domingo, 14 de mayo de 2023

Pensamiento convergente: qué es, cómo funciona y ventajas

El pensamiento convergente utiliza la lógica, la razón y la experiencia para proporcionar la solución adecuada de forma rápida. Descubre cómo funciona, cuándo puedes utilizarlo y cuáles son sus principales ventajas.

Seguro que has oído a hablar del pensamiento divergente o creativo, pero… ¿Y del pensamiento convergente? ¿Sabes en qué consiste o cuándo lo aplicamos? La realidad es que existen múltiples maneras de pensar, reflexionar y llegar a conclusiones más o menos fiables. Escoger la mejor de ellas es en sí una habilidad que mejora con la experiencia y el aprendizaje.

Hoy nos centraremos en el pensamiento convergente, un tipo de pensamiento basado en la lógica que nos ayudará a resolver problemas de solución única. ¿Quieres saber más? ¡Sigue leyendo!

Pensamiento convergente: ¿qué es?

En 1967, el psicólogo estadounidense Joy Paul Guilford propuso dos tipos de pensamiento novedosos: el pensamiento divergente y el pensamiento convergente. Definió el pensamiento convergente como la habilidad de dar la respuesta correcta a una pregunta ordenando de manera lógica la información disponible .

En otras palabras, sería la capacidad para solucionar problemas o contestar preguntas sin que se requiera una gran habilidad creativa . Un ejemplo de pensamiento convergente sería aquel que solemos utilizar para hacer operaciones comunes, como una suma.

Por contra, Guilford definió el pensamiento divergente como un proceso de planteamiento o resolución de problemas mediante la búsqueda de estrategias y soluciones novedosas. Este tipo de pensamiento también ha sido denominado pensamiento creativo o pensamiento lateral.

Según Guilford, los procesos de innovación alternan ambos tipos de pensamiento. Por otro lado, uno de los objetivos de este tipo de pensamiento es el de encontrar soluciones más eficaces.

¿Cómo funciona el pensamiento convergente?

Como hemos visto, podríamos decir que el pensamiento convergente sería el antagónico del divergente (creativo). Este tipo de pensamiento no se centra en todas las posibilidades (e incluso las que requieren mayor imaginación) del problema, sino que busca encontrar la solución más adecuada de manera rápida y precisa.

Para ello, utilizamos la información que creemos que nos ayudará a resolver el problema, pero no imaginamos escenarios alternativos o atípicos, como haríamos con el pensamiento divergente. En este sentido, se trata de un proceso de pensamiento bastante acotado.

¿Cuándo es más útil?

El pensamiento convergente, aunque pueda parecer más limitante porque no se alimenta de la imaginación ni de la creatividad, puede llegar a resultar muy útil en ciertas situaciones. Por ejemplo, en aquellas situaciones en las que es posible encontrar una única respuesta correcta , a la que llegaríamos a través de un proceso de toma de decisiones (o aplicando la lógica).

¿Qué lo caracteriza?

Se trata de un tipo de pensamiento que suele reportarnos respuestas con poca incertidumbre. Además, se basa en la razón y en la lógica, y con él recurrimos a la información disponible para encontrar una respuesta precisa de forma rápida (con el menor coste de tiempo posible).

Por otro lado, el pensamiento convergente se relaciona con el conocimiento del que ya disponemos. Esto es así porque, cuando lo aplicamos, usamos datos de forma estandarizada.

Finalmente, como características a destacar encontramos que a través de él utilizamos también otro tipo de pensamiento, el pensamiento crítico . Este último se basa en la información, el conocimiento previo, la lógica, la estadística y las probabilidades.

Ventajas del pensamiento convergente

¿Qué ventajas tiene utilizar este tipo de pensamiento y no otro? Vamos a conocer dos de las más importantes:

Perfecto para aquellos problemas para los que no necesitamos una solución mejor

El pensamiento convergente también nos puede ayudar a tomar decisiones. Según el psicólogo Oscar Castillero, la toma de decisiones engloba todos aquellos procesos a través de los cuales un sujeto toma la determinación de seleccionar una de las múltiples opciones posibles de entre las que se presentan. Para ello, la persona se basa en una gran cantidad de factores que rodean dicha situación.

Emplear este tipo de pensamiento es muy útil para resolver la mayoría de los problemas cotidianos. ¿Vamos a mirar todos los días el plano para ir de casa al trabajo? ¿Vamos a seguir buscando una receta que mejore ese guiso que ya nos sale estupendo?

De este modo, hay momentos en los que no necesitamos resultados mejores; con las soluciones y las estrategias que ya conocemos es suficiente. Este es el terreno en el que el pensamiento convergente nos da confianza y se presenta como la mejor de las elecciones.

Gasta pocos recursos cognitivos

Utilizar las estrategias que ya conocemos ahorra energía mental. Son caminos o senderos conocidos, rutas que ya hemos explorado y, por lo tanto, predecibles.

Si tenemos frío, sabemos que encendiendo la calefacción esta sensación se marchará. Si nos molesta la espalda, sabemos que estirarla nos aliviará. Este tipo de acciones las llevamos a cabo casi de manera automática. Así, este pensamiento es muy liviano en su aplicación. Con él tomamos un montón de decisiones al día de las que ni siquiera somos conscientes.

El pensamiento convergente en la gestión de proyectos

En el ámbito empresarial, específicamente en la gestión de proyectos, el pensamiento convergente y divergente suelen ser de gran utilidad. Pues, ayudan al equipo a encontrar las acciones o soluciones necesarias para alcanzar los objetivos esperados.

En estos casos, el pensamiento convergente se enfocará en la estructura del proyecto y en las soluciones más claras e inmediatas. Por tanto, será más conveniente cuando se requieran respuestas rápidas, sin ambigüedades y con mayor organización.

Además, el pensamiento convergente resulta sumamente útil para alinear equipos, crear flujos de trabajos y planificar proyectos. Sin embargo, en estos escenarios no debemos evitar el pensamiento divergente por completo, pues impedirá desarrollar soluciones innovadoras para los problemas. De allí, la importancia de combinar ambos pensamientos en la gestión de proyectos.

¿Cómo aplicar el pensamiento convergente y divergente en la resolución de problemas?

Como ya lo decíamos, podemos combinar ambos tipos de pensamiento para gestionar proyectos y resolver problemas. De no ser así, el proceso puede resultar más complicado.

Ahora bien, en determinadas etapas del proceso conviene usar más un tipo de pensamiento que otro. Veamos entonces en cuáles fases es ideal pensar de manera convergente y en cuáles no.

1. Fase de descubrimiento: pensamiento divergente

La primera fase de la resolución creativa de problemas es el descubrimiento: identificar las causas del problema considerando todas las posibilidades. Es por ello que conviene más aplicar el pensamiento divergente.

Por ejemplo, supongamos que somos una empresa que vende determinados productos y en las últimas semanas las ventas han caído, lo que genera la siguiente inquietud: ¿por qué está sucediendo? En este caso, si usáramos el pensamiento convergente para responder a esta pregunta, podríamos llegar a una sola conclusión. Pero, si usamos el divergente, podríamos considerar todas las posibles causas del problema.

Algunas podrían ser: un inadecuado plan de marketing, el fortalecimiento de la competencia, una deficiencia en la calidad de nuestros productos, el establecimiento de precios elevados, etc. Una vez que se hayan definido todas las posibles causas del problema, podemos pasar a la siguiente etapa: definir cuál de ellas es la correcta.

2. Fase de definición: pensamiento convergente

En este caso, aplicaremos el pensamiento convergente para filtrar las posibles causas del problema. Si bien es posible que más de una causa haya provocado la caída de las ventas, el pensamiento convergente requiere un enfoque centrado en el problema, por lo que nos conviene elegir la que creamos que es más plausible.

Por ejemplo, la mejora de la competencia pudo haber contribuido a la caída ventas; si la calidad de nuestros productos no es tan buena como la que ellos ofrecen, entonces deberíamos atender esta última causa con mayor urgencia.

Además, la mayoría de las causas que solemos barajar para un problema suelen estar interrelacionadas. Por tanto, si mejoramos la calidad de nuestros productos, es probable que sea más fácil también definir un buen plan de marketing (siempre es más fácil teniendo el mejor producto).

3. Fase de deducción: pensamiento divergente

En esta etapa, que consiste en encontrar una solución a nuestro problema, volveremos a utilizar el pensamiento divergente. Por tanto, si la causa de la caída de nuestras ventas es una baja calidad en nuestros productos, podemos plantearnos las siguientes soluciones:

  • Buscar nuevos proveedores que ofrezcan una materia prima de mayor calidad.
  • Analizar los productos de la competencia e identificar cómo podemos mejorar los nuestros.
  • Consultar a nuestros clientes y ex clientes qué aspectos mejorarían de nuestros productos.
  • Investigar exhaustivamente nuestro nicho, etc.
En suma, se trata de considerar todas las posibles soluciones a nuestro problema antes de elegir la mejor de ellas.

4. Fase de determinación: pensamiento convergente

Es la última etapa de la resolución de problemas y conviene utilizar el pensamiento convergente para determinar qué solución eliminará el problema de manera más efectiva. Si bien todas las soluciones propuestas pueden ayudar a solventar la problemática hasta cierto punto, debemos empezar a ejecutar una acción concreta.

Aunque, en algunos casos, podemos centrarnos en más de una acción, pero solo si estas acciones están relacionadas.

Aprendizaje y pensamiento

El pensamiento convergente puede resultar útil en muchos casos, y conocer sus características nos puede ayudar a ser más eficaces. Existen muchos tipos de pensamiento, y la utilidad de cada uno de ellos, y en última instancia la elección, dependerá de variables circunstanciales, de nuestro propósito y de la naturaleza del propio problema.

Lo importante será analizar bien el contexto, conocer las posibilidades de respuesta (y si no existen, crearlas, darle el poder a nuestra imaginación), elaborar un plan de acción y ejecutarlo para llegar a la respuesta deseada. Nos equivocaremos mil veces, pero por suerte los errores son los que crean un camino hacia el aprendizaje.

sábado, 13 de mayo de 2023

¿Cuánto aguantas haciendo cola?

¿Qué supone para ti hacer cola? ¿Cómo manejas tú este tipo de situaciones de espera obligada y tiempo perdido? Por lo general, el cerebro procesa de diferentes maneras estas situaciones y es muy interesante conocerlo.

Si contáramos todas las horas perdidas que hemos invertido haciendo colas, seguramente nos asustaríamos. Nos daría para tener, quizá, otra vida. Sin embargo, una parte significativa de nuestras tareas diarias requieren estar en una fila, respetar un turno y contener nuestra frustración en esas antesalas donde el tiempo queda en pause y la mente se desespera.

Esperamos en las colas de los comercios para pagar, esperamos en los consultorios médicos y hasta en los restaurantes. Las emociones que se experimentan en estos contextos pueden ser de lo más variadas e intensas. Hay quien siente angustia, desesperación, enfado o mero aburrimiento, están los que se indignan y, por supuesto, los que se resignan.

Aunque nos parezca llamativo, la psicología lleva décadas estudiando cómo procesa la mente humana este tipo de situaciones tan cotidianas. De hecho, podemos conocer bastante a una persona sabiendo cómo reacciona al tener que esperar durante un tiempo determinado. Asimismo, los contextos de espera son situaciones que las grandes empresas intentan resolver mejor.

Por ejemplo, aunque sea casi imposible evitar los tiempos de espera en los comercios, hay maneras para lograr que dicha experiencia sea más cómoda. Las chocolatinas, los chicles o las revistas de los lineales en los espacios de cola para pagar son, además de reclamos, un modo de distracción.

Haciendo cola: la psicología detrás de la espera

Si hay algo que los niños deben aprender desde bien pequeños es hacer filas y esperar. En Infantil y Primaria se intenta que se habitúen a este tipo de dinámicas tan básicas para organizar desde la entrada a clase, como al patio o al comedor escolar. La psicología de la espera requiere que el ser humano aprenda dos tareas básicas: controlar las emociones y los impulsos.

Decimos esto por un fenómeno común que acontece en esos contextos de espera forzada. Estudios, como los realizados en la Universidad de Bath, por ejemplo, nos hablan de “la rabia de la cola”. Es ese fenómeno en el que pueden producirse desde insultos, empujones y conductas poco ajustadas. Todos lo hemos visto alguna vez.

Basta que alguien perciba una injusticia (una persona que se salta el turno) para que aparezca el conflicto. Las empresas y comercios conocen este tipo de riesgos y, por ello, se han empezado a tomar medidas, como las colas rápidas para quien lleve pocos productos.

David H. Maister, ex profesor del Harvard Business School y experto en prácticas de gestión empresarial, estudió hace tiempo el campo de la psicología de la espera. Las aportaciones que nos ofreció a esta área son tan interesantes como reveladoras. Las analizamos.

1. Si logras mantenerte ocupado, te desesperas menos

¿Cuánto aguantas haciendo cola? Es posible que estés habituado a estas situaciones y ya cuentes con algún recurso. Porque, efectivamente, si logramos que el cerebro se distraiga, el tiempo de espera parecerá más corto.

A día de hoy, los móviles son ese medio excelente para entretenernos para ahorrar en paciencia.

2. La incertidumbre y la ansiedad empeoran la experiencia de la espera

Si hay un contexto en el que la espera puede ser angustiante es en los centros médicos. Hay escenarios en los qu hacer cola puede ser extenuante y, por ello, también necesitamos saber manejar estas situaciones. Caminar, leer o practicar la respiración profunda puede ayudarnos.

No obstante, no podemos dejar de lado un hecho. A veces, las esperas en los hospitales o las salas de urgencia son tan dilatadas, que algunas personas pueden derivar en reacciones violentas.

3. Las esperas injustas y las esperas equitativas

Si estamos llevamos dos horas haciendo cola y aparece alguien que se salta el turno y es atendido al instante, surge la indignación y el enfado. Porque si hay algo que deseamos es que toda espera sea justa. Si esto no se cumple y el trato es discriminatorio, se intensificarán nuestras emociones de valencia negativa.

4. Las colas y la anticipación positiva

¿Quién no ha hecho cola de madrugada durante horas y horas para acudir a un evento? ¿Quién no ha esperado en una fila kilométrica esperando la apertura de un establecimiento para comprar ese artículo soñado? En efecto, el tiempo es relativo y cuando anticipamos un refuerzo positivo, la espera no pesa, sino que es parte de ese proceso emocionante.

5. Si el servicio es valioso, seguiremos haciendo cola

¿Quién no está dispuesto a esperar varias horas si el médico que nos va a atender es el que nos han recomendado por su profesionalidad? En efecto, si el servicio es de calidad, seguiremos haciendo cola sin dejarnos llevar por la frustración. El cerebro entiende que es el coste ineludible por lograr un beneficio, entonces lo racionaliza y el malestar se atenúa.

Para concluir, quien piense que este tema es algo vacuo, se equivoca. Saber gestionar la experiencia de la espera, de los turnos y de las colas es una competencia esencial para vivir en sociedad. Esta práctica forzada dice mucho de nuestra gestión emocional, de la contención de los impulsos y del respeto a los demás.

Aunque ello no evita, sin duda, que dicha vivencia no nos resulte siempre de lo más fastidiosa.

viernes, 12 de mayo de 2023

El sonrojo, ¿por qué?

El sonrojo es la manifestación de una cierta incomodidad, pero en la mayoría de los casos no tiene mayores efectos. De hecho, se ha comprobado que algunas personas lo consideran atractivo. Sin embargo, en algunos casos podría ser la parte visible de un problema más serio.

El sonrojo es un fenómeno exclusivamente humano. Ningún otro animal presenta ese estado y por eso el propio Darwin lo definió como ‘la más humana de las expresiones’. Se trata de una reacción involuntaria, fisiológica, pero con implicaciones psicológicas y sociales.

En algunas ocasiones el sonrojo representa un episodio pasajero y sin mayores consecuencias. Otras veces, constituye una respuesta frecuente que llega a condicionar la vida de las personas. En los casos más severos, es tal el condicionamiento que se llega a desarrollar una fobia a ese rubor que se experimenta con frecuencia. Se sabe de personas que se han aislado por completo debido a este temor extremo llamado eritofobia.

Aunque todos, o casi todos, hemos experimentado el sonrojo, no es un tema muy tratado ni en la medicina ni en la psicología. En general, se considera una expresión sin mayor importancia y, de hecho, atractiva para muchas personas. Sin embargo, en algunos casos ameritaría un examen más profundo.

El sonrojo desde el punto de vista físico

En principio, el sonrojo se explica como una manifestación fisiológica. El cerebro y la piel están estrechamente interconectados. Muchos de los fenómenos que tienen lugar en la mente terminan manifestándose a través de la piel. Esto se debe, en gran medida, a que la piel tiene infinidad de terminaciones nerviosas.

Hay situaciones sociales y emociones que llevan a que se eleve el flujo de sangre en la piel. Ocurre cuando sentimos vergüenza, arrepentimiento, culpa, nerviosismo, pero también ira u ofuscación. Esto lleva a que cambie el color del cutis. El fenómeno, por supuesto, es más perceptible en las personas que tienen un tono de piel más claro.

El sonrojo suele ir acompañado por una sensación de calor. Es una reacción completamente involuntaria y se le considera parte del lenguaje corporal no verbal. El enrojecimiento del rostro también está presente durante la excitación sexual y al realizar alguna actividad corporal exigente. La razón física es la misma: un aumento del flujo sanguíneo.

El sonrojo y la situación social

El sonrojo es mucho más frecuente en situaciones sociales, aunque también se puede dar cuando una persona está sola. Muchas veces aparece en quienes tienen cierto grado de timidez y de pronto se sienten muy expuestas. Como cuando alguien recibe un elogio público es mirado por un gran número de personas y esto le genera nerviosismo e incomodidad al sentirse el centro de atención.

Otras veces el sonrojo aparece porque una persona se siente apenada o avergonzada, debido a que se ha hecho evidente ante otros algún error o falencia que tiene, o piensa que tiene. Para algunos expertos, ese rubor es un estado fisiológico que experimenta una persona cuando se descubre una información privada, o hay una amenaza de que esto ocurra.

Una de las personas que más ha estudiado este fenómeno es Peter J. de Jong, quien expuso sus conclusiones en el libro The Psychological Significance of the Blush. Allí señala que, con base en varios experimentos, se puede concluir que las personas que se sonrojan resultan más confiables para los demás y les parecen más atractivas.

¿Cuándo hay problemas?

El sonrojo en sí mismo no es ningún problema. Se transforma en uno cuando produce sufrimiento psicológico a la persona que lo presenta. En este caso, ya no hablamos de una vergüenza o un nerviosismo pasajeros, sino de un estado de ansiedad que se incrementa cuando aparece el rubor. En casos extremos, esto conduce a la eritofobia, o miedo intenso o irracional a sonrojarse.

En esa condición, la calidad de vida se ve seriamente afectada. Así, se considera una manifestación de ansiedad social severa. Desde ese punto de vista, el sonrojo ya no es una expresión de un estado de ánimo temporal, sino el síntoma de un problema psicológico más profundo. Se trata de una conducta evitativa que le impide a una persona sentirse cómoda en compañía de otros.

De no tratarse, este tipo de problema puede llevar al aislamiento o a la privación de experiencias sociales por miedo a la reacción de los demás cuando se presenta el sonrojo. Es una situación que bien podría solucionarse a través de una psicoterapia que permita explorar el significado de ese temor a los demás.

jueves, 11 de mayo de 2023

Cómo evitar recaer en los malos hábitos

Volver a caer en un mal hábito pasado es sumamente sencillo. Sin embargo, atendiendo a ciertas señales externas e internas podemos mantener nuestro estilo de vida saludable. Mira por qué.

Si alguna vez has intentado mejorar tu estilo de vida, quizás te hayas dado cuenta de que suele costar más mantener un hábito que comenzar a adoptarlo. Con esfuerzo y motivación nos encaminamos hacia determinados objetivos, pero en el momento menos esperado nos vemos de nuevo trasnochando, con una vida sedentaria o con una alimentación deficiente. Si quieres evitar que esto ocurra de nuevo, compartimos contigo algunos consejos para evitar recaer en los malos hábitos.

Un hábito no solo está relacionado con la salud física. De hecho, es toda secuencia de acciones que ha quedado automatizada y realizamos sin deliberación ni control consciente. Por ejemplo, nuestras actitudes, y las formas en que normalmente pensamos o nos sentimos también pueden considerarse como tal.

Cambiar de hábitos es complejo y, en ocasiones, la voluntad y la motivación que nos proporciona haber obtenido resultados no es suficiente para mantenernos por el buen camino. A este respecto, conocer cómo funciona nuestra mente puede ser la clave que falta.

Los hábitos y la actividad neuronal

Muchos de los hábitos que adoptamos terminan produciendo modificaciones en nuestro cerebro. Así, esa secuencia de acciones que constituyen el hábito se refleja en un patrón de activación concreto que queda “guardado” como un conjunto.

Se ha visto que, mientras adquirimos el hábito, hay actividad neuronal durante todo el proceso. Sin embargo, una vez automatizado, el cerebro solo se activa al inicio de la secuencia y al final. De algún modo, basta con “presionar la tecla de inicio” (es decir, que aparezca el desencadenante) para que todo el patrón se ponga en marcha hasta el final.

Aunque hagamos un esfuerzo deliberado por cambiar de hábitos, ese aprendizaje queda latente y puede volver a reactivarse con facilidad. Con esto en mente, hay ciertas medidas que podemos tomar para evitar recaer en los malos hábitos.

¿Cómo evitar recaer en los malos hábitos?

Si has logrado importantes avances respecto a tu actitud o tu estilo de vida y deseas mantenerlos, estas son algunas pautas que te serán de utilidad:

1. Identifica los momentos críticos

Como hemos dicho, un hábito bien instaurado se pone en marcha a partir de un estímulo desencadenante, una señal que detona la activación de dicho hábito. Aún cuando llevamos tiempo sin realizarlo, esa señal puede reactivarlo fácilmente; por esto, hemos de prestar atención a los momentos críticos que pueden ser desencadenantes.

Por ejemplo, para una persona que ha logrado hacer ejercicio por las mañanas, el momento de levantarse o posponer el despertador es decisivo (pues le conduce a uno u otro hábito). Para quien se da atracones nocturnos de comida, ir a la cocina a cierta hora puede ser un desencadenante. Y para quien fumaba socialmente, tener una copa en la mano puede inducirle automáticamente a encender un cigarrillo.

Comprendiendo esto, podemos identificar los momentos críticos, las señales y estar atentos para no recaer. Es en esos momentos cuando debemos hacer el esfuerzo extra por no volver en las viejas costumbres y dar ese primer paso que desencadenará el buen hábito que hemos adquirido.

2. Presta atención a tus emociones

Respecto a las recaídas de cualquier índole, las emociones tienen una gran importancia. Y esto se debe a que, generalmente, nos movemos en base al coste y la recompensa.

Cuando estamos estables y nos sentimos bien, somos mucho más capaces de enfocarnos en los beneficios a largo plazo y asumir el coste presente. Sin embargo, si estamos tristes, irritados o desmotivados, es más probable que tendamos a la gratificación inmediata.

Tus emociones pueden llevarte a recurrir a ese mal hábito que abandonaste en un intento de sentirte mejor temporalmente. Por ello, aprende a conectar con cómo te sientes y adquiere herramientas que te permitan gestionar esos sentimientos a tiempo y de una forma más adecuada.

3. Lleva una vida ordenada

Por último, para evitar recaer en los malos hábitos es importante comprender que todo forma parte de un conjunto. Aunque estés enfocado en un aspecto en concreto, el resto de tu rutina diaria te llevará en una dirección o en otra.

Por ejemplo, trasnochar puede favorecer que abandones el ejercicio y retomes tu vida sedentaria. Y vivir en un entorno descuidado y desorganizado puede hacerte recaer en hábitos emocionales negativos. Así, no importa qué hábito estés tratando de mantener, busca llevar una vida ordenada y saludable en todos los aspectos.

Evitar recaer en los malos hábitos es una carrera de fondo

En definitiva, procura tener presente lo sencillo que es retomar un mal hábito y no bajes la guardia. Desafortunadamente, el propio funcionamiento de nuestra mente puede jugarnos en contra a la hora de tratar de mantener un buen estilo de vida. Sin embargo, al conocer lo que ocurre, podemos prestar atención a ciertas señales y actuar a tiempo.

Y, ante todo, si sufres una recaída, sé compasivo contigo mismo y permítete volverlo a intentar. Con perseverancia, los buenos hábitos quedarán cada vez más arraigados y será más sencillo mantenerlos.

miércoles, 10 de mayo de 2023

¿La inteligencia emocional es realmente un tipo de inteligencia?

Disponer de una buena inteligencia emocional nos permite tener relaciones positivas y hasta un mayor éxito profesional. Sin embargo, ¿piensas que estamos realmente ante un tipo real de inteligencia? Esto es lo que nos dicen los expertos.

¿Cuántas personas conoces que dispongan de una buena inteligencia emocional? ¿Son muchas o son, quizá, muy contadas aquellas que disponen de adecuadas competencias en esta área? Lo cierto es que aún nos queda bastante para habilitarnos en esta materia tan decisiva. Esa que nos permite desde relacionarnos mejor hasta tener un mayor control y comprensión sobre nosotros mismos.

Por otro lado, ¿piensas que la inteligencia emocional es realmente un tipo de inteligencia? La verdad es que a día de hoy existe cierto desacuerdo entre los psicólogos sobre este aspecto. Recordemos, mientras el cociente intelectual (CI) hace referencia a nuestra capacidad para pensar y procesar información, resolver problemas, tomar decisiones o aprender de la experiencia, la inteligencia emocional (IE) profundiza en otras áreas.

En este caso, hablamos de dimensiones como comprender los propios estados emocionales y los de los demás, saber regularlos, disponer de buenas habilidades sociales, etc. Sabemos incluso que una buena inteligencia emocional correlaciona con una mejor salud mental y una satisfacción vital más significativa. Por tanto, ¿podemos considerarla como una forma de inteligencia similar al CI?

¿Qué dice la ciencia sobre la inteligencia emocional (IE)?

La inteligencia es, por encima de todo, el conjunto de habilidades que nos permite responder ante los desafíos del entorno. Saber resolver problemas de manera innovadora es un ejemplo de ello. ¿Dónde entra ahí la inteligencia emocional? ¿Cómo nos puede ayudar disponer de una correcta comprensión y regulación emocional para afrontar los retos del día a día? Lo cierto es que de muchas maneras.

Ante la pregunta de si la inteligencia emocional es realmente un tipo de inteligencia, los expertos nos dan una respuesta. No debemos pensar en la inteligencia emocional como una entidad distinta, sino como una parte más de la inteligencia general. El doctor Ronald E. Riggio, uno de los máximos expertos en liderazgo e inteligencia, ha publicado diversos estudios sobre este tema.

Así, mientras la inteligencia general tiene una parte genética, las competencias emocionales son áreas que podemos aprender y desarrollar. Hacerlo nos beneficia, porque nos convierte en individuos más competentes, capaces de maximizar el talento, la creatividad y las habilidades cognitivas.

Es momento de reformular lo que entendemos como “inteligencia”

Llevamos décadas midiendo la inteligencia mediante pruebas estandarizadas, como los famosos y antiguos test de Stanford-Binet o las escalas de Wechsler. Mediante estos recursos analizábamos la capacidad de razonar de manera lógica de las personas, así como su habilidad para procesar información novedosa.

Bien, actualmente figuras como el psicólogo Robert Sternberg  opinan que debemos concebir otro modelo, uno que él define como de la inteligencia exitosa. Es decir, a su parecer, deberíamos medir y concebir la inteligencia como un conjunto de habilidades que nos permiten alcanzar el éxito en todas sus vertientes (profesional, satisfacción personal, bienestar social, salud mental, etc).

Son muchas las voces que insisten en este mismo hecho. Medir la inteligencia mediante pruebas matemáticas o lingüísticas puede ser algo reduccionista. Pensemos, por ejemplo, en alguien con un elevado CI, pero con competencias emocionales similares a las de un niño de 3 años. Alguien así, difícilmente logrará el éxito.

Las competencias emocionales son un área más de la inteligencia general

Un estudio de la Universidad de Kentucky señala que, en la actualidad, aún tenemos serias limitaciones para medir y evaluar la inteligencia emocional. Sin embargo, hay algo evidente. Las personas con buenas habilidades emocionales tienen una mayor probabilidad de lograr el éxito académico y profesional.

La autoconciencia, la regulación emocional, la positividad o la buena comunicación emocional son habilidades que complementan a nuestras propias habilidades cognitivas. Gracias a ellas manejamos mejor el estrés, la ansiedad, logramos llegar a acuerdos con quienes nos rodean y nos sentimos más motivados para trabajar por nuestras metas.

Las competencias emocionales subyacen a la propia inteligencia general y todos deberíamos desarrollarlas mucho más. Aunque no es una tarea fácil. Se necesita compromiso, práctica y dedicación.

¿La inteligencia emocional es realmente un tipo de inteligencia? ¡Mejoremos el enfoque!

Debemos ir más allá de la clásica pregunta sobre si la inteligencia emocional es realmente un tipo de inteligencia. No veamos estas dimensiones como entidades separadas. No pensemos en la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner porque tienen escasa validez. Veamos la inteligencia como una característica única conformada por diversas áreas.

Esas que, como bien señala Robert Sternberg, nos pueden permitir ser eficaces, resolutivos, innovadores, personas hábiles para comprender a los demás, convivir, llegar a acuerdos y regular nuestra conducta para lograr objetivos. No podemos separar razón de emoción y, por tanto, no puede haber una inteligencia cognitiva y una inteligencia emocional. Ambas son una y se complementan.

El problema está en que, hasta el momento, no le hemos dado la suficiente relevancia a las competencias emocionales. Debemos convertirnos en oyentes más eficaces, en mejores comunicadores, en personas más empáticas y orientadas a lograr acuerdos y no a crear conflictos. De nada nos valen los genios si no son incapaces de dominar su frustración o de no advertir la tristeza en quien tienen delante.

martes, 9 de mayo de 2023

¿Me quiere o es solo atracción física? 5 claves para aclararte

Si no estás seguro de si te quiere o es solo atracción física, puedes analizar vuestra relación. Estas preguntas te ayudarán.

Cuando intentamos entablar relaciones sentimentales con otras personas son frecuentes las dudas respecto a lo que siente el otro. Una de las preguntas más comunes es: ¿me quiere o es solo atracción física? Si tienes interés por llevar una relación romántica a largo plazo, es importante saber si el otro está en la misma página.

En este sentido, debes saber que existen señales que pueden revelarte las intenciones de la otra persona. De este modo, podrás descubrir si él o ella siente lo mismo que tú y hacerte una idea más ajustada de lo que puedes esperar.

¿Cómo saber si me quiere o es solo atracción física?

El amor es una de las emociones más complejas. En la actualidad, comprendemos ciertos aspectos neuropsicológicos de este sentimiento, pero aún quedan muchos misterios.

Un estudio de Poulsen et al. (2013) evalúo la influencia de la atracción física y los estilos de apego en el desarrollo de las relaciones. Entre sus conclusiones, se menciona que tanto las dimensiones de atracción física como las de apego influyen de forma significativa.

Por lo tanto, el amor romántico engloba la atracción física, pero no es lo único que afecta a una relación. Entonces, si solo le gustas a una persona por tu apariencia, es poco probable que la atracción dé paso a una relación duradera. Por otro lado, también es importante conocer qué espera el otro, tanto de ti, como de la relación, como de él en la relación.

¿Solo es deseo o atracción sexual?

Uno de los primeros factores que te recomendamos que analices es el tipo de tiempo que compartís juntos. ¿Solo hay espacio para las relaciones sexuales? ¿Solo queda contigo en entornos que son propicios para este tipo de encuentros?

Las parejas para resistir la erosión que puede producir el paso del tiempo necesitan pasión, pero sobre todo intimidad. Es necesario conectar con el otro en el plano físico, pero también en otros.

¿Te involucra con su círculo familiar y social?

La familia y los amigos son partes importantes de nuestra vida. Por ende, podríamos considerar que son un elemento que pertenece a nuestra intimidad o vida privada. Cuando las personas mantienen relaciones formales y profundas, lo común es que sus amigos y familiares conozcan su relación.

En consecuencia, cuando te cuestiones “¿me quiere o es solo atracción física?”, analiza su interés y sus ganas de incluirte en su entorno cotidiano.

Aquí también tendrás que tener en cuenta su experiencia; con frecuencia, cuando la persona acaba de salir de una relación larga es mucho más prudente a la hora de presentar a sus padres o amigos a su nueva pareja.

¿Se interesa por conocerte mejor?

El tipo de interés que esa persona demuestra por ti también es un indicador clave. Si te hace preguntas sobre tus gustos, tus metas, tus temores, etc., eso puede tomarse como una señal de que hay un interés por quién eres, lo que piensas y tus sentimientos. Al contrario, si solo limita a hacerte cumplidos por tu apariencia física, puede que solo le interese eso.

¿Visualiza un futuro contigo?

Otra de las señales que puede indicarte si hay algo más que atracción física es la visión a futuro. Por lo general, cuando hay sentimientos amorosos, las personas visualizan un futuro al lado del otro y lo incluyen en sus planes.

La mente crea la idea del “nosotros” porque se concibe a la pareja como una parte esencial de la vida. En cambio, si esta persona nunca te incluye en sus planes futuros o solo piensa en sus objetivos, quizá solo hay atracción física.

¿Te demuestra confianza?

Evaluar la confianza puede ayudarte a responder al interrogante: ¿me quiere o es solo atracción física? Cuando depositamos nuestra confianza en una persona, suele deberse a que observamos cualidades en ellos que consideramos valiosas. Confiamos en el otro porque nos sentimos seguros de que no nos hará daño.

Siguiendo esta línea, si la otra persona no parece confiar en ti, tal vez no ve más allá de lo físico. Eso no quiere decir que no tengas cualidades que te hagan digno de confianza, pero el otro no está interesado en notarlo.

¿Qué puedo hacer si tengo dudas de si me quiere o es solo atracción física?

Preguntarnos sobre los sentimientos del otro es natural cuando estamos construyendo un vínculo. Encontrar respuestas para las preguntas citadas puede ayudarnos a entender mejor en qué situación estamos. Sin embargo, hay que tener cuidado y tener en cuenta la biografía de cada persona.

También es importante considerar el tiempo que lleváis de relación. En las primeras etapas, la atracción física suele tener un papel más protagonista. Una vez que la pasión empieza a tener que encajar en la rutina, normalmente son otras las dimensiones que heredan este protagonismo.

Para culminar, es necesario enfatizar que no hay un sendero mágico para conocer los sentimientos del otro, más allá de nuestro interés por saber y el del otro por alimentar, de manera honesta, esta curiosidad.

lunes, 8 de mayo de 2023

Generación Z, cada vez más tristes y ansiosos

En ocasiones, llamamos a la generación Z la generación de cristal. Los jóvenes son cada vez más infelices y evidencian mayores problemas de salud mental. ¿Qué hay detrás de esta realidad?

Llamamos a la generación Z de muchas maneras. Son, por ejemplo, esos nativos digitales que ven en las nuevas tecnologías su forma de entender el mundo y de manejarse en él. Son también esos chicos y chicas que nacieron en el siglo XXI, con lo que ello supone a todos los niveles. Incertidumbre, cambios sociales, avances científicos y hasta una pandemia.

Ahora bien, si hay algo que parece definir a esta nueva generación de jóvenes son sus problemas con la salud mental. Pertenecen a esa parte de la población que, a pesar de estar más conectada con otras personas, se siente más sola que nunca. Bien es cierto que hay excepciones. Muchos se definen por el entusiasmo propio de toda persona cuya juventud está llena de sueños, fortalezas y felicidades.

No obstante, no podemos ponernos una venda en los ojos ante la evidente realidad. El año pasado se publicó el Mental Health Million Project, un informe que proporciona datos científicos sobre el bienestar mental de la población mundial. Y las conclusiones son claras. El 44 % de las personas de entre 18 a 24 años evidencian serios problemas psicológicos.

¿Qué está pasando con la generación Z?

Comentábamos al inicio que llamamos a la generación Z de muchas maneras. Una de ellas es «la generación de cristal o transparente». La pandemia ha hecho que, según los expertos, acontezca una cuarta ola de salud mental que afecta en mayor grado a la población más joven. Pero no nos equivoquemos.

Muchos de esos problemas ya estaban latentes en más de un adolescente o adulto joven. Las circunstancias actuales no han hecho más que incrementar una realidad soterrada. ¿Estamos quizá ante la generación mejor preparada, pero más infeliz que las anteriores? La respuesta es más compleja de lo que podamos pensar, y es interesante profundizar en cada aspecto.

La apatía como respuesta a la frustración académica y laboral

La generación Z, como los millennials, se sienten tremendamente frustrados. Ambas generaciones fueron educados en la idea de que todo esfuerzo tenía su beneficio. Su notable recompensa. Sin embargo, tener una formación excelente no supone encontrar un trabajo a la altura de las propias competencias. Por lo general, el mercado laboral para los jóvenes es precario.

Buena parte de estos jóvenes nacidos entre 1995 y el 2000 siente una eleva ansiedad académica y laboral. Son altamente exigentes, creativos y comprometidos, pero saben que el mundo no ofrece una adecuada respuesta a sus necesidades. Y es muy posible que su situación no mejore el día de mañana. Esto acaba generando apatía y desafección.

El impacto de entender el mundo (y a sí mismos) a través de las redes sociales

En la actualidad, la construcción del “yo” de todo niño y adolescente se nutre también del mundo digital. La imagen que tienen de sí mismos tiene una relación directa con las redes sociales. Es en este medio donde buscan sus refuerzos cotidianos, aquí donde se comparan y empiezan, en muchos casos, a odiar sus cuerpos o a anhelar otras vidas muy diferentes a las suyas.

Una investigación del Centro Médico Universitario Hamburg-Eppendorf destaca algo importante. El uso intensivo de las redes sociales incrementa desde el estrés y la impulsividad hasta la mala regulación emocional. 

Asimismo, hay otro problema evidente. Aunque en apariencia las nuevas tecnologías faciliten la conexión de los adolescentes, en realidad, lo que propicia son relaciones claramente distorsionadas. Los jóvenes se sienten cada vez más aislados y es común que buena parte de ellos haya sufrido en alguna ocasión alguna dinámica de acoso online.

Una generación poco preparada a nivel emocional

Si decimos que la generación Z tiene escasas habilidades en materia emocional, es probable que más de uno experimente confusión. ¿Quiere decir eso que las generaciones anteriores eran más hábiles? En realidad, las personas de 40 o 50 años crecieron en otro contexto muy diferente al que tienen, por ejemplo, nuestros adolescentes.

Tal vez el problema esté, en parte, en la sobreprotección que reciben por parte de sus padres y madres. Esos progenitores que sobrevuelan sobre sus hijos satisfaciendo cada necesidad, haciendo la vida fácil y respondiendo ante cada demanda, tienden a “fragilizar” aún más el carácter de estas nuevas generaciones.

Son chicos y chicos poco resistentes a la frustración. En una realidad dominada cada vez más por la inmediatez, el “lo quiero ahora y lo quiero ya” provoca que se aburran rápido y que apenas desarrollen una adecuada autorregulación emocional.

Individualismo y el “sobrevive como puedas” en la Generación Z

La generación Z se ha educado en un contexto social cada vez más individualista y polarizado. No nos equivocamos si decimos que la conducta narcisista es cada vez más frecuente. El culto al yo, a la satisfacción de las propias necesidades y a obtener lo que se quiere en el momento presente a toda costa, atacando al otro, parece una constante a día de hoy.

Las redes sociales son además catalizadoras de un problema de valores y de un individualismo feroz. Las relaciones son cada vez más fluidas, caducan pronto y se buscan otras relaciones a golpe de clic. No es difícil entender por qué la generación Z se siente vacía, falta de perspectivas y ansiosa.

En un contexto dominado por el “sobrevive como puedas”, apenas encuentran recursos y apoyos cuando necesitan ayuda. Porque está muy bien visibilizar los problemas de salud mental, pero normalizar una realidad y no darle respuesta, no lo es tanto. La tristeza y desafección de nuestros jóvenes es, en buena parte, nuestro fracaso como sociedad.

Necesitamos un cambio profundo y sobre todo, ampliar y mejorar los servicios de asistencia psicológica.