martes, 17 de agosto de 2021

Tratamientos para el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC)

En este artículo, exponemos los tratamientos más eficaces y los más utilizados para tratar las obsesiones y compulsiones del TOC, un trastorno psicológico con una alta prevalencia entre la población.

En este artículo queremos hacer una fotografía global de los tratamientos para el TOC más utilizados. El trastorno obsesivo compulsivo (TOC) es un trastorno en el que las personas tienen pensamientos, ideas o sensaciones (obsesiones) no deseados y recurrentes que hacen que se sientan impulsadas a hacer algo de manera repetida (compulsiones).

Muchas personas sin TOC tienen pensamientos angustiantes o comportamientos repetitivos. Sin embargo, estos pensamientos y comportamientos no suelen alterar la vida diaria. En este sentido, un diagnóstico de TOC requiere la presencia de obsesiones y compulsiones que consumen mucho tiempo (más de una hora al día), causan una angustia significativa y perjudican el funcionamiento laboral o social.

El TOC afecta al 2-3 % de las personas en España entre los adultos y afecta un poco más a las mujeres que a los hombres. El TOC a menudo comienza en la niñez, la adolescencia o la adultez temprana y la edad promedio de aparición de los síntomas es de 19 años. A continuación comenzamos el recorrido por los tratamientos para el TOC más utilizados y conocidos.

Tratamientos para el TOC: perspectiva farmacológica

Los antidepresivos serotoninérgicos, como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) y la clomipramina, son el tratamiento farmacológico de primera línea establecido para el TOC. Se recomiendan dosis medianas a grandes y un tratamiento agudo durante al menos 3 meses hasta que se evalúe la eficacia. En caso de una mejora significativa, es necesario un tratamiento de mantenimiento.

Los ISRS, en comparación con la clomipramina, ofrecen menos efectos secundarios. En cambio la clomipramina parece ser más eficaz en el TOC y sorprendentemente se han encontrado menos abandonos en algunos estudios.

Por último, mencionar que las dosis empleadas de clomipramina son superiores a su empleo en la depresión. El porcentaje de eficacia se encuentra entre un 20-40 % de mejoría, que alcanza a un 40-60 % de los pacientes tratados.

Tratamientos para el TOC: perspectiva psicológica

La terapia cognitivo-conductual (TCC) es un tratamiento para el TOC que utiliza dos técnicas científicas para cambiar el comportamiento y los pensamientos de una persona: exposición con prevención de respuesta (EPR) y terapia cognitiva.

Este tipo de terapia la lleva a cabo un terapeuta que tiene una formación especial en el tratamiento del TOC. La mayoría de los tratamientos se llevan a cabo en el consultorio del terapeuta una vez a la semana; entre sesiones, además, el paciente deberá afrontar diferentes retos.

Si el TOC es muy invalidante o la fuente de un sufrimiento muy intenso, es posible que sea necesaria una frecuencia mayor de las sesiones.

Exposición con prevención de respuesta

La exposición con prevención de respuesta es el tratamiento de elección en el TOC. Incluye la exposición a los estímulos ansiógenos más la prevención de las compulsiones realizadas para evitar la ansiedad. Durante las sesiones de tratamiento, los pacientes serán expuestos a situaciones o imágenes temidas que se centran en sus obsesiones, lo que inicialmente conduce a un aumento de la ansiedad.

Se instruye a los pacientes para que eviten realizar sus conductas compulsivas habituales. Al permanecer en una situación temida sin que suceda nada terrible, los pacientes aprenden que sus pensamientos de miedo son solo pensamientos en lugar de realidades.

Las personas aprenden estrategias de afrontamiento más efectivas que los rituales. Para lograrlo, utilizando pautas basadas en la evidencia, el plan de exposición se mueve gradualmente entre situaciones de menor ansiedad a situaciones de mayor ansiedad.

Aplicación de la técnica

La exposición con prevención de respuesta tiene dos efectos: uno sobre las obsesiones y otro sobre las compulsiones (este último superior). Hay una serie de características y aspectos a tener en cuenta en la aplicación de este técnica:
  • La exposición debe durar entre 45 a 120 minutos, pudiendo ser de 24 horas.
  • Es una terapia colaborativa y responsabiliza al paciente.
  • La duración aproximada es de 15-20 sesiones.
  • Si con 10-20 sesiones se registra una mejoría, es necesario plantear cambios en la intervención. Por noma, aumentar el número de sesiones con el mismo plan no va a producir cambios.
  • Se recomienda llegar al ítem de máxima intensidad a la sexta sesión.
  • Tenemos que llegar en sesión a la prevención de respuesta autodirigida, es decir, que el paciente identifique los rituales y plantee tareas de exposición con prevención de respuesta de manera autónoma.
  • Para el afrontamiento de rituales de aseguramiento, ni el terapeuta ni los familiares deben responder a las búsquedas de aseguración.
Exposición en imaginación

Para las personas que no puedan saltar directamente a situaciones del mundo real, la exposición en imaginación (IE) puede ser una forma útil de aliviar la ansiedad suficiente para pasar voluntariamente a EPR. Con la visualización, el terapeuta ayuda a crear un escenario que provoca la ansiedad que alguien podría experimentar en una situación real.

A medida que se habitúan a la incomodidad, con una disminución de la ansiedad, gradualmente se vuelven insensibles a la situación temida, lo que los hace más dispuestos a trasladar el proceso a la vida real y participar en el siguiente paso, la exposición con prevención de respuesta.

Entrenamiento de reversión de hábitos

Otro de los tratamientos para el TOC más utilizados es el entrenamiento de reversión de hábitos. Se trata de una intervención que incluye las siguientes fases:

  • Entrenamiento de conciencia.
  • Introducción de una respuesta competitiva.
  • Apoyo social.
  • Refuerzo positivo.
  • Técnicas de relajación.
El entrenamiento de la conciencia puede consistir en practicar el hábito o el tic frente a un espejo e identificar y registrar cuándo ocurre el hábito o el tic. Estas técnicas aumentan la conciencia de cómo y cuándo se desarrollan los impulsos.

Ahí es donde entra en juego la respuesta competitiva. El paciente y el terapeuta trabajan juntos para encontrar una respuesta que impida que aparezca el hábito, que se prolongue en el tiempo, que incremente la conciencia sobre el problema, que sea aceptable por los demás. Además, es fundamental que no genere sufrimiento, sea compatible con la actividad normal y active los músculos antagonistas a la compulsión.

Este método de tratamiento requiere tiempo, práctica diligente y paciencia, además de integrar habilidades de relajación antes de comenzar. También es extremadamente crítico para el éxito, el apoyo y el refuerzo positivo de la familia.

Terapia cognitiva

Cuando se aplica al tratamiento del TOC, la terapia cognitiva ayuda a que los pacientes/clientes entiendan que sus cerebros están trabajando con mensajes equivocados. Su terapeuta le facilitará herramientas para que aprenda a reconocer estos mensajes y pueda responder a ellos con rituales (respuestas de evitación).

La terapia cognitiva para el TOC se centra en la experiencia de pensamientos negativos. Si bien la mayoría de las personas descartan fácilmente esos pensamientos (p. Ej., “es una tontería pensar eso”), para otras no resulta tan sencillo. Incluso pueden pensar que es una tontería, pero esa tontería no deja de generarles ansiedad. Pueden no pensar en ella de manera consciente, pero en el fondo no deja de elevar su nivel de activación.

En lugar de poder simplemente olvidarse de estos pensamientos negativos, sus creencias los hacen reaccionar de manera diferente. De este modo, pueden llegar a pensar: “¡soy una mala persona por tener ese pensamiento!”.

Las investigaciones muestran que dar entidad y protagonismo a los pensamientos en realidad produce el efecto contrario al deseado en este contexto. Por este motivo, la técnica de detención del pensamiento se desaconseja para el tratamiento del TOC.

Tratamientos para obsesiones sin conducta compulsiva manifiesta

Existen los casos en los que el TOC no presenta una conducta compulsiva manifiesta y, por tanto, se requiere otro tratamiento. En esos casos, la intervención que elegiremos será el entrenamiento en habituación (Salkovskis y Westbrook, 1989).

El entrenamiento en habituación es el tratamiento de elección para el TOC cuando no existe conducta compulsiva manifiesta. A diferencia de la exposición con prevención de respuesta, se desconoce el nivel de evidencia de su eficacia.

Estimulación magnética transcraneal

La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) aprobó un dispositivo específico para tratar el TOC en adultos de 22 a 68 años. Su aplicación es aconsejable cuando algunas de las intervenciones que hemos descrito no han generado resultados.

La estimulación magnética transcraneal es un procedimiento no invasivo que utiliza campos magnéticos para estimular las células nerviosas del cerebro a fin de mejorar los síntomas del TOC. Durante una sesión de estimulación magnética transcraneal se coloca una bobina electromagnética contra el cuero cabelludo cerca de la frente. El electroimán emite un pulso magnético que estimula las células nerviosas en su cerebro.

La importancia de la prevención de recaídas

Es importante aplicar programas eficaces de mantenimiento y de prevención de recaídas como parte de los tratamientos para el TOC. Hay que explicar a los pacientes que ante situaciones estresantes es normal que se incremente la ansiedad y tengan que frenar la tentación de realizar el ritual.

Por ello, anticipándose a las dificultades que puedan darse en ausencia de terapia, es importante que la persona aprenda a identificar situaciones de riesgo, normalizar la presencia de pensamientos inaceptables, y la aplicación de técnicas, como la posposición de obsesiones y rituales.

lunes, 16 de agosto de 2021

¿Nacemos siendo optimistas? Esto es lo que dice la ciencia

Hay quien siempre tiene una sonrisa en la boca. Son personas que siempre ven una solución en cada problema y una esperanza en cada adversidad. ¿Es verdad que hay quien nace siendo optimista? La ciencia tiene la respuesta.

¿Nacemos siendo optimistas? ¿Hay quien llega a este mundo siendo negativo “por naturaleza”? ¿Existe, quizá, algún componente biológico o genético que determine la manera con la que afrontamos la vida? Quien más y quien menos se ha hecho esta pregunta, sobre todo, al conocer a alguien que parece tener una habilidad casi natural para ver las cosas del lado más luminoso.

Son personalidades con unos recursos propios para manejar los instantes difíciles, para sacar fuerzas de flaquezas y ver esperanzas donde otros solo ven tormentas en el horizonte. Por tanto, es habitual cuestionarnos qué las hace únicas y sospechar quizá que esos seres especiales ya llegaron a esta realidad siendo de ese modo.

Lo cierto es que la ciencia tiene la respuesta a esta cuestión y la explicación no puede ser más interesante a la vez que poética: las personas optimistas nacen, pero también se hacen. Lo analizamos a continuación.

¿Es verdad que nacemos siendo optimistas?

Pensar que hay personas que nacen viendo ya “el vaso medio lleno” desde que vienen al mundo causa cierta sorpresa. El caso es que existen casos verdaderamente llamativos de los que vale la pena hablar. Un ejemplo, Jo Cameron es una mujer escocesa que padece una pequeña mutación en dos genes muy concretos: FAAH y FAAH-OUT.

Esa alteración se traduce en no sentir dolor y mostrar siempre una actitud positiva y entusiasta hacia la vida. Algo que sin duda podría despertarnos cierta envidia, esconde en realidad un pequeño inconveniente que la propia Jo admite. El dolor está ahí por una razón, es parte de lo que somos y por tanto no podemos eliminar de nuestra esencia un componente que nos ha acompañado a lo largo de toda la evolución.

Esta mujer no sabe que se está quemando la mano hasta que lo huele. Tampoco puede sentir tristeza cuando debería ser esperable experimentarla. Este es un caso excepcional, pero hay otros.

Ida Keeling es una mujer de 106 años que ha sabido afrontar los momentos más duros de su vida. A los 60 perdió a sus hijos y buscó al instante un mecanismo para aliviar ese dolor: correr. Se convirtió en una velocista que batió récords.

Si nos preguntamos si nacemos siendo optimistas lo cierto es que estas dos mujeres (cada una en unas circunstancias propias) tienen algo en común: la elevada producción de anandamida.

La anandamida, más común en el cerebro de las personas optimistas

La anandamida es una sustancia que segregan las neuronas y que actúan sobre los circuitos de recompensa del cerebro. Es un tipo de lípido endógeno que interacciona de manera directa con los receptores cannabinoides. ¿Qué significa esto? Implica lo siguiente:

  • Las personas con un alto nivel de anandamida endógena regulan la sensación de dolor física y emocional con mayor facilidad.
  • Estudios como los realizados en la  Universidad Estatal de Bowling Green (Estados Unidos) hablan de cómo la anandamida aumenta el nivel de motivación y la toma de decisiones.
  • Tienen mayor habilidad para asentar información nueva.
  • Son hábiles para alcanzar la homeostasis, para relajarse en momentos de estrés y participar en actividades que median en su equilibrio y bienestar.
¿Nacemos siendo optimistas? La clave está en el cerebro

Ante la pregunta de si nacemos siendo optimistas, los científicos nos lo dicen claro: debe existir un equilibrio entre optimismo y pesimismo para poder sobrevivir. Alimentar en exclusiva un solo enfoque no nos será de ayuda. No es bueno, por ejemplo, mantener ese positivismo poco lógico que nos hace ir con una venda en los ojos, como tampoco lo es caminar por la vida con un filtro de negatividad constante.

De este modo, trabajos como los realizados en el College London (Reino Unido) revelan que las personas con una tendencia a ser más optimistas suelen hacer uso de otro enfoque cognitivo. Un optimista selecciona las señales positivas del entorno y trata de no reforzar en exceso los datos adversos.

Además, sus cerebros presentan una menor hipervigilancia y una menor actividad en la amígdala cerebral(esa área encargada de procesar amenazas y riesgos).

El optimismo también se aprende

En efecto, podemos venir al mundo con un cerebro orientado a ver oportunidades donde otros ven problemas. Puede también que dispongamos de un nivel más elevado de anandamina, como Jo Cameron e Ida Keeling.

Sin embargo, no todos los optimistas vienen con ese software de fábrica. Están también los que aprenden a serlo, hay muchas personas que en un momento dado integran nuevas estrategias con las que aplicar a su vida un filtro más positivo y esperanzador.

¿Cómo lo hacen? Estas serían algunas sencillas claves.

  • Aprenden a manejar mejor sus emociones.
  • Aprenden técnicas de resolución de problemas.
  • Potencian la autoestima. La autocofianza les permite ver el presente y el futuro con un menor nivel de ansiedad. 
  • Sitúan tu atención en el presente. El ayer ya no existe, el mañana aún no ha ocurrido.
  • Asumen y aceptan que en la vida existe la adversidad. No todo sucederá como nosotros queremos o esperamos, pero la manera de procesar lo que ocurre es clave.
  • La aceptación y la esperanza en los días complicados les permite ver la vida con mayor optimismo.
Nada es tan importante como cultivar, entrenar y desarrollar un enfoque mental positivo, ese que aún aceptando las dificultades cotidianas, no se rinde ni se hunde. Si no que se permite afrontar la vida con entusiasmo a pesar de todo.

domingo, 15 de agosto de 2021

¿Qué hace que un progenitor pueda llegar a matar a sus hijos?

¿Qué puede hacer que un progenitor pueda llegar a matar a sus hijos? Responder a esta pregunta es fundamental si queremos mejorar nuestras estrategias de prevención.

Por desgracia, varias veces al año aparecen en los medios de comunicación noticias de conductas que nos estremecen. Entonces es casi inevitable que nuestros amigos o familiares nos pregunten por qué. ¿Qué puede pasar por la cabeza de alguien para llegar a matar a sus hijos? Dime tú, que eres psicólogo.

Con frecuencia, bajamos la mirada. A nivel personal, recuerdo una anécdota que puede servir, quizás, para ejemplificar un fenómeno que puede repetirse.

Tenía quince años y una profesora nos mandó una redacción sobre la violencia de género. La mayoría de mis compañeros hicieron un pequeño relato; sin embargo, a mí me parecía más interesante buscar razones. Pues bien, mi iniciativa se ganó un serio correctivo; al leerla, pensó que estaba justificando ese tipo de violencia hablando de precedentes que pudieran actuar como detonantes de la agresión más allá de una inclinación interna a causar el mal a otros.

El desafío de entender por qué un progenitor puede llegar a matar a sus hijos

No es sencillo admitir que un progenitor, que es capaz de terminar con la vida de sus hijos, también tiene dos orejas, una nariz, dos brazos, miedos e ilusiones como nosotros. Buscamos la diferencia en lo permanente, en lo estático, porque la semejanza nos aterra cuando lo que queremos es distanciarnos.

Poder decir, yo no soy -del verbo ser- así. Es triste, pero el análisis no es tan sencillo. De hecho, en diferentes experimentos, como el de Milgran, vemos que, bajo determinadas circunstancias, la mayoría de nosotros podemos llegar a traspasar límites impensables en un principio.

¿Eso quiere decir que todos, bajo unas circunstancias concretas, seríamos capaces de matar a nuestros hijos? No, no estoy diciendo eso. Lo que quiero expresar es que, por norma, podemos llegar a ser mucho más crueles de lo que, sentados en el sofá, pensamos.

Que es muy probable que esos progenitores que terminaron atentando contra la vida de sus hijos también se hubieran declarado incapaces en un pasado no muy lejano… Si no por empatía, sí por no generar disonancia con su autoconcepto o por deseabilidad social interna.

Por otro lado, las ganas de saber, pero al mismo tiempo el rechazo a entender, tienen mucho que ver con cómo trabaja nuestra empatía. Por ejemplo, en nuestro día a día, cuando sentimos que una persona se siente triste, intentamos averiguar la causa y en muchos casos terminamos empatizando con ella. Lo mismo sucede con el enfado.

En el caso de los progenitores que pueden matar a sus hijos, nos queremos alejar lo máximo posible de esta posibilidad. De hecho, este sea quizás el origen histórico del mal, la necesidad de trazar una línea con aquello que no queremos, ni por asomo, empatizar. Porque, con quien estamos, es con las víctimas.

Más todavía sin son niños. Pequeños que en nuestro árbol semántico están muy cercanos a términos como: indefensión, inocencia o dependencia. Así, el que termina con su vida se sitúa al lado de la crueldad, la maldad o la locura.

Por otro parte, no olvidemos la vertiente emocional, esa que nos encoge el corazón y despierta un patrón de rechazo profundo a quien es capaz de saltarse eso que pensamos que son leyes naturales, entre las que entra, por encima de cualquier otra, el respeto a la vida y la protección de la infancia.

Este baño de realidad es necesario si queremos hacer una buena labor de prevención. El parricida por norma rechaza y condena a otros parricidas, por norma se pone en el lado de la víctima y no del agresor, por norma es capaz de entender, e incluso defender, que la violencia no es un camino válido para conseguir un fin -salvo, quizás, la defensa de la propia vida o la de otros-.

El factor biológico

Si sientes la necesidad de cerrar esta pestaña del navegador, es normal; no es sencillo caminar a esta distancia de la superficie. Admitir, por ejemplo, que un tumor en el sistema límbico puede ser el origen de este tipo de hechos vuelve a colocar variables fuera de nuestro control en una cadena de hechos en la que nunca querríamos participar.

Es conocido el caso de Charles Whitman, el francotirador de la torre de Texas quien, en 1966, después de asesinar a su mujer y a su madre, abrió fuego contra civiles desde lo alto de uno de los edificios de la Universidad de Texas. Un año anterior, había acudido a consulta por fuertes dolores de cabeza. En su nota de suicidio él mismo pidió que se le realizara una autopsia. Efectivamente, se encontró que tenía un tumor que ejercía presión sobre su amígdala.

Otro factor que puede hacer de caldo de cultivo son las experiencias que hemos vivido en esos momentos críticos en los que estábamos aprendiendo a pasos agigantados a relacionarnos con los demás. Qué hemos visto en casa, cómo se han posicionado nuestras personas de referencia respecto a la violencia, para qué la han usado, cómo la han justificado, qué hicieron cuando el pequeño comenzó a mostrarse violento, cuál fue la respuesta ante las primeras manifestaciones de crueldad.

Empatía y autorregulación emocional

La mayoría de nosotros contamos con un sistema preparado para la autorregulación emocional, con una parte prefrontal evolucionada que es capaz de imponer su criterio sobre el rencor y la sed de venganza que activan estructuras más primitivas del cerebro (una necesidad de venganza que puede tener como diana al otro progenitor, por haber roto la pareja, a otro miembro de la pareja, por haber actuado en su contra, o contra el propio hijo, por no cumplir sus expectativas).

Sin embargo, no es menos cierto que son necesarias o recomendables ciertas experiencias para que ese sistema se desarrolle. ¿Cómo aprendemos a reaccionar ante la frustración? ¿Dónde buscamos las causas de que no se hayan cumplido nuestras expectativas?

En muchos otros casos, lo que encontramos es una ausencia total de empatía. Una fuerza superior que detenga sus ganas, por ejemplo, de hacer daño al otro progenitor, terminando con la vida de los hijos compartidos.

Su discurso también es que ellos han sido atacados, y que el parricidio es también una forma de defensa. En este caso, existe una desconexión emocional tal que los niños y sus vidas pasan a ser solo un instrumento para revelarse contra el agente, el otro progenitor, que no cumple sus deseos.

El papel de la desigualdad

Quizás la variable que más se ha estudiado en los últimos años asociada a la violencia es la desigualdad. Si miramos a la historia de manera macroscópica nos daremos cuenta de que las manifestaciones violentas han disminuido en frecuencia e intensidad.

Ahora bien, si ponemos la lupa en los últimos años, veremos que la tendencia es justo a contraria, los crímenes violentos suben acompañando al crecimiento de los indicadores de desigualdad. Una desigualdad entendiendo a los recursos por los que competimos de una manera amplia; es decir, alimentos para comer, pero también parejas para reproducirnos.

Por otro lado, nuestro ritmo de vida es muy rápido. Transitamos por las pausas sin conciencia porque la necesitamos para cumplir las demandas del ambiente. El estrés es un pulpo con muchos tentáculos. Uno de ellos hace que sobreinterpretemos determinadas situaciones como amenazantes, que la amígdala se active antes y de manera más intensa.

Quizás te parezca un factor mínimo, que por sí solo no puede ser el  origen de un parricidio. Sin embargo, sí el desencadenante, el elemento que lo precipite.

Delirios de naturaleza paranoica

Antes, me he referido de pasada a la defensa de nuestra vida o la de los demás -lo que se considera en términos jurídicos “actuar en defensa propia”-. Lo que sucede también en algunos casos es que el parricida no se mueve en la realidad que nos podemos mover los demás. Puede sufrir delirios, configuraciones de escenas en las que para él es muy claro que otras personas le quieren hacer daño. Que intentan engañarle y jugar con él.

Hay una escena en la película Una mente maravillosa en la que podemos ver cómo pone en peligro a su hijo. Desde la perspectiva de la persona que sufre un delirio, la agresión puede ser una forma de defensa. Incluso puede interpretar intencionalidad en menores y atacarles. En última instancia, esta puede ser la motivación por la que un padre se plantee matar a sus hijos.

Las razones que llevan a un progenitor a matar a sus hijos son heterogéneas y siempre trágicas. Conocer cómo se operativizan, junto a sus antecedentes, nos pueden ayudar a diseñar estrategias más precisas de intervención. Aportaciones que son especialmente valiosas cuando se realizan antes de que se haya perdido ninguna vida. En estos casos, ese es el verdadero éxito.

sábado, 14 de agosto de 2021

Fobofobia: el miedo a sufrir fobias

Si has sentido alguna vez un miedo irracional y extremo, y tienes miedo de volverlo a sentir, puede que tengas fobofobia. Te contamos qué referencias se utilizan para el diagnóstico diferencial y en qué consiste.

La fobia es un trastorno de ansiedad común definido como una respuesta de pánico severo e intenso que experimentamos a nivel mental y físico, y cuyo desencadenante puede ser un animal, una persona, o cualquier idea específica que nos cause un temor agudo. Una sensación muy aversiva que no queremos volver a experimentar. Sin embargo, puede que la idea en sí misma de volver a sentir lo mismo pueda llegar al extremo, y nos provoque tanto pavor que acabemos por padecer la llamada fobofobia.

Curiosamente, el Manual Estadístico y de Diagnóstico de los Trastornos Mentales DSM-5 recoge este trastorno en otra de las fobias más extendidas: la agorafobia. Porque, una de las causas de la agorafobia es, precisamente, cuando ya hemos sufrido un ataque de pánico anteriormente, y comenzamos a temer situaciones que nos lleven a lo mismo, un “miedo al miedo” extremo.

Un fuerte deseo de huir

La fobofobia es una complicación que surge de la propia fobia; un miedo extremo por el que se experimentan casi los mismos síntomas de otras fobias.

A nivel psicológico, los síntomas comienzan cuando sentimos miedo a perder el control, a desmayarnos, tenemos sentimientos de pavor muy intensos, e incluso, y en los casos más extremos, podemos sentimos miedo a morir. 

A nivel físico, el cuerpo también reacciona; el corazón se acelera porque la ansiedad es muy intensa, y aparecen las taquicardias, la falta de aire y hasta temblores. Y es que, el miedo clínico al miedo es una fobia muy real que te puede afectar en la toma de tus decisiones diarias tanto como cualquier otra fobia, porque al final,ese miedo está ahí, y puede surgir en cualquier momento.

Sus síntomas pueden ser diferentes, ya que comienza sin previo aviso y de forma irracional. Quizás, te digas mentalmente que “no pasa nada”, que “no hay por qué tener miedo”, o que “todo está bien” pero, al final, quizás, no puedes evitar que tu cuerpo comience a reaccionar ante los primeros síntomas.  

¿Cuáles son las causas de la fobofobia?

Si has visto como alguien de tu familia ha pasado por algo así, es posible que esa experiencia te haya causado un gran impacto, porque observar ese intenso miedo reflejado en alguien tan querido puede hacer que se repita en ti ese patrón de conducta, o que, simplemente lo lleves en los genes.

Al menos es lo que se ha analizado en una investigación realizada por expertos en psiquiatría, que asegura que las fobias más específicas tienen un componente genético importante y pueden heredarse de padres a hijos. 

Tal y como se explica en el informe, a nivel neuronal, experimentar una poderosa respuesta de pánico hace que tu cerebro acabe por desarrollar una connotación negativa asociada con esa experiencia, por lo que tu cuerpo y tu cerebro comienzan a trabajar juntos para evitar esa respuesta de lucha, de huida o de pánico.

El problema es que, centrarse en evitar estos síntomas de ansiedad establecidos también puede provocar fobofobia, ya que tienes tanto miedo de tener los síntomas de una fobia, que al final es ese propio miedo el que desencadena la respuesta que estás tratando de evitar. 

¿Cómo se puede superar la fobofobia?

La primera línea de tratamiento para la fobofobia, y para todas las fobias específicas, es la terapia cognitivo conductual, es decir, una terapia que consiste por un lado en identificar y modificar ciertos pensamientos erróneos o disfuncionales y por otro, en la exposición gradual a lo que temes para que poco a poco se vaya disipando. Este procedimiento puede ser complicado cuando lo que temes es el miedo en sí mismo.

En otra investigación publicada en el National Library of Medicine (NIH) se explica como la terapia cognitivo-conductual (TCC) utiliza técnicas que identifican distorsiones cognitivas y ayudan a cambiar los patrones de pensamiento para controlar los síntomas del pánico.

Además de los cambios en el estilo de vida, que son también muy importantes a la hora de complementar el tratamiento profesional para las fobias. Estar más activo, pasar más tiempo al aire libre, practicar meditación o yoga y mantener una buena alimentación son hábitos saludables y muy recomendables en estos casos.

El miedo al miedo o la fobofobia es una condición real que puede afectar áreas de tu vida y condicionarte tanto como cualquier otro tipo de fobia o ansiedad; sin embargo, ¡se puede superar!

viernes, 13 de agosto de 2021

Apnea y memoria: un problema silencioso con serias consecuencias

La falta de oxígeno momentánea que cursa con la apnea obstructiva del sueño afecta también al funcionamiento cerebral. Así, al agotamiento mental y los cambios de humor se le añaden los fallos de memoria.

Apnea y memoria guardan una relación directa y a menudo desconocida. La apnea obstructiva del sueño es una enfermedad respiratoria que afecta a casi el 6 % de la población.

Así, y si bien es cierto que la mayoría conoce alguno de sus efectos secundarios, como pueden ser la diabetes y los problemas cardiovasculares, hay otras condiciones que a menudo se descuidan. Esta afección tiene un impacto directo sobre la salud cerebral.

Esa privación momentánea de oxígeno con la que cursa esta condición acaba generando leves, pero constantes daños en el cerebro a lo largo de la noche. El daño neurológico en caso de no recurrir a ningún tratamiento puede ser lesivo y preocupante.

Al propio agotamiento físico y psicológico, se le añaden los problemas de concentración, la incapacidad de reaccionar ante los estímulos con agilidad y además las alteraciones del estado de ánimo. Ahora bien, uno de los efectos más llamativos son los fallos en la memoria.

Qué es la apnea obstructiva del sueño y por qué afecta al cerebro

Uno de los síntomas más evidentes de la apnea obstructiva del sueño son los ronquidos. Ahora bien, no son ronquidos normales. Lo que sucede en estos casos es que la persona experimenta una parada en su respiración. Deja de respirar unos segundos para reanudarla al poco, pero repitiéndose esta alteración varias veces a lo largo de la noche… Con el consiguiente impacto sobre el organismo.

Jadeos, ronquidos muy sonoros, boca seca, dolor de cabeza matinal, mareos, hipersomnia durante el día, cambios en el humor… La sintomatología asociada a la apnea es muy amplia. Sin embargo, son muchas las personas que no son conscientes de ello, siendo las parejas quienes ponen en evidencia esta realidad. Ahora bien, apnea y memoria guardan una relación directa a causa del efecto de esta alteración sobre el cerebro.

La apnea y el daño cerebral, un problema silencioso

La Universidad de Melbourne realizó un trabajo muy interesante de investigación en el 2020. En él se concluía que el daño que la apnea genera en el cerebro es similar al que puede causar la enfermedad de Alzheimer.
  • Este trabajo encontró que las personas que habían sufrido esta enfermedad a lo largo de varios años y sin recibir tratamiento, evidenciaban placas amiloides similares a las del alzhéimer.
  • La apnea se considera una afección grave con un serio impacto sobre el cerebro. Cuando el paciente sufre una apnea obstructiva severa las consecuencias son más intensas.
  • Asimismo, otros efectos que han podido verse se relacionan con diversas áreas cerebrales. La sustancia blanca, por ejemplo, también puede quedar dañada, algo que tendrá un efecto directo sobre el estado de ánimo, la memoria y la presión arterial.
Apnea y memoria: cuando la falta de oxígeno te roba la memoria

Apnea y memoria es, desde hace unos años, un tema de estudio recurrente en el campo de la neurociencia. Algo que se aprecia con frecuencia es cómo los pacientes que sufren esta enfermedad evidencian una clara dificultad para recordar momentos significativos de su vida.

Como bien podemos suponer, esto se vive de manera muy problemática. Sobre todo, porque a este factor se le añaden todos los efectos asociados a la propia apnea ya conocidos: agotamiento, dolor de cabeza, irritabilidad, problemas cardiovasculares, etc. Si además la persona percibe cómo determinadas partes de su vida se van difuminando, la indefensión y el malestar se elevan.

Apnea y memoria episódica: ya no recuerdo momentos importantes de mi vida

La memoria episódica es aquella que se vincula a momentos de nuestra autobiografía. Son instantes donde se enclavan emociones, lugares e instantes que nos son significativos. Apnea y memoria se relacionan porque van desintegrando fragmentos de esos episodios de nuestro ayer.
  • Trabajos de investigación como los realizados en la Universidad de Perth en Australia hablan de cómo el sueño interrumpido y la hipoxia provocan daños químicos y estructurales a nivel neurológico.
  • El impacto de la apnea afecta sobre todo a las funciones de la corteza prefrontal y el hipocampo. Son regiones relacionadas con la memoria y las funciones ejecutivas (atención, resolución de problemas, etc.).
El riesgo de depresión, una realidad frecuente

Algo que se aprecia desde hace tiempo en las personas que sufren apnea obstructiva del sueño es el alto índice de depresión. Hasta no hace mucho no se entendía bien la razón. Se sospechaba que factores como el agotamiento, la falta de descanso nocturno y las alteraciones en el estado de ánimo asociados a la sustancia blanca, podrían explicarlo.

Ahora bien, el factor de la pérdida de memoria también es decisivo. Cuando una persona es consciente de que está perdiendo la capacidad para evocar su pasado, sufre un elevado desgaste a todos los niveles.

La importancia de acudir al especialista

La apnea del sueño tiene varios tratamientos y todos ellos son efectivos. Los especialistas optarán por cada uno de ellos en función de las necesidades de cada paciente:
  • Tratamiento de presión positiva continua de la vía aérea (CPAP).
  • Dispositivos de presión de la vía aérea.
  • Aparatos bucales para la apnea del sueño.
Ahora bien, lo más decisivo es recibir un diagnóstico lo antes posible. A menudo, podemos tener pacientes que llevan décadas sufriendo en silencio esta afección respiratoria. En estos casos, el riesgo de sufrir infartos, padecer problemas de memoria, e incluso depresiones, se eleva.

No dudemos en consultar con nuestro médico en caso de que seamos de esas personas que roncan (o respiran fuerte) por las noches.

jueves, 12 de agosto de 2021

¿Qué es la Psicología Política?

Hoy en día en los ámbitos del poder no puede faltar un experto en psicología política. Hablamos de una rama que está ganando presencia en las campañas de aquellos que aspiran a ocupar un cargo representativo.

La Psicología Política es una rama de la psicología que, en términos generales, estudia la conducta de los individuos en relación con las diferentes formas de poder. Se le cataloga como un ámbito novedoso, pero la verdad es que los primeros estudios de esta disciplina se remiten a hace más de un siglo.

Frente a la definición de Psicología Política existe un gran debate. Mientras que algunos teóricos piensan que se trata de una rama autónoma, otros creen que es solo un componente de la Psicología Social. Lo cierto es que este conocimiento cada vez cobra más importancia en las campañas electorales y el manejo de los ámbitos de poder.

En la actualidad, la Psicología Política se encarga del estudio de la subjetividad política y la toma de decisiones en este ámbito. Cada vez son más frecuentes, por ejemplo, los estudios sobre el comportamiento de los electores, comunicación y percepción del poder, psicología de las masas, etc.

Los orígenes de la Psicología Política

Los precursores de la Psicología Política fueron pensadores como Maquiavelo, Hobbes y Spinoza, entre otros. Todos ellos analizaron la conducta política de las personas, aunque más desde una perspectiva instrumental que académica.

La primera persona en hablar de la Psicología Política fue Gustave Le Bon. Este sociólogo y físico francés era aficionado a la psicología social y en 1910 escribió el libro Psychologie politique. El objetivo de esta obra era el de guiar a los gobernantes para que se convirtieran en mejores gestores.

A Le Bon se le considera un pensador prefascista que tuvo gran influencia en el posterior surgimiento del nazismo. Casi de forma simultánea, apareció otra obra en Inglaterra que trataba asuntos similares: La naturaleza humana en la política, de Graham Wallas.

Una historia dinámica

Charles Merriam era profesor de Ciencia política en la Universidad de Chicago. También fue asesor de varios presidentes de Estados Unidos, como Hoover y Roosevelt. En 1924 escribió un ensayo al que tituló Política y psicología.

Un poco más adelante aparece Harold Lasswell, a quien se le considera uno de los fundadores de la Psicología Política. Las obras más reconocidas de Laswell fueron Psicología y política y Poder y personalidad. También hizo unos interesantes análisis sobre el fenómeno del nazismo.

A partir de los años 50 comenzó a crecer el interés en la disciplina y se publicaron varios ensayos y libros al respecto. Esta vez el enfoque se orientó más hacia el comportamiento del elector.

En 1969, la Asociación Americana de Ciencia Política abrió la línea de trabajo e investigación en Psicología Política. En 1978, se fundó la Sociedad Internacional de Psicología Política y un año después comenzó a publicarse la revista Psicología Política en Estados Unidos.

La disciplina tuvo un empuje definitivo cuando un grupo de expertos latinoamericanos se adentró en el estudio y la investigación de esta rama. Algunos de sus impulsores fueron Rodríguez Kauth, Maritza Montero, Ignacio Martín Baró, Christlieb, entre los más destacados.

Los modelos en la Psicología Política
Esta interesante disciplina ha tenido varios enfoques desde sus orígenes. En la actualidad, se reconocen cuatro perspectivas bien diferenciadas.

Perspectiva psicosocial

Es la más cercana a la psicología social y en ella se distinguen dos tendencias: cognoscitiva y comportamental. Ambas se centran en el análisis de actitudes, creencias, motivaciones, valores, prejuicios, estereotipos, representaciones e imágenes presentes en el individuo y asociadas a la política.

Perspectiva psicoanalítica

Le da especial énfasis al análisis de los fenómenos políticos a partir de los mecanismos de defensa definidos por Freud. Se centra en el estudio de aspectos como memoria colectiva, hechos traumáticos, estructura de personalidad de los políticos y aspectos inconscientes de los comportamientos políticos, tanto de masas como de individuos.

Perspectiva discursiva

Parten de la idea de que la política es un discurso constructor de realidad. Así las cosas, hablar de política es la política. Otro enfoque se centra en la construcción de los actores políticos, a través del discurso político. Es la perspectiva dominante en Europa y América Latina.

Perspectiva estructural-funcional

Se basa en la idea de que los sujetos políticos toman decisiones utilitarias, es decir, eligen las opciones que mayores utilidades les generen. De este modo, el comportamiento político es evaluativo-racional. Sin embargo, está basado en creencias o prejuicios.

De las perspectivas anteriores han surgido otros modelos teóricos. En la actualidad, los estudios se están centrando cada vez más en las interrelaciones entre la comunicación y la psicología de las masas, aspecto que cada vez resulta más evidente en las redes sociales. Sea como fuere, la Psicología Política se ha convertido en crecimiento y consideración por parte de aquellos que quieren alcanzar el poder.

miércoles, 11 de agosto de 2021

¿Qué hacer cuando tu pareja quiere terminar pero tú no?

Las razones para que nazca el amor entre dos personas son muchas. Algunas de ellas ni siquiera llegamos a saberlas realmente. De la misma manera, una relación acaba por múltiples motivos, que, en parte, tampoco alcanzamos a dilucidar totalmente. Lo complicado sucede cuando uno de los dos quiere terminar, pero el otro no.

Se trata de una situación compleja para ambos. Especialmente para el que no quiere terminar. Sin embargo, no hay que entrar en pánico, ni comenzar a actuar desesperadamente. Eso es lo primero que se debe hacer: conservar la calma. No hablar, no actuar dejándose llevar por los impulsos.

Lo que sigue es sopesar la situación. Hay que examinar las razones que llevaron al otro a querer que la relación se acabara. Verificar si, efectivamente, se está en una fase final. Y luego, tomar decisiones y actuar. Pero veamos esto con mayor detalle.

¿De verdad acabó la relación?

Una relación estable no acaba de la noche a la mañana, una inestable sí. Se debe comenzar entonces por calificar tal relación. ¿Había un compromiso ya establecido y aceptado por ambos? ¿O se trataba de un vínculo indefinido, que alternaba señales de acercamiento con gestos de distancia? En el primer caso, vale la pena examinar lo que ocurrió. En el segundo, mejor no pierdas tu tiempo.

Cuando una relación acaba, siempre hay señales que lo anuncian. Básicamente son tres aspectos lo que definen si el vínculo es fuerte, o si ya hay signos de que el amor acabó. Estos tres elementos son:

  • El compromiso. Tiene que ver con la disposición voluntaria de compartir la vida con el otro. Supone tiempo, interés, escucha y disponibilidad. Si cada quien va por su lado, si no se comparte, o la vida del otro no genera interés, se trata de una señal de que todo está acabando.
  • La intimidad. Se refiere a la confianza, la comunicación y la aceptación mutuas. Nunca son perfectas, pero cuando alguno de estos aspectos está quebrantado, constituye una señal de que la relación está llegando a su final.
  • La pasión. Implica una sexualidad sana, satisfactoria para ambos. También comprende las demostraciones físicas de afecto. Cuando esto no está presente, la relación está en problemas.
Si examinas la relación y ves que hay dificultades en los tres aspectos, la mejor opción es reconocer el hecho de que todo ha terminado. Por más duro que parezca, se ha llegado a un punto de desgaste que hace muy difícil buscar y encontrar soluciones.

Cuando solo uno de los dos quiere terminar

A veces también ocurre que la relación tiene problemas, en ocasiones graves, pero también sobreviven muchos aspectos fuertes en ella. Pese a esto, uno de los dos quiere terminar, mientras que el otro, objetivamente, ve que hay posibilidades de replantear las cosas y seguir adelante. ¿Qué hacer entonces?

Como siempre en pareja, no hay nada mejor que el diálogo. Nada tampoco lo sustituye. Puede ser, y suele suceder, que ese sea precisamente el aspecto que está fallando. Se ha roto la comunicación, pero el amor sigue estando presente. Sin embargo, uno de los dos puede ser menos tolerante a esta situación y se apresura a acabar todo.

En esas condiciones no se puede propiciar un diálogo común y corriente. Es necesario elegir unas circunstancias adecuadas para que puedan hablar tranquilamente y sin presiones. No busques resolverlo todo de una vez, sino más bien, en un comienzo, simplemente recuperar la posibilidad de hablar. Una cena especial o una salida fuera son un buen momento.

¿Y si no hay nada que hacer?

A veces, aunque aún haya amor y aunque se busquen todos los medios para dialogar, el otro insiste en que quiere terminar. Ahí ya no hay nada que hacer. No se puede presionarlo para que vea las cosas de otro modo. Hacerlo genera distancias y propicia un desgaste innecesario para ambos.

Al que se quiere ir hay que dejarlo ir. Por más que no entiendas sus razones o creas que está equivocado. La permanencia de una relación no se debe forzar. Esto es un grave error que solo conduce a deteriorar el vínculo. En este punto, llegó la hora de despedirte. No pienses en lo que va a suceder en una semana, ni en un mes, ni en un año. Concéntrate solo en el ahora.

Ha llegado un tiempo para que te enfoques en ti misma, únicamente. No te culpes, no te adelantes al futuro y no tomes decisiones. Preocúpate solo por cuidarte y por hacer cosas que te gusten. Retoma amistades que tengas olvidadas, cambia tu rutina. Ya vendrá de nuevo el amor a tu vida.