lunes, 19 de abril de 2021

¿Hay empatía en los animales?

Todavía no hay una respuesta concluyente frente a la pregunta de si existe la empatía en los animales. Los cientos de testimonios, así como varios experimentos, parecen probar que esta capacidad está presente en todos los mamíferos.

Son muchas las notas y videos que circulan en Internet sobre la existencia de una aparente empatía en los animales. Los metrajes recogen imágenes de perros ayudando a gatos, elefantes cuidando monos y un sinfín de casos parecidos. Sin duda, todas esas imágenes y datos nos conmueven. Sin embargo, ¿son en realidad una manifestación de empatía?

Recordemos que la empatía es la capacidad para percibir, inferir y compartir los sentimientos y emociones del otro. Esto supone a la vez el reconocimiento de ese otro como un ser similar a uno, es decir, con un mundo subjetivo tan válido como el nuestro.

Como se ve, se trata de una capacidad compleja. Por lo mismo, tradicionalmente se ha creído que no hay empatía en los animales, sino conductas basadas en el instinto de supervivencia individual y colectivo. Sin embargo, en años recientes se ha puesto en duda esta premisa. Quizás los animales diferentes al hombre tienen una conducta más sofisticada de lo que se tiende a creer.

La empatía en los animales

Uno de los videos más sorprendentes sobre la empatía en los animales se grabó en 2014, en Kanpur, al norte de la India. En él se ve a un grupo de monos. Uno de ellos había recibido una descarga eléctrica en cables de alta tensión y cayó inconsciente al suelo, justo en medio de la vía del tren.

Las imágenes muestran cómo otro mono intenta hacerlo reaccionar por diversos medios, pero también se preocupa por sacarlo de la vía del tren. Tarda un buen tiempo en hacerlo y debe realizar varios intentos antes de lograrlo. ¿Podría decirse que esto es una conducta de supervivencia o hay aquí señales de empatía en los animales?

Como este hay muchos otros registros similares y lo más llamativo es que muchas veces esos actos se dan entre animales de diferentes especies. De hecho, entre ejemplares a los que se le considera muchas veces “enemigos naturales”. ¿Significa esto que hay empatía en los animales?

Las primeras investigaciones

El psicólogo Russell Church se preguntó si había empatía en los animales hace mucho tiempo: allá por el año 1959. Para responder, llevó a cabo un estudio con animales muy inteligentes: las ratas. Ideó un complejo experimento que a la postre resultaría aportaría datos muy interesantes.

Colocó un grupo de ratas en un espacio controlado. En un punto del lugar había una palanca. Si una rata la oprimía, salía comida por allí. Sin embargo, al mismo tiempo la rata que estaba en el otro extremo recibía una descarga eléctrica. De este modo, los animales quedaban ante un dilema: al satisfacer su propio deseo, les hacían daño a otros miembros de su especie.

Tras entender el mecanismo, las ratas dejaron de oprimir la palanca. En otras palabras, renunciaron al alimento con tal de no generar la descarga eléctrica. Lo hacían incluso con ejemplares que no conocían. ¿Qué significaba esto? Las conclusiones no fueron precisas. No pudo establecerse si abandonaban la conducta por miedo a que ellas mismas fueran objeto de una descarga, o por evitarle sufrimiento a otras.

Experimentos reveladores

Un estudio publicado en la revista Science en 2011, dirigido por Inbal Ben-Ami Bartal, profesora del departamento de Psicología de la Universidad de Chicago, parece probar que la empatía en los animales sí existe. Esta investigación también se hizo con ratas.

Primero se puso a una rata en una jaula estrecha, frente a lo cual, como es obvio, esta reaccionó con incomodidad y angustia. Luego se le sacó de allí y se le obligó a presenciar cómo otra rata era puesta en la misma condición. En este caso, la reacción fue similar: había inquietud y angustia por el ejemplar que estaba encerrado.

Lo mismo se hizo una y otra vez. Pronto, las ratas aprendieron a abrir la compuerta del contenedor. No se guardaron ese conocimiento para sí mismas, sino que de ahí en más ayudaron a sus compañeras a salir de la jaula. Es evidente que experimentaban la situación de angustia de las demás, como si fuera propia.

Cada vez cobra más fuerza la hipótesis de que sí existe la empatía en los animales. De hecho, da la sensación de que se trata de una de las conductas más universales, al menos entre los mamíferos. El tema es aún objeto de investigación, pero todo apunta a que sí que existe en muchos animales, al menos de manera primitiva, la capacidad de ponerse en el lugar del otro.

domingo, 18 de abril de 2021

El lenguaje imperativo: mucho más común de lo que pensamos

Si bien el lenguaje imperativo es común de jefes hacia empleados, existen muchísimos más ejemplos en el día a día que nos demuestran que es el principal lenguaje que utilizamos para comunicarnos.

Si analizáramos los diálogos, descubriríamos que no solo el lenguaje indicativo es el más implementado en el día a día, sino que también descubriríamos que las formas imperativas son más frecuentes de lo que pensamos. Este conjunto de formas constituye el lenguaje imperativo, el que impone, el discurso que ordena y manda, el lenguaje dictador de los jefes hacia sus empleados, y el lenguaje de padres a hijos en momentos determinados… En suma, el lenguaje de las relaciones asimétricas.

El lenguaje en sí mismo, sin ser imperativo, ya ejerce una fuerte influencia en nuestra percepción. Por ello mismo, no es muy difícil imaginar su impacto cuando está posicionado en el ya mencionado ordena y manda.

¿Es común el lenguaje imperativo?

Watzlawick señala, casi entre líneas, cómo Spencer Brown en su libro Las Leyes de la Forma define el concepto de lenguaje imperativo, que difiere a las definiciones tradicionales. Aunque, más que definir, lo que hace es afirmar que el lenguaje descriptivo resulta impositivo: la forma primaria de la comunicación […] no es la descripción sino la imposición.

Ejemplos sencillos de imposición se pueden encontrar en cuestiones como una receta, que viene a ser una serie de instrucciones culinarias que pautan la concreción de una comida; otro ejemplo podrían ser las pautas propuestas en una partitura permiten realizar una melodía. Ahora bien, estos no son los únicos ejemplos del lenguaje de la imposición.

Cuando una persona describe un objeto, pueden llamarnos la atención ciertos aspectos de este que posiblemente no habíamos tenido en cuenta. También es factible que algunos otros aspectos -que no fueron observados por nuestro interlocutor- hayan sido percibidos por nosotros. Lo interesante del fenómeno comunicacional es que cuando se transmite información, se impone o pauta la percepción del interlocutor.

Si digo: mira la forma de elefante que tiene esa nube…, pauto la percepción del otro y lo llevo a que observe lo que yo observo.

Con todo esto, podemos ver que si el lenguaje verbal por sí mismo puede llevar a pautar distinciones, ni qué hablar de las órdenes explícitas (lenguaje imperativo) que las imponen alevosamente.

El lenguaje imperativo en la terapia

El test de Rorschach nos brinda otro ejemplo interesante de lenguaje imperativo. Este está compuesto por manchas de tinta, algunas de colores, otras policromáticas, y su consigna ordena: le mostraré una serie de láminas, comuníqueme qué ve en cada una de ellas.

Esta orden insta a la persona a observar en la mancha figuras que le resultan familiares, es decir, la lleva a encontrar forma en lo amorfo. Tal es la inducción del lenguaje imperativo en la cognición y, por ende, en la emoción de las personas.

El lenguaje imperativo también es utilizado en la labor hipnoterapéutica, mediante la emulación del lenguaje del paciente. A través de esta estrategia, no solo se copian los tonos de voz, expresiones y muletillas verbales, sino también todo lo que corresponde al lenguaje analógico: gestos, actitudes, posturas etc., logrando así acceder al universo de creencias del paciente obteniendo los efectos de cambio buscados.

El psiquiatra Milton Erickson, su gran exponente, se caracterizó por el nivel de sutileza y precisión en los términos imperativos, y con gran pericia mandaba tareas a realizar y prescribía toda una secuencia de acciones para que la prescripción fuera exitosa.

Las puntuaciones crean realidades

Por medio del lenguaje verbal imponemos nuestros significados, (a pesar de que no los ejecutemos como una orden) y esto a su vez construye realidades que nos permiten efectuar puntuaciones en la interacción. Y según la puntuación, crearemos diferentes realidades.

La puntuación de la secuencia de hechos es uno de los axiomas de la pragmática de la comunicación humana que muestra cómo el lenguaje verbal impone distinciones. Este axioma explica cómo cada vez que observamos un hecho tendemos a describirlo de una manera particular, puntuando cada una de las secuencias de interacción, describiendo integrantes, pautas y todo un juego relacional.

En el plano de la sintaxis, las reglas de la puntuación también crean nuevas realidades. Una gama importante de signos nos proporciona los elementos necesarios para que, en la estructura de la oración, se determinen las fluctuaciones de distintos significados, más allá de la semántica de cada palabra en particular.

Las distintas interjecciones, puntos, comas, interrogaciones, signos de admiración, etc., de la sintaxis de una frase pueden pautar las construcciones de realidades distintas, conformando una semántica alternativa a la estructura de la oración original.

Veamos un ejemplo elocuente de cómo una frase cambia de significado de acuerdo a la puntuación que se efectúe a partir de una frase neutra:

  • Como cambiaste mi vida
  • Cómo cambiaste,… mi vida
  • ¿Cómo cambiaste mi vida?
  • ¡Cómo cambiaste, mi vida!
  • ¿Cómo cambiaste mi vida?
  • ¿Cómo cambiaste…? mi vida.
  • ¡Cómo cambiaste, mi vida!
  • ¿Cómo? Cambiaste mi vida.
  • ¿Cómo?; ¿Cambiaste mi vida?
Sobre esta frase se podrían exponer múltiples combinaciones, anexándole las cadencias adecuadas que suponen cada signo de puntuación. Aunque estos signos sintácticos no abarcan las infinitas variantes paraverbales que suponen, para otorgarle a la frase la correcta intencionalidad de significado.

Nótese la palabra cambiaste, que de acuerdo a la puntuación, involucra alternativamente al emisor o al receptor. Indudablemente, el trazado de distinciones en la percepción produce efectos en las tres (áreas sintáctica, semántica y pragmática) de la comunicación humana y hacen un todo complejo y recursivo.

Un círculo en el que cada uno de los eslabones de la cadena se autoinfluencia e influencia al próximo y que puede entenderse desde cualquier punto de su trama: el padre está enojado con el hijo que adora, porque tiene bajo rendimiento en la escuela.

El hijo baja su rendimiento en la escuela porque su padre que es muy exigente. Como siempre está enojado con él, entonces se desmotiva, y esto es porque su padre es muy importante para él. De acuerdo a dónde puntuemos el hecho, se construirá una realidad diferente.

El lenguaje construye realidades

Por lo tanto, si una realidad se inventa, por medio de las atribuciones de significado (instrumentadas por el lenguaje), que nos permiten observar y percibir trazando distinciones, describiendo, adjetivando, categorizando, realizando abstracciones y elaborando hipótesis, el acto comunicativo es altamente complejo y subjetivo -puesto que se percibe desde el propio modelo de conocimiento- y entonces, el lenguaje verbal es el que crea la realidad.

Nuestra estructura cognitiva (almacén de significados) carga con representaciones del sistema de creencias, escala de valores, pautas familiares y socioculturales, modelos de conocimiento específicos, etc., que imprimen al lenguaje verbal de marcos semánticos de acuerdo a nuestra perspectiva de la vida, a nuestra visión del mundo. El lenguaje verbal es la vía de dicha construcción.

Este proceso se desarrolla en los diálogos humanos. De manera casi simple, la comunicación puede tomar giros insospechados volviendo conflictivas a las relaciones, aumentando o reduciendo la complejidad y transformándola en complicación, construyendo -por vía del lenguaje verbal- realidades diferentes (acuerdos, desacuerdos, rivalidades, escaladas simétricas, complementariedades sanas o rígidas, etc.).

Sin embargo, es factible que si se establece una puntuación distinta en la secuencia de hechos, es decir, si se altera cualquiera de los tramos de la cadena, puede generarse una nueva realidad.

En el último ejemplo, si el padre cambia su actitud y recibe a su hijo con un abrazo por los esfuerzos que realiza en la escuela, seguramente algo diferente experimentará el hijo y él mismo. Por tanto, tendrá una reacción distinta a la original y este pequeño acto podrá generar una secuencia tal vez opuesta a la construida hasta el momento.

El mundo se construye a través del lenguaje. Todo el complejo de signos que componen la lengua, sumados a la cantidad infinita de signos paraverbales que caminan en paralelo, hacen que construyamos cotidianamente nuestro vivir y realidad a cada momento.

En cambio, si pensamos que debemos descubrir la realidad externa a los ojos, suponiendo que existe una realidad real que debemos develar, el lenguaje se reduce tan solo a una mera representación del mundo. Y esa es una definición muy pobre del lenguaje.

Sin duda, aunque la forma sea descriptiva, el lenguaje encierra es imperativo epistemológico que lleva a imponer constructos, con sus significaciones consecuentes.

sábado, 17 de abril de 2021

Moonwalking: criticarte y luego culparte por tu reacción

Lanzarte una crítica dañina, dejar que reacciones y después, ridiculizarte por esa reacción, señalándote que siempre sobredimensionas sus palabras. ¿Te suena? Esta forma de abuso tiene nombre y serias consecuencias psicológicas.

Moonwalking es una sofisticada, pero eficaz técnica de abuso psicológico que comparte con el gaslighting una misma finalidad: desgastar al otro. Consiste en criticar algún aspecto de la pareja, conseguir que pierda la calma y después acusarla o ridiculizarla por su reacción. Es golpear emocionalmente, esperar a ver la respuesta y después menospreciar el dolor.

Los terapeutas y psicólogos que más han investigado los efectos de la crítica en las relaciones afectivas fueron, sin duda, los doctores John y Julie Gottman. Ellos no censuran nuestro derecho a exponerle al otro una queja. Sin embargo, cuando esta se expresa de manera acusatoria y con afán de hacer daño al otro, la queja se transforma en crítica.

Detrás de quien recurre de forma constante a la crítica y teje con ella una telaraña con la que dejar atrapada a la pareja en el desconcierto y el sufrimiento suele existir una personalidad abusiva. El primo hermano de la crítica es el desprecio y, por lo general, ambas dimensiones aparecen juntas conformando un eficaz recurso de maltrato. Conozcamos por tanto en qué consiste este llamativo mecanismo de abuso mental.

Moonwalking, ¿en qué consiste?

Bien es cierto que en los últimos años no dejan de emerger terminologías anglosajonas para etiquetar comportamientos. Así, y como siempre señalamos, estos recursos nos son útiles porque nos ayudan a designar de manera sencilla realidades complejas. En lo referente al moonwalking, cabe señalar que fue el año pasado cuando la psicóloga y escritora,Viky Stark, experta en relaciones de pareja, acuñó este término en un artículo del Psychology Today.

Hizo uso de esta palabra en referencia al famoso baile de Michael Jackson: avanzar unos pasos y después, retroceder sobre los mismos. De algún modo, esto mismo es lo que lleva a cabo dicha tipología de abusador psicológico. Criticar a la pareja (avanzar), esperar su reacción y después, quitar importancia a lo dicho (retroceder) para humillarla.

En buena parte de los casos, este mecanismo de manipulación psicológica parte de la broma, de ese sarcasmo dañino con el que vulnerar la autoestima de la pareja. Ejemplo de ello sería decirte al otro algo como «eres tan torpe como un niño de seis años, a veces tengo la sensación de estar con alguien de párvulos». Tras esto, y ver la reacción de la otra persona, se la interrumpe para decir: «¡Mira cómo te pones por una simple broma!»

El moonwalking es una manera de valerse de las críticas para lograr que una persona se sienta rechazada, herida e infravalorada. Veamos qué mecanismos utiliza.

Los recursos del moonwalking

En toda relación de pareja surgen de vez en cuando los desacuerdos, los conflictos y las desavenencias. Sin embargo, todo ello forma parte del tejido normal y hasta saludable de una relación; porque se puede aprender de estas situaciones. Más aún, muchos hasta salen fortalecidos al conocerse mejor, al adquirir nuevas habilidades y recursos para avanzar juntos.

Ahora bien, quien afina el arte del moonwalking no busca construir para avanzar. Lo que busca es crear un ambiente emocionalmente desgastante para debilitar al otro y tenerlo bajo control. Es un juego de fuerzas. Para ello, se vale de recursos psicológicos muy sofisticados:

  • Primero, lanzan críticas muy concretas hacia hechos y dimensiones que saben que harán daño. Si la pareja lleva tiempo esforzándose para lograr un ascenso, ese será ese su punto de mira. Si la otra persona está preocupada por un familiar o un amigo, se lo echarán en cara de algún modo.
Tras lanzar la crítica aguardan pacientes la reacción del otro. Ese será el momento en que desplegará la segunda fase del moonwalking:

  • Nos dirán que somos demasiado sensibles, que todo lo sobredimensionamos.
  • Nos dudarán en señalar también que todo lo sacamos de contexto.
  • Asimismo, y como ya hemos señalado, es común que comenten aquello de “solo estaba bromeando”.
  • También suelen señalar que lo hemos malinterpretado y que esta es una costumbre muy nuestra, la de pensar cosas que no son.
  • Por último, y no menos común, abundan quienes increpan al otro con el clásico: “mírate, ya lo estás exagerando todo de nuevo, estás paranoico”.
Las críticas continuadas afectan a nuestra salud física y psicológica

El moonwalking se sustenta sobre el ejercicio continuado de la crítica y su fiel acompañante, el desprecio. Los efectos de esta forma de abuso psicológico son inmensos. Disponemos, por ejemplo, de estudios como los realizados en la Universidad de Pensilvania en los que nos señalan algo importante. Las críticas continuadas son especialmente lesivas en personas que ya padecen previamente algún trastorno de ansiedad.

En esta situación, es muy fácil derivar en un estado depresivo. Por otro lado, trabajos de investigación como los realizados por el psicólogo social Robert Alan Baron nos señalan que esta dimensión afecta a nuestra concentración, a la capacidad para rendir en el trabajo e incluso a la motivación para relacionarnos con nuestro entorno.

El maltrato tiene muchas formas, lenguajes, mecanismos y estrategias. No todo dolor parte del golpe físico, del grito o el insulto. A menudo, se recurre al desgaste, al ataque sibilino, al desprecio camuflado en sarcasmo y a la crítica que mina las resistencias. Los francotiradores emocionales existen y buscan por encima de todo debilitar para dominar.

Reaccionemos a tiempo, defendámonos y pongamos distancia de quien nos quiere mal, de quien mercadea con nuestra autoestima y equilibrio psicológico.

viernes, 16 de abril de 2021

Si te controla el móvil te controla a ti: ¿cómo evitar el cibercontrol?

Si te controla el móvil te controla a ti. El cibercontrol en los adolescentes es una forma de violencia que se está instaurando en nuestra sociedad y que es, en muchos casos, el primer paso también para el maltrato físico.

Hay una forma de violencia que ha aumentado hasta un 40 % en los últimos tiempos. Aparece sobre todo en los adolescentes y se vale del teléfono móvil como mecanismo de vigilancia, dominación y abuso psicológico. ¿Cómo evitar el cibercontrol? ¿Qué pautas educativas y preventivas podríamos poner en marcha para reducir el impacto de esta realidad tan preocupante?

Lo cierto es que estamos ante un fenómeno relativamente nuevo en el que se necesita la colaboración unánime de gran parte de los agentes sociales. Familia y escuela incluida. La ciberviolencia en las parejas jóvenes nos demuestra una vez más cómo el maltrato se adhiere en nuestra sociedad, encontrando alojamiento en cualquier forma de comunicación o de relación entre las personas.

Las nuevas tecnologías son ahora un mecanismo más para ejercer la dominación sobre el otro. Lo problemático es que la investigación de los últimos años nos señala que la violencia psicológica está presente en 9 de cada 10 parejas jóvenes. Esto es al menos lo que nos señala en el libro Violencia en el noviazgo: realidad y prevención publicado en el 2015.

Los adolescentes, por ejemplo, siguen dando por ciertos mitos altamente nocivos como que los celos son un signo inequívoco de amor. También que una pareja tiene derecho a traspasar las líneas de la privacidad y la intimidad en lo referente al uso del móvil. Todo esto configura un escenario tan problemático como preocupante.

4 claves para evitar el cibercontrol

«¿Con quién hablas?, ¿quién es ese/a que aparece en la foto?, déjame leer tus mensajes. Dame las contraseñas de tus redes sociales. Borra lo que has subido en Instagram porque no me gusta…». Evitar el cibercontrol es más complicado de lo que pensamos por un hecho llamativo. Uno de cada tres jóvenes considera inevitable o aceptable que aparezcan este tipo de dinámicas en la relación.

En la actualidad, la ciberpsicología, ese nuevo campo de estudio que analiza la relación entre las personas y las nuevas tecnologías, tiene claro un aspecto. La ciberviolencia hacia la pareja es ya el tipo de abuso más común entre las relaciones adolescentes. Aparece porque se ha elevado la permisividad y la tolerancia a este tipo de conductas que no todos relacionan con el maltrato psicológico.

Así, cuando este tipo de intimidación se perpetua en el tiempo, el desgaste es devastador. La víctima evidencias serios problemas a todos los niveles: social, afectivo, salud física… Buena parte de estos adolescentes están supeditados por completo a la imaginería del amor romántico.

Este esquema justifica en muchos casos las conductas de dominación y la idea de que ser pareja es no dejar espacio para la privacidad, para la intimidad y aún menos la individualidad. El control que se ejerce sobre el móvil no se queda solo ahí, porque la dominación extiende sus tentáculos hasta cualquier área de la vida del otro. ¿Qué dimensiones deberían tener en cuenta nuestros jóvenes? Lo analizamos.

1. El amor no va de controlar, sino de confiar

Los adolescentes necesitan reformular muchos de los esquemas que han integrado sobre las relaciones de pareja. Los colegios e institutos deben desarrollar programas educativos desde los que clarificar qué bases edifican el amor saludable, enriquecedor y sano. Necesitamos desinfectar esquemas como que ser pareja nos da patente de corso para controlar al otro.

Por tanto, algo que deben entender nuestros jóvenes y adolescentes desde bien temprano es que ser pareja significa poder confiar en la otra persona. Toda forma de control es represión y sufrimiento. Nada de este último es permisible.

2. El uso del mi móvil es solo mío

Si queremos evitar el cibercontrol no le demos medios. No facilitemos a la pareja nuestras contraseñas. Querer mucho a alguien y que nos quieran no justifica que tengamos que cederle el uso absoluto de nuestro móvil. La otra persona no tiene derecho a leer nuestras conversaciones de WhatsApp, ni a pedirnos que bloqueemos a ciertas personas o que eliminemos determinadas publicaciones.

El teléfono móvil y aquello que hacemos a diario con él nos pertenece solo a nosotros. Es privado, íntimo, personal y esa dimensión no se deja en manos ajenas; aunque esas manos sean las de la propia pareja.

3. ¿Cómo evitar el cibercontrol? Si te hace sentir mal, no es amor

Pedir que les respondas a los dos segundos. Montar en cólera e insultarte cuando ve que estás en línea y no hablando con él o ella. Tratarte con desprecio o burlarse de ti por esa foto que has publicado en Instagram. Prohibirte que hables con determinadas personas. Exigirte que le des el móvil cuando te lo pide. Preguntarte dónde estás y qué haces cada pocos minutos…

Si deseamos evitar el cibercontrol hay que partir de una sencilla regla de tres: si te hace sentir mal no es amor, si no te respeta no te quiere.

4. Todo puede ir mejor: no dudes en pedir ayuda

Lo señalábamos al inicio. Muchos adolescentes normalizan el maltrato psicológico y el ciberacoso. Dan por sentado que estas prácticas de dominación y denigración son normales en un vínculo afectivo y de ahí que puedan pasar meses sin actuar. La tolerancia y más aún la incapacidad para entender que eso que les sucede es violencia dificulta a menudo el que pidan ayuda.

Es necesario que el entorno más cercano sea capaz de detectar las señales. La familia, el instituto, el grupo de amigos… Educar en relaciones saludables y saber identificar conductas de abuso psicológico es algo que deberían aprender nuestros niños y adolescentes lo antes posible. De ese modo, podrían detectar esa realidad que viven ellos mismos o los propios amigos.

Asimismo, y no menos importante, también deben recordar que pueden salir de esa situación dolorosa. Todo puede ir mejor, todo se puede solucionar. Lo único que tienen que hacer es pedir ayuda a un adulto. El único modo de evitar el cibercontrol es educando y trabajando juntos.



jueves, 15 de abril de 2021

La persuasión coercitiva: una forma de coacción

La persuasión coercitiva es un mecanismo cognitivo que opera a través de creencias falsas e ideas erróneas. Lleva a una víctima a pensar que es deseable y conveniente perpetuar el vínculo que mantiene con su agresor.

La persuasión coercitiva es un mecanismo presente en muchos contextos de abuso o maltrato. Está presente en las relaciones de pareja violentas, en las familias autoritarias o en cualquier tipo de vínculo que se base en el esquema de dominación y sumisión.

Este mecanismo se implementa con el fin de que la persona afectada acepte y prolongue el vínculo de maltrato. La persuasión coercitiva se vale de emociones como el miedo, el amor, la culpa, la vergüenza y el rechazo a la soledad para ser efectiva.

Cuando se establece una diada de maltratador y víctima, también se forjan fuertes vínculos de dependencia. El uno necesita del otro. La violencia está en la esencia de todo y se vale de múltiples instrumentos. Estos van desde la persuasión coercitiva hasta la violencia física. Todo ello conforma un ciclo del que es difícil salir.

La persuasión coercitiva

La persuasión coercitiva es un mecanismo que opera en los vínculos de maltrato. Su función es la de crear en la víctima la convicción de que necesita profundamente a quien le maltrata; el maltratador inocula en los pensamientos de la víctima la idea de que, a pesar del sufrimiento actual, es mucho mejor que esté con él que sin él.

“Si no vales para nada, ¿dónde vas a ir tú?” Se trata de una proyección de invalidez que coloca en un lugar muy vulnerable a la víctima.

Como tal, este mecanismo se vale de un texto, pero no se limita a este. Hay agresiones verbales y el contenido de estas tiene que ver con la descalificación de la víctima. Se ataca su autoconcepto, se recalca su inferioridad y se hace hincapié en sus vacíos y fallas. El discurso está orientado a destruir el amor propio y la confianza de otra persona.

Sin embargo, el tema no se queda solo en palabras. La persuasión coercitiva también opera a través de gestos y acciones. Dentro de estas se encuentran las agresiones físicas, las amenazas (veladas o no), las privaciones, aislamiento de la víctima, etc. Todo ello en conjunto opera como un conjunto de argumentos para “persuadir” al otro de que no hay escapatoria.

El miedo en la víctima

El miedo es un instrumento esencial en la implementación de la persuasión coercitiva. Básicamente toma la forma de amenaza, incluso más que de acciones reales. Hay toda una serie de advertencias sobre los grandes males por venir en caso de romper el vínculo con el maltratador.

Ocurre cuando, por ejemplo, un empleado es sometido a acoso sexual por su jefe. Además del miedo obvio a perder el trabajo, se le advierte que no hay testigos y que, por lo tanto, ninguna acción judicial va a prosperar. O se le dice que nadie del entorno va a respaldar una eventual denuncia, pues todos dependen del empleo y no se enfrentarán con el jefe.

El recurso al miedo busca que haya una paralización de la respuesta en la víctima. En la persuasión coercitiva hay una especie de “maltrato impredecible”, es decir, confuso y expectante para quien es objeto de este. Es precisamente ese estado el que puede reducir o minar la capacidad de reaccionar o actuar frente a las agresiones.

El afecto y la culpa

El afecto y la culpa también son emociones funcionales a la persuasión coercitiva. No es raro que una víctima guarde sentimientos afectuosos hacia su agresor. A veces porque es su pareja, su pariente o su amigo. Otras veces porque se asume que esa persona ha hecho algo significativamente bueno por uno.

Ese afecto lleva a una especial “comprensión” frente a las agresiones. Muchas veces se minimizan o se asume que son una excepción a la regla. También llega a creerse que se trata de episodios pasajeros. Esto es una forma de negación que, a su vez, alimenta el ciclo de violencia, justifica la dependencia y se convierte en soporte de la persuasión coercitiva.

El sentimiento de culpa y la vergüenza cumplen un papel similar. En el marco de una relación de maltrato no es raro que la víctima se autoinculpe. Esto otorga un cierto sentimiento de control sobre lo que ocurre. Así mismo, hace un poco más razonables las agresiones de las que se es objeto. Sin embargo, también ayuda a paralizar la capacidad de reacción.

Así mismo, es usual que una víctima se avergüence de haber sido agredida. De uno u otro modo, el agresor es visto como una extensión de uno mismo. Así que lo que hace, en particular lo que hace mal, genera vergüenza. Miedo, afecto, culpa y vergüenza son las herramientas de la persuasión coercitiva. En conjunto, perpetúan los ciclos de la violencia.

miércoles, 14 de abril de 2021

¿Qué hacer cuando tus hijos no te hacen caso?

¿Tus hijos no te hacen caso? ¿Por mucho que lo intentas, no logras que te obedezcan? Estas ideas te vendrán muy bien. ¡Te toca a ti ponerlos en práctica!

Hablar con los hijos y que parezca que las palabras les entran por un oído y les sale por el otro, sentirnos frustrados porque ya no sabes qué hacer con los problemas de conducta que tienen. ¿Qué más puedes hacer cuando tus hijos no te hacen caso? Esta situación, aunque pienses que solo te ocurre a ti, es más común de lo que crees. Por eso, no te debes sentir ni mal padre ni mala madre porque esto te esté pasando ahora. Afortunadamente, hay maneras de que puedas resolver este problema.

Desde la Asociación Nacional de Psicólogos en Acción de España (ANPSA), además de defender la idea de que no existen malos padres, también explican que no hay malos hijos. Partiendo de esta base, te brindan algunos consejos que puedes aplicar para cuando tus hijos no te hacen caso.

¿Crees que no sabes lo que puedes hacer? Pues, a continuación, descubrirás muchas opciones que se centran en mejorar la comunicación dentro de la familia y, especialmente, con tus hijos.

Utiliza el lenguaje de forma operativa

¿Qué quiere decir esto? Pues que intentes basar el diálogo con tus hijos en descripciones observables y cuantificables. ¿Por qué? Porque es muy importante que seas congruente cuando les llamas la atención sobre algo, por ejemplo, que recoja los juguetes, que haga los deberes del colegio o que haga la cama por las mañanas que siempre la deja hecha un desastre.

La tentación es gritarle que te tiene harto. Pero esta no es la mejor solución: lo que probablemente consigas es que se termine rebotando.

Te recomendamos que respires y te calmes antes de pronunciar estas palabras, porque si no lo haces es muy probable que te salgan antes un “me tienes harto“, “siempre estás con lo mismo” o “no me haces caso”. Aquí te dejamos algunas frases que son un modelo de lo que aconseja la Asociación ANSPA. Estamos seguros de que te vendrán muy bien. ¡Ponlas en práctica!

  • ¿Por qué no vas a hacer la cama y, después, juegas?
  • Antes de descansar, haz los deberes. Así, después, ya quedarás libre para dibujar o hacer lo que quieras.
Estos son algunos ejemplos de cómo puedes comunicarte cuando tus hijos no te hacen caso. Se trata de que corregir en vez de quejarnos. Es el momento de cambiar el modo en el que le hablas a tus hijos. Si tienes mucha ansiedad, igual es mejor que lo dejes para otro momento o que la intervención la realice otro progenitor.

Busca el equilibrio entre refuerzos positivos y negativos

Si analizas un poco cómo te comunicas con tus hijos, te vas a dar cuenta de que la mayoría del tiempo siempre les das un refuerzo negativo. Seguro que te suena “esto lo has hecho mal”, “siempre te digo que así no es”.

Al final, tus hijos tienen la sensación de que no hacen nada bien y esto solo les provocará una actitud de rechazo cuando te intentes comunicar con ellos. ¿Qué puedes hacer? Desde la Asociación ANPSA aconsejan cambiar la forma en la que comunicar los refuerzos negativos. Vamos a ver cómo:
  • En lugar de “siempre me dejas toda la comida en el plato” cambia por “si comes dos cucharadas más no tienes por qué acabarte el plato”.
  • En lugar de “no quiero que vuelvas a ir al colegio sin hacer la cama” cambia por “haz la cama antes de irte al colegio, así después al venir ya no tendrás que hacerlo y podrás jugar antes”.
El refuerzo positivo es quizás el refuerzo que más les cuesta poner en práctica a los padres (un buen comportamiento es lo que se espera del niño, no molesta, no nos frustra).

¿Cuándo fue la última vez que le has dicho a tu hijo que ha hecho algo estupendo? ¿Cuándo le has propuesto hacer algo juntos (ver una película, jugar a un juego, pintar…) por el simple hecho de que ha hecho la cama o se ha ofrecido a recoger la mesa después de comer?

Aunque parezca una tontería, este tipo de refuerzos sobre determinadas conductas evita otras incompatibles además de ser una oportunidad estupenda para enriquecer nuestra relación con ellos.

Finalmente, la ANPSA da algunas claves más para que puedas dar órdenes sin que tus hijos las rechacen, se sientan agredidos verbalmente o no las quieran cumplir. Para que esto no ocurra, lo primero que puedes tener en cuenta es que esas órdenes deben ser cortas, coherentes y firmes.

También funciona mejor cuando las adaptas a su edad, pues una misma orden no la recibirá igual un niño de ocho años que un adolescente de catorce. Asimismo, presta atención a que todos tus hijos reciban las mismas órdenes por igual (sin diferencias ni preferencias) y que estas deben ser para siempre.

Con todo, no te excedas. Todo lo anterior debe ser reducido, demasiadas órdenes pueden generar frustración y una sensación de agobio en tus hijos.

martes, 13 de abril de 2021

La culpa traumática, un fenómeno paradójico

En todos nosotros hay un niño que frente a situaciones extremadamente dolorosas siente que ha hecho algo malo y fue castigado por ello. Así funciona la culpa traumática: terminas asumiendo la responsabilidad por los desmanes de otros.

La culpa traumática es un tipo de remordimiento que surge tras haber sido víctima de un abuso o de un hecho violento o altamente peligroso. También es muy usual que surja tras vivir hechos muy dolorosos, como la muerte de un ser querido o un divorcio.

La paradoja de la culpa traumática estriba en que quien ha recibido un daño, se siente responsable por el mismo. ¿Por qué una víctima ha de sentirse culpable? ¿No es acaso el agresor quien debe arrepentirse de sus acciones?

Con notable frecuencia ocurre que los agresores no experimentan culpa alguna, al menos de manera consciente. Justifican sus acciones a través de fórmulas como “lo merecía”, “me indujo a ello” y otras por el estilo. La víctima, en cambio, experimenta culpa traumática y esta llega incluso a determinar buena parte de su vida.

El trauma, un fenómeno complejo

El trauma se origina cuando tiene lugar una experiencia que amenaza la integridad física o psicológica de una persona. Incluye, por lo tanto, un peligro real y una situación en la cual la víctima queda en estado de indefensión. Esto ocurre, por ejemplo, durante un asalto, una agresión física, o un accidente, entre otros.

Lo que la persona experimenta ante una situación así es confusión, sensación de caos y horror. También tiene un sentimiento de que todo es absurdo y gran desconcierto. Por lo general, una situación traumática genera recuerdos fragmentados.

La víctima siente que es imposible narrar lo ocurrido de una forma que satisfaga el horror que le causó. Al mismo tiempo, siente que su relato es básicamente incomprensible para los demás. Nadie alcanzaría a comprender la magnitud de lo que sintió y siente al respecto. Por lo tanto, se siente separada del resto del mundo.

El trauma quiebra la confianza en los demás y en uno mismo. El hecho traumático rompe una lógica que se creía sólida y consistente. Los seres humanos tendemos a creer que tenemos control sobre la realidad y un trauma hace que esta convicción se diluya. Por lo tanto, el Yo queda quebrantado.

La culpa traumática

Todo trauma deja una huella indeleble, tanto en el orden consciente, como en el inconsciente. Tras esa vivencia, las personas tienden a replegarse emocional y afectivamente. “Se esconden” dentro de sí mismos, por así decirlo. Esto conduce al aislamiento, en mayor o menor medida.

También aparece la necesidad de recrear mentalmente lo ocurrido, tratando de encontrarle un sentido. En el marco de esa rumiación toman forma dos sentimientos muy fuertes. El uno es la vergüenza y el otro, la culpa traumática.

Por lo general, esa culpa traumática toma forma a través de pensamientos y conjeturas asociadas a fantasías sobre lo que se habría podido hacer, o no hacer, para evitar o limitar el daño recibido. Sin apenas darse cuenta, la persona afectada comienza a incubar reflexiones del estilo: “He debido defenderme con más ahínco”, o “Esto me pasa por no tener suficiente carácter”.

Uno de los aspectos más problemáticos es que la persona comienza a percibir el mundo de una forma amenazante. No sabe qué puede esperar de la realidad. Así mismo, se siente muy vulnerable, pues ya pasó por algo en lo que su capacidad de control se vio seriamente menguada o anulada. Así, la persona puede tornarse en inhibida o temeraria.

Los caminos de la culpa traumática

Buena parte de todos esos procesos asociados a la culpa traumática tienen lugar de manera inconsciente. Muchas veces los recuerdos fragmentarios de lo sucedido incuban la idea de responsabilidades imaginarias: “He debido prever lo que iba a ocurrir”, o “Habría tenido que informarme bien, antes de pasar por esa calle”, etc.

Sin notarlo, las personas quieren volver razonable la irracional y totalmente reprochable situación de violencia o abuso. También desean recuperar su capacidad de control sobre el mundo. Culparse a sí mismos es una manera (equívoca) de volver a visualizarse como sujetos y no como objetos de otros o del mundo.

Un trauma no tratado puede conllevar efectos de por vida. Se manifiestan como angustia, encapsulamiento y cosificación de uno mismo. La persona termina sintiendo que “debe dejarse llevar”, o temiéndole a las acciones que supongan tomar el control sobre su destino.

El trauma y la culpa traumática deben ser abordados en psicoterapia. Es fundamental vencer el silencio, reinterpretar lo sucedido con un criterio más realista y flexible y dotar de significado al sufrimiento. También por supuesto, abrir paso a la reconciliación con uno mismo. Ante las atrocidades, podemos darnos por bien servidos si, de un modo u otro, logramos sobrevivir.