lunes, 7 de octubre de 2019

La ausencia de problemas no es garantía de felicidad

La persona feliz dista de ser aquella que no tiene problemas. Sin embargo, sí puede ser aquella que ha dejado de ver amenazas para identificar desafíos, aquella que ha dejado de hundirse con los errores para montar sobre ellos su aprendizaje.

La ausencia de problemas no es un seguro de felicidad, más bien es la disposición a hacer cambios, tolerando la incertidumbre que puede generar el miedo derivado. Ahora bien, asumir esto puede no ser fácil. Como decía Albert Camus, las personas nos obsesionamos en buscar la felicidad como quien intenta hallar el Santo Grial. Sin embargo, el bienestar no es una cumbre ni una meta, es un ejercicio diario que requiere de nuevos enfoques y estrategias adaptadas.

Desde que el psicólogo Martin Seligman, de la Universidad de Pensilvania, resaltara la necesidad de ir más allá de lo patológico -para potenciar los estados de ánimo óptimos y favorecer así la dinámica vital- han pasado ya varias décadas. Fue en 1990 cuando se asentó la psicología positiva y, desde entonces, aquella explosión de teorías y consejos bienintencionados no ha dejado de crecer.

Cada año se publican miles de libros sobre felicidad. Las universidades ofrecen cientos de cursos sobre esta temática y, a día de hoy, figuras como Tal Ben-Shahar siguen alzándose como auténticos gurús en este campo. Asimismo, también se han sumado nuevas áreas como la neurociencia, ahí donde múltiples expertos nos indican qué ocurre en nuestro cerebro cuando somos felices y qué deberíamos hacer para potenciar este estado.

Todas estas corrientes, enfoques y perspectivas son tan interesantes como inspiradoras. Sin embargo, hay un matiz que destacan diferentes voces: hemos convertido el concepto de felicidad en producto de marketing. Aún más, estamos «educando» a la población en cómo ser felices pero a su vez, la convertimos también en una intolerante hacia el malestar, la tristeza, la ansiedad o la incertidumbre.

Nuestra realidad inmediata no es precisamente fácil. A veces, por mucho que nos esforcemos en ser felices, el contexto no acompaña. Por tanto, igual deberíamos reenfocar el concepto de felicidad. Veamos cómo.

Felicidad no es ausencia de problemas, es actuar a pesar del miedo


La felicidad no es ausencia de problemas. Si fuera así, se debería a un hecho tan excepcional como inusual. Nuestros entornos no son asépticos, hay cambios, hay imprevistos, nos relacionamos casi cada día y surgen roces, discrepancias y malentendidos. No importa nuestro estatus, la edad o el lugar en el que vivamos, los problemas siempre surgen y nadie es inmune a lo que sucede tanto a su alrededor como en su universo interno.


En este contexto, cabe señalar que desde hace unos años han emergido nuevas voces en el mundo académico con una finalidad muy clara: ofrecernos otra visión sobre la felicidad. Psicólogos, como Jerome Wakefield (Universidad de Nueva York) y Allan Horwitz (Rutgers) han escrito libros tan interesantes como La pérdida de la tristeza: cómo la psiquiatría transformó el dolor normal en trastorno depresivo. En este trabajo, se nos indica que estamos desterrando realidades como la tristeza y la frustración de nuestro repertorio emocional como si el espacio vital que anhelamos se encontrara al margen de ellas.

Al no reconocerlas e incluirlas en nuestro discurso, dando mayor relevancia a las emociones positivas, estamos analfabetizando a las personas en materia emocional. A día de hoy, no todos saben qué hacer con su estrés y ansiedad. No todos saben a qué se debe ese nudo en el estómago, ese miedo que paraliza y que nos impide a veces salir de casa. Manejar la adversidad y esos estados emocionales complejos también media en nuestra oportunidad de ser felices.

Felicidad es atrevernos a actuar a pesar del miedo y la incertidumbre


En este punto, me gustaría rescatar una definición de felicidad tan adecuada como inspiradora. En ella convergen tanto neurocientíficos, como psicólogos, psiquiatras, economistas y hasta monjes budistas. Se trata de dar a la vida un significado, de tener propósitos y asumir un comportamiento activo. Es tener disposición para crecer y aceptar adversidades y desafíos cotidianos. Esa sería, en esencia, la auténtica clave.

Eduard Punset ya dijo en su día que felicidad es ausencia de miedo. Esta idea, mal interpretada, es un tanto perversa: el ser humano no puede dejar de tener miedo, esta emoción es inherente a lo que somos y, como tal, cumple una función. Varias, en realidad.

Este sería un ejemplo: «Puede que me dé miedo cambiar de ciudad e iniciar una nueva vida, pero sé que debo hacerlo. Dar este paso me permitirá progresar; por tanto, decido atreverme y lo haré a pesar de mis miedos».

Soy consciente de que pueden surgir problemas, pero me siento capaz de afrontarlos

Felicidad no es ausencia de problemas. En realidad, esta empieza a adquirir un espacio cuando nos situamos por encima de los desafíos. Sonja Lyubomirsky, profesora de psicología en la Universidad de California, es una de las grandes expertas en desterrar los mitos sobre la psicología positiva y la felicidad. Así, algo que nos señala con frecuencia es que el bienestar no está en alcanzar logros, en conquistar metas y, aún menos, en poseer cosas.

El ser humano alcanza un sentido de equilibrio y realización cuando se siente bien consigo mismo. Cuando nos percibimos capacitados para lo que pueda venir, cuando nuestra autoestima es fuerte y manejamos los miedos, el estrés, las preocupaciones, etc., todo fluye y va mejor.

Así, entender que la vida no es fácil, que siempre dejará muescas y marcas en más de una batalla librada, es una realidad inmutable y, por lo tanto, que tenemos que asumir. Es una condición de la partida que no podemos modificar.

Nadie es inmune a los problemas y a los giros de sentido en el último momento. Por tanto, aceptemos ya estos devenires y trabajemos en nuestro crecimiento personal, así como en esas fortalezas psicológicas que nos permitirán invertir en nuestro propio bienestar.

domingo, 6 de octubre de 2019

El efecto wanderlust, cuando la pasión por viajar está en tus genes

Y tú, ¿eres un wanderlust? Este término define a ese 20% de la población que, según la ciencia, presenta unas ansias constantes por viajar, por conocer nuevos escenarios, ciudades y sus gentes. Esta fascinación sería un resquicio genético de nuestros antepasados.

El efecto ‘wanderlust’ define esa pasión por viajar que, según diversos estudios, tendría un origen genético y estaría presente además en cerca de un 20% de la población. Muchos lo explican casi un ansia constante por conocer mundo, unas cosquillas irrefrenables en los pies que se traduce en tener que hacer la maleta cada poco tiempo para saciar la necesidad por conocer otros escenarios, otras latitudes y culturas.

Hay quien ve esto como poco más que una moda, ese capricho que solo pueden permitirse quienes tienen una buena cuenta bancaria. Tal vez sea así. Sin embargo, es interesante saber que este fenómeno lleva estudiándose hace ya varias décadas. De hecho, basta con poner la etiqueta o el hastag wanderlust para descubrir el gran número de publicaciones que hay al respecto. Hay quien trabaja solo para viajar, quienes invierten lo mucho o lo poco que ganan en un billete de avión, de tren o autobús.

El filósofo Ian Hacking definió a estas personas como ‘viajeros patológicos’. De hecho, en su libro Viajeros locos: reflexiones sobre la realidad de las enfermedades mentales transitorias, nos habla de la historia del efecto ‘wanderlust’ y de ese momento en nuestra historia en que dicha pasión fue vista como un trastorno psicológico.

El efecto wanderlust define a esas personas que presentan, según la ciencia, un exceso del gen restless. Esto se traduce en un aumento de dopamina cada vez que se realiza un viaje, lo cual, ofrece más felicidad a la persona, además de un sentido de autorrealización.

El efecto ‘wanderlust’, esos locos viajeros

Y tú, ¿eres un ‘wanderlust’? Esta frase se usa ya con frecuencia en muchas agencias de viaje y portales de Internet donde captar la atención y, en última instancia, lograr la compra de una noche de hotel o un billete de avión. Ahora bien, la realidad es que por mucho que a la mayoría nos agrade viajar, no todo el mundo es, por así decirlo, un auténtico wanderlust.

El filósofo Ian Hacking explica en su libro que todo empezó en 1860 con Jean-Albert Dadas. Este francés, empleado de una compañía de gas, sufrió una grave caída con 8 años que, según los médicos de la época, provocó en él un extraño fenómeno: el de un ansia constante por irse de casa, por escapar. Se describió su caso como el de un paciente que cada poco tiempo, y sin saber cómo, se despertaba en un lugar diferente.

Cogía trenes, autobuses y hasta barcos sin saber por qué. El despertarse cada poco tiempo en un lugar le obligaba a buscar trabajo en la ciudad que se encontrara y, al poco de ahorrar lo suficiente, se embarcaba hacia otro lugar. Su historia también fue reflejada en libros como el de Maud Casey, bajo el título The man who walked away.

Jean-Alber Dadas viajó por toda Europa y llegó incluso hasta Moscú. En Prusia, fue mordido por un perro y, tras pasar unos días en el hospital, viajó de nuevo hasta Francia donde finalmente, fue atendido en el hospital Saint-André, en Burdeos. Aquí, el joven neuropsiquiatra Phillipe Auguste Tissié se obsesionó con su singular paciente, para descubrir que en realidad, el caso de Dadas no era el único.

El efecto wanderlust no es un trastorno psicológico, es un gen

El efecto wanderlust no responde en realidad a ningún trastorno psicológico. El doctor Jay. B. Lithcers, de la Universidad de Yale, Estados Unidos, realizó un estudio en los años 90 que puede sumarse  sin duda a otros muchos realizados desde entonces con un mismo fin: dar una explicación biológica a esa necesidad irrefrenable por viajar.

  • Sabemos, en primer lugar, que el gen DRD4 se relaciona con un nivel mayor de dopamina en el cerebro. Ello provoca que la persona presente una mayor motivación en su comportamiento.
  • Ahora bien, existe otra variación genética un poco más afinada que la anterior. Se trata de la asociada al gen DRD4-7R (Lichter et al, 1993) la cual, está presente en el 20% y determina una mayor inquietud y curiosidad por conocer nuevos escenarios, ciudades y países.
  • Los científicos especulan con una interesante teoría. Ese afán por viajar que define el efecto wanderlust, se explicaría también por la herencia genética de nuestros antepasados. Tanto el homo sapiens como los neandertales pasaron gran parte de su vida explorando, viajando y desplazándose. Ese instinto nos permitió asentarnos en mejores escenarios para sobrevivir.
Aún ahora, nosotros mismos seguimos explorando y poniendo nuestra mirada en otros lugares. Un ejemplo de ello son sin duda los viajes espaciales y ese afán por explorar otros planetas.


Viajar como parte de nuestro crecimiento personal

El efecto wanderlutst deriva de una palabra alemana tan evocadora como significativa: wandern (“caminar sin rumbo”) y lust (“pasión”).  En otras palabras, la persona con el espíritu wanderlust ansía conocer el mundo con los pies, con la mirada y el corazón para satisfacer una necesidad inscrita en el cerebro.

Aún más, para este tipo de personalidad, el acto de viajar conforma una forma de bienestar esencial. Permanecer mucho tiempo en un mismo sitio provoca que el ánimo se vuelva turbio y surja ese vacío insondable donde siempre falta algo, donde la carencia de ese subidón de adrenalina por lo desconocido e inexplorado se experimenta casi como algo doloroso.

Viajar es para muchos un placer, pero para un 20% de la población es una necesidad. Sea como sea, hay algo innegable; ser capaces de distanciarnos temporalmente de lo que nos es familiar y previsible, favorece nuestro crecimiento personal. Es permitirnos relativizar, abrirnos a otras perspectivas y otros vientos.

Nada nos hace tan ricos, nada tiende tantos puentes.

sábado, 5 de octubre de 2019

6 tipos de textos para amantes de la escritura

El mensaje es importante, pero la forma de comunicarlo también. Por eso hoy os traemos diferentes tipos de textos, hablando de su formato más común y utilidades recurrentes.

Estamos rodeados de textos de naturaleza muy diferente. Algunos tratan de explicarnos cómo funciona un determinado objeto, otros buscan enseñarnos sobre una materia en particular, muchos son meramente descriptivos. Tampoco faltan aquellos que son directamente producto de la creatividad publicitaria.

La comunicación textual parece una asignatura árida, y que a su vez se da por superada a nivel social en la mayoría de los artículos de investigación. Entonces, ¿por qué estamos siempre tan mal informados? ¿Por qué tantas veces malinterpretamos un mensaje que parece simple a primera vista?

Aprender sobre los diferentes tipos de textos es primordial para poder aprender a pensar por nosotros mismos. Además, es necesario desarrollar una buena capacidad de análisis para conseguir, a nuestra vez, expresar correctamente lo que queremos decirle al mundo.

Tipos de textos principales

Texto narrativo
Los textos narrativos son aquellos que, como su nombre indica, cuentan unos hechos que se han producido a lo largo del tiempo. Estos acontecimientos suelen estar relacionadas con unos personajes que, a través de uno o varios hilos conductores, dan forma a una historia.

Esta puede estar basada en hechos reales o ser ficticios, aunque se busca, por lo general, la mayor verosimilitud/credibilidad posible en el texto. Para ello, podemos valernos de un narrador (o varios),  que puede estar en primera o tercera persona; a veces, incluso puede ser omnisciente.

La narración está estructurada en presentación, nudo y desenlace. Dentro de esta categoría podemos encontrar algunas narraciones informativas del ámbito del periodismo, como la crónica y el reportaje.

Texto descriptivo

Los textos que se engloban dentro de esta categoría suelen confundirse erróneamente con los textos técnicos o científicos. Pese a lo que se suele creer, los descriptivos son fruto de una reflexión muy compleja, que busca expresar una impresión a través de las palabras.

Intentan plasmar, de forma subjetiva, la visión de una escena vista por el autor, todo ello animado por una función estética específica. De todos los tipos de textos, el descriptivo posiblemente sea el más enfocado en la observación.

Puede describirse casi cualquier elemento. Desde un objeto físico y tangible hasta una emoción o un sentimiento. De hecho, suele ser un recurso literario muy utilizado en novelas y poemas, y suele ser especialmente rica en adjetivos.

Texto expositivo

El texto expositivo está relacionado en cierta manera con el texto descriptivo. La exposición trata de ofrecer un tema al receptor de una manera clara y precisa, y requiere de un conocimiento formado de la materia. A través del desarrollo de diferentes ideas, el emisor busca explicar algo en concreto.

Dentro de los tipos de textos expositivos podemos encontrar la modalidad divulgativa y la especializada. La primera quiere informar sobre un tema de interés general de la forma más sencilla posible y la segunda requiere de un conocimiento más específico del tema. Podemos encontrar esta clase de textos en los manuales científicos, las obras de divulgación, algunos artículos periodísticos y, por supuesto, en cualquier desarrollo formal de un examen.

Texto argumentativo

La argumentación consiste en la exposición de una serie de ideas o pilares -que funcionan como argumentos- para fundamentar una postura. Los textos argumentativos tratan de convencer al receptor de que piense de una determinada manera. Juega un papel especialmente importante en temas controvertidos y/o polémicos.

Su objetivo es ofrecer una información lo más completa posible y desde el punto de vista dialéctico, se mueve sobre probabilidades, no sobre certezas. Frente a una argumentación, suele caber una contra argumentación.

Consta de tesis, cuerpo argumentativo y conclusión (al igual que el texto narrativo), aunque esta estructura no siempre se respeta. Por lo general, y dada sus características, los textos argumentativos son muy subjetivos y en ocasiones no atienden a razonamientos lógicos, sino al punto de vista del emisor.

El ensayo: el híbrido de los tipos de textos

El ensayo es un tipo de texto que cabalga entre la argumentación y la exposición. Al igual que la primera, tiene un carácter marcadamente subjetivo, utiliza las citas y diversos argumentos de personajes e instituciones de autoridad y su contenido es de una amplia variedad temática.

La relación que presenta con los textos expositivos se sustenta en las bases fundamentales del ensayo: precisión, sencillez y claridad. Su estructura es libre, lo que permite abarcar infinidad de temas y descubrir miles de ramificaciones durante el proceso.

Su principal intención es transmitir una información veraz, interesante y fundamentada al receptor, por lo que debe ser lo más breve posible. Para ello, se vale con frecuencia del lenguaje literario y los coloquialismos.

Los tipos de textos tienen muchos más elementos en común de los que solemos pensar. A fin de cuentas, la intención de cualquier texto es servir de inspiración (o como fuente de información) para otros, tratando, a su vez, de ser lo más asequible posible para el entendimiento del receptor.

De no ser así, habremos conseguido hacer realidad el mayor miedo de un escritor: provocar sueño y aburrimiento a nuestra audiencia con un lenguaje recargado, barroco e inservible.

viernes, 4 de octubre de 2019

6 curiosidades de la cultura egipcia

El Antiguo Egipto destacó por sus múltiples innovaciones en medicina, ciencia y literatura. También fue una sociedad mucho más igualitaria que sus contemporáneas. Por estas, y otras muchas razones, os invitamos a un viaje a este momento tan genial de nuestra historia.

La cultura egipcia ha sido una de las más admiradas y mitificadas. Hablamos quizás de la civilización más próspera que ha conocido la historia de la humanidad, la misma que durante años fue cuna de grandes pensadores y de increíbles avances científicos, técnicos y académicos.

De hecho, después de Mesopotamia, Egipto fue el segundo enclave donde se desarrolló el lenguaje escrito: los famosos jeroglíficos. Estos provienen de las palabras hiero (sagrado) y glifo (grabado), y siguen una estructura que no se había visto antes en los territorios mesopotámicos de Sumer y Acadia.

Aunque desde hace siglos la práctica y la interpretación de estas imágenes ha sido olvidada, cada vez es más común encontrar interesados en el tema. Esto se debe a la revitalización que la cultura egipcia está experimentando gracias, en gran parte, a la globalización y al auge de las redes sociales.

6 curiosidades de la cultura egipcia

1. Las pirámides fueron construidas por hombres libres

Pese a la creencia popular, las pirámides de Egipto no fueron construidas por esclavos. Los hombres que trabajaron en ellas solían hacerlo con contratos de tres meses de duración, percibían un salario y, además, gozaban de mucho respeto a pesar de sus orígenes humildes.

Era tal la admiración que provocaban que, si morían durante el trabajo, podían ser enterrados en las tumbas de la necrópolis de Giza. De esta forma, estaban más cerca de las pirámides de los faraones, lo que era todo un honor. Los esclavos, por su parte, solían ser utilizados para el trabajo doméstico.

2. Adoraban a los gatos

Mucha gente conoce la adoración que los egipcios sentían por los felinos, pero no llegan a entender el nivel de veneración extrema que profesaban hacia ellos. Esto se debe a que la cultura egipcia consideraba a estos animales como encarnaciones del dios Ra, en su papel de asesino de la serpiente Apofis (la encarnación del caos y lo maligno).

Posteriormente, la figura de Ra quedó supeditada a la de la diosa Bastet. Protectora de hogares y diosa de la guerra, esta deidad convirtió a los gatos en seres sagrados e intocables que, algo más tarde, se convertirían en animales domésticos.

3. Inventaron el mortero

Este compuesto utilizado para elaborar elementos de construcción fue creado por los egipcios. Ellos lo utilizaban para orientar las bases de las pirámides, aunque actualmente se debate si los etruscos tuvieron algo que ver también con la aparición de este elemento.

La pirámide de Keops fue la primera en la que se utilizó el mortero, alrededor del 2.600 a.C. A partir de ese momento y a raíz de esto, se desarrollaron diferentes tipos de yesos, entre los que destacaban los yesos de colocación, los yesos de acabado y los yesos de decoración.

4. Era una sociedad mucho más igualitaria que la griega o la romana

En el Antiguo Egipto, las mujeres contaban con más derechos que sus contemporáneas romanas y griegas. De hecho, en la cultura egipcia existía el divorcio, podían heredar (al igual que en la cultura celta), y estaba mal visto el maltrato.

Además, las mujeres podían tener su propio negocio y trabajar en numerosos oficios. La mayoría de ellos, eso sí, estaban relacionados con la salud y la maternidad.

5. El pie izquierdo de las estatuas siempre se adelanta al derecho

Si observamos cualquier estatua construida durante el período dorado del Antiguo Egipto, veremos que el pie izquierdo siempre está adelantado. Esto ocurre porque la cultura egipcia consideraba que el lado izquierdo era el lado de la vida, al estar ubicado ahí el corazón.

De hecho, durante los ataques a los templos, los enemigos solían destruir las piernas y los pies izquierdos de las estatuas. Así, simbólicamente, destruían la «vida» del faraón en cuestión y este quedaba destinado al olvido para siempre.

6. Su color para el luto era el rojo

El color negro, irónicamente, estaba asociado a la buena suerte. Esta creencia surgió gracias al buen augurio relacionado con el color negro de la ribera del Nilo, que se volvía de este tono a causa del abundante limo, anunciando que la próxima cosecha sería fértil.

El color rojo, por su parte, se asociaba al color del interior de los féretros. También era el color que usaban para representar la furia de la vida, la agresividad del combate y, de una forma menos simbólica, la sangre de los sacrificios animales que las familias más pudientes podían permitirse en los funerales.

La cultura egipcia ha servido para desarrollar numerosos elementos culturales (y no tan culturales) que hoy en día consideramos propios. Sus innovaciones médicas y científicas siguen estando a la vanguardia de cualquier otra civilización; su impresionante arquitectura se considera, también, uno de los ejemplos de megalomanía más impresionantes que existen.

jueves, 3 de octubre de 2019

5 comportamientos que indican que estás bajo los efectos de la intoxicación emocional

La intoxicación emocional se origina por conflictos personales y emocionales, que afectan directamente a nuestro bienestar psicológico y físico, haciéndonos vulnerables y ocasionando sintomatología como irritabilidad, depresión, inestabilidad emocional, fatiga…

Las causas son diversas, ya que somos seres emocionales en nuestra totalidad pero, en cualquier caso, la intoxicación emocional es la consecuencia de no otorgarnos un tiempo diario para cultivar nuestro interior.

¿Qué comportamientos dan la pista de que sufro intoxicación emocional?

Es probable que te encuentres bajo los efectos de la intoxicación emocional y aún no te hayas dado cuenta. Por ello, lo que hay que hacer es prestar especial atención a los comportamientos que nos resultan displacenteros y que, a pesar de ello, llevamos a cabo.

Con frecuencia mantenemos actitudes que nublan nuestra percepción y nos deterioran significativamente. Hay 5 comportamientos distintos que una persona mantiene cuando está intoxicada, veámoslos a continuación: 

1. Estar de forma constante a la defensiva

Una persona que sufre intoxicación emocional está en modo autoprotección y malinterpreta de forma constante las acciones o palabras de los demás como ataques. De hecho, solo presta atención a ciertas palabras.

Si sientes que estás intoxicado, probablemente te hayas dado cuenta de que tus inseguridades han aflorado y dirigen tu vida. Te vuelves más reactivo y te pones a la defensiva con frecuencia. Tu autoestima está completamente mermada y te sientes vulnerable ante cualquier acontecimiento.

Tus emociones hacen que te bloquees y atiendas selectivamente a lo negativo o lo que crees que te afecta directamente. Esto ocasiona que con frecuencia tuerzas las palabras o los actos de los demás hacia ti, reaccionando de forma agresiva para protegerte de un posible daño que tus emociones te hacen creer probable pero que seguramente solo estará en tu mente. 

 2. Ser excesivamente críticos

Es difícil tratar con una persona cuando se encuentra intoxicada sobre todo porque se autoimponen la barrera de la intransigencia. No pasan ni una, ni siquiera a sí mismos.

Si sientes que estás intoxicado, es probablemente que, en tu afán por tenerlo controlado, seas demasiado exigente contigo mismo y no te concedas ni un mínimo margen de actuación. Intenta ser más benevolente contigo y con los demás.

3. Sentirnos apagados o poner ante nosotros un muro de piedra

Hay veces que las personas nos damos cuenta de que estamos llenas de emoción y optamos por cerrar las cortinas y protegernos de nuestros propios sentimientos. Por esto es que, cuando a una persona le abruman sus emociones, de alguna forma su vitalidad se desmaya y se encuentra apagada.

Estar apagado significa no tener fuerzas y no sentirte capaz de reactivar tu vida de ninguna forma.

Esta es la consecuencia de tener el cerebro inundado por nuestras emociones, que no nos deja pensar con claridad y nos bloquea.

4. Condenar a los demás de forma constante, insultando o menospreciando

Las personas intoxicadas pueden resultar agresivas y peligrosas, en el sentido de que al estar a la defensiva pueden luchar con uñas y dientes por una causa que creen de vida o muerte.

Debido al bloqueo emocional, no responden con claridad ni son capaces de valorar con sensatez a quienes le rodean. Además, les resulta complicado sentir empatía por los demás, dado que están invadidos por emociones que condenan sus sentimientos.

En realidad, si estás intoxicado, puede que te condenes y culpabilices en tu interior, proyectando tus miedos y tus frustraciones en los demás como una vía de escape y liberación.

5. Obstaculizar nuestro avance

Caminar por la vida puede ser dificultoso para una persona intoxicada por sus emociones, pero aún es más complicado plantearse avanzar o no boicotear su progreso o la consecución de sus metas. La única forma de superar este afán de suicidio personal es haciéndonos conscientes de que existe la posibilidad de que hay algo en nuestro interior que alimenta el miedo a lograr nuestros objetivos.

Temer a nuestros logros tiene en gran parte que ver con nuestra incapacidad para tolerar la incertidumbre. Estamos enfermos de certeza porque no confiamos en nuestra capacidad de hacer frente a lo que venga.

Necesitamos tenerlo todo atado, reatado y mil  veces comprobado. Si estás intoxicado, recuerda que solo hay una persona en este mundo que te impedirá llegar muy alto y esa persona eres tú. Acaba con tus demonios.

¿Qué podemos hacer si nos encontramos intoxicados?

Necesitamos tiempo para desintoxicarnos. Y, al igual que tras haber bebido demasiado alcohol, tendremos un período de resaca. La resaca emocional se conforma de culpa, ira continua, dificultad para dormir, tristeza…

No te preocupes, al identificar tus comportamientos y emociones ya has iniciado el proceso de recuperación. Sabiendo esto ya podrás dejar de “beber de las emociones negativas” y comenzarás el proceso de limpieza emocional que tanta falta te hace. Los síntomas desaparecerán y tus sentidos volverán a ser fieles a la realidad.

miércoles, 2 de octubre de 2019

Acuesta a tus hijos leyendo un libro, no viendo la televisión

Nada resulta tan terapéutico y reconfortante como conseguir que un niño se duerma mientras le leemos un libro. La experiencia de la escucha es clave también para su dominio lector. Además, a través de nuestra voz, llevamos al niño a ese universo fantasía y aventuras donde su cerebro encuentra calma y la invitación a seguir soñando feliz mientras duerme.

Francesco Tonucci es un notable pedagogo italiano que ha basado todos sus trabajos en el estudio del desarrollo cognitivo de los  más pequeños. Para él, algo tan sencillo como apagar la televisión y leer un libro a nuestros hijos, es crear grandes lectores el día de mañana. Supone además, acercarlos a un valor que los hará libres, más curiosos y por supuesto, dignos herederos del legado que nos dejan los buenos libros.

Los niños se convierten en grandes lectores en el regazo de sus padres, por ello, no dudes en ser el mejor ejemplo, deja que te vean zambullirte en un mar de letras para que ellos naden en un mar de sueños…

Si bien es cierto que a veces estamos cansados y que resulta más fácil reunirnos todos ante la televisión a última hora del día, piensa que la infancia de tus hijos es muy breve, y el mejor momento «siempre es ahora». Aprovecha cada segundo y cada instante, haz de ellos tus cómplices ante un libro, deja que el sueño les venza en tu regazo mientras pones el fin a ese cuento. El día de mañana te lo agradecerán…

Un libro abierto es un cerebro que habla y una mente que escucha

Uno de los problemas que solemos tener con los niños en lo que se refiere a la lectura, es que muchos se acercan a los libros por obligación «escolar» y no por placer. Esto no debería ser así. El buen lector se acerca por primera vez a esos océanos de letras en su infancia por pura curiosidad y sutil desafío.

La lectura, como el amor, es la piedra ideal para afinar el alma.

Algo tan sencillo como darles libertad a la hora de escoger sus lecturas es algo que siempre trae buenos resultados, pero aún lo es más el que nosotros mismos actuemos como modelo. De hecho, para Tonucci, no hay mejor juguete que un libro y no existe mayor acierto que favorecer la capacidad de escucha de los niños oyéndonos a nosotros leer.

Para comprenderlo mejor, te invitamos a tener en cuenta estos aspectos sobre los cuales, reflexionar.

Los beneficios de la lectura relajada

Gracias a un trabajo llevado a cabo por la «American Academy of Pediatrics» se nos reveló algo importante a tener en cuenta: los niños de entre 2 y 6 años no deberían estar expuestos a la televisión o a dispositivos electrónicos durante más de una hora al día. Desde los 7 hasta los 12 años deberíamos controlar que no se excedieran de las 2 horas.

Según este estudio, la visión prolongada de la televisión o del ordenador, puede desarrollar un déficit de atención en los más pequeños. Esto se debe a que el córtex frontal, aún inmaduro en los niños: se sobreactiva demasiado con las ondas electromagnéticas.

Dejar que nuestros hijos se duerman viendo la televisión no es precisamente lo más terapéutico, a pesar de que nosotros mismos lo hagamos a menudo. Hablamos de educación, pedagogía y ante todo de salud infantil, por ello, antes que dejar que el sueño les venga frente a la tele o en la tableta, es necesario poner en práctica el buen arte de la lectura relajada.

  • No importa que tus hijos aún no hayan adquirido aún la competencia de la lecto-escritura o que ya estén consiguiendo sus primeros logros. Algo tan sencillo como sentarnos con ellos en la cama y empezar a leerles, va a suponer un enorme beneficio para su desarrollo neuronal y emocional.
  • La lectura relajada aumenta el flujo de sangre hacia el cerebro, aporta bienestar al niño además de una calma muy gratificante apropiada para ese último instante del día.
  • El área cerebral que más se estimula en el proceso de «escucha» es el área prefrontal, indispensable para desarrollar y potenciar muchos procesos cognitivos en los niños: desde la atención, la imaginación y los razonamientos más complejos.
Leer a tus hijos algún cuento o libro con un mensaje ejemplar o un buen razonamiento moral, puede potenciar su empatía y el respeto hacia sus semejantes. Vale la pena.

La lectura relajada, un vínculo de cariño entre padres, madres e hijos


Lee a tus hijos con placer, sin pensar que estás perdiendo el tiempo o que tienes muchas cosas que hacer además de eso. Permite que el tiempo se detenga y os atrape, deja que la emoción de ese libro os envuelva y que tu voz cautive el corazón de tu hijo.

Ningún regalo podrá superar esos momentos de lectura compartida, a esos lugares inventados donde los sueños, las aventuras y los misterios aceleran su imaginación mientras su respiración se acompasa poco a poco y lentamente, a medida que le llega el sueño y, simplemente, se rinde.

La lectura relajada a última hora del día es un modo maravilloso de educar sus mentes y de permitir que su cerebro madure en equilibrio. Los libros son un legado que se comparten entre padres e hijos, y nada debería sustituirlos, aún menos la televisión o las nuevas tecnologías…


martes, 1 de octubre de 2019

Descansar la mente es tan importante como descansar el cuerpo

Concedernos un descanso mental entre periodos en los que le exigimos rendimiento a nuestro cerebro ayuda a su funcionamiento. Es una forma de darle aire, de podar aquellos pensamientos que nada aportan.

Descansar la mente, silenciar el pensamiento discursivo y desactivar la preocupación es sinónimo de salud y bienestar. Sin embargo, hemos de admitirlo, somos nómadas de la hiperactividad mental, saltamos de una idea a otra, vamos del recuerdo a la obsesión, de la obsesión al estrés hasta acabar agotados. Somos incapaces de desconectar aun estando de vacaciones, aun permaneciendo tumbados sobre la cama.

A muchos les sorprenderá saber que cerca del 90% de los pensamientos que tenemos al día carecen de utilidad. Nuestras neurosis se alimentan precisamente de esas ideas carentes de lógica, de las mismas que alimentan ansiedades y ponen alambradas al potencial humano. Pensar es un acto sencillo, venimos al mundo con esa habilidad, no obstante, ‘pensar bien’ y saber cuándo descansar el cerebro es algo que no todo el mundo sabe hacer.

El autocuidado, va más allá de atender nuestro cuerpo, de peinarnos y vestirnos, de mantener una alimentación saludable y de hacer ejercicio de manera regular. También se trata de aprender a descansar la mente. A veces, ‘no pensar’ durante un tiempo determinado nos ayuda a vivir mejor.

Descansar la mente, controlar el pensamiento

Tenemos más de 60.000 pensamientos al día. Ese flujo de energía mental es algo sencillamente maravilloso. Gracias a esa facultad excepcional, hemos creado todo lo que nos envuelve, hemos asentado la cultura, las sociedades y llevado sondas espaciales para conocer la superficie de Marte. Ahora bien, la mente puede hacer milagros, puede mediar en la creatividad, en nuestra felicidad, pero también en nuestro malestar.

Algo realmente común en gran parte de las personas con ansiedad es desmenuzar cada cosa hecha, dicha, vista o sentida. Analizan sus conversaciones para torturarse sobre lo que deberían haber dicho y lo que no. Sitúan su mirada en el futuro anticipando acontecimientos con una probabilidad asociada lejana a la certeza. Se obsesionan con los errores, alimentan ideas que saben a miedos y a negatividad… Sus discursos mentales conforman lo que podríamos denominar como ‘pensamientos basura’.

Estos últimos enfoques mentales se caracterizan por dos dimensiones básicas: son falsos y son pegajosos. Es decir, la idea basura es esa que uno da por cierta (soy un fracasado) y que es incapaz de quitársela de la mente. Es como ese chicle en el zapato que nos impide avanzar. En estos casos, no solo es higiénico descansar la mente, también es recomendable apartar esos ciclos de pensamiento que nada construyen…, y mucho destruyen.

Los efectos de la mente agotada

Una mente habitada por pensamientos basura (negativos, falsos y pegajosos) deriva en un estado muy debilitante. Cuando pasamos por una época con una elevada preocupación y ansiedad, empezamos a evidenciar ciertos fallos cognitivos. Aparecen problemas de concentración, fallos de memoria, problemas de atención…

Ahora bien, en un estudio publicado en el International Journal of Stress Management, y llevado a cabo en la Universidad de Neuchâtel, Suiza, se demostró que el agotamiento mental largamente mantenido en el tiempo (o cuando nos decimos aquello de ‘estoy quemado’) deriva a menudo en una depresión mayor.

Tenemos un músculo mental capaz de establecer periodos de descanso

Este dato es interesante. Nuestro cerebro está ‘diseñado’ para tener períodos de descanso regulares. En realidad, en nuestro día a día lleva a cabo dos tipos de procesos. El primero es el que requiere de una concentración activa y consciente; es esa que nos permite realizar tareas, resolver problemas, analizar lo que vemos, tomar decisiones, recordar, pensar…

Ahora bien, el cerebro dispone también del estado ‘piloto automático’. Esto sucede cuando nos quedamos absortos viendo un paisaje o la televisión, cuando paseamos en tranquilidad, cuando estamos leyendo pero nos damos cuenta de que no estamos centrados y no hemos entendido nada. En esos instantes, la mente está, pero se mantiene alejada, desconectada en cierto modo.

Aprender a descansar la mente ¿cómo hacerlo?

Descansar la mente no es tumbarse sobre una hamaca, ni cerrar los ojos ni ponerse una serie de Netflix. En realidad, para desconectar la mente se requiere de cierto esfuerzo y voluntad, porque a menudo, aún estando frente a un mar y de vacaciones, nuestra mente sigue con su hiperactividad y nerviosismo.

Veamos por tanto algunas estrategias que pueden ayudarnos.
  • Toma conciencia de tus sentidos. La mente hace mucho ruido pero por una vez, vamos a salir de su palacio para viajar hasta nuestros sentidos. Por un instante, vamos a centrarnos en lo que siente nuestra piel, lo que ven nuestros ojos, lo que olemos, lo que escuchamos…
  • Estrategia diente de león. Mientras nos permitimos ‘escuchar a nuestros sentidos’ para descansar la mente, es posible que nos asalte de pronto algún pensamiento (mañana tienes esa reunión, ayer cometiste un error, la semana que viene tienes ese viaje…). Cuando esto ocurra, llevaremos a cabo la técnica diente de león. Imaginaremos que en la mano tenemos esta planta y que, al soplar, se esparcen -con las semillas- nuestros pensamientos molestos.
  • Nubes en un día de viento. El monje y maestro vietnamita Thich Nhat Hanh señala lo siguiente «no hay que pegarse a los pensamientos y a los sentimientos. Dejemos que tal y como vengan se vayan como nubes en un día ventoso».

Hagamos esto último a la hora de descansar la mente, dejemos que esos pensamientos disruptivos se vayan tal y como vienen. Lo inútil, mejor, dejarlo marchar.