viernes, 17 de julio de 2020

La sencillez también es una virtud intelectual

Las personas sencillas no demuestran su humildad solo con sus actos. Esta virtud parte del pensamiento, de esa flexibilidad de quien asume que no lo sabe todo, que hay que dejar espacio a la escucha, a la comprensión en la que no caben los egoísmos.

La sencillez también es una virtud intelectual. Al fin y al cabo, todos actuamos como pensamos y la mayoría nos hemos encontrado alguna vez con personas soberbias de mente y corazón, esas para quienes la humildad es poco más que un verbo ruso, algo indescifrable que no merece aplicar. No obstante, ¿por qué abundarán tanto este tipo de egocentrismos?

No es una pregunta casual ni un lamento al aire. En los últimos tiempos, se aprecia casi un exceso de esas voces que se reafirman en que su opinión es la única y verdadera. Cada vez cuesta más escuchar disculpas, admitir que tal vez nos hemos equivocado en algo y que las cosas, posiblemente, podrían haberse hecho mejor. Los egos intelectuales inundan las redes sociales y, a veces, hasta las mesas en las que comemos.

Solo como ejemplo de esta situación: hace poco más de un año, psicólogos del Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano propusieron algo decisivo. La sugerencia iba dirigida a toda la comunicación científica: dado el número de estudios que han demostrado ser erróneos o poco válidos, se debería publicar una disculpa para avisar de que ese enfoque estaba equivocado.

Según comenta la promotora de esta idea, la doctora Julia M. Rohrer, la falta de humildad intelectual es un factor cultural. Está tan asentado en nuestros esquemas y comportamientos que alguien debe empezar a dar ejemplo.

La sencillez también es una virtud intelectual

¿Alguna vez te has sentido frustrado porque alguien se negaba a cambiar la opinión sobre un aspecto cuyo enfoque era completamente erróneo? Seguramente muchas. Bien, ahora pensemos en la última vez que nosotros mismos nos dimos cuenta de nuestro error y fuimos capaces de admitirlo. ¿Hace mucho de ello? ¿O es algo habitual en ti?

Hay que admitirlo, a las personas nos cuesta bastante tomar conciencia de que, a veces, erramos, de que hay ocasiones en que nuestra ignorancia sobre algún aspecto es más que evidente. No obstante, tal y como señalábamos con anterioridad, es la propia cultura la que nos insta a aparentar esa invulnerabilidad, esa infalibilidad intelectual que no deja espacio a los contratiempos ni a admitir el fallo.


Es más, en ocasiones hasta se ve con malos ojos que cambiemos de opinión. Es como si los valores, los enfoques y las creencias que mantenemos hoy, los tuviéramos que mantener de manera obligatoria para demostrar coherencia. Estamos más que obligados a variar algunos conceptos como resultado de nuestra experiencia y maduración.

Asumir nuestras ignorancias, una gran valía

«La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia» decía Sócrates. «Jactarse del propio conocimiento es la peor plaga del ser humano» afirmaba Michel de Montaigne en el siglo XVI. Pocos filósofos han sido ajenos a la falta de esa dimensión que en psicología llamamos humildad intelectual.

La sencillez también es una virtud intelectual porque con ella siempre tenemos presente que somos falibles, que es bueno tener en cuenta otras opiniones y que es necesario ser conscientes de nuestros puntos ciegos. No obstante, ¿qué son en realidad esos puntos ciegos?

Son los ángulos muertos que nuestro cerebro no percibe. Dicho de otro modo, son esos sesgos de los que no somos conscientes, es nuestra rigidez mental y ese cierre cognitivo con el que alzar muros a las contradicciones, a las incertidumbres y a las opiniones opuestas.


Mark Leary, psicólogo social y de personalidad en la Universidad de Duke, nos señala algo importante: la propia ignorancia es algo invisible para nosotros mismos. No la vemos y si lo hacemos nos costará admitirla porque aceptar que estamos equivocados genera sufrimiento. En cambio, la persona sencilla, la mente que aplica la humildad intelectual, no tendrá problema en asumir el error. Hacerlo facilita el avance, el aprendizaje e incluso el enriquecimiento cognitivo.

La sencillez también es una virtud intelectual

Hay virtudes que pasan desapercibidas pero que, sin embargo, tienen la notable capacidad de hacer de este mundo un lugar mejor. De algún modo, siempre llama más la atención aquel que ostenta un exceso de autoconfianza y de arrogancia, quien se muestra infalible e inflexible ante los ojos de los demás. Son quienes enarbolan pancartas como «yo lo sé todo y nunca me equivoco».

Y, sin embargo, lo hacen. Se equivocan una, dos y diez veces. Porque quien no asume el error, lo repite. En cambio, la persona con humildad cognitiva y emocional se monitorea y se atreve a hacer lo correcto, no lo fácil. Aunque ello implique asumir errores y aceptar otras perspectivas.


Porque, al fin y al cabo, la sencillez también es una virtud intelectual, se alza como ese ejercicio de indudable salud social y emocional con el que destronar el ego para encumbrar la humildad, haciendo caer prejuicios para abrir ventanas a la flexibilidad y la comprensión. Pocas artesanías psicológicas son tan necesarias a día de hoy. Procuremos ejercitarla, esforcémonos por hacerla real.

jueves, 16 de julio de 2020

En cualquier momento y circunstancia que no te falte amor propio

Jamás salgas de casa sin buenas dosis de amor propio. No lo dejes olvidado en bolsillos ajenos ni permitas que se diluya descuidándolo en lazos que duelen. Descubre cómo potenciar esta dimensión básica de tu arquitectura psicológica.

Vayas donde vayas y sin importar las circunstancia en la que estés, que no te falte amor propio. Llena tus bolsillos de esta carga emocional positiva confeccionada con tu autoconcepto y tu autoestima y no te la dejes olvidada en casa. Aún menos, tampoco la coloques en manos ajenas. Es exclusivamente tuya como lo es también la responsabilidad de atenderla y fortalecerla a diario.

Decía el filósofo Michel de Montaigne que «lo mejor del mundo es saber pertenecerse a uno mismo«. Esta es una de esas evidencias que no nos enseñan en la escuela. Cultivar el amor propio debería ser una asignatura troncal de la vida, esa que quedara integrada en cualquier currículum académico. Porque si hay algo que todos sabemos es que, en ocasiones, descuidamos esta área psicológica o incluso la alimentamos en exceso.

Quererse, valorarse, sentirse válido y merecedor de lo que se desea es saludable. Lo que ya no lo es tanto es alimentar un exceso de ego y admiración desmedida desde los que infravalorar al resto y verse incluso con derecho a infringir daño.

El amor propio se cuida, se atiende y se protege. Lo haremos tanto para evitar infravaloraciones como para no caer en orgullos desmedidos que nos ayudan en bien poco.

Sin esta herramienta excepcional de nuestro arquitectura psicológica, la personalidad se deshilacha. Como bien señalaba el psicólogo humanista Carl Rogers, las personas necesitamos cuidar ese sentimiento de valía, autoapreciación y capacidad para construir una vida significativa.

Estés donde estés que no te falte amor propio

Hay algo que resulta sorprendente. Son muchas las personas que transitan por la vida sin saber que la relación y los sentimientos que tienen con los demás están determinados por el amor propio. Si yo no me quiero como merezco, esperaré que los demás me den lo que me falta; cosa que nunca sucede y de ahí el eterno sufrimiento y el derivar en relaciones codependientes.

Al final, nos limitamos a aceptar el amor que creemos merecer y la amistad que no enriquece, pero que asumimos porque pensamos que no podemos aspirar a nada mejor. Lo mismo ocurre en el trabajo y en cualquier faceta de la vida. Si esta dimensión falla todo se distorsiona y nos limitamos a existir bajo mínimos, sobreviviendo a duras penas en toda esfera existencial, pero sin saber qué es la satisfacción o la felicidad.

Tampoco falta quien nos insiste en aquello de «¡Tienes que quererte más! ¡Si te quisieras a ti mismo no te pasarían estas cosas!». Nosotros asentimos pero… ¿cómo se hace eso? ¿mediante qué fórmula mágica se puede lograr? ¿Basta quizá con mirarse al espejo y decirnos que valemos la pena, que todo eso que refleja el cristal es perfecto por sí mismo? La respuesta es no. No se trata solo de aceptar y apreciar nuestro aspecto físico.

El amor propio va más allá de sentirse bien con lo que somos, por cómo somos o lo que tenemos. Es un estado de aprecio constante por cada cosa que hacemos, por todo aquello que acaba revertiendo en nuestro crecimiento como personas. Es un proceso dinámico que todo lo nutre y le da brillo para trabajar en lo que merecemos y poder así, impulsar nuestras fortalezas psicológicas.

Que no te falte amor propio, recuerda atender estas dimensiones

No importa la circunstancia o el momento: vayas donde vayas, que no te falte amor propio porque, de lo contrario, te convertirás en alguien que no te gusta. En un doble de ti mismo que tolera lo que le hace daño, que no se atreve a luchar por lo que se quiere y que acepta a su lado a personas que no merece. Es importante por tanto recordar cuáles son los pilares que erigen el amor propio:

  • Autoconciencia. Esta dimensión implica darnos cuenta de lo que pensamos, de lo que sentimos, de lo que necesitamos a cada segundo. Tomar contacto con nuestro ser interno nos permite alinear necesidades con acciones y compromisos.
  • Autoestima. Este tendón psicológico es la clave y el corazón del amor propio. Es el aprecio por nuestra propia persona y, a su vez, el modo en que pensamos que nos ven los demás. Esa evaluación perceptiva sobre uno mismo es algo que debemos cuidar cada día.
  • Autocuidado. Esta competencia va más allá de una buena alimentación, higiene o de cuidar de nuestra salud. Es atender nuestras emociones, es cuidar de nuestros pensamientos… El arte del buen cuidado debe atender en todo momento la esfera de lo mental, de lo emocional, para que no te falte amor propio en ningún momento.
La felicidad está en el equilibrio: ni mucho ni poco

Recuerda, que nunca te falte amor propio, porque de la carencia llega el sufrimiento. Asimismo, recuerda también: que nunca te sobre o acumules en exceso amor propio porque de la sobrecarga se proyecta sufrimiento en otros. Un ejemplo, en un estudio llevado a cabo en la Universidad de Texas por parte del doctor William Campbell, se apuntaba a esto mismo.

Además, proponían una distinción: quien tiende a reforzar en exceso su amor propio no es un narcisista. Los narcisistas tienden a utilizar a otros para reforzar sus carencias drenando las energías de quien tiene cerca. Sin embargo, la persona con un exceso de autoestima se percibe a sí mismo como mejor que los demás, tanto en aspectos intelectuales como morales.

Estas personas no necesitan ni quieren controlar a nadie, pero crean entornos de elevado desgaste en los que dejar evidencias de su elevada prepotencia. No es lo adecuado, no es lo recomendable.

La clave está en el equilibrio, la felicidad se encuentra en amar quienes somos respetando a los demás, en posicionarnos en el mundo para alcanzar lo que deseamos pero sabiendo vivir en armonía. 
Tengámonos en cuenta.

miércoles, 15 de julio de 2020

La solitude, un concepto diferente a la soledad

La soledad es una paradoja de nuestro tiempo; buscada, deseada, odiada y repelida por un marco cambiante, en el que nuestra naturaleza se siente confundida. Hoy queremos acercarnos un poquito, con la calma que requiere, y hablar de ella. ¿Nos acompañas?

De manera histórica, respondiendo a nuestra naturaleza de animales sociales, hemos buscado compañía. En un principio, parece que este interés por el otro tenía una motivación más bien afectiva: otorgar calidez en el sistema de apoyo.

Este interés cambió; así, nacieron conceptos que refieren a relaciones de intercambio –quid pro quo– con una base más materialista o instrumental. En oposición, está el concepto de la solitude. Un estado de soledad en el que no se precisa del otro y además permite desarrollarnos en diferentes niveles.

En la actualidad, el concepto de sociedad líquida alude al estado fluido y cambiante de la sociedad, en la que la incertidumbre, por la vertiginosa rapidez de los cambios, ha debilitado los vínculos humanos. En este contexto, la compañía con un fin materialista es predominante y la soledad sería una circunstancia indeseada: un mal a erradicar.

La diferencia entre solitude y soledad

En contraste con la compañía materialista o amor líquido, existen en la lengua anglosajona dos tipos de estados soledad: la que conocemos con características negativas y aquellos que tienen características positivas, la solitude.

La diferencia principal entre la soledad y la solitude es que esta es una soledad buscada, que nos permite tener momentos de relajación, distracción o de insight. En resumen, con consecuencias positivas. No es malo querer estar solos cuando más lo necesitamos.

A pesar de las connotaciones negativas que pudiera tener la soledad, esta es necesaria. En el ritmo frenético de la vida actual, no es extraño que muchas personas decidan pasar un tiempo en este tipo de soledad positiva o solitude.

La soledad es necesaria y terapéutica en numerosos casos, como síndrome del burnout. Obvia decir que una persona sometida a estrés crónico, busque la soledad y la disfrute. Sin embargo, esta búsqueda de la soledad, tampoco define lo que es la solitude.

Incorporar momentos de soledad en nuestro día a día

Además, este concepto se caracteriza porque las personas disfrutan incorporando momentos de soledad en su día a día. A veces, estar acompañados en todo momento no resulta positivo para el desarrollo. El ser humano tiene la necesidad y el derecho de poder estar en soledad, con las consecuencias positivas de la misma.

La autora Virginia Thomas, expresa Solitude in a Social World, -Solitude en un mundo social-, que por diferentes factores, la mayoría de las personas han perdido su habilidad para dedicarse a ellas mismas y cubrir sus necesidades, sin caer en la ansiedad. Quizás, por ello, ahora la solitude es más necesaria.

La falta de tiempo o estar continuamente en compañía podrían ser factores que limitasen la manifestación natural de la solitude. Buscarla o crear un espacio para disfrutar de la soledad mejora nuestro sistema emocional, nos permite un espacio para la reflexión y generar ideas o pensamientos que de otra forma no tendríamos.

La solitude promueve la contemplación

La solitude propicia una situación contemplativa y por ello se puede relacionar con el estado contemplativo del mindfulnes. La contemplación consiste en ver las cosas tal y como son, estando presentes y con atención focalizada. Algo que puede resultar difícil cuando trabajamos bajo una demanda atencional alta y una tendencia a la multitarea. Incluso en nuestros ratos de ocio, estamos con la TV, la tablet y la pantalla del teléfono proyectándonos estímulos al mismo tiempo.

En el año 2018, Nguyen, Ryan y Deci evidenciaron que la solitude tiene la capacidad de equilibrar nuestros estados de alta y baja excitación; es decir, ya sea negativa o positiva la emoción, la soledad nos ayuda a calmarnos y regularnos.

Precisamente uno de los objetivos de la práctica de la atención plena o mindfulness es bajar ese nivel de excitación y sacarnos de un retorno mental sin aparente fin sobre aquello que nos preocupa. El mindfulness no solo es una técnica de relajación, sino también tomar una actitud más distendida de la vida. La solitude promueve el escenario para su ejercicio.

Uno de los principales beneficios de la soledad es el que se deriva de la ausencia de las limitaciones intrínsecas a la presencia del otro. En cierta manera, la persona cuando está sola también está en libertad. Uno de los beneficios que puede aportar la solitude es la creatividad, ya que esta parece encontrar una campo mejor abonado cuando hay mayor libertad.

Un estudio realizado en 1994 por Mihaly Csikszentmihalyi evidenció que los adolescentes que están menos acostumbrados a vivir con la soledad, demuestran también una menor creatividad. Tal y como expresa Virginia Thomas, la solitude es el arte y la ciencia de la soledad. –The art and science of being alone-. Si es un arte o una ciencia, el refrán de estar solo mejor que mal acompañado cobra mayor sentido cuando nos referimos al concepto de solitude

martes, 14 de julio de 2020

¿Qué máscaras utilizas?

La máscara de tipo duro, el niño bueno, el salvador... Todos utilizamos máscaras en algún momento, pero algunas las llevamos tanto tiempo que se quedan adheridas a nuestro ser.

Las máscaras son instrumentos que utilizamos para intentar adaptarnos a unas circunstancias y, así, reinventarnos para seguir adelante. Nos permiten actuar como si fuésemos capaces de cualquier cosa y nos protegen de lo que creemos que puede dañarnos.

Es decir, las máscaras son mecanismos de defensa inconscientes que intentan poner a salvo nuestro verdadero «yo» cuando puede estar en peligro. Es un engranaje que nos permite sobrevivir; por lo tanto, llevar una máscara no es necesariamente algo perjudicial para nosotros.

Sin embargo, hay circunstancias en que esa máscara que adoptamos no cumple esta función adaptativa, sino más bien todo lo contrario. Estas máscaras enquistadas en nuestro verdadero rostro han sido ampliamente estudiadas en psicopatología. Son conocidas como «ego» en psicología de la Gestalt o «conservas culturales» en psicodrama.

¿Cuándo necesitamos las máscaras?

Aprendemos a usar las máscaras desde pequeños cuando nos damos cuenta de que, en determinadas situaciones, no podemos comportarnos como nos gustaría si queremos ser aceptados.

Así, aprendemos que debemos controlar, por ejemplo, nuestra frustración y rabietas para que nuestros padres nos den su aprobación. O debemos ser pacientes y simpáticos con nuestros compañeros de la escuela para lograr también esta aceptación.

Estas máscaras marcan los límites para relacionarnos con los otros y aprender los diferentes roles que necesitaremos en nuestra vida. Nos permiten el acto reflexivo en nuestros impulsos, desarrollando capacidades superiores como la empatía.

Además, también necesitamos usar estas máscaras o personajes internos en situaciones concretas. Por ejemplo, podemos necesitar una máscara de fortaleza ante las adversidades o momentos difíciles, para permitirnos más tarde desprendernos de ella y descansar de la dura carga.

Los tipos de máscaras que nos acompañan

Aprendemos a usar máscaras desde que somos niños hasta que morimos. Algunas de ellas nos salvan, otras nos dañan. Es curioso que muchos de nosotros compartimos algunas de ellas. Veamos algunas de las más conocidas:

  • El niño bueno. El niño que aprendió a portarse bien siempre para ser aceptado, que le cuesta poner límites o dar su opinión por miedo a no tener la aprobación. Busca el afecto a través de la dulzura y de satisfacer al otro.
  • El guerrero. Aquella máscara que se creó en duras batallas nos permitió salir airosos de grandes adversidades. Permite apartar el miedo y la indecisión que podemos sentir para tomar el mando.
  • El pasota. El personaje indiferente que sigue impasible pase lo que pase en el exterior. Es un personaje que se defiende de las amenazas externas ocultando su sufrimiento.
  • El salvador. Necesita salvar a todas las personas y es algo muy personal. Seguidores de los casos perdidos e inmerecidos responsables de las desgracias ajenas.
  • El sufridor. Aprendió que en la vida todo son desgracias y que la forma de buscar el amor de los demás y su atención es a través del victimismo.
  • El tipo duro. Una máscara habitual de las personas más sensibles que temen ser heridos y parecer vulnerables. Ante este temor, han aprendido a mostrarse poco emocionales e, incluso, agresivos.
  • El eterno feliz. Las personas que pueden tener más dificultades para aceptar emociones como la tristeza, la rabia o la pérdida fingen que todo está bien con una amarga sonrisa. Una huida hacia delante de sus emociones.
  • El chistoso. Son aquellos que aprenden con humor a huir de sus emociones. Es una máscara similar a la anterior que, además, puede creer que los demás no le aceptarán si un día deja los chistes y se sincera.

Cuando la máscara se nos queda adherida

Todas las máscaras anteriores tienen algo en común y es que nos permiten proteger nuestro verdadero «yo» de posibles amenazas. A veces, llevamos tanto tiempo puestas estas máscaras que se quedan adheridas a la piel. Y nos preguntamos, ¿realmente soy así?, ¿esta máscara es parte de mi esencia?

Si nos llegamos a hacer esta pregunta es que nuestra preciada máscara lleva demasiado tiempo con nosotros. Y, posiblemente, este rol sean los vestigios de aquel niño herido que ansía ser querido y visto por los demás.

Las máscaras que una vez nos protegieron ahora han dejado de funcionar y se han convertido en una forma de desconexión con nuestras emociones, olvidándonos de los verdaderos deseos y valores. La pérdida de la esencia y de la conexión emocional puede llevarnos a un callejón sin salida, tratando de utilizar la misma máscara una y otra vez, aunque la vida cambie y esa obra que viviste ya haya bajado el telón.

Puede ser difícil desprenderse de ciertas máscaras. Por ejemplo, si interpretamos al tipo duro podemos pensar que las personas nos aprecian por esta faceta y nos abandonarán al ver nuestra vulnerabilidad. Sin embargo, es un espejismo de nuestros propios pensamientos.

Acabada nuestra función diaria, podemos llegar a casa y, al quitarnos todas las máscaras y mirarnos al espejo, ver y conectar con nuestro auténtico «yo». Observar lo que somos realmente, con nuestra propia luz y oscuridad, para amarnos antes de que lo haga nadie. Solo así podremos mostrar a los demás nuestro rostro desnudo.

lunes, 13 de julio de 2020

Habitación del sueño: ¿cómo disponerla para favorecer el descanso?

¿Qué cambios puedes hacer en tu habitación para mejorar tu descanso? Te damos algunas ideas.

La psicología del color nos explica cómo la estética puede influir también en nuestra psique y en nuestro descanso. La decoración puede ayudarnos a adoptar estrategias para intercambiar luz y oscuridad y ajustarla a nuestras necesidades. Dejar correr la imaginación y la creatividad en estos casos nos puede ayudar para resolver también los problemas de sueño. En este sentido, la habitación del sueño puede ser beneficiosa tomando como base la combinación creación-ambiente.

En España el 20,8 % de la población sufre trastornos del sueño, el más popular: el insomnio. En estos casos, es recomendable adoptar estrategias para la relajación e inducción del sueño.

El sueño se ve influenciado por una serie de factores psicológicos y de comportamiento, pero también ambientales. Por ello, en este artículo hablaremos de cómo influye el entorno sobre las células encargadas de inducir el sueño. También te orientaremos sobre qué cambios puedes hacer en tu habitación para favorecer el descanso.

Propiedades de la habitación del sueño

Entre los trastornos más comunes del sueño se encuentra el insomnio y el retraso del ciclo sueño-vigilia; en ambos ocurre un cambio en la homeostasis del cuerpo que dificulta el descanso. Entre las causas se encuentran el estrés, malos hábitos o la interacción con pantallas antes de irnos a dormir.

El color, la luminosidad, la temperatura o el espacio y el orden son variables sobre las que podemos actuar para dormir mejor.

Colores que inducen al reposo

Los colores tienen sin duda una influencia en el cerebro emocional. La psicóloga Eva Heller en su obra Psicología del color detalla los colores que aportan mayor armonía y por tanto beneficio para el descanso.

Entre ellos se encuentran los colores puros, como el blanco, que aportan luminosidad y a su vez generan un entorno neutro y purificador. También los colores que nos recuerdan a la naturaleza, como el verde-campo, marrón-tierra, azul-mar, lavanda-flor o el gris-piedra son colores óptimos para combinar con un color neutro, como el blanco, y generar un ambiente agradable.

La luz, amigo fiel del descanso

La luz es captada por conos y bastones -células encargadas de comunicar al cerebro que se inicia un nuevo ciclo y que en definitiva tiene que mantenerse despierto y activo-. Es por lo que hay que limitar la exposición a colores vivos antes de irnos a dormir.

La luz azul intensa estimula los fotoreceptores, incidiendo de manera negativa sobre la segregación de melatonina, hormona encargada de inducir el sueño. Por contra, la luz de color ámbar y tenue puede ser una gran ayuda.

Temperatura agradable para relajarse

La temperatura adecuada para la habitación del sueño tiene que ser inferior a la de nuestro calor corporal, nunca superior. Se sabe que por la noche la temperatura corporal suele reducirse 1º.

Por este motivo, la temperatura de la habitación es recomendable que sea la ambiente; por norma, esta también desciende a medida que avanza la noche. Por norma, se recomiendan unos 20ºC.

Feng Shui en armonía con la habitación del sueño

Por otro lado, el Feng Shui ayuda a rebajar el estrés. De esta manera, si hasta ahora hemos hablado del marco exterior en el que descansamos, esta técnica ayuda a que nuestro interior se coloque en el estado propicio para el descanso.

Tiene en cuenta la importancia de una luz óptima natural y un espacio amplio y ordenado; al mismo tiempo, apuesta por materiales que generar estabilidad, como la madera o el metal. En cuanto a la gama cromática del entorno, también apuesta por la ligereza en el color.

Ideas para dormir bien

¿Quieres saber cómo puedes decorar una habitación del sueño? Tomado todo lo que hemos dicho hasta ahora, ya tienes una base para empezar a personalizar tu propia habitación del sueño.

Acompañándote de la psicología del color, la luz óptima, la temperatura y el Feng Shui puedes mejorar tu descanso. Así, emplea las siguientes recomendaciones:

  • Colores inspirados en la naturaleza y luminosidad.
  • Luz cálida, evitar luces con colores azul intenso y optar por luz natural.
  • Cortinas opacas para evitar que entre iluminación exterior.
  • Baja la resolución de tu pantalla móvil.
  • Evita aire acondicionado fuerte en verano.
  • Evita edredones demasiado gruesos en invierno y calefacción demasiado alta.
  • Prohibido el desorden y aglomeraciones en la habitación, tiene que fluir la energía positiva.
  • Madera, agua y metal: los tres componentes naturales del Feng Shui que dan buena energía.

Para finalizar, recordemos que, aunque los problemas para descansar bien pueden tener diferentes orígenes, y que algunos de ellos pueden escapar a nuestro control, no es menos cierto que en está en nuestra mano adoptar una serie de medidas que pueden hacer de contrapeso y favorecer el descanso. Así, ¿te atreves a hacer tu propia habitación del sueño?

domingo, 12 de julio de 2020

¿Cuándo debemos confiar?

¿Crees que es fácil confiar en las personas? ¿Por qué a algunas les cuesta tanto hacerlo, y a otras tan poco? ¿Tiene algo que ver con la personalidad? ¡No te pierdas este artículo si quieres averiguarlo!

¿Cuándo debemos confiar en las personas? Antes de responder a una pregunta con tantos matices, vamos a intentar definir qué es la confianza.

Si entendemos la confianza desde el punto de visto social -es decir, en relación a los demás-, estamos aludiendo a la creencia de que no nos fallarán, no nos mentirán o actuarán conforme a nuestros principios e ideales. Confiamos en otros, por ejemplo, cuando compartimos con ellos nuestros temores, con el valor que se necesita para superar el miedo a que nos juzguen. También demostramos confianza cuando tomamos como veraz el discurso de los demás.

Sin embargo, confiar en las personas no es una tarea sencilla (y más si las acabamos de conocer), ya que aquí intervienen muchos factores. Por ejemplo, si hemos sido traicionados recientemente, es probable que nos cueste más abrirnos y permitir que nos vean como vulnerables. También será difícil hacerlo si tenemos una personalidad con una cierta tendencia a la inseguridad, así como una baja autoestima.

Además, existen otras variables que pueden favorecer o ser un obstáculo para esa confianza y que tienen que ver con el otro. Esa persona, ¿ha demostrado ser digna de nuestra confianza? ¿Alguna vez nos ha fallado? Todo esto también puede influir.

¿Cuándo debemos confiar? Factores que pueden influir

Así pues, ¿cuándo debemos confiar y cuándo no? Aunque no se pueda generalizar una respuesta, la realidad es que la intuición humana es una herramienta muy eficaz a la hora de seleccionar a las personas que merecen nuestra confianza y las que no.

Esta herramienta es especialmente fiable cuando estamos en una etapa de equilibrio emocional, y no estamos sesgados por pensamientos disfuncionales que puedan interferir en este tipo de decisiones. En este sentido, te recomendamos que te dejes guiar por tu instinto; este instinto del que hablamos es como una especie de brújula que nos dice cuándo algo está en disonancia con lo que sentimos y queremos y cuándo no.

Lógicamente, este sistema no es 100 % fiable: siempre habrá personas que conseguirán «cautivarnos» y hacernos creer cosas que en realidad no son. El riesgo a sufrir es algo inherente a que nuestro corazón siga latiendo; por suerte los beneficios de las relaciones saludables suelen compensar este riesgo.

A la hora de determinar cuándo debemos confiar y cuándo no, si a nuestra brújula interior le añadimos el hecho de que la otra persona nunca nos ha fallado (o al menos, que sepamos), en este escenario podemos estar más cerca de saber cuándo es una buena opción depositar nuestra confianza en alguien.

¿Por qué desconfiamos?

Cuando hablamos de factores o variables que median en la confianza, es importante diferenciar entre las dificultades para confiar en las personas que acabamos de conocer (algo totalmente normal) y la incapacidad absoluta para confiar en alguien (algo más bien disfuncional).

En el segundo caso, quizás será importante tratar pensamientos y actitudes de base -los mismos que seguramente también nos repercuten negativamente en otros ámbitos de nuestra vida-. Sin embargo, en ambos casos, podemos hablar de dos causas principales que podrían explicar este miedo que nos paraliza a la hora de confiar en los otros:

Problemas de autoestima

Aunque no podemos generalizar, sí que es cierto que muchas de las personas que presentan una baja autoestima suelen tener más tendencia a desconfiar de las personas. De hecho, su desconfianza hacia los demás parte del hecho de no confiar en sí mismas. Sintiendo que no tienen calor, ¿por qué los demás iban a tener en cuenta sus deseos o expectativas?

En ocasiones, esta reticencia a entregar la confianza puede ser un mecanismo de defensa que les «protege» de la traición, la frustración o la decepción. Sin embargo, por mucho que pueda funcionar en una o dos situaciones concretas, a largo plazo esta estrategia se vuelve disfuncional: un muro que solo pueden traspasar las relaciones superficiales, instrumentales; las mismas que a nivel emocional, en realidad, aportan poco.

Traiciones

Haber sido traicionados (ya sea recientemente, de forma reiterada, por alguien muy importante para nosotros…) es otro posible lastre para la confianza. De nuevo, actuaría aquí un mecanismo de defensa con el que evitamos volver a sufrir.

La confianza excesiva

Y como siempre existen los extremos opuestos, nos podemos encontrar también con personas a las que les ocurre precisamente lo contrario; que confían en exceso, o demasiado rápido, en personas que acaban de conocer. Las consecuencias de esto pueden ser diversas; que se aprovechen de nosotros, que nos hagan daño… o sencillamente que no pase nada, que todo vaya bien.

El hecho de que haya personas que confían muy rápido en los demás, sencillamente puede tener que ver con su propia naturaleza; pueden ser personas un tanto despreocupadas, que relativizan mucho las cosas, que necesitan confiar «en exceso» para sentirse seguras… o, al contrario, personas muy seguras de sí mismas. Lo que está claro es que no hay un patrón único que lo explique.

¿Qué ocurre si nos traicionan?

En función de nuestro momento emocional, las consecuencias que tendrá un engaño o una traición serán más o menos afiladas. Por eso, es tan importante el punto de partida, la calidad del resto de nuestras relaciones cuando decidimos hacer una nueva o profundizar en una ya establecida.

Aquí aparece la sutil diferencia entre confianza y dependencia: el riesgo al entregar nuestra confianza es mucho menor cuando con ella no comprometemos directamente nuestro salvavidas, nuestra subsistencia.

También es importante la calidad de nuestro refugio interior. Si estamos bien con nosotros mismos, será más complicado que un error a nivel de confianza nos hunda. Sin duda nos hará daño, pero el sendero para volver no tendrá pendientes tan empinadas. Contaremos con un amor propio fuerte y poderoso, que nos recordará que somos mucho más de lo que entregamos, que valemos mucho más de lo que alguien, un día, se permitió traicionar.

Con la experiencia, redactarás tu propio manual de confianza

Como hemos visto, no es sencillo saber cuándo debemos confiar y cuándo no en las personas. Es un proceso en el que la experiencia nos va formando. Como hemos visto, nuestro recorrido vital será el que guíe en buena medida nuestra intuición para entregar o no nuestra confianza.

En cualquier caso, hablamos de un riesgo que necesitamos asumir si queremos relaciones en las que sea posible la intimidad. En realidad, pocos reforzadores hay tan poderosos como acertar en el campo que nos ocupa: enriquecer nuestro círculo de confianza con una persona es un hito comparable a muy pocos. Por eso, con frecuencia, asumimos que el riesgo merece la pena.

sábado, 11 de julio de 2020

La inteligencia emocional no te hará más feliz, pero vivirás mejor

La felicidad viene y va. La importancia de la inteligencia emocional reside en darnos herramientas para movernos tanto en días difíciles como en momentos de calma. Porque lo realmente esencial es sentirnos bien con nosotros mismos. Descubre cómo lograrlo.

La inteligencia emocional no te hará más feliz, no conseguirá que la adversidad no llame a tu puerta o que las dificultades te preocupen menos. A pesar de que en ocasiones intenten vendernos la idea de que con esta competencia alcanzaremos el éxito profesional y personal erigiendo el tipo de vida que deseamos, todos estos eslóganes tienen importantes matices.

Daniel Goleman lo dejó claro en los años 90 con su famoso libro Inteligencia Emocional: esta área solo tiene un propósito y no es otro que traer inteligencia a las emociones. Esa es la auténtica clave, habilitarnos como personas más hábiles en esta dimensión para desenvolvernos mejor en la convivencia con los demás y aprender a regular nuestro comportamiento sabiendo qué necesitamos y cómo responder ante esas necesidades.

Esa es la meta y esa, a su vez, la auténtica magia. Porque, en realidad, algo a lo que deberíamos aspirar en nuestro día a día no es a la felicidad absoluta, a ese estado de alegría y satisfacción permanente. Nuestra realidad ya es lo bastante compleja, incierta y cambiante para que ese clímax absoluto sea algo realmente duradero.

Lo que deberíamos anhelar es estar bien con nosotros mismos, sentir que aunque lleguen las dificultades tenemos recursos psicológicos para manejarlas. Es también entender que las relaciones humanas son complicadas y que, en ocasiones, traen sufrimientos. Pero con inteligencia emocional manejaremos mucho mejor esas situaciones para no quedar atascados y facilitar una mejor convivencia. Conozcamos más datos al respecto.

La inteligencia emocional no te hará más feliz, pero te sentirás más competente

La falta de inteligencia emocional es algo común. La vemos en esos adultos que no saben llevar una conversación en la que escuchar, respetar y expresar necesidades e ideas con claridad y sin perder los papeles. La observamos también en nuestros trabajos, en esos directivos que no cuidan del clima emocional de sus trabajadores e imponen un liderazgo agresivo.

Es más, también apreciamos esa carencia en padres y madres que no saben educar a sus hijos en dicha competencia. Invalidan las emociones de sus niños con el clásico «no llores, no te pongas así por eso porque es una tontería» o «ya eres mayor para estas rabietas, así que ahí te quedas hasta que se te pase».

Educar en inteligencia emocional es reconocer que detrás de cada conducta hay una emoción. Por tanto, la finalidad de todo progenitor será desarrollar esa madurez emocional y esa autoconciencia desde edades bien tempranas. Sin embargo, llevamos décadas viendo estas carencias y aunque a nivel educativo y en las escuelas ya se aprecia un cambio, aún tenemos mucho por hacer, corregir y promover. Por ello, es necesario a su vez, clarificar algunas ideas.

Ser emocionalmente inteligente no es un don, es una cualidad que se trabaja

La inteligencia emocional no te hará más feliz, no hará que seas el primero de la clase o el líder absoluto en tu trabajo soñado. No estamos hablando de un don con el que uno pueda catapultarse de manera directa hacia el éxito. Estamos ante una cualidad que nos permite asentar las bases para una realidad más satisfactoria y hábil.

Comprender, usar, regular y manejar nuestras emociones permite, por ejemplo, lidiar mucho mejor con el estrés.

Regular nuestros sentimientos, entender su mensaje y hacer de la empatía ese anclaje para comprender a los demás, armoniza nuestras relaciones y nos permite sentirnos más seguros a la hora de interactuar.

Todo ello son cualidades de vida, herramientas para el bienestar y recursos para afrontar la adversidad. Al fin y al cabo, la felicidad viene y va. Lo que necesitamos en realidad son mecanismos para movernos con presteza entre los días difíciles y recursos para sacar partido de los días de calma.

Todo ello nos permitirá sentirnos autorrealizados y satisfechos con nosotros mismos en cualquier circunstancia, fácil o complicada.

La inteligencia emocional no te hará más feliz, pero asentará las bases

La inteligencia emocional no te hará más feliz, pero pondrá los nutrientes psicológicos para que lo consigas. Esto es lo que nos demuestran, por ejemplo, en un interesante estudio llevado a cabo en el 2007 en la Universidad de Oxford por el doctor Alex Furnham. Según este trabajo la inteligencia emocional asienta las bases para que nos percibamos como personas más satisfechas con nosotras mismas.

Sin embargo, hay un elemento fundamental y es que la felicidad es un área multidimensional. En ella se integran aspectos como nuestras relaciones afectivas y sociales, haber alcanzado ciertas metas, vivir acorde a nuestros valores, tener un día a día en el que no sintamos miedo o angustia y sentirnos realizados, entre otros.

La inteligencia emocional no es la respuesta a todo, pero impulsa y ayuda a alcanzar muchos de estos aspectos. Es más, esta cualidad por sí misma no va a evitar que nos lleguen las pérdidas, las decepciones, los fracasos… La infelicidad también forma parte de la vida y debemos aceptarla sabiendo que no es permanente.

La inteligencia emocional nos ayudará a manejar esos estados para que podamos pasar a etapas de aceptación, a esos ciclos en los que aunque la felicidad no es absoluta, todo duele menos y nos permitimos darnos nuevas oportunidades. Ese es el secreto.