viernes, 17 de febrero de 2023

¿Por qué nos cuesta adquirir hábitos saludables?

Todos deseamos hábitos saludables. De hecho, nos los proponemos con cada cambio de ciclo. Sin embargo, los datos nos dicen que en la mayoría de las ocasiones este deseo se reduce a uno o dos intentos infructuosos. ¿Por qué?

¿Por qué no comemos frutas y verduras a diario si sabemos que nos hacen bien? ¿Por qué no realizamos actividad física con frecuencia si los beneficios son conocidos? ¿Por qué nos resulta un desafío beber un mínimo de dos litros de agua al día? Es que adquirir un nuevo hábito saludable no es una tarea sencilla, sino que lleva tiempo, dedicación y esfuerzo.

Lo cierto es que a la mente humana no le gustan los cambios porque implican un gasto de energía grande. Prefiere mantenerse en lo conocido, lo predecible. Busca que todo se mantenga estable, que no surjan imprevistos ni novedades.

Imagina -o recuerda la vez que te sucedió- que llegas al aeropuerto para tomar tu vuelo y escuchas por altoparlantes que el mismo ha sido cancelado por tiempo indefinido. ¿Cómo te sentirías? Probablemente, estresado, porque esta nueva información le exigiría a tu cerebro hacer un trabajo extra que no esperaba realizar. Entonces, las personas tendemos a escapar de los cambios.

Veamos por qué adquirir y mantener un hábito no es moco de pavo y qué hacer para lograrlo.

¿Qué es un hábito?

Un hábito es una conducta que se repite de forma sistemática. Muchas de las acciones que realizamos al cabo del día se ven reforzadas, hasta tal punto que se interioriza y se asume como forma de vida.

Una vez que la acción se transforma en hábito, la mente ya no necesita esforzarse. Siempre va a trabajar para automatizar todo aquello que siente que es una recompensa, como obtener placer, por ejemplo.

¿Por qué casi siempre terminamos abandonando un hábito saludable?

Existen varias razones por las que no llegamos a consolidar e integrar en nuestra rutina algunos hábitos saludables. Las más comunes son las siguientes.

1. Porque nos enfocamos en los resultados

En la mayor parte de objetivos que nos proponemos, nos centramos en sus resultados, es decir, en las metas: perder peso, ganar músculo, conseguir un cutis perfecto, etcétera.

Comenzar el proceso de incorporar un hábito saludable haciendo énfasis en aquello que queremos alcanzar suele generar el efecto contrario, porque si bien es posible conseguirlo a través de diferentes estrategias que tienden a ser restrictivas -como las dietas de descenso rápido- o excesivas, -como la sobreexigencia de actividad física- resulta verdaderamente complejo sostenerlo a largo plazo.

Cuando nos enfocamos en los resultados, somos más proclives a generar un efecto rebote, retomando el sedentarismo y recuperando los kilos que habíamos perdido.

En su libro Hábitos atómicos, James Clear plantea lo siguiente:

2. Porque nuestras creencias nos dicen que no podemos hacerlo

Todas las personas llevamos dentro un sistema de creencias que en la mayoría de nuestros procesamientos cognitivos asumimos como verdad. Son aquellos supuestos que guían nuestra conducta, pueden potenciarnos para alcanzar objetivos o pueden limitarnos y funcionar como obstáculos. Lo que hacemos refleja quienes creemos ser.

Si una persona ha pensado toda su vida que es buena para el deporte, le resultará mucho más sencillo practicarlo que a alguien que piensa que el deporte no es lo suyo. En ambos casos, la acción de ir a correr es egosintónica con quienes creen ser: hay armonía entre el comportamiento y su identidad, pero mientras que a uno lo beneficia, al otro lo limita.

Hacer un trabajo interno profundo para cuestionar nuestras creencias y reconstruir el autodiálogo es un camino valioso a la hora de incorporar nuevas conductas saludables y dejar atrás las dañinas.

3. Porque perdemos la motivación

A nuestra mente le gusta lo sencillo; mide mucho el equilibrio coste-beneficio. En este sentido, no conseguir resultados inmediatos, incluso haciendo un gran esfuerzo, suele resultar significativamente desmotivador y una de las principales excusas que encontramos para abandonar. Lo que motiva a las personas es conseguir objetivos haciendo el menor esfuerzo posible.

Para automatizar un comportamiento, necesitamos repetición y tiempo. ¿Qué mejor que hacerlo fácil y atractivo? Cuando diseñamos un plan de acción sencillo, especificando el cómo, cuándo y dónde, es menos probable perder la motivación ante una situación adversa.

Es más probable consumir frutas si tenemos algunas de ellas en una canasta sobre la mesa, o tomar más líquido si cada vez que salimos a la calle llevamos una botella de agua en la mochila. En el momento de construir un nuevo hábito saludable, facilitemos las cosas para hacerlas más llevaderas.

jueves, 16 de febrero de 2023

La relación entre las emociones y los sentimientos

Emociones y sentimientos parecen ir siempre de la mano, ¿pero realmente es así? ¿Qué matices solemos dejar por fuera al pensar en ellos?

La relación entre emociones y sentimientos ha sido estudiada en muchas ocasiones y por ello hoy en día se ha podido realizar todo tipo de contrastes de ideas. Lo más interesante es que esta relación siempre termina con una coma, no con punto final, pues aún queda mucho por descubrir.

Tanto emociones como sentimientos se sistematizan en el tiempo y le otorgan una identidad emocional a cada persona. Cuando un problema persiste en la vida de una persona, además de la automatización de procesos de pensamiento, el mundo emocional emergente constituye un patrón que se sistematiza y tiende a formar parte de un estilo de personalidad.

Ese tono emocional que caracteriza a la persona, se sistematiza en relaciones y formas de interacción. También se imprime en el rostro y los gestos estereotipados y posee un correlato neuroquímico.

Esas actitudes emocionales producen funciones en los sistemas. Así, a alguien que es chistoso y dicharachero, el día que aparece serio y reflexivo, su entorno lo cuestionará suponiendo que algo le está sucediendo. De igual modo, alguien que siempre se presenta malhumorado, el día que esboza una sonrisa, causa asombro en su entorno.

Todo esto quiere decir que el tinte emocional que presentamos a los demás genera funciones en nuestros sistemas de interacción.

El sentimiento es una demostración de conciencia

Antonio Damasio señala que un sentimiento es la percepción de un determinado estado del cuerpo junto con la percepción de un determinado modo de pensar.

También afirma que para tener sentimientos se requiere de un sistema nervioso que sea capaz de cartografiar –es decir, realizar un mapeo– de los estados corporales en patrones neurales y transformarlos en representaciones mentales. En concreto: las representaciones mentales requieren de conciencia.

El cerebro humano es el que genera los mismos estados corporales que luego son evocados frente a los diversos objetos. También construye el estado corporal emocional concreto para generar el sentimiento correspondiente.

Cuando sentimos, nos percibimos como YO

Sentimos porque existen patrones de actividad en regiones del cerebro que sienten el cuerpo, regiones que por ello, por sentir el cuerpo, permiten que nos sintamos y comencemos a percibirnos como YO. Sin cuerpo, no habría YO, tampoco conciencia, ni emociones ni sentimientos.

Richard Lazarus, sugiere subordinar los sentimientos en el marco de las emociones, puesto que entiende que estas son más abarcativas. Por ende, define el sentimiento como el componente subjetivo o cognitivo de las emociones, es decir la experiencia subjetiva de estas.

Según Lazarus, cuando tomamos conciencia de las sensaciones (o alteraciones) del cuerpo al recibir ese estímulo, la emoción se convierte en sentimiento. Es decir, en el momento que notamos que el organismo sufre una alteración –y somos conscientes de ello– ponemos nombre a lo que estamos sintiendo (la emoción) con una etiqueta o sello específico.

Aún así, los sentimientos pueden persistir en ausencia de estímulos externos cuando son generados por nosotros mismos.

El tiempo, un factor clave de distinción

Una de las diferencias más marcadas entre emociones y sentimientos radica en el tiempo. Como decíamos al inicio, las emociones son abruptas; irrumpen, muchas de ellas, intempestivamente, como la ira, la sorpresa o el miedo. Son automáticas y aunque en algunos casos se pueden regular, no siempre tenemos conciencia de ellas cuando se detonan.

Mientras que los sentimientos se desarrollan en la interacción y resultan de mayor persistencia que las emociones, ya que se producen como resultado del vínculo y el vínculo no es una simple interacción sino que conlleva una relación no fortuita.

Las emociones son primitivas porque básicamente no involucran procesos cognitivos. Es decir, uno no piensa en emocionarse, sino que lo hace directa y súbitamente. En cambio, los sentimientos sí se asocian a elementos de pensamiento y se instauran a través de tiempo.

Damasio señala que, evolutivamente, las emociones son más primitivas que los sentimientos puesto que los mecanismos cerebrales que fundamentan las reacciones emocionales se formaron antes que los que sostienen a los sentimientos.

Las emociones básicas cumplen una función en los sistemas: aseguran la supervivencia y colaboran con el organismo en pos de su defensa en el intento de asegurar la vida. En síntesis, son reguladoras de la función vital y facilitan las relaciones sociales y la estabilidad.

Describe dos emociones básicas como la alegría y la tristeza que rigen la autorregulación vital. Ciertos mapas configurados de una determinada manera son la base del estado mental que denominamos alegría, diversión, placer, motivación, entre otros, son la base por antagonismo para el estado mental que denominamos tristeza o pena, angustia, o dolor.

El mandato biológico de sobrevivir

Los mapas asociados a la alegría o la felicidad implican bienestar y son más relevantes para la supervivencia porque son sucedáneos de otras emociones. Además, significan estados de equilibrio para el organismo. Estos estados de alegría son motivadores, y permiten el desarrollo social y una mayor capacidad para actuar. Por ello, alguien que sintió miedo y superó una situación difícil, se siente feliz.

En cambio, los mapas relacionados con la tristeza corresponden a desequilibrios funcionales del organismo y pueden resultar invalidantes. En el caso del dolor, los síntomas de enfermedad indican un desequilibrio de las funciones vitales que, de no resolverse, es de mal pronóstico: la situación puede evolucionar hacia la enfermedad y la muerte.

Implícitamente, el mandato biológico consiste en sobrevivir y hacer de la experiencia de supervivencia una situación placentera en lugar de la dolorosa. La condición de regulación de la vida se expresa en forma de afectos (alegría-tristeza) y la felicidad como bien consiste en librarse de las emociones negativas. Con este objetivo de sobrevivir, a lo largo de la evolución se desarrolló un mecanismo que permite reaccionar y decidir de inmediato para actuar rápidamente.

En esas situaciones no hay tiempo suficiente para planear o pensar conscientemente y luego decidir. Exigen una reacción “automática-lista”. El tiempo que el pensamiento racional requiere para analizar las posibilidades de actuación, en muchos casos disminuye la probabilidad de supervivencia, puesto que reduce la posibilidad de decidir y actuar rápidamente.

Siempre hay excepciones

Frente a una situación inesperada de peligro inminente es la amígdala cerebral la que reacciona. Esto es porque es nuestra alarma personal. Ante el peligro, dialoga con la memoria (el hipocampo) al rescate de información y la analiza con el prefrontal (que es el centro del análisis racional y lógico), entre otras funciones. Este proceso se produce para protegernos y hasta nos puede salvar la vida.

Pero Joseph LeDoux descubre un circuito que consiste en un atajo de la amígdala en estas situaciones que obvia el diálogo con los otros interlocutores y gana segundos y milisegundos en la reacción, y eso en situaciones extremas es importante.

Es la viejecita que está en el banco y cuando entran ladrones, ella le golpea con su cartera al arma de uno de ellos y así la policía entra en acción y los reduce rápidamente, evitando así el robo. Luego, la heroína no entiende que sucedió y confusa dice: ¡¡¿Qué paso, qué paso?!! En este tipo de proceso, no hay consciencia.

LeDoux describe el circuito rápido amigdalino a partir de la situación peligrosa y habla de disparadores emocionales, que posibilitan la detección y reacción apropiadas.

Por su parte, Ekman dice que existe un banco de datos de alerta emocional que se acciona por medio de una red neuronal en los grupos humanos en todas las culturas. El cuerpo manifiesta de manera diferente cada una de las emociones básicas (alegría, tristeza, miedo, ira, sorpresa y asco) por medio de indicadores musculares específicos y distintos para cada tipo de emoción básica.

Disparadores y alertas emocionales

Como comentábamos anteriormente, la relación entre emociones, conciencia y sentimientos no es sencilla. Sin embargo, gracias a las distintas investigaciones hemos podido realizar contrastes de ideas muy interesantes. Ahora bien, hay que tener claro siempre dos cosas:
  • El cerebro monitorea continuamente los cambios en el cuerpo.
  • El cuerpo siente la emoción al mismo tiempo que la experimenta.
En conclusión, los seres humanos poseemos un complejo repertorio de mecanismos de regulación para la supervivencia, que pueden clasificarse como automáticos o no automáticos. Los primeros incluyen a las emociones y los sentimientos que originan, y son el fundamento de un repertorio de conductas orientadas a la supervivencia: éticas, compasivas, colaborativas, etc.

Dentro de los mecanismos no automáticos tendría que ser posible incluir a ciertas instituciones humanas cuyas normas y afirmaciones deberían ser extensiones de los modos de regulación vital y de las estrategias de autorregulación y autopreservación: escuelas, instituciones científicas, lugares de trabajo, de esparcimiento, familias, etc.

El problema es que, con frecuencia, los dispositivos no automáticos parecen entrar en conflicto con los automáticos. Así, vivimos en instituciones sociales regidas por mecanismos de competencia, lucha, agresión, poder, miedo, no cooperación, negación del otro, etc., que van en contra de nuestra base emocional para la supervivencia: cooperación, asociación y amor… ¡Vaya paradoja!

miércoles, 15 de febrero de 2023

¿Tu nombre afecta a tu personalidad?

Nuestro nombre forma parte de todas nuestras cartas de presentación. Descubre cómo puede abrirte o cerrarte puertas, influyendo también en cómo te posicionas frente a los distintos obstáculos a los que puedas tener que enfrentarte.

La elección del nombre de un bebé puede ser un sembrado de dudas para los padres. Antes de decidir se valoran opciones, se consulta con familiares y amigos y se reflexiona largo y tendido al respecto. Y no es de extrañar, ya que de algún modo todos sabemos que ese apodo que nos acompaña de por vida tiene una enorme importancia. Sin embargo, tal vez aún no seas consciente de cómo tu nombre afecta a tu personalidad.

Al realizar tal afirmación no estamos hablando de brujería o esoterismo, sino de una hipótesis que parece respaldar cierta evidencia. El nombre que recibimos moldea nuestro autoconcepto, nuestras experiencias vitales y nuestra forma de ser, y lo hace a través de mecanismos que te explicamos a continuación.

¿Por qué tu nombre afecta a tu personalidad?

Tu nombre es uno de los primeros elementos que vas a asociar a tu identidad. Con él te reconoces y se convierte en la base del concepto que tienes de ti mismo. Así, en función de si te gusta o no dicho apodo, de si lo asocias con características negativas o positivas, desarrollarás una imagen diferente de ti mismo. Y es que considerarás esos atributos como inherentes a ti por portar dicho nombre.

Además, tu nombre es tu carta de presentación ante el mundo. Es uno de los primeros datos que los demás reciben de ti y, por tanto, condiciona su opinión desde el inicio.

A nivel inconsciente, las personas relacionamos los nombres con atributos deseables o indeseables, y lo hacemos en base a diferentes parámetros. Por ejemplo, el origen cultural del nombre, lo popular o diferente que sea, la sonoridad al pronunciarlo o las características personales que nos evoca.

Estas son cuestiones que los propios padres tienen en cuenta a la hora de elegir un nombre para sus hijos. Normalmente, seleccionan nombres propios de su cultura y que pueden reflejar de alguna manera las cualidades que esperan en sus hijos; así, los progenitores más conservadores escogen nombres clásicos y tradicionales, y aquellos más modernos optan por opciones diferentes y arriesgadas.

Ahora bien, las personas con quienes ese niño se relacione a lo largo de su vida captarán también dichas influencias y se relacionarán con él desde ahí. Aunque sea de forma inconsciente, el trato que recibirán unos y otros a nivel social será muy diferente, lo que es probable que termine por moldear su personalidad.

Así afecta tu nombre a tu personalidad

Existen multitud de estudios interesantes al respecto. A continuación, compartimos los principales hallazgos de algunos de ellos, para que puedas comprender cómo afecta tu nombre a tu personalidad.

Autoestima y ajuste psicológico

El ajuste psicológico es el grado en que una persona sabe afrontar y adaptarse a las circunstancias, funcionando correctamente, evitando los conflictos y alcanzando el bienestar. Así, un estudio publicado en 2006 encontró que aquellas personas que se encontraban más satisfechas con su nombre de pila mostraban un ajuste mayor.

Sin embargo, no queda clara la dirección entre ambos aspectos: tal vez a las personas con una menor autoestima y confianza no les gusta su nombre en tanto que es un símbolo de sí mismas. O, quizá, es el rechazo que sienten hacia su nombre el que afecta a su propia autoimagen.

Relaciones y negligencia interpersonal

Como hemos comentado, nuestro nombre ejerce una importante influencia en la forma en que los demás nos perciben y nos tratan. Sin ir más lejos, este apodo da pistas sobre nuestro origen cultural, y si existen prejuicios racistas al respecto, esto puede cerrarnos determinadas puertas.

Pero, además, los efectos se sienten en multitud de aspectos. Por ejemplo, se investigó el efecto que el nombre tenía en las interacciones que las personas recibían en una web de citas. Así, aquellas con nombres poco atractivos (por considerarse pasados de moda o considerados como negativos) recibían menos visitas en sus perfiles y de alguna forma eran más descuidados por los demás.

Esta negligencia interpersonal, el rechazo o el ostracismo al que puede conducir nuestro nombre quedó patente también en un estudio que medía la probabilidad de recibir ayuda. Así, los extraños se mostraron más proclives a socorrer o ayudar a aquellas personas con nombres calificados positivamente.

Ahora bien, si te estás preguntando qué relación tiene esto con la formación de la personalidad, basta con analizar cómo puede afectarle a un individuo crecer siendo rechazado, aislado o poco considerado por sus semejantes de forma sistemática. Esto, indudablemente afecta a la imagen de uno mismo, al valor que cada uno se otorga, a las habilidades sociales, a la afabilidad y a la actitud ante la vida.

Carácter y experiencias vitales

Una de las investigaciones más sorprendentes al respecto encontró que el nombre influye en la probabilidad de incurrir en comportamientos criminales. Así, quedó de manifiesto que tener un nombre impopular socialmente considerado como negativo o asociado a inmoralidad y poca calidez humana, incrementa el riesgo de cometer delitos violentos y contra la propiedad.

De nuevo, probablemente esto pueda asociarse al hecho de que, a nivel inconsciente, cada nombre tiene unas connotaciones. Así, al crecer en sociedad las interiorizamos y recibimos de otros el reflejo de lo que nuestro nombre les evoca. Si durante toda la vida se nos ha tratado como personas indeseables o poco morales, es más probable que terminemos cumpliendo esta profecía.

Elección de carrera y profesión

Por último, cabe mencionar que la forma en que te llames puede determinar tu futuro laboral. Y es que algunos estudios han puesto de relieve que las personas con nombres únicos y originales tienen más tendencia a terminar dedicándose a profesiones igualmente poco corrientes. Además, muestran un pensamiento divergente que les lleva a adoptar estrategias empresariales diferentes e innovadoras.

De algún modo, desde la infancia se forja en estas personas un sentido de ser únicos y distintos que propicia que actúen de modos diferentes también en el ámbito laboral.

Tu nombre afecta a tu personalidad, aprovéchalo

Como ves, son múltiples las formas en que ese apodo que se te impuso al nacer puede afectar a tu carácter, a tus experiencias y a tus relaciones, (aunque evidentemente la personalidad está conformada e influida por multitud de aspectos). Así, al tomar conciencia de esto puedes sacarle provecho.

Las personas con nombres corrientes y populares suelen ser mejor aceptadas, aunque más convencionales. Por su lado, quienes reciben nombres originales, también se espera que sean más originales y creativas. Descubre y aprovecha estas fortalezas y tenlas en cuenta a la hora de escoger el nombre de tus hijos.

Pero, además, si sientes que la influencia de tu nombre no ha sido ni es positiva, piensa que un simple cambio (como buscar un diminutivo o un apodo) puede marcar una diferencia. En suma, se trata de ser conscientes de la importancia que este aspecto tiene en nuestras relaciones y nuestro autoconcepto.

martes, 14 de febrero de 2023

¿Qué es la Inteligencia Musical y cómo potenciarla?

La Inteligencia Musical es un territorio sensible en el que queda representada la esencia creativa y artística del ser humano. Un área que dispone a su vez de un lenguaje propio y universal que todos deberíamos potenciar, que todo niño debería tener a su alcance. A su vez, pocas capacidades requieren tanta sensibilidad y un dominio tan sutil del ritmo, de los tiempos, de los timbres y tonos…

Hasta el momento nadie ha podido situar en la historia cuál fue el instante concreto en que surgió la primera expresión musical. La antropología, de hecho, ha defendido que la música siempre ha estado ahí, formando parte de nuestra historia evolutiva, impresa en un rincón muy especial de nuestro cerebro. De hecho, se sabe que hace 40 mil años ya existían flautas con varios agujeros, como las encontradas en unas excavaciones en Alemania.

Asimismo, y como curiosidad, hay trabajos que ya se aventuran a hablar de esa capacidad simbólica de los neandertales, donde llegaron perforar falanges de animales con un fin poco casual: usarlos como flautas para crear música. Es como si de algún modo el poder del sonido, la música y los cánticos -ya con fines ceremoniales, mágicos o lúdicos- fuera siempre algo propio de nuestra especie y de nuestros primos hermanos. Algo que en esencia parecía tener un propósito exclusivo: unirnos en grupos sociales.

No podemos olvidar que, tal y como nos informan los neurólogos, la música es una de las áreas que más placer nos proporciona, al igual que la alimentación o el sexo. Toda expresión musical es un canal para nuestro lenguaje emocional y además, tal y como nos reveló un estudio llevado a cabo por Gottfried Schlaug, un neurólogo alemán, la música favorece cambios estructurales en nuestro cerebro potenciando el desarrollo de la sustancia gris.

Trabajar nuestra inteligencia musical es pues una forma excepcional de potenciar muchas otras áreas de nuestra vida.

La Inteligencia Musical y Howard Gardner

Han pasado más de treinta años desde que Howard Gardner publicó su obra de referencia: “Frames of Mind: The Theory of Multiple Intelligences”. A día de hoy todos hemos oído hablar de la teoría de las inteligencias múltiples y de esas 9 capacidades humanas donde la Inteligencia Musical, cómo no, ha tenido siempre una posición especial por ser en sí un lenguaje propio y un rincón para la expresión de las sensibilidad.

No vamos a entrar aquí en la validez o no de esta clasificación. Algo que ya sabemos todos es que el tema de las Inteligencias Múltiples de Gardner es un aspecto tan alabado como criticado por quienes defienden un único factor de inteligencia (el factor G de Spearman). Sea como sea, algo que sí nos ha permitido este enfoque es ver el intelecto de un modo mucho más amplio, hasta el punto revolucionar– para bien– el mundo de la pedagogía y la educación.

En lo que respecta a la Inteligencia Musical, Howard Gardner afirma en sus libros que en realidad estamos ante una competencia intelectual separada, cuya función puede ubicarse en un área particular del cerebro. Así, mientras que las habilidades lingüísticas se lateralizan “casi” exclusivamente en el hemisferio izquierdo, la mayoría de las capacidades musicales se concentran en la mayoría de personas, en el hemisferio derecho.

Por otro lado, algo que nos sugiere desde siempre el propio Noam Chomsky es que las personas estamos genéticamente predispuestas a la comunicación y al aprendizaje del lenguaje articulado. Howard Gardner tampoco se queda atrás y nos indica algo en lo que muchos expertos también están de acuerdo: los niños recién nacidos también están predispuestos de forma natural a la música y a esos elementos que la definen, como es el tono, la melodía, el ritmo…

Sin embargo, Gardner cita en sus trabajos a Jeanne Bamberger, un músico y psicólogo del Massachusetts Institute of Technology, un experto quien insiste en que “el pensamiento musical implica sus propias reglas y limitaciones y no puede ser asimilado al simple pensamiento lingüístico o lógico-matemático”. Estaríamos por tanto ante un tipo de capacidad, de inteligencia que debería ser potenciada desde bien temprano en el ser humano.

¿Cómo podemos potenciar la Inteligencia Musical?

Sabemos que hay personas que nacen con una habilidad natural para la música. De hecho, tenemos ejemplos asombrosos, como el caso de Anthony Thomas “Tony” DeBlois un joven ciego y con Trastorno del espectro autista (TEA), que domina más de 20 instrumentos musicales y que toca de memoria más de 8.000 composiciones.

Ahora bien, el hecho de llegar al mundo sin tener ese interés temprano y asombroso por el mundo de la música, no significa ni mucho menos que no podamos disponer de una buena Inteligencia Musical. Lo que se necesita es de un entorno familiar y educativo que facilite un acercamiento natural hacia esta disciplina, ahí donde desarrollar los aspectos creativos de la música, donde trabajar este tipo lenguaje donde se combina el mundo emocional, la curiosidad, los patrones rítmicos, las canciones…

La Academia de Artes Escénicas de Liverpool, creada por Paul McCartney, por ejemplo, sostiene esta misma filosofía.

Habilidades que trabajar para potenciar la Inteligencia Musical

Son muchos los músicos, los psicólogos y pedagogos que afirman algo realmente positivo y que deberíamos tener en cuenta: la música es un factor de bienestar y un canal para mejorar la autoestima de los niños. No solo fomenta la creatividad, sino que mejora la atención, reduce la ansiedad, favorece la reflexión y mejora las relaciones sociales.

Por ello, nunca está demás adentrar de forma temprana a los más pequeños a ese universo musical donde trabajar las siguientes habilidades:
  • Identificar el ritmo, el tono, la melodía de una pieza musical.
  • Desarrollar la capacidad para reproducir una canción o incluso de modificarla.
  • Potenciar la capacidad para conectarse emocionalmente con una melodía, a una pieza musical o una canción.
  • Conocer diversos géneros musicales.
  • Saber identificar instrumentos.
  • Potenciar la capacidad para improvisar sonidos con ritmo mediante cualquier tipo de objeto.
  • Habilidad para componer músicas y canciones.
Para concluir, la expresión musical es una forma natural de comunicación humana, es un flujo rítmico que nos ha cautivado desde el principio de los tiempos y que a su vez, tiene la capacidad de mejorarnos como persona, de favorecer nuestro desarrollo cerebral. Pongamos entonces adecuados medios y recursos para que los más pequeños tengan a su alcance este poder, este modo de expresión con el cual enriquecer su vida mucho más.

lunes, 13 de febrero de 2023

¿Por qué algunas personas caen bien a todo el mundo?

Hay personas que le caen bien a todo el mundo por su actitud, sus habilidades y sus cualidades. Te contamos cuáles son estos rasgos que las hacen únicas.

Sobre gustos no hay nada escrito, y tampoco sobre afinidad. Quien para nosotros es una persona maravillosa, inteligente y divertida puede no suscitar ningún tipo de interés en otros, e incluso generar rechazo. Sin embargo, hay quienes logran conectar y conquistar a los demás (al menos a la mayoría) desde el primer instante y sin ningún esfuerzo. ¿Qué tienen estas personas que le caen bien a todo el mundo?

Seguramente tú también conozcas o hayas conocido a alguna de ellas. Son esos individuos para los que todos tienen buenas palabras, que causan una primera buena impresión y la mantienen en el tiempo. No importa con quién se relacionen ni cuánto tengan en común, lo cierto es que saben hacer sentir a los demás cómodos, seguros y acogidos. Pero, ¿en qué consiste exactamente ese don?

Las personas que le caen bien a todo el mundo son abiertas y sociables

Indudablemente, estas personas poseen carisma y tienen un alto nivel de habilidades sociales. Son abiertas, extrovertidas y saben manejar el lenguaje verbal y no verbal. Sonríen con frecuencia (y de forma genuina), adoptan una postura relajada y cercana y muestran interés en su interlocutor.

A todos nos gusta que nos escuchen, y estas personas lo hacen; no tratan de acaparar la conversación ni de imponerse, sino que permiten a los otros expresarse y realizan una escucha activa. Saben, además, cómo modular la voz y hacen un buen uso del contacto físico para generar cercanía y confianza.

A ellas también les cae bien todo el mundo

Su actitud optimista hace que vean el lado más amable de cada persona; así, son tolerantes, empáticos y abiertos. En cada ser humano que conocen encuentran algo positivo que puede aportar y se centran en ello a la hora de juzgar a otros.

En suma, ellos le caen bien a todo el mundo, pero a su vez también suelen sentir simpatía por la mayoría de las personas. Quizás es esta actitud la que les facilita conectar, pues a todos nos gusta sentir que le agradamos a nuestro interlocutor.

Tienen autoestima y humildad

La confianza en uno mismo es uno de los rasgos más atractivos para los demás. Quienes se sienten y se muestran seguros suelen despertar más simpatía en el resto; sin embargo, debe tratarse de una autoestima sana y verdadera. Cuando hablamos de un ego inflado artificialmente, que busca hablar solo de sí mismo o resaltar por encima del resto, el efecto es justo el contrario.

Las personas que le caen bien a todo el mundo confían en sí mismas y se saben valiosas, pero son a la vez sencillas y humildes. Reciben con agrado y gratitud los cumplidos, pero no presumen ni buscan hacer de menos al otro.

Son auténticas y genuinas

Por último, es probable que ese toque especial de magia sea su autenticidad. Todos hemos conocido a personas que son amables, risueñas y aparentemente agradables, pero que nos transmiten una cierta sensación de inseguridad y generan recelo. Y es que, de uno u otro modo, podemos percibir cuando las intenciones y actitudes son genuinas o falsas.

Lo que hace a estas personas tan diferentes es su espontaneidad, su capacidad para mostrarse como son sin tratar de aparentar u ocultarse tras una máscara de perfección. Ellas realmente se abren al mundo, y el mundo se lo agradece.

Las personas que le caen bien a todo el mundo nacen y se hacen

Son muchos los psicólogos que recalcan lo perjudicial que es tratar de agradarle a todo el mundo, con las consecuencias que puede tener sobre la distorsión de nuestra identidad. Sin embargo, es indudable que conectar con los demás nos facilita la vida y mejora nuestra satisfacción y bienestar.

Las relaciones sociales son beneficiosas para nuestra salud física y emocional y por ello debemos cultivarlas. Ahora bien, ¿qué hacemos si no somos una de estas personas que simpatizan a la primera?

Ciertamente hay quienes poseen este carisma y estas apreciadas cualidades desde su infancia. Pero esto no significa que los demás no podamos desarrollarlas. Adoptar una actitud más abierta, optimista y tolerante, mejorar las habilidades sociales y potenciar la autoestima está en nuestra mano; incluso podemos recurrir a profesionales que nos ayuden en el proceso. De este modo nuestras relaciones con los demás darán un salto de calidad.

domingo, 12 de febrero de 2023

Las distintas capas de nuestra piel psicológica

Es popular la expresión de tiene la piel muy fina. Las solemos usar para etiquetar a aquellas personas que reaccionan de manera muy intensa frente a la crítica. Pero, ¿en qué consiste realmente el fenómeno? ¿Por qué sucede?

Nuestra piel tiene más receptores sensoriales en unos sitios que en otros. Una caricia en el cuello puede ponernos los pelos de punta, la misma en el brazo puede no producir este efecto. Es más improbable. Pues bien, lo mismo sucede en nuestro mapa emocional que puebla de receptores el área de toda nuestra piel psicológica. Allí contamos con unos puntos más sensibles que otros, con unas zonas donde una mínima presión es capaz de producir una reacción muy fuerte.

Este modelo de acción reacción es especialmente marcado en las críticas. Nuestra manera de procesarlas va a depender de muchos factores, y uno de ellos será de cómo nos toque, cuándo nos toque y cómo nos toque. El mismo comentario que en un determinado momento nos podemos tomar a broma, en otro puede producirnos un gran rechazo, ser la mecha que encienda la llama de una discusión intensa.

La crítica que nos duele

Imagina que llevas unos meses intentando aprender un idioma. Que has utilizado el poco tiempo con el que cuentas para comenzar a aprender palabras y familiarizarte con las expresiones más populares. Además, imagina que tienes un amigo que lo habla a la perfección.

Un día quedáis y le comentas hacia dónde estás dirigiendo tus esfuerzos. La consecuencia inmediata es que te anima a que lo practiques con él. Quedáis un día y, nada más empezar, también empiezan las críticas. Alusiones a tu manera de aprenderlo, a los recursos que utilizas, incluso a tu aptitud.

Te vas a casa con la sensación de que el esfuerzo que estás haciendo no sirve para nada. Y te da rabia, porque es un esfuerzo muy grande. Tu piel psicológica se irrita.

Imagina la misma situación en un contexto de vacaciones, en el que por las mañanas has decidido dedicar una horita a aprender el mismo idioma. Has hecho algunos ejercicios de gramática y has visto algunos videos. Te lo estás tomado de manera relajada y el encuentro con tu amigo se produce en el mismo contexto. Las críticas de tu amigo te molestan un poco, pero no es lo mismo. Tú mismo sabes que no te lo estás tomando muy en serio.

Además, admites que tu amigo te diga que te lo tienes que tomar en serio. No cuestionas que te lo dice por tu bien, y que solo trata de advertirte de la dificultad de la empresa si no te pones en serio con ella. De ahí, su comentario de si no vas a ponerte de verdad con ello, mejor que lo dejes. En buena medida, compartes lo que piensa.

No pasa nada. La crítica por su parte ha sido la misma; sin embargo, tu sensibilidad no. Tu piel psicológica en ese momento era menos sensible, más adaptativa.

El contexto de la crítica: donde la piel psicológica se afina

Por eso es tan importante entender que no controlamos lo que nos dicen los demás. Sin embargo, sí tenemos un gran margen de actuación para posicionarnos frente a ello. En el primer caso del ejemplo, podríamos intentar abstraernos de nuestras circunstancias personales y ver el comentario de nuestro amigo, que ha tenido un momento poco agraciado, desde un lado positivo. Aprovechar sus palabras. Plantearnos, igual, renunciar a otra meta con el objetivo de dedicar más horas a ese idioma que queremos aprender.

Incluso valorar que se ha querido reunir con nosotros para tratar un interés que es nuestro. Su intención ha sido la de ayudarnos, aunque sus comentarios pueden habernos dolido.

Por supuesto, distinto es que entendamos que ha querido ese encuentro para demostrar su superioridad, para restregarnos en la cara lo que él sabe y nosotros no. Sin embargo, esto no es lo más habitual. Las personas con esta inclinación tan peligrosa suelen preferir un contexto público para hacer este alarde de supuesta superioridad o utilizar habilidades en las que él ha evolucionado desde la última vez y no nosotros. Normalmente, el interés en las condiciones que hemos descrito es el de favorecernos, ayudarnos de verdad.

Por otro lado, él también puede haber tenido un mal día, su piel psicológica también puede estar irritada. Venir de una reunión con su jefe en el que no ha valorado muy bien su trabajo, de una discusión con su pareja en la que solo ha recibido reproches. De ahí que en este contexto de ayuda, sea bueno que empecemos preguntándole al otro cómo está, de esta manera podemos interpretar mejor sus palabras, conocer su contexto, salirnos por un momento del yo.

Además, sobre la sensibilidad a la crítica sucede otro fenómeno curioso. Todos, en relación a nuestro autoconcepto, manejamos etiquetas que no queremos que nos coloquen.

Pongamos la puntualidad, por ejemplo. Hay personas que acumulan horas de su vida esperando a otros. Imagina que una de ellas cambia de trabajo y el primer día en su nueva empresa el horario de autobuses es distinto al que le dijeron la semana pasada cuando fue a informarse y llega tarde. Uno de los primeros comentarios de su superior es que ellos tienen muy en cuenta la puntualidad. Por ejemplo, aunque su superior no lo sepa, ha tocado a su subordinado en un punto muy sensible para él.

Todos tenemos estos puntos sensibles, igual que no controlamos muchas de las circunstancias que nos rodean.

sábado, 11 de febrero de 2023

4 formas de crear confianza en una relación

Conjugar la confianza es un arte. Debe sobrevivir al mundo imperfecto en el que nos movemos. Así, el error no tiene por qué terminar con ella. En este artículo, exploraremos en profundidad precisamente esta idea.

La confianza es la base de cualquier vínculo saludable; sin ella, por ejemplo, la comunicación asertiva se complica. Su construcción necesita tiempo y hechos concretos para fortalecerse, ya sea en las relaciones humanas o cuando trabajamos nuestro amor propio. También podría ser definida como la expectativa de que lo esperado se llevará a cabo.

Ahora bien, existen varias formas de crear confianza en una relación, pues somos seres sociales y la necesitamos para enriquecer nuestro mundo emocional.

La seguridad y la fuerza vital que nos brinda son extraordinarias cuando la depositamos en alguien digno, pues podemos contar con esa persona para que cuide de nuestros intereses; aunque la evidente desventaja es que si la rompe, será inevitable la sorpresa, el desengaño o el sufrimiento.

Para construir confianza con tus familiares, pareja, amigos y demás seres queridos, es necesaria la reciprocidad, sin condicionamientos (porque se perdería de inmediato), en la que debe primar el respeto y la seguridad que depositamos en el otro.

¿Cómo alimentar la confianza en las relaciones interpersonales?

Como ya lo esbozamos, la confianza es crucial para tener vínculos concretos y seguros con los demás; algunas veces se desarrolla en el inicio de una relación hasta consolidarse, pero en otras ocasiones requiere de tiempo, espontaneidad y paciencia para consolidar las relaciones y gozar de sus beneficios. A continuación, te presentamos cuatro formas de crear confianza en una relación.

1. Reciprocidad, un equilibro entre dar y recibir

La reciprocidad va de la mano de la confianza; es dar y recibir mutuamente, acción que motiva a las partes involucradas a corresponder de forma bilateral sin interés o egoísmo; por tal razón, también se relaciona con los principios de solidaridad, cooperación y ayuda mutua. En las relaciones auténticas, la reciprocidad se presenta como el equilibrio entre el dar y recibir, sin llevar deudas de quién hace más favores o cuántos debe alguna de las partes.

El equilibrio que presenta la reciprocidad en un vínculo debe ser espontáneo para encontrar las formas de crear confianza en una relación, jamás planificado; gracias a este equilibrio, puedes fluir sin que tengas que reprimirte a la hora de dar o recibir, así como tampoco debes condicionar cómo el otro debe dar o recibir.

2. No prometas nada, tus acciones concretas deben ser garantía de confianza

No prometas nada para que confíen en ti y actúa para demostrar que eres digno de confianza. Por ejemplo, no sirve de nada decirle lo que sientes a la persona que te gusta si después te arrepientes o no eres consecuente; para qué pedir dinero prestado cuando, en el fondo, sabes que nunca pagarás.

Si deseas construir o incrementar la confianza en cualquier tipo de relación, es absolutamente necesario que no prometas lo que no vas a cumplir.

3. Expresa tu sentir y pensar, según el tipo de relación

¿En qué vínculos depositamos nuestra confianza? Por ejemplo, no es lo mismo confiar en que nuestro compañero de trabajo llegará a primera hora para participar en una reunión importante, que confiar en que nuestra pareja se organizará para llevar a los niños al colegio y que podamos estar un poco antes en la oficina.

El mejor paradigma de la confianza es la vulnerabilidad, que contiene en sí la intimidad emocional; es necesario exponerla y comunicarla a quienes confiamos. Crear confianza maximiza el riesgo de ser lastimados, por lo que es necesario tener cuidado en quién confiamos.

No obstante, el problema no es exponer nuestra vulnerabilidad a quien consideramos digno, sino que es su responsabilidad custodiarla, junto con nuestra confianza; si falla por necesidad entonces no es digno y punto.

Procura no callar tu sentir y pensar con las personas de tu confianza, pues la palabra no dicha enferma; dado el caso en que apenas estés conociendo a alguien y está ganando tu confianza gradualmente, entonces dale la oportunidad de conocer a tu verdadero yo y permítele ser digno de tu confianza (sin olvidar que tú también debes ser digno de la suya), según el ritmo de la relación.

4. En la confianza también cabe la duda

Tener relaciones que nos sirvan de manera frecuente como fuente o recurso de consulta no las convierte en un oráculo de Delfos; también es válido dudar de ellas y consultar otras fuentes; este tipo de decisiones no deben ser tomadas como traiciones.

Por ejemplo, si alguien me plantea una pregunta a la que sé responder, respondo, y esa respuesta no termina con sus dudas, puede buscar otras fuentes que le proporcionen más información. Esto no significa necesariamente que dude de mis conocimientos. Simplemente, puede que sea consciente de mi subjetividad, y quiera formarse una opinión propia o incluso que quiera hacerse con más argumentos para defender esa opinión si le toca sostenerla.

Que una persona de tu confianza se equivocara al resolver alguna de tus dudas no significa que en adelante debas mostrarte particularmente desconfiado con ella. Somos vulnerables al error, pero tenemos la capacidad de reconocerlo y, en la mayoría de los casos, rectificarlo.

Si es tu caso y no te quieren dar más oportunidades, ten paciencia y permite que sean tus acciones las que hablen por ti, que demuestren que eres digno de confianza.