Estamos convencidos de que muchas de nuestras decisiones son eso, nuestras y solamente nuestras, ¿no es así? Además, son las más acertadas porque hemos reflexionado el tiempo suficiente como para estar seguros de que es lo mejor que podemos hacer.
Pues siento ser la portadora de malas noticias, porque nuestros cerebros nos están engañando. Cuando parece que estás al mando, en realidad estás tomando «atajos» que te facilitan hacer elecciones en el día a día.
Para que no tener dudas sobre nuestras decisiones, los sesgos cognitivos nos ayudan a ver las decisiones como las más acertadas. Son aquellos que nos hacen interpretar la realidad de manera errónea, pero que favorece la toma de una decisión de manera rápida. Los siguientes son algunos ejemplos:
1. Sesgos cognitivos que influyen en nuestras decisiones: anclaje
Este es un sesgo en el que tenemos en cuenta una parte de la información disponible en lugar de toda la información. Normalmente, el primer dato del que disponemos es el que nos va a empujar a tomar la decisión.
Un ejemplo podría ser que cuando nos muestran el precio que tenía un producto antes de aplicarle la rebaja, nos centramos en el ahorro, más que en la necesidad que tenemos de comprar el producto o de su utilidad.
2. Ilusión de control
Es la tendencia pensar que podemos controlar factores externos sobre los que no tenemos ninguna influencia. Un ejemplo es el de las máquinas «tragaperras», la creencia de que podemos controlar cuándo va a salir el premio o la percepción de que «la máquina está caliente» no es más que una falsa percepción de control.
En el caso de los jugadores patológicos, la ilusión de control es uno de los sesgos que les empuja a perpetuar su conducta.
3. Sesgo de responsabilidad externa
Este sesgo se produce cuando depositamos el peso de las decisiones que tomamos en agentes externos, sin responsabilizarnos de nuestra propia decisión.
Podemos observar este sesgo, por ejemplo, cuando asumimos que nuestro destino está en manos de un ser superior. El papel de la religión en este caso es claro, ya que lo atribuimos a la voluntad de Dios.
4. Obediencia a la autoridad
Se refleja cuando seguimos a una figura de liderazgo, a pesar de las evidencias que podemos encontrar y que cuestionan su forma de actuar o sus decisiones. La figura del líder nos infunde un respeto tal que acatamos sus órdenes sin valorar si es un acto inmoral o que contradice nuestro código ético.
El experimento de Milgran explica este sesgo perfectamente. Durante este experimento se le pedía a los participantes, de manera individual, que cuando otra persona se confundiera en una tarea le proporcionara una descarga.
El 65% de los participantes siguió hasta el final sin tener en cuenta el sufrimiento de la otra persona. Así, si las descargas hubieran sido reales hubieran matado a la persona que respondía a las preguntas. Los participantes decidieron infligir sufrimiento a otros solo porque el experimentador se lo pedía, sin cuestionarlo.
Este experimento hizo reflexionar sobre la responsabilidad de miles de nazis durante la II Guerra Mundial, que justificaban sus comportamientos apelando a que en ningún momento se habían cuestionado lo que hacían, que solamente se limitaban a seguir órdenes.
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