viernes, 21 de febrero de 2020

La ley del hielo, una forma disfrazada de abuso psicológico

La famosa ley del hielo es un recurso muy utilizado por personasque aparentemente gozan de un gran autocontrol y presumen de ser racionales antes que intuitivos. Al mismo tiempo, corresponde no solo a una expresión de violencia pasiva, sino también a un mecanismo disfrazado de abuso psicológico. Esto quiere decir que daña profundamente a la persona sobre la que se aplica.

Se le llama ley del hielo a ese conjunto de comportamientos que tienen por objetivo ignoraral otro. Se da en todo tipo de relaciones: pareja, amigos, padres e hijos, familiares, etc. Implica la existencia de un conflicto previo. Sin embargo, en algunas ocasiones, la víctima de este tipo de conductas ignora dicho conflicto, precisamente porque el otro no se lo ha expresado abiertamente.

A la ley del hielo corresponden acciones como dejar de hablarle a alguien, no tomar en cuenta lo que el otro dice o fingirque no se le escucha; tomar distancia y evitar la compañía de determinada persona, como si estuviera contagiada de algo; pasar por alto las peticiones o necesidades expresas y llevar a cabo cualquier conducta que tenga como objetivo anular o invisibilizar a alguien.

Este tipo de comportamientos son bastante nocivos. No solo denotan inmadurez, mezquindad y falta de inteligencia emocional, sino que también pueden causar graves efectos en el otro. Constituyen un intento por controlary vejar a los demás y no representan nada positivo para una relación.

La ley del hielo puede causar estrés emocional y traumas

La persona a quien otro le aplica la ley del hielo puede llegar a experimentar sentimientos negativos muy intensos. Piensa que Ignorar a alguien es devaluarlo e incluso anularlo. Además, esto se torna más insano cuando todo se da en el marco de un silencio duro y crudo, que la víctima no sabe finalmente interpretar.

Quien es ignorado, eventualmente se sumerge en sentimientos de tristeza que a veces se convierten en depresión. También siente ira, miedo y culpa. Ignorar a una persona es una forma de señalarla con el dedo, de acusarla, pero de manera implícita. Eso es precisamente lo que convierte este mecanismo en una forma enfermiza de afrontar un conflicto.

La víctima de este tipo de comportamientos también suele llenarse de angustia. No termina de saber qué está haciendo mal o por qué exactamente se le trata de este modo. Experimenta la situación como si hubiera perdido el control y esto origina un fuerte estrés. De ahí que se le considere una forma de abuso en la que no hay gritos, ni golpes, pero sí mucha violencia.

La ley del hielo genera también efectos físicos

Hay estudios que prueban que el sentimiento de estar siendo excluido o ignorado da lugar a algunos cambios en el cerebro. Existe una zona llamada “corteza cingulada anterior”, cuya función es la de detectar los diferentes niveles de dolor en el ser humano. Pues bien, se comprobó que esta zona se activa cuando a alguien le aplican la ley del hielo.

El resultado de esto es que también comienzan a aparecer síntomas físicos. Es usual que se presenten dolores de cabeza y problemas digestivos. También es frecuente la aparición de insomnio y fatiga. Si la situación es muy severa y continuada, surgen problemas más graves, como incremento de la presión arterial, diabetes e incluso enfermedades como el cáncer.

El sistema autoinmune también se ve afectado, principalmente por las altas dosis de estrés que provoca esta situación. Las consecuencias son más graves cuando quien aplica la ley del hielo es una figura de poder, bien sea un maestro, un padre o un director.

Aprender a sortear este tipo de situaciones

A veces la ley del hielo se aplica entre dos personas que se tienen mucho afecto, como los miembros de una pareja, grandes amigos, hermanos, etc. Algunos piensan que al imponer ese régimen el otro va a cambiar algún comportamiento o va a hacer que el otro haga lo que ellos quieren que haga. Lo consideran casi una herramienta educativa. Sin embargo, están muy equivocados. Ignorar al otro como una forma de castigo solo destruye las relaciones.

Como muchas tácticas, en el fondo defensivas y frutos de la inseguridad, esta revela una mala gestión de la comunicación. El silencio es sano cuando hay mucha exaltación y se hace necesario hacer una pausa antes de agravar lo que sucede. Sin embargo, cuando se usa como medio de control o de castigo se convierte en abuso.

Nadie debe permitir pasivamente ser ignorado por otro, al menos no sin tener una explicación de su comportamiento. Tampoco nadie debe intentar resolver un conflicto a través de la ley del hielo. Cuando hay un problema entre dos seres humanos, lo único sano es buscar la manera de dialogar para encontrar soluciones. El silencio y la distancia solo generan más equívocos y, al final, no solucionan absolutamente nada.

jueves, 20 de febrero de 2020

Terapia metacognitiva para manejar el malestar emocional

Igual que existen muchos conceptos en psicología que son de uso común y que, en mayor o menor medida, conocemos todos, hay otros que nos son totalmente desconocidos. De hecho, cuando vamos a terapia con un buen psicólogo que trabaja de forma adecuada, es normal que nos hable de términos que no habíamos oído antes.

Lo mismo nos puede pasar con esto de la terapia metacognitiva. Por ello, al igual que cuando el terapeuta nos devuelve el plan de tratamiento y nos va explicando la intervención que plantea, aquí explicaremos en qué consiste este tipo de tratamiento y cómo nos ayuda a manejar nuestro malestar.

¿Qué es la metacognición?

Sigamos con el ejemplo de ir a terapia. Cuando acudimos a un psicólogo de corte cognitivo-conductual, que trabaje usando técnicas avaladas científicamente, el método suele seguir un orden: primero una evaluación y luego una devolución de resultados con un plan de intervención personalizado. Cuando el terapeuta nos explica qué es lo que nos pasa, nos habla de cómo funcionan nuestras emociones y porqué sentimos lo que sentimos.

Aquí es importante tener en cuenta que una buena parte del malestar que nos generan algunas situaciones nace de nuestra forma de interpretarlas. Me explico: ante una misma situación, nos podemos sentir de formas diversas según los pensamientos que nutramos. De hecho, muchas veces nos sentimos mal porque nuestros dichos pensamientos no se ajustan a la realidad.

Por eso, en el marco de la terapia cognitiva nos centramos en aprender a identificar, cuestionar y cambiar estos pensamientos automáticos y las creencias irracionales asociadas. Consiguiendo esto, nos es posible disminuir la intensidad de las emociones negativas. Pero cada vez se hace más presente que, además de tener en cuenta estas cogniciones, hay que trabajar también los aspectos metacognitivos.

En este sentido, la metacognición sería el conjunto de factores de interpretación, monitoreo y control de la cognición. En otras palabras: se refiere a nuestros pensamientos sobre cómo y qué pensamos. Es decir, la metacognición es todo aquello que forma parte de nuestros intentos de manejar y dar significado a nuestros pensamientos, creencias, y demás procesos cognitivos.

¿Qué es la terapia metacognitiva?

Así, el malestar emocional puede ser generado y acompañado por creencias metacognitivas negativas. Estas pueden ser del tipo «tener malos pensamientos significa que soy malo», «preocuparme me ayudará a estar preparado», «si analizo esto, voy a conseguir respuestas», «si entiendo el porqué de esta situación, me sentiré mejor o podré encontrar soluciones«, «no tengo control sobre mis pensamientos», «si pienso algo malo, haré cosas malas».

Este tipo de creencias metacognitivas hacen que se mantengan procesos cognitivos que generan, mantienen y cronifican el malestar emocional, como la rumiación, las preocupaciones, focalizar la atención en estímulos negativos (sesgo atencional negativo), centrarse en las causas en vez de en las soluciones, etc. Además, se suelen poner en marcha estrategias de control y supresión inefectivas que intensifican las emociones negativas.

Por lo tanto,la terapia metacognitiva se centra en remover modos de procesamiento disfuncionales. Es decir, en cambiar esa forma inflexible de pensar de la persona que hace que esté «atrapada» en un procesamiento de sí mismo negativo prolongado. En definitiva, busca cambiar cómo respondemos a nuestros pensamientos.

Esto nos permite trabajar más en profundidad que con la terapia cognitiva tradicional, ya que no sólo cambiamos el contenido de nuestros pensamientos, sino la manera de pensar en sí misma. De hecho, los estudios al respecto reflejan que la terapia metacognitiva es efectiva para el tratamiento de la ansiedad generalizada, el trastorno de estrés postraumático o el trastorno depresivo mayor.

miércoles, 19 de febrero de 2020

El mito de Deméter, la diosa rubia

El mito de Démeter nos habla de una diosa madre, para la que lo más importante son sus propios hijos y que, por extensión, protege los ciclos de la vida y del alimento, representados en la agricultura y la fertilidad de la tierra.

El mito de Deméter era uno de los más importantes para los griegos. Esta diosa era venerada en muchos lugares ya que se identificaba como “la gran madre” de la humanidad, por encima de otras diosas que en principio tenían mayor importancia que ella, como Gea o Rea.

Deméter era la diosa protectora de los granos, las cosechas y la fertilidad de los campos. También era la guardiana del matrimonio, de la ley sagrada y de los ciclos de la vida y de la muerte. Era hija de Cronos, padre del tiempo, y de Rea, madre universal. Sus abuelos eran Urano y Gea. Formaba parte del grupo principal de los dioses olímpicos.

En el mito de Deméter la diosa es representada como una hermosa mujer de cabellera rubia. La versión más extendida dice que tuvo una hija con su hermano Zeus. Otra versión señala que esa hija fue fruto de su unión con Yasón, su sobrino, hijo de Zeus y Electra. Sea como fuere, la diosa dio a luz a una hermosa niña que fascinaba a todo aquel que la mirara.

El mito de Deméter y Perséfone

El mito de Deméter cuenta que la diosa amaba tiernamente a su hija, a la que llamó Perséfone. Esta chica recorría los campos, fertilizando todo lo que encontraba a su paso y haciendo que la vida brotara por donde iba. Hades, el dios del inframundo, la observó y quedó enamorado de su belleza. En secreto, Zeus se la dio como esposa sin decirle nada a la madre.

Un día Perséfone estaba recorriendo los campos, como de costumbre. Iba por las tierras de Sicilia cortando flores, con las hijas de Océano, sus amigas. De repente, la tierra tembló y de las profundidades del suelo salió Hades con su carro. Perséfone gritó, llamando a su madre, pero fue inútil. Hades la raptó y la llevó con él a su reino.

Cuenta el mito de Deméter que cuando la diosa se dio cuenta de la desaparición de su hija, montó en cólera y convirtió a las hijas de Océano en sirenas. Quería castigarlas por no haber protegido suficientemente a Perséfone. Luego vagó durante nueve días en busca de su hija, sin comer, ni beber y emitiendo terribles lamentos por lo sucedido.

Una aventura nueva

Tras los nueve días de búsqueda, Hécate, diosa de la magia y de la brujería, escuchó sus lamentos y supo de su gran pena. Cuenta el mito de Deméter que esta llevó a la diosa rubia ante Helios, el sol, que todo lo veía y todo lo sabía. Esta divinidad le contó que su hija estaba en el mundo de los muertos.

Desesperada, pues no sabía cómo llegar al inframundo, Deméter decidió no volver al Olimpo y en cambio comenzó a vagar por la Tierra sin rumbo. Se disfrazó de anciana y así llegó a Eleusis y se sentó al lado de un pozo. Las hijas del rey Celeo y de la reina Metaneira llegaron allí para llevar agua y la diosa, con su disfraz, decidió mentirles.

Les dijo que venía de Creta y que unos piratas la habían raptado y luego liberado. Señaló que podía hacer cualquier trabajo doméstico y así fue acogida por el rey Celeo como niñera para su hijo menor, Demofonte. Deméter se encariñó mucho y decidió darle la inmortalidad; para esto tenía que hacer una serie de ritos, entre ellos, quemarle la piel en una hoguera.

La madre del niño la descubrió llevando a cabo este ritual y entró en pánico. Cuenta el mito de Deméter que la diosa se vio obligada a revelar quién era. No logró darle la inmortalidad al niño, pero, en cambio, le enseñó los secretos de la agricultura y este a su vez le transmitió esos conocimientos a los hombres.

Un reencuentro feliz

Mientras Démeter buscaba a su hija, olvidó sus tareas como protectora de las cosechas, de manera que la tierra comenzó a volverse estéril. Todo lo que se sembraba terminaba marchitándose y los hombres estaban comenzando a aguantar hambre. Preocupado por la situación, Zeus decidió hacer un acuerdo con Hades.

Finalmente llegaron al convenio de que Perséfone pasaría seis meses en el inframundo con Hades y otros seis en el Olimpo con su madre. Mientras Perséfone está en el averno, la tierra no produce nada; cuando se reúne con su madre, los campos se tornan fértiles. Así nacieron las estaciones.

Deméter pidió que se le hiciera un culto en Eleusis, donde la habían acogido con cordialidad. Dicho culto era secreto y ninguno de los que lo practicara en el futuro debía revelar sus pormenores. Una de las sacerdotisas fue torturada hasta la muerte para que contara los secretos, pero ella se resistió.

Al saberlo, la diosa rubia mandó una plaga a esa región y del cuerpo de la sacerdotisa, que se llamaba Melisa, hizo que salieran las abejas, grandes amigas de la fertilidad en los campos.

martes, 18 de febrero de 2020

La importancia de comprender que todo es pasajero

Cuando te encuentres atravesando un periodo de dificultad, recuerda que todo es pasajero. Esto te ayudará a mantener la calma y el optimismo.

A lo largo de nuestra vida, experimentamos una gran diversidad de estados emocionales. Cuando todo sucede acorde a nuestras expectativas, por norma nos sentimos eufóricos y exitosos. Pero, cuando hemos de hacer frente a desafíos y frustraciones nos vemos, con mucha frecuencia, embargados por el pánico. Si lográsemos comprender que todo es pasajero, podríamos relacionarnos con nuestras emociones desde una perspectiva más sana.

Por lo general, tenemos una concepción extremadamente dicotómica del mundo que nos rodea. Todo es blanco o negro, bueno o malo. De tal forma, las emociones positivas se convierten en deseables y las negativas en algo que tratamos de evitar a toda costa. 

A pesar de que resulta mucho más prudente dar espacio a ambas en nuestro interior, esto nos resulta verdaderamente complicado. ¿Por qué? Porque sentimos que estas se quedarán con nosotros para siempre.

La exigencia de la felicidad constante

Debido a nuestra tendencia a etiquetar, hemos condenado a las emociones negativas al destierro. Nos negamos a mirarlas, a escucharlas, a aceptarlas. Nos exigimos a nosotros mismos vivir en un perpetuo estado de felicidad.

Esta es una expectativa completamente irrealizable que nos lleva a comportamientos insanos y dañinos. Reprimimos nuestras emociones, las ocultamos, hacemos todo lo posible por distraer nuestra mente cuando estas aparecen. Pero es necesario comprender que no son más que reacciones naturales de nuestro cuerpo ante lo que acontece, que cumplen una función.

Igual que no todo lo que sucede es positivo, tampoco podemos pretender que todas nuestras emociones lo sean. Las circunstancias son cambiantes y, por ende, las emociones también. Generar la obligación de mantener un estado de ánimo elevado de manera constante solo nos aleja de ese sentimiento de plenitud que buscamos.

El temor a la tristeza infinita

El cambio forma parte del camino. Sea cual sea nuestra edad, habremos podido comprobar que ni la euforia ni la tristeza son eternas-aunque en alguna ocasión pueda darnos la sensación de serlo-. Una realidad que nos cuesta aceptar cuando nuestra mirada se ve contaminada por expectativas de futuro negativas o circunstancias adversas.

Cuando la vida nos golpea, las emociones negativas hacen su consecuente aparición. A la mayoría de nosotros no nos han enseñado a lidiar con ellas y continuamos viéndolas como el enemigo, por lo que en ese mismo instante comenzamos a desear deshacernos cuanto antes de ese incómodo sentimiento.

Así, ponemos en marcha todo nuestro arsenal de estrategias para evitar mirar de frente ese dolor. Salimos con amigos, reordenamos el armario, nos distraemos con libros y películas.

Hasta que, inevitablemente, llega el momento en que no queda otro remedio que hacer frente a la realidad y comprobamos que esas emociones no se han ido. Siguen ahí, creando nudos en la garganta y haciéndonos percibir el dolor de una forma casi física. Es entonces cuando el pánico se apodera de nosotros: nunca lograremos volver a sentirnos bien.

La agonía que experimentamos no proviene ya de lo ocurrido ni del sentimiento negativo que nos acecha. Ahora nuestro mayor temor es que estas emociones no desaparezcan.

Ya hemos agotado todos nuestros recursos de afrontamiento y ni siquiera hemos conseguido paliar su intensidad. Por lo que, ahora, la preocupación se suma a nuestra situación de vulnerabilidad.

Todo es pasajero

Es en esos momentos, cuando más necesitamos recordar aquello que ya sabemos y tantas veces hemos comprobado: todo es pasajero. La tristeza se irá, el miedo comenzará a aflojar; un día, cuando menos lo esperes, te encontrarás sonriendo de nuevo.

El único método para acelerar el proceso de sanación es atreverte a vivirlo. Atreverte a sentir, acoger la incomodidad y acompañarte a ti mismo. Si logras recordar que todo pasará, podrás mirar tu situación desde una nueva perspectiva. Te darás el permiso para aceptar esa natural reacción de tu cuerpo y aprender de ella.

La seguridad de que nada es eterno te permitirá mantener la calma durante la tormenta, y esperar con optimismo la llegada del sol. La vida no siempre es perfecta -de hecho, rara vez frisa este adjetivo-, y no necesitas que lo sea. Cada experiencia, a su manera, nos ayuda a crecer. Por ello, si tus fuerzas flaquean y te asaltan las dudas, recuerda que todo pasa.

lunes, 17 de febrero de 2020

¿Los hijos únicos son más narcisistas?

¿Has pensado alguna vez que la ausencia de hermanos hace que un hijo sea más narcisista? Pues bien, en este artículo analizamos qué hay de cierto en esta creencia tan extendida, y para algunos también, tan lógica.

A todos nos gusta obtener o contar con la aprobación de los demás. En este sentido, todos podemos mostrar una cierta tendencia narcisista no patológica. Sin embargo, si una persona está demasiado preocupada por su autoestima y busca de manera constante la aprobación de los demás, lo más probable es que haya desarrollado o desarrolle el trastorno narcisista de la personalidad.

A los niños les ocurre exactamente lo mismo y pueden tener tendencias narcisistas o desarrollar el trastorno. Esto va a depender del núcleo familiar y del estilo de crianza dado. ¿Creéis que los hijos únicos son más narcisistas que los hijos que tienen hermanos?

Así, en este artículo analizaremos si las investigaciones apoyan la hipótesis de que los hijos únicos son más narcisistas que los hijos que tienen hermanos. Quizás, el título nos sugiera que sí. Pero, ¿será esto verdad?

¿Qué es el trastorno narcisista de la personalidad?

Hablamos detrastorno narcisista de personalidad como el patrón generalizado que engloba grandiosidad. Esta grandiosidad se manifiesta en el pensamiento y en el comportamiento de la persona. Además, incluye una necesidad imperiosa de admiración y una falta de trato empático o empatía hacia las demás personas.

Para Freud, el narcisismo se podía considerar primario y secundario, el primero implica una falta de relación con el mundo externo; mientras que en el narcisismo secundario no hay relación con objetos que no sean el propio yo o representantes de este (Serra y Jacqueline, 2016).

Según Caballo (2004):«las personas con trastorno narcisista de la personalidad se caracterizan por mostrarse ambiciosos y sensibles a la evaluación de aquellos que los rodean, ya que dicha evaluación da como resultado sentimientos de vergüenza, rabia, ira, humillación e incluso puede ocasionar que la persona con el trastorno niegue sus errores. Es importante mencionar dentro de las características del trastorno que las personas tienden a  relacionarse de manera que puedan explotar a los demás debido a su poca empatía».

¿Cómo se desarrolla el narcisismo en los hijos?

El narcisismo en muchos casos es producto de un entorno familiar donde los niños son amados y mimados solo cuando alcanzan ciertos logros. El niño experimenta sentimientos agradables, como orgullo, confianza, fortaleza y singularidad, siempre que muestre el comportamiento y el éxito que sus padres esperan y reciba sus elogios.

Cuando el niño no recibe elogios, todo su ser se llena de sentimientos de vergüenza, insuficiencia y celos. Estas emociones llevan al niño a creer que no son aceptados o amados y, por tanto, genera en los hijos una inestabilidad emocional importante. Es fácil que un niño que experimenta emociones negativas como estas se llene de ira.

Una rabia que el niño muchas veces esconde por temor a que dañe la relación, ya de por sí tensa, con sus padres. Estas emociones están acompañadas por la soledad, el vacío y la ansiedad. A medida que el niño sigue experimentando elogios y críticas, va y viene entre emociones y pensamientos contradictorios.

Cuando el niño logre el éxito, surgirán sentimientos de superioridad y singularidad sobre los demás y querrá que todos los demás se sometan a su voluntad. En caso de fracaso o rechazo, él o ella experimentará sentimientos de inferioridad e insuficiencia, así como soledad y desilusión. Ir y venir entre estas emociones contradictorias se convierte en la esencia que da forma a la existencia de un niño.

¿Será cierto que los hijos únicos son más narcisistas?

Probablemente todos hayamos pensado que sí y creamos que el hecho de ser criados sin hermanos agudiza la presencia de rasgos narcisistas en los hijos. Sin embargo, un estudio llevado a cabo por unos investigadores alemanes ha logrado desmentir ese mito.

Según el estudio dirigido el pasado año por el investigador Michael Dufner, los hijos únicos no son más narcisistas que aquellos que tienen hermanos y hermanas, como se pensaba hasta el momento.

En palabras de Michael Dufner: «la gente cree que los hijos únicos son más narcisistas que aquellos que tienen hermanos, pero esto no es cierto«. Esto nos deja claro una vez más que tenemos que dejar de lado los estereotipos.

domingo, 16 de febrero de 2020

Las 4 etapas de la vida según Carl Jung

El ciclo vital del ser humano, según Carl Jung, se define por una búsqueda a lo largo de cuatro etapas. Durante las mismas, nuestras necesidades cambian, hasta dejar de apegarnos a lo material para adquirir un sentido más espiritual.

Las 4 etapas de la vida según Carl Jung conforman un ejercicio de valiosa reflexión para el cual, no pasa el tiempo. Así, el célebre psiquiatra suizo y fundador de la psicología analítica nos invita a esos universos profundos y míticos de la psique humana, ahí donde revelarnos conceptos tan conocidos por todos como «el inconsciente colectivo», «la sincronicidad» o «los arquetipos».

Son precisamente estos últimos, los arquetipos, los que tejen y dan forma a su interesante teoría sobre las etapas vitales. Fue en su trabajo El hombre y sus símbolos, el libro que se publicó poco antes de su muerte, donde quiso transmitir al gran público en general la trascendencia de esta idea. Para él, la simbología y en concreto, los arquetipos, son imágenes que contienen nuestra esencia a lo largo de la historia y la propia cultura.

Son patrones arcaicos y universales que se contienen en el propio inconsciente colectivo. Sacarlos a la luz, entenderlos y desgranar su mensaje nos ayudará a conocernos mejor. También, a mejorar como personas para alcanzar la plenitud. Por ello, su idea sobre las etapas de la vida no busca solo ilustrarnos sobre una más de sus ideas o teorías.

Lo que pretendía con ello es concienciarnos de algo muy concreto. A menudo, avanzamos por la vida creyéndonos competentes, creemos que tenemos todas las verdades y que nada se nos puede resistir. Sin embargo, para madurar, crecer y envejecer de manera plena y acertada, necesitamos ser más humildes y más receptivos.

Las 4 etapas de la vida según Carl Jung

Fue casi durante sus últimos años cuando Carl Jung volcó gran parte de su trabajo en un objetivo: la iluminación. Iluminación entendida como ejercicio de transmisión de conocimiento. Su intención era facilitar un ejercicio de reflexión al gran público por el que cualquier persona fuera capaz de entender que la sabiduría es lo que da la libertad y la felicidad.

Así, y tomando sus propias palabras, «nuestra visión solo se aclarará cuando miremos a nuestro interior, cuando entendamos nuestros sueños y esos procesos de nuestra psique. En ese momento, justo cuando entendamos qué hay dentro, despertaremos». De este modo, su teoría sobre las 4 etapas de la vida busca esa misma finalidad, despertarnos, hacernos entender qué somos y cómo podemos mejorar. Conozcámosla más en profundidad.

1. La etapa de Hércules o el atleta

Como bien señalábamos al inicio, la teoría de Jung sobre las etapas de vitales parte del concepto de los arquetipos. De este modo, la primera fase de nuestra existencia representa la figura de Hércules o el atleta. Es en efecto, un héroe, todo él reluce, nos llena admiración, representa el atrevimiento y la gallardía, pero también el culto al cuerpo.

Hércules representa la fuerza y también la vistosidad corporal. Así, durante la primera etapa vital es común que nos obsesionemos por lo físico, tanto por el nuestro como por el de los demás. Vivimos observando nuestro reflejo en los espejos y valorando la belleza y la fuerza ajena, como si ese conjunto fuera la clave del éxito.

2. Apolo o el mundo del Guerrero

Poco a poco, y según la teoría de las 4 etapas de la vida según Carl Jung, vamos dejando esa fijación por la apariencia para centrarnos en otras metas. Queremos poseer, conquistar, acumular… Nos alzamos como auténticos Apolos en busca de nuevos logros para sentirnos bien.

Esta conducta nos aboca a menudo al egoísmo, a querer lo que tiene el otro, a subir en escalafones, a batallar en nuevos escenarios para alcanzar éxitos. Somos guerreros materialistas que no miran el mundo desde el corazón y que viven centrados en el ansia por conseguir refuerzos, cosas y nuevas sensaciones.

3. El sacerdote o la sensación de carencia

En la tercera etapa de nuestra existencia, según la teoría de Carl Jung, acontece algo bastante común: la sensación de carencia. El ser humano toma conciencia de que todo lo logrado hasta el momento no lo hace sentir completo; ansía un cambio.

Este giro de sentido vital hace que la persona se vuelque entonces en los demás. Se alza por tanto el arquetipo del sacerdote, aquel que deja de estar apegado a lo material para centrarse más en lo emocional, en ayudar a los suyos, en conferir apoyo. Su objetivo es «dar», proyectar lo que uno es, lo que uno siente y posee para beneficio ajeno.

4. La etapa espiritual de Hermes

En la cuarta fase de la teoría de las 4 etapas de la vida según Carl Jung, se abre un momento donde dar un paso más. Es ese donde seguimos teniendo la sensación de que en nosotros falta algo. Ayudar a otros, ofrecer, atender, cuidar e incluso amar no es suficiente y, por tanto, ansiamos algo más.

Esa búsqueda nos lleva al plano espiritual. Ya hemos trascendido a lo puramente material e incluso a lo afectivo, para observarnos a nosotros mismos desde el exterior y entender que aún podemos mejorar un poco más. Podemos hacerlo siendo virtuosos, cultivando nuevos saberes, aprendizajes, elevando el conocimiento al máximo para entender a su vez, que todo está conectado, que el ser humano puede ser excepcional.

Esta idea encaja muy bien en las palabras de Lao-Tse, «¿puedes alejarte de tu propia mente y así entender todas las cosas? Dar luz, aprender, tener sin poseer, actuar sin expectativas, liderar y no tratar de controlar: esta es la virtud suprema»

Para concluir, tal y como hemos podido intuir, la teoría de las etapas vitales de Jung representa nuestra búsqueda. Conforma de algún modo, ese camino donde ir alcanzando la autorrealización a medida que nos volvemos más humildes, menos aferrados a los aspectos materiales. Una buena reflexión, no hay duda.

sábado, 15 de febrero de 2020

La ley del hielo, una forma disfrazada de abuso psicológico

La famosa ley del hielo es un recurso muy utilizado por personasque aparentemente gozan de un gran autocontrol y presumen de ser racionales antes que intuitivos. Al mismo tiempo, corresponde no solo a una expresión de violencia pasiva, sino también a un mecanismo disfrazado de abuso psicológico. Esto quiere decir que daña profundamente a la persona sobre la que se aplica.

Se le llama ley del hielo a ese conjunto de comportamientos que tienen por objetivo ignoraral otro. Se da en todo tipo de relaciones: pareja, amigos, padres e hijos, familiares, etc. Implica la existencia de un conflicto previo. Sin embargo, en algunas ocasiones, la víctima de este tipo de conductas ignora dicho conflicto, precisamente porque el otro no se lo ha expresado abiertamente.

A la ley del hielo corresponden acciones como dejar de hablarle a alguien, no tomar en cuenta lo que el otro dice o fingirque no se le escucha; tomar distancia y evitar la compañía de determinada persona, como si estuviera contagiada de algo; pasar por alto las peticiones o necesidades expresas y llevar a cabo cualquier conducta que tenga como objetivo anular o invisibilizar a alguien.

Este tipo de comportamientos son bastante nocivos. No solo denotan inmadurez, mezquindad y falta de inteligencia emocional, sino que también pueden causar graves efectos en el otro. Constituyen un intento por controlary vejar a los demás y no representan nada positivo para una relación.

La ley del hielo puede causar estrés emocional y traumas

La persona a quien otro le aplica la ley del hielo puede llegar a experimentar sentimientos negativos muy intensos. Piensa que Ignorar a alguien es devaluarlo e incluso anularlo. Además, esto se torna más insano cuando todo se da en el marco de un silencio duro y crudo, que la víctima no sabe finalmente interpretar.

Quien es ignorado, eventualmente se sumerge en sentimientos de tristeza que a veces se convierten en depresión. También siente ira, miedo y culpa. Ignorar a una persona es una forma de señalarla con el dedo, de acusarla, pero de manera implícita. Eso es precisamente lo que convierte este mecanismo en una forma enfermiza de afrontar un conflicto.

La víctima de este tipo de comportamientos también suele llenarse de angustia. No termina de saber qué está haciendo mal o por qué exactamente se le trata de este modo. Experimenta la situación como si hubiera perdido el control y esto origina un fuerte estrés. De ahí que se le considere una forma de abuso en la que no hay gritos, ni golpes, pero sí mucha violencia.

La ley del hielo genera también efectos físicos

Hay estudios que prueban que el sentimiento de estar siendo excluido o ignorado da lugar a algunos cambios en el cerebro. Existe una zona llamada “corteza cingulada anterior”, cuya función es la de detectar los diferentes niveles de dolor en el ser humano. Pues bien, se comprobó que esta zona se activa cuando a alguien le aplican la ley del hielo.

El resultado de esto es que también comienzan a aparecer síntomas físicos. Es usual que se presenten dolores de cabeza y problemas digestivos. También es frecuente la aparición de insomnio y fatiga. Si la situación es muy severa y continuada, surgen problemas más graves, como incremento de la presión arterial, diabetes e incluso enfermedades como el cáncer.

El sistema autoinmune también se ve afectado, principalmente por las altas dosis de estrés que provoca esta situación. Las consecuencias son más graves cuando quien aplica la ley del hielo es una figura de poder, bien sea un maestro, un padre o un director.

Aprender a sortear este tipo de situaciones

A veces la ley del hielo se aplica entre dos personas que se tienen mucho afecto, como los miembros de una pareja, grandes amigos, hermanos, etc. Algunos piensan que al imponer ese régimen el otro va a cambiar algún comportamiento o va a hacer que el otro haga lo que ellos quieren que haga. Lo consideran casi una herramienta educativa. Sin embargo, están muy equivocados. Ignorar al otro como una forma de castigo solo destruye las relaciones.

Como muchas tácticas, en el fondo defensivas y frutos de la inseguridad, esta revela una mala gestión de la comunicación. El silencio es sano cuando hay mucha exaltación y se hace necesario hacer una pausa antes de agravar lo que sucede. Sin embargo, cuando se usa como medio de control o de castigo se convierte en abuso.

Nadie debe permitir pasivamente ser ignorado por otro, al menos no sin tener una explicación de su comportamiento. Tampoco nadie debe intentar resolver un conflicto a través de la ley del hielo. Cuando hay un problema entre dos seres humanos, lo único sano es buscar la manera de dialogar para encontrar soluciones. El silencio y la distancia solo generan más equívocos y, al final, no solucionan absolutamente nada.