata de hacer una reestructuración en un contexto diferente a la “realidad”. Se realiza en la suya.

Así, no tanto centrándonos en desmentir o no el delirio, sino en aparcarlo y prestar atención al impacto emocional y cognitivo de los mensajes dentro de ese delirio, se puede conseguir una mejora. Así, no siempre las mejores intervenciones son las que atacan directamente el problema.

lunes, 23 de septiembre de 2019

7 maneras de entender la psicología

Existen tantas maneras de entender la psicología como formas hay de concebir la conducta humana. Aquí te ofrecemos 7 claves para ayudarte a alcanzar esta comprensión.

Hay muchas formas de concebir el comportamiento humano, muchos planos desde el que analizarlo; por lo tanto, hay prácticamente las mismas maneras diferentes de entender la psicología, que es la disciplina que persigue la explicación de los procesos de la mente y de su expresión conductual. ¿Cómo es posible, ante tanta variedad de enfoques, lograr cierta unanimidad a la hora de dar sentido a la conducta?

Los psicólogos utilizan varias perspectivas o enfoques al estudiar cómo piensan, sienten y se comportan las personas. Sea cual sea el enfoque, el objeto de estudio es invariable y las conclusiones no suelen estar muy alejadas las unas de las otras. Aquí te presentamos algunas pistas para ayudarte en la búsqueda de esa comprensión.

Algunos investigadores se centran en una escuela de pensamiento específica. Otros, por el contrario, adoptan un enfoque más ecléctico que incorpora múltiples puntos de vista. En este sentido, no hay una perspectiva única que sea mejor que otra por definición; simplemente, cada una enfatiza diferentes aspectos del comportamiento humano.

En lo que a la psicología se refiere, un enfoque es una perspectiva que implica ciertos supuestos sobre el comportamiento humano por contraposición a otros supuestos diferentes, atendidos por otras escuelas. Puede haber varias teorías diferentes dentro de una misma corriente, pero todas comparten ciertas raíces cuando se engloban bajo la misma escuela.

Algunos de los enfoques actuales más importantes de los que dispone la psicología para entender la conducta humana son:

  • Conductista.
  • Cognitiva.
  • Biológica.
  • Psicodinámica.
  • Humanista.
  • Evolucionista.
  • Sociocultural.

A continuación, vamos a revisar en qué consiste cada una de ellas:

Enfoque conductista

El conductismo es diferente de la mayoría de los otros enfoques porque ve a las personas -y también a los animales- como seres «controlados» por su entorno. De manera específica, para el conductismo somos el resultado de lo que hemos aprendido en función de estímulos, reforzadores y asociaciones; así, el conductismo estudia cómo los factores ambientales (estímulos) afectan la conducta observable (respuesta).

El enfoque conductista propone dos procesos principales mediante los cuales las personas aprenden de su entorno: el condicionamiento clásico y el condicionamiento operante. El condicionamiento clásico lo vemos reflejado en el experimento de Pavlov, el operante en los de Skinner.

Según el enfoque conductista, solo se debe estudiar el comportamiento observable porque es el único susceptible de medición. De hecho, el conductismo rechaza la idea de que las personas tengan libre albedrío, ya que defiende que el entorno determina todo el comportamiento.

Enfoque cognitivo

El enfoque cognitivo gira en torno a la idea de que si queremos saber qué es lo que hace funcionar a las personas, hay que descubrir qué opera en su mente. Por eso, esta forma de entender la psicología se centra en analizar los procesos mentales; en otras palabras, desde la perspectiva cognitiva, los psicólogos estudian la cognición -es decir, el acto o proceso mental mediante el cual se adquiere el conocimiento-.

Así, el enfoque cognitivo se ocupa de las funciones mentales, como la memoria, la percepción, la atención… En cierto sentido, siendo una metáfora superada pero válida para hacernos una idea, el cognitivismo considera que las personas son similares a los ordenadores en la forma de procesar la información.

Enfoque biológico

El enfoque biológico explica el comportamiento atendiendo a la genómica subyacente; emplea el estudio de cómo los genes afectan a la conducta de las personas. Desde esta forma de entender la psicología, se cree que la mayoría del comportamiento se hereda y tiene una función adaptativa.

El enfoque biológico se basa en las relaciones entre la conducta y los mecanismos cerebrales que la sustentan. Así, busca las causas del comportamiento en la actividad de los genes, el cerebro y los sistemas nervioso y endocrino; es decir, en la interacción de todos esos componentes.

Así, los psicobiólogos se fijan en los efectos del cuerpo sobre la conducta, los sentimientos y los pensamientos. De este modo, tratan de entender cómo la mente y el cuerpo trabajan juntos para crear emociones, recuerdos y experiencias sensoriales.

Enfoque psicodinámico

Hablar de enfoque psicodimámico es hablar Sigmund Freud, quien elaboró los principios psicodinámicos al observar que la psique de algunos de sus pacientes estaba gobernada por su subconsciente. Y es que  los psicólogos psicodinámicos o psicoanalistas enfatizan el papel de la fuerzas y conflictos internos de la conducta.

El enfoque psicodinámico plantea que los eventos en nuestra infancia pueden tener un impacto significativo en nuestro comportamiento como adultos. De este modo, nuestro comportamiento está determinado por la mente inconsciente y las experiencias de la infancia, puesto que las personas, según este enfoque, tenemos poca voluntad para tomar decisiones.

Un aspecto importante del psicoanálisis como escuela es la teoría de Freud del desarrollo psicosexual. Esta teoría muestra cómo las experiencias tempranas afectan a la personalidad adulta, y propone que la estimulación de las diferentes áreas del cuerpo es importante a medida que el niño progresa a través de las etapas de desarrollo.

Enfoque humanista

El enfoque humanista enfatiza el estudio de la persona como una entidad completa e integrada. Los psicólogos humanistas observan el comportamiento humano no solo a través de los ojos del observador, sino a través de los ojos del propio individuo, teniendo en cuenta la confluencia de todas y cada una de sus esferas vitales.

Desde esta manera de entender la psicología, se cree que el comportamiento de un individuo está conectado a sus sentimientos internos y a la imagen de sí mismo. La perspectiva humanista se centra en la idea de que cada persona es única e individual, y tiene la libertad de cambiar en cualquier momento de su vida.

Esta visión sugiere que todos somos responsables de nuestra propia felicidad. Por tanto, contamos con la capacidad innata para la autorrealización, que alude a nuestro deseo por desarrollar nuestro potencial.

Enfoque evolucionista

Desde el enfoque evolucionista, el cerebro -y, por lo tanto, la mente- evolucionó para resolver los problemas encontrados por nuestros antepasados ​​cazadores-recolectores durante la época paleolítica, hace más de 10 000 años. En este sentido, esta corriente explica el comportamiento en términos de las presiones selectivas que dan forma al comportamiento a lo largo del proceso de evolución natural. 

Según la perspectiva evolucionista, el comportamiento observable se ha desarrollado porque es adaptativo y, en este sentido, se parece al enfoque biológico. Nuestro comportamiento ha sido seleccionado de forma natural, según esta teoría; es decir, los individuos mejor adaptados son los que sobreviven y se reproducen.

Los comportamientos pueden incluso ser seleccionados sexualmente. En esta línea, las personas que tienen más éxito en obtener acceso a recursos sexuales dejarían mayor descendencia. Debido a ello, sus rasgos se harán más abundantes con el tiempo y, por lo tanto, la mente estaría equipada con instintos que permitieron a nuestros antepasados ​​sobrevivir y reproducirse.

Así, el enfoque evolucionista se centra en determinar la importancia relativa de los factores genéticos y la experiencia en relación con aspectos específicos de la conducta.

Enfoque sociocultural

Por último, el enfoque sociocultural estudia cómo la sociedad y las cultura afectan al comportamiento y al pensamiento. Es decir: se fundamenta en las influencias culturales y sociales que rodean a las personas, y en la manera en que influyen o impactan en su manera de actuar y pensar.

Desde esta perspectiva, la cultura es un factor determinante en la conducta humana. Por eso estudia las diferencias que existen entre las distintas sociedades, y para ello examina la causas y las consecuencias de los comportamientos de los habitantes de diferentes países. Realiza sus interpretaciones considerando el entorno cultural del individuo.

El enfoque sociocultural defiende que la cultura y la mente son inseparables, ya que se construyen mutuamente; por eso se centra en las interacciones que se dan entre personas y ambiente.

domingo, 22 de septiembre de 2019

¿Quién soy?

¿Quién soy? Lo cierto es que todos nosotros trabajamos con una definición propia, que aunque no haya sido explicitada, suele condicionar, y mucho, nuestra forma de sentir, actuar y pensar.

¿Quién soy? es el título de unos de los episodios de la serie de las hermanas Whatshosky «Sense 8». Es una pregunta difícil de responder que nos solemos hacer a menudo, sin ser capaces de encontrar una respuesta clara.

Con la siguiente reflexión, el personaje de Lito Rodríguez, uno de los ocho protagonistas de «Sense 8 «, nos deja claro que «nadie es más que nadie», que todos somos iguales y únicos al mismo tiempo. Nos hace viajar por el pasado, presente y futuro de la vida de cualquier ser humano, mientras nos habla de la importancia de los roles y del peligro de las etiquetas.

Roles y etiquetas

¿Quién soy? Ante esta pregunta, aparentemente sencilla, a veces respondemos dando nuestro nombre, profesión, edad, ciudad de residencia, número de hijos, estado civil…. buscando responder con aquello que creemos que nos caracteriza o representa y que pueda ser útil como presentación.

En realidad, con frecuencia nuestra respuesta se basa en aquello que será socialmente aceptado y, por lo tanto, en lo que otras personas quieren oír y esperan de nosotros. Solemos creer que esos roles nos hacen ser quienes somos; pero, ¿realmente es así?

Es probable que durante años las personas que nos rodean y, en ocasiones, nuestros seres más queridos, nos hayan tratado o repetido mil veces que somos de una determinada manera, lo han repetido con tanto fuerza que al final lo acabamos creyendo. Llegando a adaptar ese rol, comportándonos en función de lo que se esperan de nosotros.

Por ejemplo, podemos llegar a creer que somos débiles o personas frías, aunque no sea así, porque en cierta manera es lo que sentimos que se espera y quiere de nosotros. Es el espacio que los demás abren para nosotros, de alguna manera «la forma en la que encajamos».

Sin embargo, las etiquetas son dañinas y peligrosas, provocando que acabemos juzgando a una persona sin conocerla. Que juzguemos a alguien por su color de piel, raza, religión, orientación sexual…Sin molestarnos en conocer a la persona en la complejidad de su conjunto.

¿Quién soy?

La reflexión de Lito nos deja claro que responder a la pregunta de «¿quiénes somos?» una tarea sencilla y compleja a la vez. Compleja, porque buscamos una respuesta única que parece no existir, ya que somos el resultado de nuestras vivencias pasadas, presentes y futuras; sencilla, porque todos somos seres únicos e irrepetibles, construyendo nuestra historia día a día, con cada decisión, con cada interacción con las personas que se cruzan en nuestro camino.

Somos mucho más que aquellos roles que nos vienen predeterminados y que no hemos podido elegir. Somos mucho más de todo aquello que si hemos elegido ser. Somos un conjunto perfecto y único de lo elegido y no elegido, de roles y etiquetas.

sábado, 21 de septiembre de 2019

Recaída y vuelta a empezar: cuando caemos de nuevo en la depresión

Las recaídas en la depresión constituyen una realidad clínica común. Más allá de tener que volver a empezar de alguna manera, el principal problema se deriva de las sensaciones de frustración y culpa que pueden derivar de esta recaída, así como la pérdida de confianza.

Cuando caemos de nuevo en la depresión aparece un sentimiento frustrante y aterrador, lastrado a menudo con el peso de la culpa. Ahora bien, los datos estadísticos nos dicen que esto es algo bastante común; cerca del 80% de los pacientes que han padecido un trastorno depresivo volverán a derivar en este abismo en algún momento dentro de los 10 años siguientes.

Una de las condiciones donde más incide este tipo de realidad es en el trastorno depresivo persistente (distimia). Los síntomas de este trastorno, por lo general, van y vienen durante años, variando su intensidad y teniendo una duración mínima de dos meses. Como podemos imaginar, la calidad de vida de quien está sujeto a esta situación es tan desgastante como compleja.

Todo ello nos obliga a tomar conciencia de algo muy concreto: nos siguen faltando herramientas a la hora de abordar los trastornos del estado del ánimo. Una de las carencias que más percibimos es la social, que se escenifica, por ejemplo, en la falta de información real y concreta que corre por la sociedad en relación a este tipo de realidades clínicas.

Se sigue asumiendo, por ejemplo, que la depresión es sinónimo de debilidad y falta de temperamento. Seguimos, de algún modo, arrastrando con el estigma negativo alrededor de los trastornos mentales. Por otro lado, hay otro elemento clave que se debería tener más en cuenta desde las instituciones médicas: la prevención en las recaídas.

Cuando caemos de nuevo en la depresión ¿qué está fallando?

La depresión es un trastorno que requiere de un abordaje a medio y largo plazo. El hecho de que nos den el alta tras un tratamiento farmacológico o al terminar nuestras sesiones de terapia no implica, ni mucho menos, que hayamos puesto un candado y un cerrojo de por vida a esta condición. Seguirá golpeando a nuestra puerta; la depresión no suele desaparecer sin una intervención dirigida, la voluntad de mejora de la persona o el apoyo inteligente del entorno social. En este sentido, los medicamentos ayudan pero no curan.


A menudo, y a pesar de la mejoría clínica, muchos pacientes siguen arrastrando lo que se conoce como síntomas residuales. ¿En qué consisten por tanto este tipo de evidencias camufladas que podrían quizá conducirnos a una remisión? En un estudio llevado a cabo por la Universidad de Dublín en el 2011 sobre la prevalencia y curso de la depresión nos indican lo siguiente:


  • Están en primer lugar, los síntomas residuales cognitivos. Se trata de pensamientos, actitudes y esquemas negativos que mantienen los pacientes y que dificultan la completa remisión del trastorno psicológico. Son comunes la falta de atención, la dificultad para encontrar las palabras, la complicación para tomar decisiones y el enlentecimiento mental.
  • Por otro lado, se encuentran los síntomas residuales físicos, como por ejemplo la falta de energía y las alteraciones del sueño.

Analicemos en profundidad estos aspectos.

Nuestro enfoque mental alimenta el riesgo de recaídas

Cuando caemos de nuevo en la depresión sabemos muy bien lo que tenemos por delante: iniciar de nuevo determinados tratamientos, consultar con profesionales especializados, etc… Sin embargo, debemos tenerlo claro, más que ‘empezar de nuevo’ se trataría más bien de ‘retomar aquello que dejamos pendiente’.

En un estudio llevado a cabo en la Universidad de Toronto por parte del doctor Norman A. Farbher se sugiere que las recaídas se deben básicamente a nuestro estilo de pensamiento. Si seguimos haciendo uso de la indefensión, del diálogo interno crítico y de la negatividad, el riesgo de derivar en una nueva depresión es elevado.

Es significativo recordar que este tipo de enfoque mental es casi como adentrarnos en el mar en una balsa agujereada. El pensamiento negativo y debilitante nos hunde, nos deja fatigados, abrumados y con la incapacidad de aplicar ideas originales, útiles y valiosas para navegar por la vida. Ese tipo de diálogo interno hasta puede llegar a convencernos de que no sabemos nadar.

Asimismo, es común que estos síntomas cognitivos acaben teniendo replicas a nivel somático: nos sentimos sin energías, agotados, con dolores musculares, con problemas del sueño…

La terapia cognitiva basada en la atención plena

Cuando caemos de nuevo en la depresión es necesario buscar ayuda experta. No vale hacer ver que no pasa nada, que a pesar de estas rotos y desafinados por dentro, nos es posible seguir con el trabajo, sonreír cuando todos sonríen e ir a la cama deseando sentirnos mejor al día siguiente. Esto puede ayudar, pero no es suficiente.

Son muchas las personas que viven en piel propia esta realidad sin que se decidan a buscar ayuda. Otras, a pesar de iniciar terapia psicológica, terminan abandonándola entre el primer y el sexto mes. No es lo adecuado. Si deseamos afrontar este trastorno y, lo que es más importante, evitar las recaídas, la terapia cognitiva para la depresión basada en la atención plena es una de las más eficaces.

Estudios, como el llevado a cabo por el doctor John D. Teasdale, investigador líder de la Universidad de Oxford y más tarde de la Unidad de Cognición y Ciencias del Cerebro en Cambridge, nos señalan los beneficios de este enfoque terapéutico.

Pacientes que han recaído -como mínimo tres veces- evidencian no solo una mejoría, sino que además, adquieren valiosas estrategias para reducir el diálogo interno negativo, controlar los pensamientos y mantener hábitos de vida positivos con los que prevenir una nueva recaída. Afrontar estos desafíos mentales y emocionales está en nuestra mano si tomamos la decisión de mejorar con responsabilidad y determinación; vale la pena intentarlo.

viernes, 20 de septiembre de 2019

Personas que no se dan por vencidas: ¿qué las hace diferentes?

La persistencia es una cualidad que va más allá de la intención. Así, cuando uno decide no a darse por vencido, aúna fortalezas psicológicas, la motivación y la autoconfianza que le dota un cerebro preparado para afrontar la adversidad.

Hay personas que no se dan por vencidas. No importa la circunstancia, el problema o el reto que tengan por delante. En cierto modo, esta competencia psicológica es la que traduce el talento en éxito, la que nos dota de perseverancia para alcanzar logros y la que además logra que nuestros cerebros sean más resistentes para prevenir la ansiedad o la depresión.

Decía Mark Twain que una persona con ideas nuevas suena a broma hasta que su persistencia nos convence de lo contrario. De algún modo, ese enfoque mental y motivacional actúa como la chispa que prende los sueños y que dota de combustible a cualquier proyecto. Así, en un mundo tan lleno de obstáculos donde siempre resulta complicado mantener a flote nuestras metas personales, no darnos por vencidos debería ser nuestro leivmotiv cotidiano.

Ahora bien, más allá del factor motivacional y de nuestra capacidad de logro, hay otro elemento interesante. Los neurocientíficos llevan años intentando comprender qué diferencia a las personas persistentes de las que no lo son. Podríamos dar explicaciones educacionales, sociales o cómo no, hablar de distintos tipos de personalidad. Sin embargo, y aquí llega el elemento más interesante, estudios muy recientes nos revelan que hay una explicación biológica.

Personas que no se dan por vencidas, ¿qué las hace tan especiales?

Muchas de esas personas que admiramos a día de hoy (ya sean figuras famosas o esas que tenemos más cerca) son un evocador ejemplo de paciencia y perseverancia. Hay quien ha lidiado con la adversidad en cada una de sus formas con gran entereza, humildad e incluso con radiante positivismo, siendo capaz incluso de inspirar a otros.

Asimismo, hay quienes han sido capaces de llevar a la cumbre proyectos en los que nadie confió en un principio. Esa fuerza interior para confiar en uno, para no venirse abajo cuando alrededor solo hay alambradas, puertas cerradas y palmadas en la espalda seguidas de amables negativas es sin duda motivo de admiración.

Esa persistencia tan peculiar que habita en las personas que no se dan por vencidas, ha interesado desde hace décadas al campo de la psicología. Disponemos interesantes estudios datados en los años 30 que intentan asentar una primera definición sobre los rasgos definen a este tipo de personalidad. Asimismo, tampoco han faltado los enfoques que la entienden más bien como una sutil combinación de inteligencia, motivación y creatividad.

Sin embargo, en un estudio publicado en julio de este mismo año en la revista Cell nos hablan de algo más concreto. Después de analizar a diversos inventores, astronautas, escritores de éxito, Premios Nobel y personas anónimas que han superado grandes dificultades, se llegó a una interesante conclusión. Es la siguiente.

Aspectos biológicos: el sistema neuromodulador de las personas que no se dan por vencidas

Este estudio llevado a cabo por la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington y liderado por el doctor Michael Bruchas señala que las personas resistentes disponen de un sistema neuromodulador desconocido hasta el momento. Dicho sistema funciona a base de un neuropéptido muy concreto: la nociceptina y sus respectivos receptores.

  • Este neuropéptido está ampliamente distribuido en todo el cerebro, así como en esas regiones asociadas a nuestro comportamiento. No obstante, no se sabe bien qué lo activa y cómo actúa.
  • Por otro lado, algo que han descubierto a raíz de este estudio de más de cuatro años de duración es que dichos moduladores actúan también sobre el sistema de dopamina y serotonina. Su efecto implica, entre otros fenómenos, que se reduzca la sensación de sufrimiento o incluso el dolor, tanto el físico como el emocional.
Este descubrimiento abre sin duda un gran número de posibilidades. La más importante, según los autores de esta investigación, sería crear nuevos tratamientos para realidades como la depresión. 

Aspectos psicológicos: una personalidad que se hereda e inspira


La facultad de Medicina de la Universidad de Washington realizó un estudio muy interesante. Según este trabajo, la persistencia, ese elemento tan destacable de las personas que no se dan por vencidas, es una dimensión que suele heredarse de padres a hijos.

En cierto modo, esto vendría explicado por las bases biológicas antes citadas; sin embargo, hay elementos más importantes. En ocasiones, ser educados o vivir cerca de esas personas acostumbradas a luchar por lo que quieren, nos inspira, nos guía y nos enseña a actuar casi del mismo modo.

A todos nos ha ocurrido alguna vez. Basta con pasar un tiempo determinado con ese hombre o mujer tan especial, motivador, positivo y resiliente para impregnarnos de su misma luz. En cierto modo, esa resistencia anímica y voluntad excepcional también puede aprenderse; también podemos entrenar ese enfoque mental y actitudinal para invertir en nuestro bienestar y felicidad.

Como decía Benjamin Franklin, hay dos elementos que nos acercan a lograr aquello nos propongamos: la energía y la persistencia.


jueves, 19 de septiembre de 2019

Ser «buena persona»: una trampa dialéctica

La expresión "ser buena persona" es muy frecuente pero muy incierta, ya que reduce a dos palabras la idea que nos podemos hacer de una persona. Estamos acostumbrados a reducir la realidad para comprenderla mejor, pero estas y otras simplificaciones pueden causar mucha confusión en nuestras vidas.

Te invitan a un cumpleaños, no conoces a nadie, pero la chica del cumpleaños te insiste en que vayas. Llegado cierto momento de la conversación, esta te dice «no pasa nada porque no conozcas a nadie, yo te presento a Jorge, un buen amigo, que es muy buena persona, ya verás como conectáis y os lleváis bien».

Realmente, esta situación no tiene nada de extraño, ni de ficticio. A menudo, cuando vamos a conocer a otras personas, nos llegan referencias de otros sobre cómo son. Esta información nos ayuda a contextualizar el momento de conocer a esa o esas personas y a reducir la incertidumbre.

Sin embargo, es muy curioso que la falta de tiempo o nuestra innata tendencia a simplificar la realidad nos empuje a facilitar este tipo de información de una forma muy polarizada y superficial. Tanto es así, que todo el mundo comprende cuando se etiqueta a alguien de «buena persona» o de «mala persona». Profundicemos.

¿Qué significa ser buena persona?

Tal vez esta sea una pregunta más difícil de responder de lo que pueda parecer. Ser «buena persona» engloba todo un conjunto de conductas, cogniciones, actitudes y motivaciones tan extenso que es imposible delimitarlo.

Además, no solo es difícil delimitar este concepto en sí mismo, sino que además es extremadamente complicado realizar una definición que trascienda toda cultura, sociedad y colectivo. Es decir, es probable que a lo que llamamos «ser buena persona» en una cultura determinada, poco tenga que ver con la noción de este concepto en otra diferente.

Incluso dentro de la misma cultura, el contexto determina el significado de este concepto. ¿Crees que el concepto de «buena persona» sería igual en una dictadura que en una democracia? ¿sería igual en un contexto de escasez y necesidad que en un contexto de abundancia? Probablemente no.

«Buena persona» es un constructo formado por dos palabras. Ser persona es una cuestión de orden metafísico que quizá en este contexto y en el tema que nos ocupa no merece la pena entrar.

Sin embargo, el elemento clave aquí es la bondad. Sin duda, una cualidad total y absolutamente subjetiva, susceptible de evaluación por parte de cualquiera. Esa evaluación, la de si alguien es bueno o malo, está influenciada por muchísimas variables, como la historia de vida de quien evalúa, su personalidad, su contexto social y familiar, largo etcétera.

Por ejemplo, no es raro que las personas que llevan cometiendo delitos desde la infancia puedan llegar a empatizar con los antagonistas de películas, series o novelas, justificando sus conductas delictivas y atribuyéndoles unas intenciones nobles.


Una autoexigencia mal fundamentada

Nuestros padres y profesores suelen expresar que su deseo, cuando somos pequeños, es que nos convirtamos en buenas personas. De hecho, este deseo, que se manifiesta de muchas formas a través de un estilo educativo concreto, está presente desde los primeros años de nuestra infancia.

Como si de una semilla se tratara, va creciendo y se va integrando en nuestra concepción de la ética. Pero, tal como se ha mencionado anteriormente, la noción de ser «buena persona» está muy presente en nuestra forma de vivir y al mismo tiempo está poco definida.

¿Qué hace falta para ser buena persona? La tendencia de tratar de ser buenas personas se traduce en realizar acciones que no generen daño o que supongan un beneficio directo o indirecto para alguien. El problema viene cuando esta tendencia se convierte en algo cercano a una obsesión.

Y es que si concebimos que para ser buena persona no podemos dañar a nadie y hemos de tener el control total de nuestra conducta todo el tiempo, el panorama no parece muy alentador. En la vida, a veces dañamos a gente, con o sin intención, y perdemos el control, hacemos o decimos cosas de las que nos podemos arrepentir… En definitiva, nuestra condición nos predispone a cometer errores que pueden afectar a otros y dañarles.

Entonces, ¿no hay buenas y malas personas?

No es que haya o deje de haber buenas o malas personas. Más bien, la forma que tenemos de obtener y facilitar información de una persona es disfuncional la mayoría de veces. ¿Cómo crearnos una idea fidedigna de la bondad de una persona? Tal vez sea más interesante una evaluación sobre la conducta de la persona que sobre la propia persona.

No, no existen personas buenas o malas. Existen conductas que pueden ser consideradas y reducidas a «buenas» o «malas», pero aún así, es necesario contextualizarlas, ya que a veces una conducta determinada puede ser socialmente considerada como dañina, pero al situarla en un contexto, la imagen de esta conducta puede cambiar e incluso llegar a ser considerada como positiva.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Triangulación, una forma incorrecta de solucionar problemas laborales

Gran parte de los conflictos en el trabajo se resolverían siendo más asertivos. Sin embargo, son muchos los que evitan esa comunicación directa y optan por desahogar sus frustraciones con terceras personas, creando así un clima laboral negativo.

Una de las carencias más notables a nivel de organización es la gran dificultad que seguimos teniendo a la hora de solucionar problemas laborales. Así, una estrategia tan común como ineficaz es la triangulación. Esta consiste en lo siguiente: cuando A tiene un problema con B, se desahoga con C. Buscamos siempre a un compañero de trabajo para dejar ir nuestro enfado y frustraciones.

Como suele decirse, los triángulos en las relaciones nunca son buenos. Sucede a nivel de pareja y se da sin duda en el ámbito laboral. Si bien es cierto que compartir con alguien nuestro estado emocional, preocupaciones y experiencias resulta catártico, a nivel organizacional no siempre es la mejor estrategia. A la larga, el clima se enrarece, surgen rencillas, bandos y mayor negatividad.

A día de hoy, y como bien sabemos, en nuestros escenarios laborales lo tecnológico marca vanguardia y nos aguarda, sin duda, un futuro donde la automatización y la inteligencia artificial tendrá un gran peso. Ahora bien, por llamativo que nos parezca, seguimos evidenciando fallos en materias plenamente ‘humanas’. Dimensiones como la comunicación, la resolución de conflictos y la Inteligencia Emocional siguen siendo nuestras asignaturas pendientes.

Cuando tenemos un problema, desahogarnos con un compañero no es la solución. Debemos ser capaces de aplicar la asertividad y la negociación.

Cuando nuestra única forma de solucionar problemas laborales es la triangulación

Cuando nuestra única forma de solucionar problemas laborales es la triangulación
Hay diversas estrategias eficaces para solucionar problemas laborales. Ya en los años 70, los psicólogos Kenneth Thomas y Ralph Kilmann definieron cinco estilos principales de resolución de conflictos, siendo el más recomendable el estilo colaborador. En esta estrategia, se priorizaban aspectos como la asertividad y la cooperación.

Ahora bien, si hay algo común a nivel de empresa es dejar que algunos problemas maduren hasta oler mal; es solo en ese momento cuando se llevan a cabo ciertas medidas para dar solución a algo muy infectado. El hecho de que esto ocurra se debe sobre todo al efecto de la triangulación. Veamos en qué consiste.

La triangulación en el trabajo, una mala idea eternamente utilizada

El término ‘triangulación’ aplicado al ámbito laboral fue acuñado por el doctor Mike D. Boyette, experto en liderazgo y comunicación. Tal y como explica, este concepto es muy útil en ámbitos como la navegación. Para saber dónde nos encontramos en medio del mar, basta con trazar un triángulo uniéndonos con dos puntos conocidos.

Ahora bien, a nivel de empresa no sucede lo mismo. Pensemos en ello. Cuando nos sucede algo con un compañero, jefe u otra figura dentro de la organización, lo primero que podemos hacer es comentar esa experiencia con una tercera persona. Sin saberlo, lo que hacemos con ello es llevarle también el problema a este último compañero de trabajo. Por tanto, lo que conseguiremos es lo siguiente:

  • Desviar el problema.
  • Perder el tiempo. Si A tiene un conflicto con B o es consciente de que está haciendo algo mal, no soluciona nada hablándolo con C. El problema sigue estando ahí.
  • El problema se amplifica. Poco a poco, el problema de A con B acaba conociéndose en toda la organización. El trabajador C lo contará a D, E y F y cada cual, tendrá su visión sobre esa situación. Se crearán bandos y el clima laboral empeora.
  • Aparece la insatisfacción y la baja productividad. Los pequeños problemas se vuelven en problemas XL cuando se descuidan y no se afrontan.
¿Cómo se solucionan los problemas en el trabajo?

El arte de solucionar problemas laborales requiere de un compromiso firme por parte de la empresa y sus trabajadores. Deberían existir protocolos, así como una formación adecuada y solvente por parte de Recursos Humanos para ‘educar’ a cada miembro de la organización, para darle estrategias y canales cercanos donde solucionar cualquier incidente, por pequeño que sea.

Sin embargo, esto no siempre llega a formalizarse. Bien por falta de tiempo, recursos y de interés. No obstante, y más allá de lo que podamos pensar, que surjan problemas es algo positivo. Si los solucionamos de manera adecuada generamos cambios, se higienizan ambientes, ganamos en aprendizajes y en bienestar.

Así, personalidades tan carismáticas como Jack Ma, fundador del gigante Alibaba, se enorgullece de decir que en su multinacional nunca hay problemas, sus trabajadores son felices, y están altamente comprometidos en la productividad. Podríamos decir que la mentalidad china es diferente de la occidental, pero la realidad es otra. Con estrategias como la 12/6 (trabajar 12 horas al día 6 días a la semana) los trabajadores apenas tienen tiempo de nada más. La suya, es una política de deshumanización.

6 claves para solucionar problemas laborales

Incidimos en ello, que se den problemas en el trabajo es algo normal y esperable. Permitir que se enquisten y que pequeñas fricciones den paso a grandes diferencias y adversidades, no. La dejadez es el peor enemigo en toda organización, debemos aplicar tanto la prevención como la proactividad. Así, en caso de que aparezca algún problema con un compañero, lo ideal es llevar a cabo lo siguiente:

  • Ser asertivos: hablar con el propio compañero sobre el problema antes de acudir a terceras personas.
  • Hay que saber escuchar y aplicar a su vez, una clara voluntad de diálogo y de resolución del problema.
  • Acordar estrategias de mejora y tiempos (a partir de mañana dejaras de llegar tarde porque yo no voy realizar tus tareas).
  • En caso de que no poder resolver el problema de manera rápida y sencilla, pondremos el caso en constancia de dirección. Recurriremos a un estamento superior para que establezcan otros mecanismos con los cuales, solucionar la situación. Evitaremos crear mal ambiente, expandiendo críticas, malestares, rumores, etc.
Para concluir, como decía Einstein, si de verdad queremos resultados diferentes, evitemos llevar a cabo las mismas estrategias. Procuremos, por tanto, evitar la triangulación a la hora de resolver nuestros problemas en el trabajo y seamos mucho más asertivos. De ese modo, ganaremos en bienestar.