martes, 7 de marzo de 2023

Hijos que no visitan a sus padres: ¿a qué se debe?

Hay hijos que no llaman a sus padres, que apenas les visitan y ni se preocupan por su bienestar. Si bien hay varios factores que explican esta realidad, y pueden ser hasta comprensibles, otros no lo son tanto y solo generan sufrimiento.

Hay muchos hijos que no visitan a sus padres, que cada vez espacian más esos encuentros y terminan por cortar el vínculo. Estas son realidades que últimamente acontecen con mayor frecuencia y que, en muchos casos, suscitan un gran sufrimiento en alguna de las partes.

Bien es cierto que, en ocasiones, ese distanciamiento está justificado. Sin embargo, en otros casos hay factores difíciles de explicar.

En el instante en que uno se convierte en padre, da por sentado que contará con el afecto de esos hijos hasta el fin de su existencia. Cuando hay un compromiso auténtico por ellos, se asume que la relación será siempre sana, auténtica y sólida. Sin embargo, en esta vida no hay una garantía sólida de casi nada y, en ocasiones, ese lazo materno o paternofilial queda fracturado.

En esas situaciones en que los progenitores no saben bien a qué se debe ese distanciamiento, la incertidumbre y el no saber generan una gran angustia. Siempre esperan a que el teléfono suene. Aguardan una visita que nunca llega. Intentan contactar con amigos de esos hijos, esperando saber de ellos o asegurarse, al menos, de que están bien.

Bien es cierto que cada familia es un mundo y cada persona es un universo. Insistimos, hay conductas que están justificadas. Sin embargo, no siempre queda claro qué motiva ese enfriamiento en la relación entre los padres y los hijos. Y la primera señal de alarma es cuando las visitas se reducen.

¿Por qué hay hijos que no visitan a sus padres?

Es un hecho que, en los últimos años, son cada vez más los hijos que rompen la relación con sus padres. El modelo familiar está cambiando, ya no hay una supeditación tan firme de los hijos hacia los padres como la que evidencian, por ejemplo, culturas orientales como la japonesa. Muchas veces, cuando hay dinámicas dañinas o el propio hogar está desestructurado, es común que se opte por el distanciamiento.

Ahora bien, un estudio publicado en el The Journals of Gerontology y llevado a cabo por los doctores Glenn Deane y Glenna Spitz, puntualiza un dato relevante. Cuando los hijos no visitan a sus padres y optan directamente por romper la relación, no hay un solo factor que lo explique. En realidad, hay diversas variables que confluyen en esa decisión. Las analizamos a continuación.

Vivencias traumáticas y la necesidad de poner distancia

Es evidente que, en ocasiones, la causa de no desear visitar a los padres tiene un origen concreto. Una crianza y una educación acaecida bajo situaciones de maltrato hacen difícil que exista una armonía familiar. Cuando los hijos logran independizarse del hogar, es común que necesiten alejarse de alguno de esos progenitores que les dejó una herida traumática profunda.

Diferencias de valores y discusiones continuadas

Este es un hecho recurrente. Hay veces en que un hijo adulto toma conciencia de que cada vez que visita a sus padres, acontece una discusión y un desencuentro. Las diferencias de valores o incluso el hecho de que el hijo no haya cumplido las expectativas familiares son orígenes de disputas y malestares. 

Padres que no aceptan a las parejas de los hijos, o parejas que no acepta a los padres

Uno puede haber sido, desde siempre, el ojo derecho de su padre o de su madre… Hasta que inicia una relación de pareja. Entonces todo se viene abajo. Cuando los progenitores no aceptan a esos compañeros de vida que eligen sus vástagos, la relación se convierte en un campo de batalla.

Les insisten en que “merecen algo mejor” y eso termina tarde o temprano con un enfriamiento del vínculo. Asimismo, también puede darse otro hecho. En ocasiones, las parejas de los hijos son las que no toleran o no tienen buena sintonía con los progenitores del ser amado. Esa tensión en la pareja con los suegros puede traducirse en una decisión radical: dejar de hacer visitas.

Hijos con problemas mentales o con personalidades difíciles

Hay otra razón altamente compleja que explica por qué los hijos no visitan a los padres. Uno puede tener varios hijos y tener una buena armonía con todos ellos, menos con uno. Una personalidad difícil, compleja y hasta desafiante puede recrudecer el lazo entre padres e hijos.

Por otro lado, tampoco podemos descartar los problemas mentales. El trastorno límite de personalidad (TLP) e incluso las adicciones, por ejemplo, puede estar detrás de esa falta de visitas a la familia.

Tensiones entre hermanos y padres con amor selectivo a los hijos

Los hijos dorados (o preferidos) son motivo de dinámicas altamente complejas en el seno de una familia. Cuando los padres favorecen a uno solo de los hijos y los demás se sienten discriminados, se opta muchas veces por el distanciamiento. Son situaciones cargadas de rencor a causa de un afecto selectivo por parte de los progenitores.

Hijos que no visitan a sus padres por razones justificables, pero que están en contacto

Hay hijos que no visitan a sus padres porque no les es posible. Vivir en otras comunidades, ciudades e incluso países dificulta tener esos encuentros físicos tan enriquecedores. El trabajo y tener una familia propia hacen también que esas visitas sean a veces más esporádicas de lo que uno desea.

Sin embargo, a pesar de la distancia, los hijos que aman a sus padres están siempre en contacto. Siempre hay una llamada diaria para preguntar un “¿cómo estás mamá?, ¿qué tal ha ido el día, papá?”. Esos gestos y esa necesidad de saber de unos y de otros mantiene fuerte el vínculo a pesar de los kilómetros.

Los hijos que se desentienden de sus padres ancianos, una dura realidad

Hay un hecho sangrante y también velado que, en ocasiones, acontece en nuestra sociedad. Hay hijos que se desentienden de sus padres cuando estos más los necesitan. Las visitas dejan de producirse, el teléfono deja de sonar y el adulto de edad avanzada queda sumido en la soledad y el abandono.

¿Qué hay detrás de esta realidad? Una vez más, insistimos en que son hechos en los que confluyen muchas variables. En ocasiones, cuando los padres se vuelven cada vez más dependientes, los hijos ven como una carga el ocuparse de ellos. Aguardan a que los servicios sociales respondan, a que la comunidad ejerza el papel que ellos no desean asumir. El tiempo pasa y nadie actúa…

Son retratos de esa realidad más gris de nuestra sociedad que nunca deberíamos tolerar. Más allá de la relación que tengamos con nuestros progenitores, está la humanidad y la necesidad de prestar asistencia cuando estos no se pueden valer por sí mismos. Pensemos en ello.

lunes, 6 de marzo de 2023

5 causas frecuentes de la falta de concentración y cómo mejorarla

¿Por qué hay determinados momentos en los que no somos capaces de mantener la concentración? El cansancio o el estrés de la situación son dos condicionantes de peso. Sin embargo, hay otros en lo que no siempre nos fijamos.

La capacidad para concentrarnos es una variable fundamental en nuestro día a día, o lo que es similar, la falta de concentración puede ser un auténtico problema.

Hay momentos en los cuales nos proponemos una tarea, empezamos a trabajar y sentimos cómo todas las ideas fluyen, nuestra mente se mantiene enfocada e incluso terminamos antes de lo esperado. En otras ocasiones, con la misma motivación, nuestra atención no parece comportarse de la misma manera. Nos cuesta mantener el enfoque, nos distraemos con facilidad, no avanzamos y terminamos el día sintiendo que hemos perdido el tiempo.

Cuando la falta de concentración aparece de manera ocasional, puede considerarse normal; en cambio, si se convierte en algo persistente, termina afectando no solo nuestra productividad, sino la motivación y nuestro sentimiento de autoeficacia. Así, en esta oportunidad veremos algunas de las causas de la falta de concentración.

Causas frecuentes de la falta de concentración

La concentración es esa capacidad para enfocar y mantener nuestra atención en una tarea concreta, mejorando con ello nuestro rendimiento, por ejemplo, en la resolución de problemas. Mantener la concentración durante tiempos muy prolongados (atención sostenida), en según qué momentos, puede requerir de nosotros un esfuerzo notable. Sin esta capacidad, realizar tareas de cierta complejidad resultaría imposible.

En este apartado, revisaremos algunas variables o factores habituales que pueden afectar nuestra capacidad de concentración, y a las que la mayoría podemos estar expuestos en alguna etapa de la vida.

1. Agotamiento

A veces no nos damos cuenta, pero mantener la concentración consume mucha energía, y sostenerla por mucho tiempo puede resultar agotador.

Si en nuestro día a día tenemos que desempeñar tareas sucesivas de alta complejidad, sin pausas que permitan al cerebro y a los sentidos pequeños descansos, pronto nuestra energía dejará de ser suficiente y empezaremos a tener problemas para sostener la concentración.

También puede ocurrir que no tengamos una sobrecarga de tareas, pero no podamos descansar lo suficiente. Si por algún motivo no estamos logrando un sueño reparador, rápidamente llegaremos a un estado de agotamiento que afecte nuestra capacidad para concentrarnos.

2. Estrés

Problemas personales o laborales pueden aumentar el nivel de estrés más allá de un límite saludable, siendo la atención uno de los primeros procesos cognitivos en verse afectado.

Primero, porque hay un desgaste de los recursos emocionales que aumenta el malestar subjetivo y disminuye la motivación y segundo porque se generan pensamientos intrusivos relacionados con los problemas que interfieren cuando tratamos de concentrarnos en algo.

3. Malos hábitos alimenticios

¿Recuerdas cuando mencionamos que la concentración consume energía? Bueno, si no hay un suministro adecuado de energía para el organismo, el déficit se traducirá en una disminución de la capacidad para concentrarse. Desde la infancia se ha observado que una alimentación poco balanceada incide negativamente en la capacidad para concentrarse en clase, y esa afectación puede prolongarse hasta la adultez.

Como los malos hábitos alimenticios pueden acompañarnos desde la niñez, a veces no nos damos cuenta de sus efectos. Sin embargo, son un factor a tener en cuenta no solo por su incidencia directa en la capacidad de concentración, sino también porque con la edad nuestro metabolismo se hace más lento, lo cual hace que los efectos de una mala alimentación se acentúen.

4. Consumo de sustancias

No hay necesidad de ir tan lejos como un trastorno de consumo de sustancias, ni siquiera a sustancias psicoativas como tal. Muy relacionado con el punto anterior, hábitos relacionados al consumo de ciertas sustancias en particular pueden estar detrás de los problemas de concentración, incluso aunque no se haya llegado al grado de tener una adicción.

El consumo de alcohol y de drogas alucinógenas afectan directamente la capacidad de concentración mientras duran sus efectos. Pero cuando el consumo es sostenido puede dejar secuelas que persistan incluso después de que ya no quede rastro biológico de la sustancia en nuestro cuerpo.

Otro ejemplo de este punto está en el consumo de sustancias como el azúcar y la cafeína, que afectan el funcionamiento del cerebro.

El azúcar normalmente se asocia a un aumento de energía, mientras que la cafeína puede incluso mejorar por un tiempo corto la capacidad de concentración. El problema es que cuando los efectos pasan, podemos experimentar un bajón en nuestros procesos de atención. Esto se vuelve más peligroso cuando el consumo es constante, pues las alteraciones en el funcionamiento del cerebro se vuelven más estables.

5. El entorno

Un espacio de trabajo que constantemente nos exige atención y cambiar de tarea repetidamente. Relaciones laborales muy demandantes. Un ambiente lleno de estímulos distractores, como la televisión, el móvil o personas conversando cerca. Condiciones de luz y sonido que abruman y llaman la atención de nuestros sentidos una y otra vez. Estos son ejemplos de condiciones del entorno que afectan negativamente nuestra capacidad para concentrarnos.

Cuando tenemos que enfocar la atención en una tarea, el cerebro trabaja para ignorar estímulos irrelevantes y mantener la concentración en aquel desafío que hay que resolver. El problema viene cuando las exigencias del entorno son tan intensas o persistentes que obligan a nuestro cerebro a prestarles atención, rompiendo la concentración y obligándonos a empezar de nuevo vez tras vez.

Cómo mejorar nuestra concentración

Realizar actividades de ocio que requieran una concentración sostenida es una buena forma de entrenarla. La lectura, la escritura, los deportes, las actividades artísticas e incluso los videojuegos involucran tareas que requieren una atención activa para su ejecución.

Si por tu parte has detectado una o varias de las causas de problemas de concentración que vimos antes, puedes poner en práctica algunos consejos para mejorar:

  • Organiza tus hábitos de descanso. En el día toma pausas activas y en la noche duerme lo suficiente en buenas condiciones.
  • Sigue un plan de dieta mejor balanceado, y deja las comidas poco nutritivas para muy de vez en cuando.
  • Regula el consumo de determinadas sustancias, como alcohol, café y azúcar; que sea ocasional, y no parte de tu rutina diaria.
  • Organiza tus espacios de trabajo y establece cronogramas de trabajo. Dedica a cada tarea el tiempo necesario, ni más ni menos.
  • Gestiona relaciones saludables e identifica lo que te causa estrés para darle un manejo adaptativo.
  • Investiga y practica la atención plena, mindfulness, para mejorar la forma en la que administras la atención.
Si detectas que tus problemas de concentración persisten a pesar de tus esfuerzos por mejorar, puedes buscar ayuda de un profesional en salud mental para evaluar si las causas están relacionadas con un trastorno más complejo.


domingo, 5 de marzo de 2023

Hermanos que hacen de padres: ¿ha sido tu caso?

Ya sea en el cine o en la literatura, podemos encontrar un buen puñado de historias en las que un hermano ejerce como el sustituto de unos padres ausentes. Por desgracia, hay muchos menores que se ven condenados a asumir este papel, con las consecuencias que de ello se deriva...

Algunos padres cometen el error de cargar con responsabilidades que no les corresponden a alguno de sus hijos. En particular, tienden a delegar parte del cuidado de los menores en ellos. A veces, de hecho, terminan siendo una especie de “segundos padres”.

Este tipo de conductas además suelen ser reforzadas por otros adultos, con comentarios del tipo “tienes que cuidar a tu hermanito”, como si esa fuera su responsabilidad. De esta manera, se le otorga el rol de cuidador.

Es frecuente que, después de ser receptor de ese mensaje, una y otra vez, el niño acabe asumiendo lo que se le otorga. Es decir, que piense “si todos dicen que ese es mi cometido, será porque es mi cometido”. Así, muchos padres terminan modelando a un hijo perfecto por fuera, pero roto por dentro.

En otros casos, puede ser tal la presión, que el niño se rebele contra esa idea, y lejos de proteger y cuidar a su hermano, lo termine atacando: sencillamente no encuentra otra forma de cargar con una responsabilidad con la que no puede.

Los hermanos mayores y sus responsabilidades

Cuando los hermanos mayores le llevan seis o siete años a los que le siguen, lo más probable es que aparezca esta tendencia casi de manera natural. Eso sí, una vez que los adultos la identifican, tiende a reforzarse. En este caso, dependiendo de cómo y cuándo lo hagan, lo que pueden conseguir es precisamente un efecto contrario al que pretenden, y el hermano deje de hacer de cuidador a no ser que entienda que va a ser reforzado por ello.

En este contexto, también podemos encontrarnos con un niño que desatienda totalmente sus necesidades (cuidador) y a la vez con otro que delegue la satisfacción de las propias en su hermano (cuidado). Además, la entrega de quien cuida puede motivar una actitud extraordinariamente vigilante, impidiendo que su hermano se equivoque y que, por lo tanto, también aprenda y gane en autonomía. Cuidado porque la educación es una tarea compleja como para que solo la pueda asumir un adulto.

Entre la responsabilidad y el miedo

Los hermanos mayores no siempre están cómodos con la llegada de otro niño a la casa, en especial si son pequeños. Con frecuencia, los padres se niegan a ver esta realidad, asumiendo que el hermano, de manera natural, actuará como protector del recién llegado.

Mucho temerán romper las expectativas de sus seres queridos, contradecir a los adultos o disgustarlos y por eso tratará de cumplir con el rol que le están asignando, aunque no les guste.

No es raro que comiencen a sentir que cualquier cosa negativa que le ocurra a los menores es, de uno u otro modo, culpa suya. Teme que sus padres dejen de amarlo, si no cumple a cabalidad con la tarea encomendada. Con el tiempo, se convierten en adultos que no reconocen sus propias necesidades y que tienden a asumir como propio cualquier problema de los demás.

Contraindicaciones con los hermanos potencialmente cuidadores

Hay determinadas exigencias que nunca deberíamos plantearle a un menor. La primera de ellas es la de suplir a un padre o a una madre. No es su responsabilidad asegurar el bienestar de su hermano. Esta función debe estar en manos de un adulto, si es que los padres no pueden realizarla.

Los hermanos mayores tampoco tienen por qué primar por sistema la satisfacción de las necesidades de su hermano a la satisfacción de las propias. Que lo hagan cuando puedan y quieran.

Por otro lado, como todo niño, la educación consiste en buena medida en que los niños interioricen la importancia de los comportamientos cívicos, pero de ahí a que tengan que ser un modelo para su hermano hay una enorme distancia.

sábado, 4 de marzo de 2023

¿Realmente necesitamos dormir ocho horas?

¿Duermes ocho horas y piensas que es menos de lo que necesitas? ¿Duermes siete y tienes la sensación de no necesitar más? En este artículo, hablaremos precisamente del tiempo de descanso y las necesidades individuales.

Ocho horas. Parece que ese es el tiempo que debemos dormir para garantizar un descanso reparador. Ahora, ¿hasta qué punto es cierto?

Los beneficios del sueño son casi tan conocidos como la marca de las 8 horas: dormir bien hace que recarguemos nuestra energía y podamos. Transitar un día habitual de trabajo y ocupaciones cotidianas habiendo dormido mal nos cuesta el doble. Sin lugar a dudas, tener un buen descanso contribuye a nuestro bienestar y, por este motivo, debería estar dentro de nuestra canasta básica de hábitos saludables.

Sin embargo, según especialistas del campo, el famoso dictamen de las ocho horas tiene notas importantes a pie de página. Al parecer, el tiempo de descanso recomendado varía de acuerdo con la calidad del sueño, los genes, el contexto sociocultural y la edad.

¿Es necesario dormir ocho horas?

La respuesta es “depende”. Depende de quién eres, de cómo vives y de qué necesitas.

De hecho, charlando con otras personas, podemos descubrir que no todos necesitamos dormir la misma cantidad de horas para rendir física y cognitivamente de igual forma. El sueño es un tema de conversación recurrente entre amigos o miembros de una pareja. Incluso podría ser tema de discusión: “¿cómo haces para dormir tanto?, realmente no lo entiendo”, ¿solo duermes seis horas?, ¿cómo puedes llegar bien al final del día?”.

Bueno, por supuesto que desconozco si ellos están teniendo un adecuado descanso. Lo que quiero decir es que podrían dormir tres o cuatro horas más o menos que tú, sin que eso signifique que su hábito sea más o menos saludable. Porque es indistinto cuánto tiempo dediquen al sueño, siempre y cuando la relación entre la necesidad y la respuesta a esa necesidad sea conveniente. 

Horas de sueño según la edad

La Fundación del Sueño (Sleep Foundation) creó y compartió este año una guía actualizada de tiempos de sueño diario recomendados por grupo de edad. Para ello, dividen a la población en nueve grupos etarios y aclaran que, en algunos casos, dormir una hora más o menos que el rango general puede considerarse aceptable -aunque no óptima-, de acuerdo a las circunstancias particulares de la persona.

Para establecer estos indicadores, se convocó a un panel de 18 especialistas de diferentes campos de la ciencia y la medicina que llegaron a las siguientes conclusiones:

  • Las horas de sueño recomendadas para los recién nacidos son entre 14 y 17 horas.
  • Para los niños que tengan entre cuatro y once meses de edad será suficiente dormir entre 12 y 15 horas.
  • Se recomienda que los bebés mayores de un año y menores de tres duerman entre 11 y 14 horas.
  • Los niños en edad preescolar (entre tres y cinco años) deberían dormir entre 10 y 13 horas diarias.
  • La recomendación para los chicos de edad escolar (entre seis y trece años) es que duerman entre 9 y 11 horas.
  • La guía recomienda que los adolescentes duerman entre 8 a 10 horas.
  • A los adultos jóvenes (menores de 25 años) les bastarán unas 7, 8 o 9 horas de sueño.
  • Se recomienda que los adultos de entre 26 y 64 años descansen entre 7 y 9 horas.
  • Las personas mayores de 64 años deberían dormir entre 7 a 8 horas.
Otras cuestiones importantes del dormir

Como vemos, el mito de las horas diarias pierde fuerza al notar que, dependiendo de nuestra edad, necesitaremos dormir más o menos. Ahora bien, existen otros aspectos importantes relacionados con el sueño. Son los siguientes:

Necesidades personales

Para vislumbrar nuestra necesidad de horas de sueño, es esencial tener en cuenta la salud en general y preguntarnos si nos sentimos satisfechos, productivos y descansados durmiendo lo que dormimos ahora. También es importante considerar nuestras actividades diarias y las exigencias que implican, para determinar el nivel de idoneidad de nuestro descanso: ¿practico ejercicio físico con frecuencia?, ¿mi trabajo requiere un alto nivel de gasto energético?

A su vez, es valioso identificar la cantidad de horas que dormimos cuando no tenemos responsabilidades que cumplir al día siguiente. ¿Dormimos más, menos o lo mismo que en un día de trabajo habitual? En esos casos, no nos despierta la alarma del móvil, sino nuestro reloj biológico acompañado de la luz solar. En presencia del sol, nuestro cuerpo deja de segregar melatonina a la vez que favorece la producción del cortisol, que es una hormona capaz de despertarnos.

Ten presente a qué hora te acuestas y a qué hora te levantas los días en los cuales no te corre el reloj. Es entonces cuando puedas obtener información valiosa para escuchar con mayor atención tus necesidades.

Alondras y búhos

Para desgracia de los búhos, la vida occidental está diseñada para el grupo de alondras. El mundo abre temprano: el colegio, la oficina, y los negocios comerciales están preparados para abrir sus puertas a primera hora de la mañana, el peor horario para los búhos.

Lo que nos hace formar parte de uno u otro grupo tiene una explicación genética. Según el cronotipo de cada persona, su predisposición tenderá a alcanzar picos de energía en diferentes momentos del día.

Llamamos alondras a las personas que durante el mediodía y media tarde se sienten lo suficientemente activas para realizar actividades físicas e intelectuales adecuadamente. Por ende, tienden a levantarse y acostarse más temprano.

Los búhos, por el contrario, si tienen la opción de elegir, optan por irse a la cama más tarde, ya que rinden mejor a partir de las siete de la tarde. Muchas veces, se les puede distinguir a simple vista: los búhos suelen consumir bastante café y acarrear un déficit del sueño porque el horario normativo no va en consonancia con su horario biológico.

Personas distintas con necesidades de sueño diferentes

No todas las personas tenemos las mismas necesidades de sueño. Un médico declaraba: “si una persona normal consumiera tanta azúcar como lo hace un ciclista en el Tour de Francia, probablemente terminaría en coma o moriría”. Con el descanso pasa lo mismo, la necesidad no es la misma para todos.

Lo recomendable es ajustar lo más posible nuestra agenda y ocupaciones diarias a nuestro reloj biológico. Dormir nueve horas puede ser escaso para algunos, y excesivo para otros.

Teniendo en cuenta que la calidad del sueño tiene efectos significativos en nuestra salud general, debería ser tratado como una prioridad. Los trastornos del sueño como el insomnio crónico o la apnea del sueño son problemáticas que afectan de manera negativa a una buena parte de la población mundial.

Es importante que tu trabajo, tu estudio o tus actividades sociales no comprometan tu descanso. Por otro lado, una buena higiene del sueño es fundamental para poder dormir bien. Ella engloba horarios regulares, una adecuada iluminación, una temperatura agradable, entre otras cuestiones.


viernes, 3 de marzo de 2023

Mentiras que nos decimos a nosotros mismos: ¿por qué lo hacemos?

Nos autoengañamos de muchas maneras. Lo hacemos al invalidar nuestro potencial e incluso al sobrevalorar nuestras virtudes. Nos engañamos a veces en el amor y también cuando pecamos en exceso de optimismo...

Las mentiras que nos decimos a nosotros mismos no siempre son piadosas. A veces, están atrapadas en la red de las falacias, el pensamiento irracional, el deseo ilusorio y también en esas narrativas mentales salpicadas por los falsos mitos… Ejemplo de ello es asumir que por el hecho de haber pasado una mala época, el destino ha generado una deuda con nosotros.

En cierto modo, casi nadie escapa a este tipo de dinámicas psicológicas. Todos hemos mentido a alguien en alguna ocasión. Ya sean mentiras blancas (con intención benevolente) o mentiras negras (las que buscan un beneficio egoísta), es difícil encontrar a alguien que nunca haya usado estos recursos. Sin embargo, el autoengaño es una práctica mucho más común en el ser humano.

Lo hacemos casi como mecanismo inconsciente de protección, para defender muchas veces nuestra autoimagen y darnos confianza. Si yo me digo a mí mismo que voy a poder con todo, logro ese torrente de motivación tan necesario para afrontar muchas dificultades. Aunque obviamente siempre habrá realidades que me superen y me hagan caer.

Saber un poco más sobre la psicología del autoengaño nos puede permitir conocernos mejor.

Tipos de mentiras que nos decimos a nosotros mismos

Puede que a muchos les suene el nombre de Elizabeth Holmes. Esta química licenciada en la Universidad de Stanford creó una poderosa empresa de biotecnológica que captó miles de inversores. Decía haber desarrollado un sistema de análisis de sangre que abarataba costes y que era muy rápido. En el 2015, fue declarada la mujer multimillonaria más joven.

Ahora se enfrenta a una pena de cárcel por fraude. Todo era falso. Ahora bien, lo llamativo de buena parte de los estafadores es que para engañar a otros también se mienten a sí mismos. Lo hacen diciéndose que sus actos tienen una justificación y que, obviamente, nunca serán descubiertos. Más allá de la falta de moral, también está ese mecanismo sofisticado llamado autoengaño.

Una investigación de la Harvard Business School indica además algo interesante. Es cierto que hay muchas personas que racionalizan sus acciones poco éticas, como fue el caso de Elizabeth Holmes. Sin embargo, las mentiras que nos decimos a nosotros mismos también pueden ser beneficiosas. Por ejemplo, pueden elevar nuestra autoconfianza.

A veces, el opositor que prepara sus exámenes puede dar naturaleza de certeza a su expectativa de conseguir la plaza solo porque pasa todos los test que le plantean en la academia o los hace mucho mejor que al principio. Esa confianza puede actuar como un ansiolítico natural, lo cual sí puede ser una ventaja real de cara al examen. Veamos ahora ese conjunto de mentiras que nos decimos a nosotros mismos.

Me da igual lo que diga la gente

Es posible que muchos insistan en que ese no es su caso. “¡A mí me da igual lo que digan los demás!”, expresan con rotundidad y énfasis. Sin embargo, como seres sociales que somos, a todos nos suele molestar, inquietar y preocupar los juicios que otros puedan hacer sobre nosotros.

A mí no me va a pasar…

Es un razonamiento que podemos arrastrar desde la infancia. A menudo, asumimos que nunca estaremos en una determinada posición porque pensamos que hay algo que nos diferencia de los que están en ella que impide o hace muy complicado que pase.

Sin embargo, el destino es caprichoso y todos podemos tener un problema de salud mental, enamorarnos de la persona inadecuada o incluso sufrir la más burda de las estafas.

No tengo tiempo

Una de las mentiras más comunes que podemos decirnos a nosotros mismos es aquella de “no tengo tiempo”.

Amarrados como estamos a nuestras obligaciones, presiones, horarios y mil y una preocupaciones, podemos tener la sensación de no encontrar una hora libre para nada. Sin embargo, es en este momento cuando asumimos la idea de que tenemos un menor control de nuestro tiempo del que pensamos.

Nos creemos cautivos de nuestras rutinas, pero en realidad son cadenas que nosotros mismos nos creamos…

Si hago aquello o lo otro, seguro que me querrá

El amor, a menudo, es terreno abonado para las mentiras que nos decimos a nosotros mismos. Ninguna esfera nos coloca tantas vendas en los ojos e ideas poco lógicas en lo más profundo de nuestra mente como esta.

Son muchas las personas que se dicen a sí mismas aquello de “si cambio, si me cuido más, o hago esto o lo otro, mi pareja me querrá de nuevo”. Son ideas desesperadas, porque cuando el corazón es ciego, al final solo se alimenta de autoengaños.

El mundo tiene que tratarme bien porque soy bueno

Si hay una falacia a la que damos validez es aquella en la que asumir que a las personas buenas solo les pasan cosas buenas. También que el destino siempre termina compensando de alguna manera a aquellas personas que actúan bien.

Nos encantaría que la vida funcionara con este mecanismo. Sin embargo, ese tipo de justicia divina no siempre actúa de este modo.

Las personas tienen que ser como quiero

Es cierto, si hay un tipo de sufrimiento recurrente es querer que las personas sean como uno desea. Hay muchos padres que caen en este tipo de autoengaño. Lo hacen al dar por sentado que sus hijos serán siempre como han proyectado, que cumplirán todas sus expectativas. Sin embargo, esto rara vez sucede.

Este es un tipo de sesgo del que ya nos habló el psicoterapeuta Albert Ellis en su día.

Psicología del autoengaño: ¿por qué lo hacemos?

Buena parte de nosotros vivimos con toda una fábrica de mentiras no examinadas que nos decimos a nosotros mismos. Es un hecho que dicho artificio psicológico nos resta potencial y que, a menudo, alimenta el malestar y la infelicidad. Estas narrativas psicológicas buscan paliar la ansiedad ante realidades que, vistas sin filtros, resultan incómodas y hasta dolorosas.

A nadie le agrada admitir que lo que piensen otros le preocupa lo indecible. Tampoco es fácil aceptar que, haga lo que haga, si mi pareja no me quiere, poco podré hacer yo para recuperar su afecto. La vida es compleja, falible e incierta. Sin embargo, el cerebro crea sus propios salvavidas para mantenernos a flote en el día a día.

Nunca está de más revisar muchos de esos enclaves mentales dominados por el autoengaño. Desactivarlos, apagar esa fábrica mental nos permitirá adentrarnos en una realidad más nítida sobre la que tendremos un mayor control. Pensemos en ello.


jueves, 2 de marzo de 2023

Edad subjetiva y bienestar: y tú ¿cuántos años tienes realmente?

Las consecuencias de nuestra edad no están fijadas por nuestra fecha de nacimiento. A nivel mental, es igual o incluso más importante, los años que sintamos que tenemos. Así, hoy queremos hablar del peso de la edad subjetiva en nuestro bienestar.

Envejecer es algo inevitable, pero navegar por esa etapa de la vida con la mejor actitud puede hacer de este proceso algo enriquecedor. Un modo de lograrlo es sentirnos mentalmente más jóvenes de lo que realmente somos. Es decir, dar forma a una edad subjetiva que esté por debajo de la edad cronológica. Esto, lejos de ser un mecanismo de negación, tiene un gran impacto en nuestra salud.

Puede que estemos en esa etapa de nuestra existencia en que al mirarnos al espejo, nos digamos aquello de ¡este no soy yo, si por dentro me siento como si tuviera 20 años! Esa es la clave, percibir que en nuestro interior sigue existiendo el mismo énfasis, pasión y deleite por comernos el día a día, como cuando éramos más jóvenes.

Hay un viejo refrán que dice “eres tan viejo como te sientes”. La sabiduría popular rara vez falla en sus conocimientos, y si hay un indicador de bienestar físico y psicológico es el de percibir que más allá de un cuerpo que se hace mayor está una mente que ansía seguir aprendiendo, disfrutando de lo que el devenir quiera ponerle por delante.

Qué es la edad subjetiva y por qué es un indicador de salud

Entendemos la edad subjetiva como los años que una persona realmente siente tener, más allá de la resta entre la fecha de hoy y la de su nacimiento. No importa, por tanto, cuándo hayamos nacido, importa cómo nos sentimos. Una investigación de la Universidad de Carolina del Norte llega a una conclusión clara: la edad que sintamos tener es un predictor para el bienestar y la salud.

Así, y por curioso que nos resulte, hay quien se percibe más mayor de lo que es. Están los que rondan los cuarenta y, sin embargo, sienten como si hubieran vivido veinte años más. Y no es porque hayan atesorado grandes aprendizajes, sino porque se perciben más agotados de la cuenta, más apesadumbrados de lo normal y con menos esperanzas de lo permisible.

La edad subjetiva, tal y como nos explican en ese estudio antes citado y liderado por el doctor Matthew Hughes, tiene que ver con diversas variables, siendo una de las más importantes el modo en que interpretamos nuestras experiencias personales. Una vida marcada por el estrés crónico, las decepciones o incluso la vulnerabilidad social nos envejece antes de la cuenta…

Si te sientes joven, las dificultades se afrontan mejor

Envejecer es un proceso complejo repleto de desafíos. Más allá del progresivo cambio físico, están los problemas de salud. No todo el mundo llega al otoño de la vida sin haber visitado a su médico de cabecera varias veces.

No vamos a poder evitar todos los eventos negativos que se produzcan; la actitud con la que manejemos todas estas situaciones va a resultar decisivo. Más aún, en un estudio realizado en colaboración con varias universidades estadounidenses pudo verse algo llamativo.

Vivir con una edad subjetiva menor a la cronológica no solo se relaciona con una mejor salud física, sino también con una mejor salud mental. Se reduce el riesgo de depresión.

Componentes de la edad subjetiva

Los estudios nos dicen que la edad subjetiva es un concepto que empieza a tener su peso alrededor de los 55 años. Parece que lo mejor es mantener un desajuste en negativo de diez años respecto a nuestra edad objetiva. A esa percepción se le añaden un conjunto de metacogniciones que reforzarán día a día el bienestar.
  • Tener una visión positiva del envejecimiento. No verlo como una limitación para seguir marcándonos metas, sino una nueva etapa en la que segur cultivando la felicidad, la vida social, etc.
  • La edad subjetiva se acompaña de un enfoque resiliente. Son personas que no temen las dificultades, las afrontan y aprenden de ellas.
  • La curiosidad, las ganas de aprender, de seguir conociendo a más gente se vinculan con esta variable.
  • Uno se siente más joven de lo que es cuando le encuentra sentido a la vida, y sigue marcándose propósitos.
  • Otro punto importante es sentirse apoyados, contar con vínculos sociales fuertes y felices.
  • El tener una profesión gratificante también determina la edad subjetiva. Es un elemento que nos permite tener una imagen positiva de nosotros mismos, más allá incluso de la jubilación.
No me preguntes cuántos años tengo, pregúntame cuántos años siento tener

El peso de la edad no lo marca una partida de nacimiento, lo condiciona sobre todo nuestro interés en seguir evolucionando. En una sociedad como la nuestra, tan censora de la arruga y estricta con el aspecto físico, vamos a tener que realizar determinados cambios a nivel mental para que esa esperanza de vida que poco a poco estamos ganando no se materialice en sufrimiento a nivel mental.

Esto no será un problema siempre y cuando estemos preparados para esa etapa. Esa en la que deberemos desarrollar una edad subjetiva más baja que la cronológica. Y lo haremos manteniendo la ilusión, la esperanza y las ganas por alcanzar nuevos objetivos.

Porque, aunque no nos demos cuenta, a nuestro alrededor hay muchos jóvenes que ya son viejos, es decir, son personas sin motivación, sin objetivos ni propósitos. Y ese no es el camino.

Asimismo, hay infinidad de personas mayores que rebosan juventud, espontaneidad, ganas por seguir contribuyendo a este mundo y sus propias vidas. Por tanto, a partir de ahora, en lugar de preguntarle a alguien cuántos años tiene, preguntémosle, qué edad siente tener. Le arrancaremos una sonrisa.

miércoles, 1 de marzo de 2023

Los cambios cerebrales tras la menopausia

¿Qué cambios produce la menopausia a nivel cerebral? ¿Cómo afecta a la vida mental? ¿Cómo podemos protegernos de las pérdidas derivadas más frecuentes? Hablamos sobre ello.

La menopausia alude a un periodo vital en el que desaparecen, de manera gradual, la ovulación y la menstruación. Además, la menopausia está asociada a una serie de cambios cerebrales y físicos que dan lugar a la aparición de ciertos síntomas. Algunos son más frecuentes, como los sofocos o la sensación de calor repentina, una mayor acumulación de grasa, la sequedad vaginal o el insomnio. Otros, menos comunes, incluyen ansiedad, cambios de humor o incontinencia urinaria.

Estos síntomas se han asociado de manera tradicional a la finalización de la ovulación, pero su origen realmente reside en el cerebro y en los cambios hormonales, según indica la neurocientífica Laura Mosconi en una de sus charlas sobre la menopausia. Así, la reducción de los niveles de estrógenos y progesterona afectaría al envejecimiento cerebral, dando lugar a una buena parte de los síntomas mencionados.

El sistema neuroendocrino

Para entender la relación entre los cambios cerebrales y la menopausia es necesario comprender el funcionamiento del sistema neuroendocrino. Este es el encargado de producir y secretar hormonas, y tiene como función regular la actividad de determinadas células y órganos, como los ovarios y el cerebro. Por tanto, están conectados a través de este sistema y se comunican continuamente, influyendo uno en la salud del otro.

Las hormonas no solo participan en la reproducción o el metabolismo, sino también en el funcionamiento cerebral. Concretamente, el estrógeno tiene un papel clave. Así, se cumple una regla: si el nivel de estrógenos es alto, el nivel de energía también lo será. En cambio, cuando los niveles de esta hormona se reducen, las neuronas comienzan a reducir su actividad.

Como veremos a continuación, estos efectos se dan de una manera más pronunciada en algunas regiones del cerebro. Esto da lugar a síntomas concretos comunes en la menopausia y que tradicionalmente, y de forma reduccionista, se han relacionado con la desaparición de la ovulación.

La menopausia y los cambios en el cerebro

Una de las regiones cerebrales que experimenta más cambios durante la menopausia es el hipotálamo. Esta estructura situada en la base del encéfalo controla la actividad del sistema nervioso y de la hipófisis. Además, produce una serie de hormonas que controlan la libido, los estados de ánimo y la temperatura corporal.

Por tanto, cuando el estrógeno no activa el hipotálamo correctamente, el cerebro tendrá dificultades para regular estas funciones. De esta manera, se producirían sofocos, alteraciones del deseo sexual y podría aparecer sintomatología ansiosa o cambios de humor.

Por otro lado, el tronco encefálico también se ve afectado por la disminución de estrógenos durante y tras la menopausia. Esta región cerebral regula, entre otros, los ciclos del sueño. Consecuentemente, una alteración de los estrógenos llevaría a una alteración del patrón de sueño y vigilia; o bien, como le ocurre a algunas mujeres durante la menopausia, podría llevar a padecer insomnio.

Los estrógenos también se comunican con la amígdala, centro emocional del cerebro, y el hipocampo, núcleo fundamental para la memoria. Por tanto, la menopausia también disminuye la actividad de estas regiones y se asocia con cambios de humor y fallos de la memoria.

Por último, algunos estudios han encontrado que la menopausia puede ir asociada incluso a la formación de placas amiloides, el principal factor de riesgo para la enfermedad de Alzheimer.

¿Cómo protegernos de los síntomas?

Una vez que se conocen estos síntomas y sus causas, es natural preguntarse: ¿se puede hacer algo para aliviarlos?, ¿cómo se puede proteger el cerebro de estos cambios?

Aunque las alteraciones hormonales se regulan con el tiempo y, con ello, los síntomas, hay algunas estrategias que se pueden llevar a cabo para reducir el impacto de estos cambios cerebrales en la menopausia.

Actualmente, una de las terapias más comunes para aliviar la sintomatología es la terapia hormonal. Sin embargo, para algunas mujeres se han registrado efectos secundarios. Además, este tipo de terapia no parece útil para algunos de los cambios, como es el caso del incremento de placas amiloides.

Teniendo esto en cuenta, se recomienda revisar y, en caso de ser necesario, hacer algunos cambios en el estilo de vida. Por ejemplo, en cuanto a la alimentación, los hábitos de sueño y los niveles de estrés, por su producción de cortisol y su efecto negativo en el nivel de estrógenos. En el caso de la comida, hay determinados alimentos que son beneficiosos para los cambios hormonales durante y tras la menopausia. Algunos ejemplos son las legumbres, frutas o semillas de lino o sésamo, el chocolate negro, o de manera general, la dieta mediterránea.

Igualmente, para los problemas cognitivos que pueden tener lugar, también pueden realizarse ejercicios que estimulen la atención o la memoria, como crucigramas, practicar idiomas o leer.

En definitiva, la menopausia se relaciona con cambios cerebrales debido a que los niveles de estrógenos disminuyen y se producen determinados cambios en el funcionamiento cerebral. Esta información es valiosa para las mujeres que están pasando por este proceso, ya que podrán comprender mejor los cambios que están experimentando. Así como podrán poner en marcha pautas para aliviar los síntomas que padecen.