lunes, 14 de octubre de 2019

Nadie pierde por dar amor, pierde quien no sabe recibirlo

Nadie pierde por dar amor, porque ofrecerlo con sinceridad, con pasión y delicado afecto nos dignifica como personas. En cambio, quien no sabe recibirlo ni cuidar ese inmenso regalo es quien pierde de verdad. Por ello recuerda, nunca te arrepientas de haber amado y haber perdido, porque lo peor es no saber amar.

Afortunadamente la neurociencia va ofreciéndonos día tras día reveladoras informaciones que nos explican por qué actuamos como actuamos en esto del amor. Lo primero que conviene recordar es que el cerebro humano no está preparado para la pérdida, nos supera, nos inmoviliza y nos enclaustra durante un tiempo en el palacio del sufrimiento.

Estamos programados genéticamente para conectar entre nosotros y para construir lazos emocionales con los que sentirnos seguros, con los que edificar un proyecto. Es así como hemos sobrevivido como especie, «conectando», de ahí que una pérdida, una separación e incluso un simple malentendido haga que salte al instante la señal de alarma en nuestro cerebro.

Ahora bien, otro aspecto complejo sobre el tema de las relaciones afectivas es el modo en el que afrontamos dicha separación, dicha ruptura. Desde un punto neurológico cabe decir que empiezan a liberarse al instante las hormonas del estrés, conformando en muchos casos lo que se conoce como «el corazón roto«. Sin embargo, desde un punto emocional y psicológico, lo que sienten muchas personas es otro tipo de realidad.

No solo experimentan el dolor por la falta del ser amado. Sienten una pérdida de energía, de aliento vital. Es como si todo el amor dado, todas las esperanzas y afectos dedicados a esa persona se hubieran ido también, dejándolos vacíos, yermos, marchitos…

Entonces… ¿cómo volver a amar de nuevo si lo único que habita en nuestro interior es el polvo de un mal recuerdo? Es necesario que afrontemos estos momentos de otro modo. Te hablamos de ello a continuación.

Dar amor o evitar amar de nuevo

Todos nosotros somos un delicado y caótico compendio de historias pasadas, de emociones vividas, de amarguras soterradas y miedos camuflados. Cuando se inicia una nueva relación nadie lo hace enviando previamente todas sus experiencias pasadas a la papelera de reciclaje. Nadie empieza de «0». Todo está ahí, y el modo en que hayamos gestionado nuestro pasado hará que vivamos un presente afectivo y emocional con mayor madurez, con mayor plenitud.

Ahora bien, el hecho de haber vivido en piel propia una amarga traición o, sencillamente, percibir que el amor se ha apagado en el corazón de nuestra pareja cambia mucho el modo en que vemos las cosas. Dar amor con intensidad durante una época determinada, para después quedarnos vacíos y enclaustrados en la habitación de los recuerdos y las ilusiones perdidas, cambia muchas veces la arquitectura de nuestra personalidad.

No falta quien se vuelve desconfiado, e incluso quien desarrolla poco a poco la gélida y férrea coraza del aislamiento donde interiorizar el clásico mantra de «mejor no amar para no sufrir«. Sin embargo, es necesario derribar una idea básica en estos procesos de lenta «autodestrucción».

Nunca debemos arrepentirnos de haber amado, de habernos arriesgado a un todo o nada por esa persona. Son esos actos los que nos dignifican, los que nos hacen ser humanos y maravillosos a la vez. Vivir es amar y amar es dar sentido a nuestras vidas a través de todas las cosas que hacemos: nuestro trabajo, nuestras aficiones, nuestras relaciones personales y afectivas…

Si renunciamos a amar o nos arrepentimos por haberlo ofrecido, renunciamos también a la parte más hermosa de nosotros mismos.

el amor perdido

Según un estudio llevado a cabo en la University College London, existen ciertas diferencias entre hombres y mujeres a la hora de afrontar una ruptura afectiva. La respuesta emocional parece ser muy distinta. Las mujeres sienten mucho más el impacto de la separación, sin embargo es común que se repongan antes que los hombres.

Ellos, por su parte, suelen aparentar estar bien, se visten con la máscara de la fortaleza refugiándose en sus ocupaciones y responsabilidades. Sin embargo, no siempre logran superar esa ruptura o tardan años en hacerlo. ¿La razón? El sexo femenino suele disponer de mejores habilidades para gestionar su mundo emocional. Facilitar el desahogo, buscar apoyo y afrontar lo ocurrido desde una perspectiva donde se halla el perdón y la actitud de pasar página suele hacer las cosas más fáciles.

Sea como sea, y más allá de los géneros o del motivo que haya originado esa ruptura, quedan claras algunas cosas que es necesario inocular en nuestro corazón a modo de vacuna. Ningún fracaso emocional debe vetarnos nuestra oportunidad de ser felices de nuevo. Digamos «no» a ser esclavos del pasado y eternos cautivos del sufrimiento.

Otro aspecto que es bueno recordar es que amar no es sinónimo de sufrir. No alimentemos esperanzas o alarguemos el «chicle» de una relación que de antemano tiene fecha de caducidad. Una retirada a tiempo salva corazones y un adiós valiente cierra una puerta para abrir otra, esa donde el amor se conjuga siempre con la palabra FELICIDAD.

domingo, 13 de octubre de 2019

Tipos de vergüenza y cómo nos afectan

Hay varios tipos de vergüenza, teniendo en común las consecuencias fisiológicas y diferenciándose en cuanto al procesamiento cognitivo y las circunstancias que la producen. Así, en este artículo nos proponemos hablar de la vergüenza... sin vergüenza.

Recientemente, un aclamado psicoanalista norteamericano ha propuesto 4 tipos de vergüenza que considera fundamentales; partiendo de la base de que considera que, a día de hoy, las personas estamos más preparadas para hablar de aquello que nos avergüenza, expone cómo piensa que puede afectarnos cada una de estas variantes.

En su libro de reciente publicación, Burgo (2018) presenta cuatro paradigmas desde los que estudiar esta sensación. Sin embargo, antes de empezar con las diferencias, podemos decir que existe un cuadro detallado común en cuanto a las manifestaciones de la vergüenza:

  • Rubor facial, del cuello o en el pecho.
  • Conductas o pensamientos de huida y/o evitación.
  • Necesidad imperiosa de desaparecer o cambiar de lugar.
  • Dificultad para mantener la mirada con otra persona.
  • Confusión mental transitoria.
  • Etc.
Pero lo que los expertos en el estudio de este estado psicofísico de las personas piensan y comprenden acerca de la vergüenza tiende a diferir de la concepción que de ella tienen la mayoría de personas.


Muchas personas tienen una concepción muy negativa de la vergüenza. Sin embargo, los encargados del estudio científico de los tipos de vergüenza la conciben como más variada en su naturaleza y con consecuencias más moderadas, menos desastrosas.

De uno u otro modo, la vergüenza es un aspecto de nuestra vida cotidiana relativamente frecuente y difícilmente evitable; ahora bien, ese grado de toxicidad que solemos atribuirle puede no ser, por norma, tal. De hecho, Burgo propone en su libro -basado en sus observaciones clínicas de más de 35 años- una sorprendente relación entre vergüenza y autoestima.

De esta manera, considera que los aprendizajes que pueden derivarse de la interacción con nuestros estados de vergüenza acarrearían un impacto psicológico más robusto que la inhibición que pudiese producir la emoción. El mensaje que este autor nos ofrece es optimista y desmitificante.

Pocas suelen ser las ocasiones en las que nos detenemos a escuchar y entablar un diálogo fructífero con nuestros estados de vergüenza. Por contra, lo que sí es frecuente es que los diferentes tipos de vergüenza a los que nos exponemos nos resulten tan aversivos que tendamos a enmascararlos bajo condiciones como:

  • Adicciones.
  • Perfeccionismo.
  • Pena por uno mismo.
  • Promiscuidad.
  • Narcisismo.
  • Etc.
Tipos de vergüenza y su influencia

Una de las razones por las que a día de hoy, tanto en la esfera investigadora como en la clínica, es más sencillo tocar el tema es porque, en general, la gente tiende a mostrarse menos asustada; la reticencia a hablar de aquello que nos avergüenza es, en la sociedad actual, algo menor.

En un contexto social en el que se nos anima a mostrar nuestra verdadera imagen, querernos por lo que somos y vivir en armonía con nuestras cualidades y con los contenidos de nuestra mente, las personas están más preparadas para mirar hacia su interior y compartir lo que les despierta vergüenza. La psicología positiva, tan imperante hoy día, es un claro ejemplo de abogacía por la aceptación con optimismo de nuestros rasgos menos deseables.

Para Burgo, hacer frente a la vergüenza, en cualquiera de sus formas, es una ocupación diaria; un proceso psicológico que, como tantos otros, se despliega durante el quehacer diario. Por tanto, tratar con ella es formar parte de un fenómeno natural y aceptable.

La propuesta de este autor es que, generalmente hablando, se puede distinguir 4 tipos de vergüenza:

1. El amor no correspondido

Tan solo basta haber querido a alguien y enterarse de que ese amor no era correspondido, haber sido rechazado o abandonado por la persona a la que se amaba, para hacerse una precisa idea de lo avergonzante de la situación; en algunos casos, la vergüenza llega a humillación.

Se sabe que este tipo de vergüenza puede comenzar a experimentarse en los primeros años de vida; aquellos bebés que, repetidamente, no suelen provocar en sus madres las reacciones afectivas deseadas tras infinidad de llamadas de atención, experimentan algo muy similar a esta vergüenza por «unilateralidad amorosa».

En la práctica psicológica, se observa que las personas que han sido criadas de esta manera, con madres que no han tendido a lograr el suficiente nivel de empatía en el vínculo materno-filial, presentan una aflicción estructural que podría asimilarse a una vergüenza basal; esta habría condicionado de manera negativa el desarrollo normal del individuo.

2. Exposición indeseada
Este es más recurrente cuando, en una conversación informal, se habla de vergüenza. A ella están vinculados múltiples episodios cotidianos, más o menos comunes, como que te llamen la atención o menosprecien en público o que entren en una habitación y te descubran desnudo.

Generalmente, este tipo de vergüenza es -por su frecuencia y relativa falta de gravedad- transitoria y escasamente relevante para el bienestar psicológico del individuo; sin embargo, en función de la predisposición de la persona y de la intensidad de la emoción vivida, en ciertos casos podría adquirir la consideración o estar asociada a un trauma.

4. Incumplimiento de expectativas o decepción

Aquí cabría el tipo de vergüenza que surge cuando, tras intentar la consecución de un objetivo, se falla en el intento y con ello se derrumban las expectativas autoimpuestas o vertidas sobre nosotros por otras personas.

En cuanto a gravedad y potenciales repercusiones, es similar al anterior tipo. Algunos ejemplos cotidianos que podrían llamar a este sentimiento de vergüenza son:

  • No seguir con la proyección profesional esperada.
  • La erosión de una relación de amistad.
  • El fracaso de una relación sentimental.
5. La exclusión o marginación

A casi todos nos interesa en gran medida, por nuestra propia condición como seres sociales, encajar y desarrollar un sentimiento de pertenencia grupal. Este principio es aplicable a casi todos los dominios vitales de la persona: el trabajo, las relaciones románticas, las amistades, etc. Sin embargo, hay momentos en los que esta sensación de pertenencia puede verse amenazada…

En estos casos, una buena autoestima y la capacidad de realizar atribuciones correctas nos serviría de defensa contra la influencia negativa de este tipo de vergüenza -atribuciones del tipo «Mis amigos no me han invitado hoy a la barbacoa porque con todo lo que trabajo seguramente piensen que estoy muy ocupado y no me quieren molestar, por porque no quieran estar conmigo«-.

Conclusión

La vergüenza puede llegar a ser agotadora y exasperarte. Tanto que en algunos casos puede ser un elemento determinante de nuestro equilibrio emocional y de la constitución de nuestra personalidad. De hecho, algunos rasgos de personalidad considerados como desadaptativos, como puede ser el narcisismo o tendencias autodestructivas, se asocian típicamente con pobreza de mecanismos de confrontación de la vergüenza.

Decir ‘no’ a un hijo puede implicar una variedad muy leve de vergüenza, ya que tiende a interrumpir los impulsos exploratorios naturales del niño; pero este tipo de vergüenza ni suele durar mucho ni suele tener secuelas a largo plazo.

Por tanto, a no ser que estemos ante una persona cuya infancia haya estado plagada de abuso, abandono o trauma, los pequeños «reservorios» de vergüenza que haya podido ir acumulando no deberían implicar un efecto negativo permanente. Por ello, todo padre y madre debería estar tranquilo ante el hecho de ofrecer negativas a sus hijos de vez en cuando.

Sin embargo, aquellas personas a las que la vergüenza les ha impactado de manera severa, si se deciden por buscar asistencia psicológica -algo que recomendamos encarecidamente-, el terapeuta deberá hilar muy fino e ir descubriendo, muy poco a poco, las defensas personales de la persona después de haber obtenido su confianza.

Y es que construir vínculos de confianza requiere tiempo y esfuerzo, sobre todo para aquellos que albergan profundos sentimientos de vergüenza y humillación; para ellos, ser juzgados por los demás puede ser una gran preocupación, incluso si es el terapeuta de quien temen ser juzgados.

sábado, 12 de octubre de 2019

Dejar el móvil durante unas horas para que el cerebro se «recargue»

El móvil ya no es un recurso tecnológico, ha pasado a ser el mejor amigo que nadie quiere dejarse olvidado en casa. Sin embargo, descansar durante unas horas de él y «desconectar» nos permite recargar nuestras capacidades mentales de más alto nivel.

Todos somos capaces de dejar el móvil. Pero, ¿durante cuánto tiempo? ¿una hora, media hora, dos minutos, quizá? Esta es una prueba que todos deberíamos hacer en algún momento para valorar nuestro grado de dependencia. Lo queramos o no, nuestros smartphones son una extensión más del cuerpo, esa de la que es muy difícil prescindir.

Los llamamos teléfonos inteligentes porque como bien sabemos, pueden llevar a cabo funciones extraordinarias que nos facilitan la vida. Ahora bien, algo que se está observando desde el campo de la psicología es que nuestros móviles están actuando ya como un comodín, como un sustitutivo a la propia inteligencia. Le transferimos funciones que nosotros mismos deberíamos llevar a cabo, delegándolas por comodidad, rapidez y eficacia.

Hace no muchos años, gran parte de nosotros nos sabíamos de memoria el número de teléfono de nuestros amigos, familia, de los novios y novias de entonces. Ahora, apenas recordamos el nuestro. Es más, algo que también venimos observando es cómo estamos perdiendo ciertas habilidades en materia de orientación. Ahora, usamos el GPS para casi cualquier cosa, prescindiendo de ese esfuerzo lógico-espacial a la hora de orientarnos en lugar determinado.

Podríamos decir, sin equivocarnos demasiado que hemos llegado a un punto en que no somos nosotros quienes controlamos al móvil; es el propio dispositivo quien se está adueñando de muchas de nuestras competencias.

Asimismo, se está dando otro fenómeno no menos interesante, a la vez que alarmante. Los teléfonos inteligentes están reduciendo nuestro rendimiento, nuestra energía y motivación. ¿De qué manera? Veamos más datos al respecto.

Debemos ser más hábiles que nuestros teléfonos inteligentes para evitar que ellos nos controlen a nosotros.

Dejar el móvil durante unas horas, cuestión de salud

Aunque no lo creamos, no va a pasar nada. El mundo no se va a detener. Si alguien nos llama o nos escribe, no se desintegrará por recibir nuestra respuesta un par de horas después. Cada cosa seguirá en su sitio, cada persona en su lugar y cada obligación en su horizonte. Ahora bien, tras esa desconexión, quien habrá cambiado seremos nosotros, porque nos sentiremos mucho mejor al dejar el móvil durante un tipo determinado. Esa es la clave. 

Sin embargo, por muy lógico que nos parezca este razonamiento, la verdad es que nos cuesta mucho llevarlo a cabo. Tanto es así, que hay una conducta frecuente de la que somos poco conscientes. Hemos llegado a un punto en que, incluso durante nuestros momentos de descanso e inactividad, estamos pendientes del móvil. Un descanso en el trabajo, mientras vamos en metro, mientras hacemos cola, mientras esperamos la película en el cine… Cualquier instante es bueno para echar un vistazo en el móvil.

Los efectos de usar el teléfono, incluso en nuestros instantes de descanso, son nocivos. El cerebro necesita desconectar cada poco tiempo, pero si le ofrecemos estímulos tan intensos como los contenidos en los dispositivos móviles, tal necesidad no se llevará a cabo. Y las consecuencias de ello son notables. Esto es al menos lo que nos ha demostrado un interesante estudio.

El agotamiento mental y los teléfonos móviles

La Universidad de Rutgers, en New Jersey, Estados Unidos, llevó a cabo un estudio este mismo en un amplio grupo de universitarios. Más de 400 alumnos realizaron una serie de ejercicios psicotécnicos de relativa dificultad. A la mitad de ellos se le pidió que descansaran durante una hora antes de efectuar la prueba. Durante ese tiempo de descanso, no podían utilizar los móviles.

Por contra, al otro grupo experimental se les permitió usar el teléfono mientras descansaban. Tras estas directrices previas y después de realizar las pruebas, los resultados fueron muy llamativos. Aquellos alumnos que usaron el móvil en su tiempo de descanso cometieron un 22% más de fallos que la muestra que no usó el móvil.

Asimismo, el tiempo que tardaban en procesar y entender cada pregunta del psicotécnico fue casi el doble que el de aquellos que prescindieron del teléfono. Estos datos vinieron a demostrar algo que los investigadores ya intuían: los dispositivos electrónicos reducen nuestra atención y nuestra efectividad para resolver problemas complejos. Es más, también quedó demostrado que descansar como mínimo del móvil durante una hora, nos permite recuperar la energía mental.

Dejar el móvil, liberarnos del proxy durante unas horas

Algo que nos demuestra el anterior estudio es lo siguiente: subestimamos los recursos que consume nuestro móvil. Y no nos referimos a energía eléctrica para recargar sus baterías, sino a las nuestras, a nuestras reservas cognitivas, a nuestra flexibilidad mental, a la capacidad para centrar la atención, observar, reaccionar, orientarnos en una ciudad y por qué no, hasta para conectar entre nosotros de una manera más cercana, humana.

Ahora bien, la respuesta a este problema no está en usar unos teléfonos más «tontos». La tecnología tiene pleno derecho a ser cada vez más hábil, avanzada y sofisticada. Todo ello revierte de muchas maneras en nosotros, y como tal, es hasta esperanzador. La clave está en el uso que hagamos de dichos recursos. Algo extraordinario no tendría por qué ser dañino si tuviéramos un mayor control sobre dichos dispositivos.

Dejar el móvil durante dos horas, tres o una tarde entera, no duele. Estar conectados de manera intensa y continuada, sí. A nuestro cerebro le duele y le agota, nos resta impulso, competencias e incluso bienestar. Esto es algo de lo que deberíamos ser más conscientes, puesto que tal y como nos señalan muchos expertos, hemos llegado a un punto en que creamos ya un vínculo emocional con el móvil. Ya no es un recurso, es un amigo que no podemos dejar olvidado en casa. Reflexionemos en ello. Desconectemos para recargar, apaguemos, para vivir.


viernes, 11 de octubre de 2019

¿La depresión se hereda?

Hay personas que son más propensas a sufrir de depresión, como aquellos que han sido víctimas de bullying. Ahora bien, vale la pena preguntarse: ¿podría heredarse este trastorno del estado del ánimo?

La depresión es uno de los trastornos del estado de ánimo más frecuentes en todo el mundo y uno de los problemas mentales más tratados en las consultas de psicología y psiquiatría, que puede afectar a cualquier rango de edad, con las diferencias de sintomatología según la etapa de desarrollo en la que se encuentre la persona.

En los niños, son más frecuentes los síntomas somáticos que en los adultos, en los que predominan más los problemas cognitivos y de estado de ánimo.

Este trastorno cursa con distintas alteraciones que afectan a todas las áreas de funcionamiento de la vida de la persona. A nivel general, dichas alteraciones son las siguientes:

  • Alteraciones del estado de ánimo o emocionales, como la tristeza profunda, sentimientos de desesperanza, desinterés por las cosas que antes sí interesaban, etc.
  • Alteraciones cognitivas o de pensamiento, entre las que destacan las ideas irracionales acerca de uno mismo, los demás y el mundo; dificultades en procesos psicológicos como la memoria, la concentración, la atención, etcétera; ideas de suicidio, autocrítica patológica.
  • Alteraciones del comportamiento, como la lentitud psicomotora, reducción y deterioro de la actividad a todos los niveles (social, rendimiento, autocuidado, etc.), pasividad y evitación.
  • Alteraciones fisiológicas, entre las que destacan las dificultades del sueño, falta de apetito, problemas sexuales, somatizaciones como: cefaleas, dolores gástricos, falta de energía y sensación continua de cansancio.

Una de las preguntas que más nos hacemos es si este trastorno se hereda. Pues bien, numerosos estudios nos dicen que, al igual que otro tipo de enfermedades, la depresión tiene un componente genético. 

Al realizar la historia clínica de un paciente, vemos que en un porcentaje considerable de los casos de depresión existen antecedentes familiares, ya sea de depresión o de otro tipo de trastorno mental. No obstante, esto por sí solo no determina que se haya heredado la enfermedad, ya que intervienen otra serie de factores importantes que pueden dar lugar a padecerla. Dichos factores vienen a ser los acontecimientos vitales de la persona, los factores sociales y psicológicos.

Además, hay personas que tienen mayor vulnerabilidad que otras para desarrollar una depresión, donde confluirán los factores anteriormente citados, cada uno en su medida. De manera que, a mayor vulnerabilidad, mayor probabilidad de adquirir el trastorno. 

Los estudios continúan indagando en la genética

Según los estudios sobre el componente genético de la depresión, existen al parecer una serie de genes que estarían involucrados, pero que a su vez están influenciados por la acción de los factores ambientales.

En las depresiones llamadas “endógenas” en las que tras una evaluación de la persona se puede ver que la influencia de los factores externos no es  determinante, es decir, que la depresión se debe a causas internas y orgánicas del funcionamiento de nuestro cerebro, es donde mejor se puede analizar el componente hereditario.

En estos casos, si la persona tiene antecedentes familiares de depresión, puede haber un factor genético en juego, pero no sería determinante.

En la depresión, el funcionamiento fisiológico del cerebro presenta alteraciones en algunos de los neurotransmisores, responsables de la regulación de las emociones, y para que estas alteraciones se den, no es necesario tener antecedentes familiares de este trastorno.

Siguiendo las conclusiones de los estudios sobre el tema, cuando se compara población general con personas con antecedentes de depresión en familiares de primer grado, se ve que hay mayor prevalencia del trastorno es estos últimos.

En cuanto al funcionamiento de los neurotransmisores que intervienen en la depresión, si estos están alterados, puede ocurrir que las personas sean más vulnerables a interpretar de manera negativa los acontecimientos que ocurren a su alrededor e incluso la visión que tienen de ellas mismas. 

El entorno, un factor clave

La depresión puede que sea heredada, pero también tenemos que tener en cuenta que la forma de pensar, la interpretación que hacemos de las situaciones y las creencias y esquemas (de nosotros mismos y el mundo en general) son también aprendidos.

El entorno en el que crecemos y nos desarrollamos influye de manera directa en nuestra forma de ver el mundo. Por ejemplo, si alguno de los familiares cercanos de referencia, como el padre o la madre, tienen una tendencia a la visión negativa de las cosas y se hacen manifestaciones verbales y de actitud o comportamientos negativos, muy probablemente el niño crecerá acostumbrándose a eso y tenga la misma forma de interpretar lo que le rodea, haciéndole más predispuesto a la depresión. 

¿Sería hereditaria la depresión entonces?

Por lo tanto, la herencia sería un componente más, no el único y determinante. La interacción de múltiples factores, como vemos, es lo que daría lugar a este complejo trastorno.

Los acontecimientos vitales estresantes, como la muerte de algún ser querido, una separación o divorcio, pérdidas en general, los cambios importantes, etc., también son factores de riesgo que pueden contribuir al desarrollo de una depresión.

Los estudios indican que los factores de riesgo mencionados pueden elevar el riesgo genético que la persona posea. Por lo tanto, la interacción de todos los factores es lo que daría lugar a la depresión.

Los investigadores que nos ofrecen los resultados sobre si la depresión se hereda han realizado estudios con familias, hermanos gemelos y adoptados, para poder determinar desde todas las perspectivas posibles si la herencia biológica podría ser un único factor predisponente de la enfermedad o no.

Hoy en día todos los resultados arrojan las mismas conclusiones, y lo que parece científicamente más probable es que la depresión no tiene por qué heredarse, aunque la carga genética tenga un porcentaje de influencia a tener en cuenta.

En los trastornos mentales siempre se han de tener en cuenta múltiples factores de etiología y causalidad, que son los que determinan el origen de la enfermedad. Y para el tratamiento psicológico, esto es muy importante y necesario, además de intervenir en los factores que mantienen el problema. 

jueves, 10 de octubre de 2019

La necesidad de pertenencia

La necesidad de pertenencia puede ser un punto de apoyo o el lastre que nos hunda. La diferencia entre uno y otro caso estará en cómo la gestionemos y en qué recursos invirtamos en su satisfacción.

La necesidad de pertenencia puede alejarnos de lo que queremos o potenciar un campo de nuestro desarrollo. En este artículo explicaremos por qué. Además, detallaremos de qué se trata y cómo crear una pertenencia que nos nutra… en vez de restar peldaños a nuestro bienestar.

La salud tiene que ver con el campo social, psicológico y físico, según la Organización Mundial de la salud. Por ello, nuestra calidad de vida suele aumentar cuando invertimos en alguno de estos planos. En este sentido, las interacciones enriquecen el plano social; por eso, una medida inteligente es cuidarlas.

Sin embargo, hacer que determinada interacción se convierta en dependencia puede causarnos gran daño. De eso también te hablaremos hoy.

Necesidad de pertenencia, ¿qué es?

Cuando hablamos de necesidad de pertenencia hacemos referencia a aquel interés por formar parte de un grupo. Y, cuando decimos necesidad queremos decir, un impulso irresistible o urgente de hacerlo. En este sentido, cuando las personas sentimos que esta necesidad no está cubierta, solemos poner medios e invertir recursos importantes para que deje de ser así.

Abraham Maslow, psicólogo humanista, habló de que el ser humano debe satisfacer ciertas necesidades para poder alcanzar la autorrealización. Pero este autor, no se refería a necesidad como dependencia, más bien proponía, que era difícil alcanzar una necesidad que se encontrara en la parte superior de la pirámide sin haber nutrido las demás.

De esta manera, si observamos el panorama social, desgraciadamente sería sencillo encontrar personas que cuentan con un deseo exagerado por pertenecer; tanto, que le resulta tóxico.

Cuando querer conectar, nos aleja

Cuando la necesidad lo motiva todo, puede alejarnos de nuestras metas, incluso de quienes somos. Esto se debe a que solo nos centramos en cómo entrar a ese grupo tan anhelado y nos olvidamos del resto de planos. Por otro lado, cuando intentamos ser participes, podemos llegar a sabotear nuestro propósito: la ansiedad impide que seamos espontáneos.

Esto quiere decir que, como con todas las necesidades, la satisfacción de una no anula la satisfacción de las otras cuando esta consume todo el abanico de recursos de los que disponemos. De manera especial, hablamos de la atención y el tiempo.

Al estar pensando una y otra vez y no poder seguir nuestra vida sin ello, distorsionamos nuestra proyección, soportándola sobre una dependencia muy peligrosa: la insatisfacción. Comenzamos a olvidarnos, y dejamos de saber cómo somos, lo cual es esencial para la asertividad a la hora de tomar decisiones en nuestras actividades cotidianas.

¿Cómo crear una pertenencia que nos nutra?

Dejar a un lado la máscara o el teatro puede ser una buena idea. Mostrarnos de una manera natural también hará que terminemos encajando en determinados grupos de manera natural, minimizando el desgaste y haciendo más improbable el rechazo.

Por otro, podemos fluir. A veces echamos el ancla en pensamientos o emociones que poco ayudan. Incluso, hay ocasiones en las que prestamos demasiada atención a lo que sucedió o nos quedamos pensando de forma repetitiva lo que va a venir; esto dificulta la espontaneidad, y dejamos de disfrutar el momento presente.

De hecho, Steven C Hayes, psicólogo clínico estadounidense, señala en su libro A liberated Mind. How to Pivot Toward What Matters, lo esencial de separar lo importante de lo accesorio para que podamos vivir con mayor libertad, armonía y coraje.

Por otro lado, pertenecer a un grupo no lo es todo. Aunque el aislamiento sistemático y no deseado tampoco ayuda, lo que importa es que una necesidad no termine secuestrando por completo nuestros planes. No siempre es necesario satisfacer una necesidad antes de saltar a otra; de hecho, en muchos casos, la alternancia es positiva.

Dando un paso más, podemos decir que a veces las personas se sienten excluidas, aunque pertenezcan a un grupo, una sociedad o una cultura determinadas. Martín Hopenhayn habla de ello en su artículo «Sentido de pertenencia en sociedades fragmentadas. América Latina desde una perspectiva global«. Comenta cómo la globalización, la política y la identidad juegan un papel importante en la sensación de pertenencia.

En suma, la necesidad de pertenencia es tóxica cuando es tan intensa que llega a producir un secuestro de recursos e intereses, y saludable cuando hablamos de que constituye un estímulo para el crecimiento. Entonces, quizás la clave no está en satisfacerla, sino en elegir aquellos recursos que nos podamos permitir para invertir en este campo y destinarlos a él.

miércoles, 9 de octubre de 2019

La sabiduría desde la psicología

La sabiduría, que suele ser entendida como un producto exclusivo de la experiencia, va más allá. Así, en este artículo se presentan definiciones dadas por diferentes autores, como Sternberg, a la par que se desmitifican ciertas ideas y se desarrolla el problema de su medición.

La sabiduría, más allá de la concepción popular, ha sido estudiada por expertos de la inteligencia y psicólogos. De hecho, la sabiduría se puede definir en términos científicos, más allá de la atribución de conocimientos que solemos dar a nuestros mayores.

En este artículo vamos a hablar de lo que entiende la ciencia de la psicología por sabiduría. Un concepto difícil de estudiar por lo difuso de sus límites y por lo complicado que es utilizar la metodología científica con elementos internos.

¿Qué es la sabiduría según la psicología?

La sabiduría puede ser definida como un conjunto de conocimientos que se poseen en la pragmática de la vida a niveles de experto. Muchos han sido los autores que han tratado de identificar los componentes asociados a la sabiduría.

Los componentes que se suelen agrupar en torno a la sabiduría son:

  • Habilidades interpersonales: nivel de conocimiento, sensibilidad y sociabilidad a la hora de relacionarse con otras personas. Las habilidades interpersonales llevan a uno a adecuarse a las necesidades de su interlocutor y a exprimir de la forma más eficaz la interacción con el otro.
  • Habilidades de juicio y comunicación: la sabiduría, que suele relacionarse con la experiencia, implica conocimiento y consejo. Por ello, las personas sabias son individuos capaces de aconsejar sobre problemáticas y dar soluciones pragmáticas a las que otros no llegarían.
  • Comprensión: las personas sabias, al haber sido capaces de cultivar la emoción y junto con sus experiencias vitales, son individuos que comprenden y pueden empatizar.
  • Competencia general: este sería el componente más conocido o atribuido a la sabiduría. Las personas sabias son inteligentes, cultas, tienen conocimientos altos en diferentes campos y saben cómo comunicarlo.
¿La sabiduría implica obligatoriamente conocimientos?


Los expertos aluden que los dos factores más relevantes de la sabiduría son la comprensión excepcional y las habilidades de juicio y comunicación. Por ello, pueden existir personas que sean sabias pero que, por vicisitudes vitales, no posean grandes conocimientos acerca del mundo.

Todos los componentes citados anteriormente apelan, por tanto, a un constructo de sabiduría que alude a aspectos afectivos e interpersonales. Dicho de otra manera, una definición que va más allá de lo cognitivo.

La sabiduría según Holliday y Chandler (1986)

Para estos dos autores, la sabiduría implica: sagacidad, implicación para con los otros, consideración, perspicacia, intuición, conocer las propias limitaciones de uno, razón y lógica, experiencia, mente lógica, buena resolución de problemas y aprendizaje de los errores. La persona sabia es una buscadora de información que utiliza bien los datos de los que dispone.

La definición de Holliday y Chandler tiende más a relacionar la sabiduría con los factores cognitivos y aptitudes que permiten a una persona la adecuada y brillante resolución de problemas.

La sabiduría según Sternberg (1985)

Sternberg, por otro lado, define al sabio como alguien sensible, sociable, con buenas habilidades de juicio y comunicación, que comprende la vida, que ha aprendido de la experiencia y es capaz de conjugar diferentes puntos de vista.

Además de todas estas facultades interpersonales y emocionales, también define a la persona sabia como alguien inteligente, cultivado y con grandes competencias generales.

¿Cómo se analiza la sabiduría desde la ciencia?

De alguna manera, somos capaces de evaluar el nivel de una persona en la dimensión a través de pruebas estandarizadas y procedimientos cualitativos. Habría dos grandes grupos:

  • Tareas de planificación: se presenta a los sujetos una prueba en la que una persona tiene que tomar una decisión. Esta decisión versa sobre la vida en determinadas circunstancias. Puede ser una persona más joven, con aspectos a tener en cuenta en la toma de decisión… En esta prueba, la persona responde en voz alta con un plan que cubra lo que podría hacer, cuál sería el impacto de dicha decisión en los años venideros y qué otras informaciones necesita para tomar la decisión que pueden no encontrarse en la presentación de la tarea.
  • Tareas de revisión: se plantean situaciones en las que diferentes personas —que adoptaron caminos distintos ante una encrucijada— han de revisar las decisiones tomadas. Los sujetos evaluados reexaminan esas decisiones, respondiendo en voz alta. Reconstruyen y evalúan lo que dirían los protagonistas de la historia al hacerse mayores.
Ejemplo de tarea: Tadeo quiere casarse

Un ejemplo de tarea para evaluar la sabiduría podría ser el siguiente:

“Tadeo es un chico de 18 años que decide casarse con su novio, al que conoce desde hace nueve meses”.

Basándose en este enunciado, la persona ha de pensar en voz alta lo que debe de considerar Tadeo para tomar esta decisión. Reconstruye, desde el punto de vista de Tadeo, la historia, los momentos de la misma, posibles explicaciones que le hayan llevado a tomar esa decisión y evaluaciones acerca de la misma.

¿Se puede entrenar la sabiduría?

Muchos son los autores que han hablado de los componentes de la sabiduría, aunque son menos los que coinciden. Sin embargo, esto no quita para que se esté analizando cómo una persona puede mejorar en aquellos componentes sobre los que existe un mayor consenso.

Por ejemplo, lo que se trata de potenciar en la toma de decisiones es: contextualismo, relativismo e incertidumbre. El único factor de la toma de decisiones que se ha conseguido entrenar es el relativismo, y la calma o la mesura que este ofrece. No obstante, todavía parece demasiado arriesgada la meta de «entrenar» la sabiduría.

¿Qué olvida la ciencia?

Una parte que no suelen medir las pruebas estandarizadas son los factores emocionales y afectivos. Estás cuadran mejor para evaluar diferentes dimensiones de la inteligencia, como puede ser la inteligencia lógico -matemática o la inteligencia espacial.

Por otro lado, hasta la fecha sobreviven varias definiciones de sabiduría sin que exista un consenso muy amplio alrededor de una de ellas. Es un campo abierto, y por lo tanto, es tarea complicada la de medir en él. Esta disparidad a la hora de evaluar sabiduría puede hacer que en la actualidad contemos con resultados muy sesgados referidos a los diferentes grupos que se han estudiado.

martes, 8 de octubre de 2019

El experimento de Quattrone y Tversky, o el poder de la mentira

En el experimento de Quattrone y Tversky se evidenció que las personas tenemos una fuerte tendencia a contarnos mentiras y creérnoslas. Modificamos o suprimimos datos de la realidad, de forma más o menos consciente, para no entrar en conflicto con nosotros mismos.

Si alguien lo pregunta, la mayoría de nosotros diríamos que somos ajenos a las mentiras y al engaño. Casi todos creemos que lo que pensamos es verdad y que somos completamente sinceros en la mayoría de nuestras palabras y acciones. Sin embargo, el experimento de Quattrone y Tversky demostró que no es así.

El experimento de Quattrone y Tversky se llevó a cabo en 1984 y se publicó inicialmente en la Revista de personalidad y psicología social. El principal objetivo de este estudio era probar la existencia de un sesgo cognitivo conocido como “sesgo de autoconfirmación”. Tiene que ver con la necesidad de volver verdadero lo que pensamos, sea verdadero o no.

Este sesgo nos habla de mentiras. Sin embargo, en este caso, tales mentiras van enfocadas principalmente a nosotros mismos. Estamos hablando de autoengaño, ese proceso por el cual dejamos de ver, o de tomar en consideración, aspectos de la realidad que contradicen nuestras creencias o nos incomodan.

El experimento de Quattrone y Tversky muestra que nos engañamos a nosotros mismos con frecuencia. No lo hacemos maliciosamente, ni por falta de respeto a la verdad. Sencillamente es un mecanismo que nos ayuda a no enfrentar aspectos dolorosos o incómodos de la realidad. Veamos.

El experimento de Quattrone y Tversky

Para llevar a cabo el experimento de Quattrone y Tversky se tomó como base a un grupo de 34 voluntarios. A todos ellos se les dijo que se haría una investigación sobre “los aspectos médicos y psicológicos del atletismo”, lo cual no era cierto. Sin embargo, era necesario que lo creyeran así.

Luego, a todos se les pidió que sumergieran sus brazos en agua fría. Se les indicó que su nivel de resistencia a ese frío del agua era un indicador muy importante sobre su estado de salud en general, lo cual tampoco era cierto. Después se les pidió que hicieran otro tipo de tareas, como montar en bicicleta y actividades similares, que pretendían ser solo distractores.

Al final, a todos los voluntarios se les dio una charla sobre “la esperanza de vida”. Dentro de la misma, se les informó que existían dos tipos de corazones. El de tipo I era más resistente y, por lo tanto, menos vulnerable a desarrollar enfermedades cardíacas con el tiempo. El de tipo II, por el contrario, era un corazón débil y propenso a enfermar.

Un giro en el experimento

Después de esta primera fase, el experimento de Quattrone y Tversky tuvo un giro. El grupo de voluntarios se dividió en dos. Por separado, al grupo uno se le dijo que los brazos sumergidos en agua fría eran un indicador que permitía establecer si cada uno de ellos tenía un corazón de tipo I o de tipo II.

Añadieron que quienes tenían un corazón tipo I, es decir fuerte y resistente, aguantaban más tiempo con los brazos sumergidos en agua fría. Al otro grupo se le dijo lo contrario, es decir, que quienes tenían un corazón fuerte y resistente aguantaban menos tiempo con los brazos sumergidos en agua fría.

Después de esto, a todos los voluntarios se les pidió que volvieran a sumergir los brazos en agua fría para ajustar la evaluación de cada uno. El resultado fue curioso. Los integrantes del primer grupo aguantaron mucho más tiempo con los brazos bajo el agua fría con respecto a la primera vez que habían realizado esta acción. Con el otro grupo ocurrió lo contrario.

Las conclusiones del experimento

En general, la variación «del tiempo de aguante» varió un promedio de 10 segundos. Los que en principio habían aguantado 35 segundos, ahora aguantaban 45 segundos si pertenecían al grupo uno. Y los que habían aguantado 35 segundos, ahora aguantaban 25, si pertenecían al grupo dos. ¿Qué podrían concluir de esto los investigadores?

Para matizar las conclusiones, a todos los participantes se les preguntó si el dato sobre los dos tipos de corazón había hecho que resistieran más, o menos, según el caso, para probar que tenían un corazón fuerte. De los 38 voluntarios, 29 lo negaron. Luego se les preguntó si creían que tenían un corazón saludable. El 60 % de los que había negado la manipulación del tiempo de resistencia dijo que sí.

Para los investigadores, los resultaron probaron que hay una fuerte tendencia a autoengañarnos. Algunos suprimen por completo los datos de la realidad, solo para probar que están en lo cierto y, de paso, no enfrentar situaciones que pueden resultar incómodas o preocupantes.