sábado, 14 de agosto de 2021

Fobofobia: el miedo a sufrir fobias

Si has sentido alguna vez un miedo irracional y extremo, y tienes miedo de volverlo a sentir, puede que tengas fobofobia. Te contamos qué referencias se utilizan para el diagnóstico diferencial y en qué consiste.

La fobia es un trastorno de ansiedad común definido como una respuesta de pánico severo e intenso que experimentamos a nivel mental y físico, y cuyo desencadenante puede ser un animal, una persona, o cualquier idea específica que nos cause un temor agudo. Una sensación muy aversiva que no queremos volver a experimentar. Sin embargo, puede que la idea en sí misma de volver a sentir lo mismo pueda llegar al extremo, y nos provoque tanto pavor que acabemos por padecer la llamada fobofobia.

Curiosamente, el Manual Estadístico y de Diagnóstico de los Trastornos Mentales DSM-5 recoge este trastorno en otra de las fobias más extendidas: la agorafobia. Porque, una de las causas de la agorafobia es, precisamente, cuando ya hemos sufrido un ataque de pánico anteriormente, y comenzamos a temer situaciones que nos lleven a lo mismo, un “miedo al miedo” extremo.

Un fuerte deseo de huir

La fobofobia es una complicación que surge de la propia fobia; un miedo extremo por el que se experimentan casi los mismos síntomas de otras fobias.

A nivel psicológico, los síntomas comienzan cuando sentimos miedo a perder el control, a desmayarnos, tenemos sentimientos de pavor muy intensos, e incluso, y en los casos más extremos, podemos sentimos miedo a morir. 

A nivel físico, el cuerpo también reacciona; el corazón se acelera porque la ansiedad es muy intensa, y aparecen las taquicardias, la falta de aire y hasta temblores. Y es que, el miedo clínico al miedo es una fobia muy real que te puede afectar en la toma de tus decisiones diarias tanto como cualquier otra fobia, porque al final,ese miedo está ahí, y puede surgir en cualquier momento.

Sus síntomas pueden ser diferentes, ya que comienza sin previo aviso y de forma irracional. Quizás, te digas mentalmente que “no pasa nada”, que “no hay por qué tener miedo”, o que “todo está bien” pero, al final, quizás, no puedes evitar que tu cuerpo comience a reaccionar ante los primeros síntomas.  

¿Cuáles son las causas de la fobofobia?

Si has visto como alguien de tu familia ha pasado por algo así, es posible que esa experiencia te haya causado un gran impacto, porque observar ese intenso miedo reflejado en alguien tan querido puede hacer que se repita en ti ese patrón de conducta, o que, simplemente lo lleves en los genes.

Al menos es lo que se ha analizado en una investigación realizada por expertos en psiquiatría, que asegura que las fobias más específicas tienen un componente genético importante y pueden heredarse de padres a hijos. 

Tal y como se explica en el informe, a nivel neuronal, experimentar una poderosa respuesta de pánico hace que tu cerebro acabe por desarrollar una connotación negativa asociada con esa experiencia, por lo que tu cuerpo y tu cerebro comienzan a trabajar juntos para evitar esa respuesta de lucha, de huida o de pánico.

El problema es que, centrarse en evitar estos síntomas de ansiedad establecidos también puede provocar fobofobia, ya que tienes tanto miedo de tener los síntomas de una fobia, que al final es ese propio miedo el que desencadena la respuesta que estás tratando de evitar. 

¿Cómo se puede superar la fobofobia?

La primera línea de tratamiento para la fobofobia, y para todas las fobias específicas, es la terapia cognitivo conductual, es decir, una terapia que consiste por un lado en identificar y modificar ciertos pensamientos erróneos o disfuncionales y por otro, en la exposición gradual a lo que temes para que poco a poco se vaya disipando. Este procedimiento puede ser complicado cuando lo que temes es el miedo en sí mismo.

En otra investigación publicada en el National Library of Medicine (NIH) se explica como la terapia cognitivo-conductual (TCC) utiliza técnicas que identifican distorsiones cognitivas y ayudan a cambiar los patrones de pensamiento para controlar los síntomas del pánico.

Además de los cambios en el estilo de vida, que son también muy importantes a la hora de complementar el tratamiento profesional para las fobias. Estar más activo, pasar más tiempo al aire libre, practicar meditación o yoga y mantener una buena alimentación son hábitos saludables y muy recomendables en estos casos.

El miedo al miedo o la fobofobia es una condición real que puede afectar áreas de tu vida y condicionarte tanto como cualquier otro tipo de fobia o ansiedad; sin embargo, ¡se puede superar!

viernes, 13 de agosto de 2021

Apnea y memoria: un problema silencioso con serias consecuencias

La falta de oxígeno momentánea que cursa con la apnea obstructiva del sueño afecta también al funcionamiento cerebral. Así, al agotamiento mental y los cambios de humor se le añaden los fallos de memoria.

Apnea y memoria guardan una relación directa y a menudo desconocida. La apnea obstructiva del sueño es una enfermedad respiratoria que afecta a casi el 6 % de la población.

Así, y si bien es cierto que la mayoría conoce alguno de sus efectos secundarios, como pueden ser la diabetes y los problemas cardiovasculares, hay otras condiciones que a menudo se descuidan. Esta afección tiene un impacto directo sobre la salud cerebral.

Esa privación momentánea de oxígeno con la que cursa esta condición acaba generando leves, pero constantes daños en el cerebro a lo largo de la noche. El daño neurológico en caso de no recurrir a ningún tratamiento puede ser lesivo y preocupante.

Al propio agotamiento físico y psicológico, se le añaden los problemas de concentración, la incapacidad de reaccionar ante los estímulos con agilidad y además las alteraciones del estado de ánimo. Ahora bien, uno de los efectos más llamativos son los fallos en la memoria.

Qué es la apnea obstructiva del sueño y por qué afecta al cerebro

Uno de los síntomas más evidentes de la apnea obstructiva del sueño son los ronquidos. Ahora bien, no son ronquidos normales. Lo que sucede en estos casos es que la persona experimenta una parada en su respiración. Deja de respirar unos segundos para reanudarla al poco, pero repitiéndose esta alteración varias veces a lo largo de la noche… Con el consiguiente impacto sobre el organismo.

Jadeos, ronquidos muy sonoros, boca seca, dolor de cabeza matinal, mareos, hipersomnia durante el día, cambios en el humor… La sintomatología asociada a la apnea es muy amplia. Sin embargo, son muchas las personas que no son conscientes de ello, siendo las parejas quienes ponen en evidencia esta realidad. Ahora bien, apnea y memoria guardan una relación directa a causa del efecto de esta alteración sobre el cerebro.

La apnea y el daño cerebral, un problema silencioso

La Universidad de Melbourne realizó un trabajo muy interesante de investigación en el 2020. En él se concluía que el daño que la apnea genera en el cerebro es similar al que puede causar la enfermedad de Alzheimer.
  • Este trabajo encontró que las personas que habían sufrido esta enfermedad a lo largo de varios años y sin recibir tratamiento, evidenciaban placas amiloides similares a las del alzhéimer.
  • La apnea se considera una afección grave con un serio impacto sobre el cerebro. Cuando el paciente sufre una apnea obstructiva severa las consecuencias son más intensas.
  • Asimismo, otros efectos que han podido verse se relacionan con diversas áreas cerebrales. La sustancia blanca, por ejemplo, también puede quedar dañada, algo que tendrá un efecto directo sobre el estado de ánimo, la memoria y la presión arterial.
Apnea y memoria: cuando la falta de oxígeno te roba la memoria

Apnea y memoria es, desde hace unos años, un tema de estudio recurrente en el campo de la neurociencia. Algo que se aprecia con frecuencia es cómo los pacientes que sufren esta enfermedad evidencian una clara dificultad para recordar momentos significativos de su vida.

Como bien podemos suponer, esto se vive de manera muy problemática. Sobre todo, porque a este factor se le añaden todos los efectos asociados a la propia apnea ya conocidos: agotamiento, dolor de cabeza, irritabilidad, problemas cardiovasculares, etc. Si además la persona percibe cómo determinadas partes de su vida se van difuminando, la indefensión y el malestar se elevan.

Apnea y memoria episódica: ya no recuerdo momentos importantes de mi vida

La memoria episódica es aquella que se vincula a momentos de nuestra autobiografía. Son instantes donde se enclavan emociones, lugares e instantes que nos son significativos. Apnea y memoria se relacionan porque van desintegrando fragmentos de esos episodios de nuestro ayer.
  • Trabajos de investigación como los realizados en la Universidad de Perth en Australia hablan de cómo el sueño interrumpido y la hipoxia provocan daños químicos y estructurales a nivel neurológico.
  • El impacto de la apnea afecta sobre todo a las funciones de la corteza prefrontal y el hipocampo. Son regiones relacionadas con la memoria y las funciones ejecutivas (atención, resolución de problemas, etc.).
El riesgo de depresión, una realidad frecuente

Algo que se aprecia desde hace tiempo en las personas que sufren apnea obstructiva del sueño es el alto índice de depresión. Hasta no hace mucho no se entendía bien la razón. Se sospechaba que factores como el agotamiento, la falta de descanso nocturno y las alteraciones en el estado de ánimo asociados a la sustancia blanca, podrían explicarlo.

Ahora bien, el factor de la pérdida de memoria también es decisivo. Cuando una persona es consciente de que está perdiendo la capacidad para evocar su pasado, sufre un elevado desgaste a todos los niveles.

La importancia de acudir al especialista

La apnea del sueño tiene varios tratamientos y todos ellos son efectivos. Los especialistas optarán por cada uno de ellos en función de las necesidades de cada paciente:
  • Tratamiento de presión positiva continua de la vía aérea (CPAP).
  • Dispositivos de presión de la vía aérea.
  • Aparatos bucales para la apnea del sueño.
Ahora bien, lo más decisivo es recibir un diagnóstico lo antes posible. A menudo, podemos tener pacientes que llevan décadas sufriendo en silencio esta afección respiratoria. En estos casos, el riesgo de sufrir infartos, padecer problemas de memoria, e incluso depresiones, se eleva.

No dudemos en consultar con nuestro médico en caso de que seamos de esas personas que roncan (o respiran fuerte) por las noches.

jueves, 12 de agosto de 2021

¿Qué es la Psicología Política?

Hoy en día en los ámbitos del poder no puede faltar un experto en psicología política. Hablamos de una rama que está ganando presencia en las campañas de aquellos que aspiran a ocupar un cargo representativo.

La Psicología Política es una rama de la psicología que, en términos generales, estudia la conducta de los individuos en relación con las diferentes formas de poder. Se le cataloga como un ámbito novedoso, pero la verdad es que los primeros estudios de esta disciplina se remiten a hace más de un siglo.

Frente a la definición de Psicología Política existe un gran debate. Mientras que algunos teóricos piensan que se trata de una rama autónoma, otros creen que es solo un componente de la Psicología Social. Lo cierto es que este conocimiento cada vez cobra más importancia en las campañas electorales y el manejo de los ámbitos de poder.

En la actualidad, la Psicología Política se encarga del estudio de la subjetividad política y la toma de decisiones en este ámbito. Cada vez son más frecuentes, por ejemplo, los estudios sobre el comportamiento de los electores, comunicación y percepción del poder, psicología de las masas, etc.

Los orígenes de la Psicología Política

Los precursores de la Psicología Política fueron pensadores como Maquiavelo, Hobbes y Spinoza, entre otros. Todos ellos analizaron la conducta política de las personas, aunque más desde una perspectiva instrumental que académica.

La primera persona en hablar de la Psicología Política fue Gustave Le Bon. Este sociólogo y físico francés era aficionado a la psicología social y en 1910 escribió el libro Psychologie politique. El objetivo de esta obra era el de guiar a los gobernantes para que se convirtieran en mejores gestores.

A Le Bon se le considera un pensador prefascista que tuvo gran influencia en el posterior surgimiento del nazismo. Casi de forma simultánea, apareció otra obra en Inglaterra que trataba asuntos similares: La naturaleza humana en la política, de Graham Wallas.

Una historia dinámica

Charles Merriam era profesor de Ciencia política en la Universidad de Chicago. También fue asesor de varios presidentes de Estados Unidos, como Hoover y Roosevelt. En 1924 escribió un ensayo al que tituló Política y psicología.

Un poco más adelante aparece Harold Lasswell, a quien se le considera uno de los fundadores de la Psicología Política. Las obras más reconocidas de Laswell fueron Psicología y política y Poder y personalidad. También hizo unos interesantes análisis sobre el fenómeno del nazismo.

A partir de los años 50 comenzó a crecer el interés en la disciplina y se publicaron varios ensayos y libros al respecto. Esta vez el enfoque se orientó más hacia el comportamiento del elector.

En 1969, la Asociación Americana de Ciencia Política abrió la línea de trabajo e investigación en Psicología Política. En 1978, se fundó la Sociedad Internacional de Psicología Política y un año después comenzó a publicarse la revista Psicología Política en Estados Unidos.

La disciplina tuvo un empuje definitivo cuando un grupo de expertos latinoamericanos se adentró en el estudio y la investigación de esta rama. Algunos de sus impulsores fueron Rodríguez Kauth, Maritza Montero, Ignacio Martín Baró, Christlieb, entre los más destacados.

Los modelos en la Psicología Política
Esta interesante disciplina ha tenido varios enfoques desde sus orígenes. En la actualidad, se reconocen cuatro perspectivas bien diferenciadas.

Perspectiva psicosocial

Es la más cercana a la psicología social y en ella se distinguen dos tendencias: cognoscitiva y comportamental. Ambas se centran en el análisis de actitudes, creencias, motivaciones, valores, prejuicios, estereotipos, representaciones e imágenes presentes en el individuo y asociadas a la política.

Perspectiva psicoanalítica

Le da especial énfasis al análisis de los fenómenos políticos a partir de los mecanismos de defensa definidos por Freud. Se centra en el estudio de aspectos como memoria colectiva, hechos traumáticos, estructura de personalidad de los políticos y aspectos inconscientes de los comportamientos políticos, tanto de masas como de individuos.

Perspectiva discursiva

Parten de la idea de que la política es un discurso constructor de realidad. Así las cosas, hablar de política es la política. Otro enfoque se centra en la construcción de los actores políticos, a través del discurso político. Es la perspectiva dominante en Europa y América Latina.

Perspectiva estructural-funcional

Se basa en la idea de que los sujetos políticos toman decisiones utilitarias, es decir, eligen las opciones que mayores utilidades les generen. De este modo, el comportamiento político es evaluativo-racional. Sin embargo, está basado en creencias o prejuicios.

De las perspectivas anteriores han surgido otros modelos teóricos. En la actualidad, los estudios se están centrando cada vez más en las interrelaciones entre la comunicación y la psicología de las masas, aspecto que cada vez resulta más evidente en las redes sociales. Sea como fuere, la Psicología Política se ha convertido en crecimiento y consideración por parte de aquellos que quieren alcanzar el poder.

miércoles, 11 de agosto de 2021

¿Qué hacer cuando tu pareja quiere terminar pero tú no?

Las razones para que nazca el amor entre dos personas son muchas. Algunas de ellas ni siquiera llegamos a saberlas realmente. De la misma manera, una relación acaba por múltiples motivos, que, en parte, tampoco alcanzamos a dilucidar totalmente. Lo complicado sucede cuando uno de los dos quiere terminar, pero el otro no.

Se trata de una situación compleja para ambos. Especialmente para el que no quiere terminar. Sin embargo, no hay que entrar en pánico, ni comenzar a actuar desesperadamente. Eso es lo primero que se debe hacer: conservar la calma. No hablar, no actuar dejándose llevar por los impulsos.

Lo que sigue es sopesar la situación. Hay que examinar las razones que llevaron al otro a querer que la relación se acabara. Verificar si, efectivamente, se está en una fase final. Y luego, tomar decisiones y actuar. Pero veamos esto con mayor detalle.

¿De verdad acabó la relación?

Una relación estable no acaba de la noche a la mañana, una inestable sí. Se debe comenzar entonces por calificar tal relación. ¿Había un compromiso ya establecido y aceptado por ambos? ¿O se trataba de un vínculo indefinido, que alternaba señales de acercamiento con gestos de distancia? En el primer caso, vale la pena examinar lo que ocurrió. En el segundo, mejor no pierdas tu tiempo.

Cuando una relación acaba, siempre hay señales que lo anuncian. Básicamente son tres aspectos lo que definen si el vínculo es fuerte, o si ya hay signos de que el amor acabó. Estos tres elementos son:

  • El compromiso. Tiene que ver con la disposición voluntaria de compartir la vida con el otro. Supone tiempo, interés, escucha y disponibilidad. Si cada quien va por su lado, si no se comparte, o la vida del otro no genera interés, se trata de una señal de que todo está acabando.
  • La intimidad. Se refiere a la confianza, la comunicación y la aceptación mutuas. Nunca son perfectas, pero cuando alguno de estos aspectos está quebrantado, constituye una señal de que la relación está llegando a su final.
  • La pasión. Implica una sexualidad sana, satisfactoria para ambos. También comprende las demostraciones físicas de afecto. Cuando esto no está presente, la relación está en problemas.
Si examinas la relación y ves que hay dificultades en los tres aspectos, la mejor opción es reconocer el hecho de que todo ha terminado. Por más duro que parezca, se ha llegado a un punto de desgaste que hace muy difícil buscar y encontrar soluciones.

Cuando solo uno de los dos quiere terminar

A veces también ocurre que la relación tiene problemas, en ocasiones graves, pero también sobreviven muchos aspectos fuertes en ella. Pese a esto, uno de los dos quiere terminar, mientras que el otro, objetivamente, ve que hay posibilidades de replantear las cosas y seguir adelante. ¿Qué hacer entonces?

Como siempre en pareja, no hay nada mejor que el diálogo. Nada tampoco lo sustituye. Puede ser, y suele suceder, que ese sea precisamente el aspecto que está fallando. Se ha roto la comunicación, pero el amor sigue estando presente. Sin embargo, uno de los dos puede ser menos tolerante a esta situación y se apresura a acabar todo.

En esas condiciones no se puede propiciar un diálogo común y corriente. Es necesario elegir unas circunstancias adecuadas para que puedan hablar tranquilamente y sin presiones. No busques resolverlo todo de una vez, sino más bien, en un comienzo, simplemente recuperar la posibilidad de hablar. Una cena especial o una salida fuera son un buen momento.

¿Y si no hay nada que hacer?

A veces, aunque aún haya amor y aunque se busquen todos los medios para dialogar, el otro insiste en que quiere terminar. Ahí ya no hay nada que hacer. No se puede presionarlo para que vea las cosas de otro modo. Hacerlo genera distancias y propicia un desgaste innecesario para ambos.

Al que se quiere ir hay que dejarlo ir. Por más que no entiendas sus razones o creas que está equivocado. La permanencia de una relación no se debe forzar. Esto es un grave error que solo conduce a deteriorar el vínculo. En este punto, llegó la hora de despedirte. No pienses en lo que va a suceder en una semana, ni en un mes, ni en un año. Concéntrate solo en el ahora.

Ha llegado un tiempo para que te enfoques en ti misma, únicamente. No te culpes, no te adelantes al futuro y no tomes decisiones. Preocúpate solo por cuidarte y por hacer cosas que te gusten. Retoma amistades que tengas olvidadas, cambia tu rutina. Ya vendrá de nuevo el amor a tu vida.

martes, 10 de agosto de 2021

¿Es verdad que los niños se portan mal para llamar la atención?

Cuando un niño se porta mal, es común decir aquello de que lo único que quiere es llamar la atención. Sin embargo, lo que puede estar reclamando es que le ayudemos a gestionar sus emociones.

Es un clásico donde los haya: dar por sentado que los niños se portan mal para llamar la atención. Muchos han integrado en su repertorio mental esta idea como una verdad absoluta e indisoluble. Sin embargo, asumir que toda conducta infantil disruptiva o negativa parte de un deseo expreso por atraer la mirada del adulto no siempre es correcto.

Es posible que en algún momento sea esa la intención del niño. No hay duda. Sin embargo, hay veces en que detrás del mal comportamiento hay una emoción mal gestionada. En otros casos, tenemos a pequeños que carecen de límites y que ya no saben qué es lo que está bien y lo que está mal, limitándose entonces a actuar por mero impulso.

Por tanto, aunque para el buen desarrollo de toda criatura sea necesaria la atención y la validación de sus progenitores, hay veces en que a esas necesidades básicas, se le añaden otras. Detrás del comportamiento desafiante o agresivo hay realidades que debemos comprender para saber responder con afecto e inteligencia emocional.

¿Es verdad que los niños se portan mal para llamar la atención?

Hay algo que resulta cuanto menos curioso. Abundan los papás, las mamás y maestros que dan por sentado que los niños se portan mal para llamar la atención. Por ello, la mejor estrategia —según algunos— es ignorarlos. Al fin y al cabo, como dicen muchos, «no se puede estar todo el tiempo haciéndoles caso cada vez que gritan, que lloran o que tienen una rabieta».

Ideas como estas son un auténtico cajón desastre que acaba perjudicando seriamente al desarrollo psicoemocional del niño. Ignorarles es invisibilizar sus necesidades. No preocuparnos por saber qué hay detrás de esa rabieta o de ese comportamiento negativo es descuidar aquello que nos están pidiendo realmente y que no queremos ver.

Por tanto, nunca está de más reflexionar en una serie de cuestiones sobre este tema.

Las emociones que no saben entender ni gestionar

Los niños de entre 3 y 7 años no saben distinguir aún sus necesidades de sus deseos. Asimismo, si hablamos de emociones, no es hasta los 7-8 años cuando empiezan a ser más conscientes de esos estados internos y de cómo en ocasiones pueden controlarlos y llevarlos hasta situaciones complicadas.

Estudios como los realizados en la Universidad de Viena en colaboración con el departamento de medicina general y psicosomática del Hospital Universitario de Heidelberg señalan algo interesante al respecto. Los niños están plenamente capacitados para comprender sus emociones y las de los demás, pero ese aprendizaje y esa regulación dependerá de su entorno social.

A menudo, el mal comportamiento viene de la frustración por no tener lo que desean. También, por los celos, la rabia, las tristezas… Si no les ayudamos a comprender y regular sus estados emocionales haremos de ellos niños enfadados eternamente consigo mismos y con el mundo porque las cosas no son como ellos desean.

El mal comportamiento como respuesta a una educación sin límites ni normas

No todos los niños se portan mal para llamar la atención. Algunos simplemente quieren hacer lo que desean en cada momento, sin filtros, sin límites… Romper los juguetes de los hermanos, coger el móvil a los padres para jugar, no ordenar su habitación… El comportamiento negativo acontece a menudo por una falta de normas y límites claros.

Asimismo, recordemos. Poner límites y establecer claramente qué se espera de él en cada momento revierte en su bienestar psicológico. Es así como aprenden a relacionarse mucho mejor con el mundo, teniendo claro qué es lo que está bien y qué es lo que está mal.

Educar con amor, empatía y disciplina positiva no es sinónimo de permisividad. Es un ejercicio de coherencia y equilibrio.

Los niños se portan mal para llamar la atención, la frase que justifica cualquier comportamiento infantil

Si llora es porque está llamando la atención. Si grita en el supermercado e inicia una rabieta es porque quiere llamar la atención. Los niños que están en un rincón y que no responden cuando se les llama, también quieren llamar la atención. Si nos damos cuenta, esta idea parece estar justificando cualquier comportamiento infantil inusual. 

Bien es cierto que en ocasiones sí es lo que buscan. Cualquier pequeño anhela tener la atención de sus progenitores las 24 horas del día. Nada puede ser tan gratificante para ellos. Sin embargo, las necesidades de los niños son múltiples y no podemos responder ante ellos siempre de la misma manera. 

El cerebro infantil, además de atención, demanda afecto, comprensión, orientación, apoyo, validación y ayuda. Es necesario por tanto comprender qué hay detrás de cada conducta y dar siempre la respuesta más adecuada.

En caso de no hacerlo, si el papá o la mamá no atienden ese llanto o esa rabieta porque consideran que solo está llamando la atención, lo más probable es que ese niño se sienta indefenso e incomprendido y repita de nuevo esa conducta. Tengámoslo presente.

lunes, 9 de agosto de 2021

Aceptar mis defectos: ¿Cómo puedo conseguirlo?

Es muy posible que eso que llevas tiempo etiquetando como «defecto» no lo sea en realidad. De hecho, es probable que ese matiz que rechazas en ti sea un problema de inseguridad y falta de aceptación. Lo analizamos.

¿Cómo puedo aceptar mis defectos? Si alguien nos preguntase qué es realmente lo que no nos gusta de nosotros mismos muchos no sabrían concretar una respuesta. ¡Tengo muchísimos!, dirían. Otros, en cambio, con altanería y sobredosis de orgullo afirmarían que no tienen ninguno, que se aceptan y se quieren tal y como son.

Ahora bien, estos últimos mentirían porque gran parte de nosotros tenemos «algo» que nos incomoda, algo que escondemos y disimulamos, a veces bajo la ropa y otras, esforzándonos por camuflar la timidez, la inseguridad, el miedo a no gustar o cualquiera de esas características psicológicas que todavía no hemos podido fortalecer.

No obstante, lo más llamativo de estas realidades es que a menudo etiquetamos como «defecto» un rasgo personal que, por sí mismo, no debería ser considerado como alteración, error, anormalidad o matiz que autorechazar. Dicho de manera sencilla: esa nariz prominente no es un defecto; es un rasgo normal. Esos kilos de más, ese rostro lleno de pecas, esa baja estatura o una incipiente calvicie jamás deben considerarse como defectos.

Lo que hay tras estas autoevaluaciones negativas es un problema de inseguridad y de autoaceptación. Por contra, los auténticos defectos rara vez se ven. La irresponsabilidad, la pereza, el egoísmo o el orgullo sí son aspectos que necesitan de una sensibilidad entrenada para proceder a cambiarlos, a mejorarlos. Profundicemos un poco más en este tema.

Aceptar mis defectos: claves para conseguirlo

Todos tenemos múltiples defectos y, a su vez, un buen número de virtudes. Nuestra grandeza como seres humanos pasa muy a menudo por combinar todos esos matices contrapuestos que nos hacen imperfectos y, a la vez, únicos. Puede que nuestro defecto sea tener mal genio, pero con el tiempo uno lo acaba manejando, siendo conscientes de ese carácter más fuerte/poco paciente.

Es posible también que otro de nuestros defectos sea hablar en exceso por los codos; ser una de esas personas que en una conversación apenas deja espacio y voz a su interlocutor. Una vez más, el simple hecho de reconocerlo y asumirlo, nos permite también ir manejando ese matiz singular que lo define a uno y que en ocasiones, le trae algún que otro problema.

Aceptar mis defectos pasa primero por un aspecto primordial: saber si eso que no nos gusta de nosotros mismos es o no es un defecto. Lo analizamos.

La costumbre de patologizar cualidades y rasgos normales

Hay una costumbre muy nuestra y es la de patologizar aspectos que, en realidad, conforman nuestra personalidad o esquema corporal. De este modo, hechos tan comunes como ser quizá un poco más tímido de lo normal, algo más inseguro, miedoso, maniático o incluso impaciente, no constituye por sí mismo un defecto como tal. Son simplemente, rasgos que perfilan nuestro carácter.

Lo mismo sucede con esos matices que definen nuestro aspecto físico. Ni el peso, ni la altura, ni las alteraciones de la piel, ni aún menos las minusvalías constituyen un «defecto». Por tanto, si tenemos claro este detalle la siguiente pregunta debe ser ¿qué se considera entonces un defecto?

Estas áreas describen actitudes negativas que pueden ser dañinas tanto para nosotros mismos como para los demás. Ejemplo de ello son la envidia, los celos, la soberbia, el pesimismo, la intolerancia, el narcisismo, etc. Como podemos ver, dichas dimensiones trazan comportamientos y actitudes en los que rara vez se logra un equilibrio entre virtudes y defectos. Estos últimos siempre tienden a desestabilizar cualquier situación, conversación, relación o circunstancia.

Autoaceptación, el secreto para fortalecer mis inseguridades

Para aceptar mis defectos, esos que en realidad no lo son, sino que se alzan como el claro resultado de mi inseguridad, lo más importante es trabajar la autoaceptación. De este modo, si considero que mi sobrepeso es un defecto, que el ser vergonzoso también lo es, así como mi tendencia a tartamudear o a esconder bajo mi cabello mis grandes orejas, mi obligación más inmediata es fortalecer esta área del crecimiento personal.

Asimismo, la autoaceptación es más poderosa que la propia autoestima. ¿La razón? Esta última depende no solo de la visión positiva que tengo de mí mismo. Lo que me digan otros o lo que yo creo que piensan de mí también alimenta este músculo psicológico. La autoaceptación en cambio no necesita de refuerzos externos.

Es más, Albert Ellis, creador de la terapia racional emotiva conductual, estableció esta dimensión como el pilar de su enfoque, definiéndola del siguiente modo: autoaceptación es aprender a querernos de forma plena y sin condiciones aceptando todo lo que somos. Es validar cada aspecto de nuestro ser y también de nuestro comportamiento. Es saber concedernos consideración, respeto y su amor.

Si aprendemos a fortalecer esta área de nuestro ser todas esas dimensiones que consideramos defectos se diluirán.

¿Cómo aceptar mis defectos si son rasgos que me afectan a mí y a otras personas?

Comunicación agresiva, impaciencia, celos, incapacidad para comprender puntos de vista ajenos… Para aceptar mis defectos más adversos, esos que ponen muros a mis relaciones y convivencia con los demás, lo más importante es saber detectar dichas dimensiones.

Por término medio, son pocos los que aúnan esa humildad de carácter capaz de ver y asumir esas cualidades claramente negativas y que conforman, auténticos defectos. Una vez identificados, el proceso no pasa precisamente por «aceptarlos», por darles espacio y permanencia; la clave está en «transformarlos».

Ese ejercicio de transformación requiere en muchos casos saber qué hay detrás de cada uno de ellos. Así, tras la envidia o los celos, suele estar la baja autoestima. Tras la comunicación agresiva hay una mala gestión emocional y falta de habilidades sociales. Por tanto, el mejor remedio para modelar los defectos y convertirnos en virtudes nos obliga en gran parte de los casos a acudir a terapia psicológica. Hacerlo, puede cambiarnos la vida. Tengámoslo presente. 

domingo, 8 de agosto de 2021

La mala educación y la falta de modales ¿a qué se deben?

La mala educación se debe en realidad a la 'falta' de educación, de respeto y civismo. Estamos ante una realidad social que no aparece solo en niños y adolescentes; también los adultos evidencian malos modales y comportamientos poco éticos.

La mala educación y la falta de modales no tienen edad. No es cuestión de niños ni de adolescentes, transitando por esa etapa a menudo reaccionaria y problemática. En nuestro día a día podemos ver reacciones inapropiadas y comportamientos poco éticos en personas con experiencia, en hombres y mujeres que, con sus malos hábitos, hacen muy complicada la convivencia.

¿A qué se debe? ¿Por qué falla esa ausencia de civismo? Cuando percibimos esa falta de normas sociales en nuestros niños es común culpabilizar a los padres e incluso, por qué no, a una escuela que a veces falla, y que según muchos es deficiente y no siempre acierta en su misión cultural, educativa y disciplinaria. Tal vez sea cierto o tal vez no; sin embargo, si queremos ser precisos y justos, tenemos que ir más allá.

Cuando la mala educación toma presencia en nuestros escenarios sociales y laborales, esos habitados por adultos, seguimos preguntándonos por qué ocurre. Así, si abordamos este tema se debe a un hecho muy concreto, y es el impacto que las malas maneras pueden tener sobre nosotros. Un ejemplo, en una encuesta realizada en la población francesa hace unos años se les preguntó qué era aquello que más estrés les causaba.

Justo detrás del desempleo, se hallaba el comportamiento de las personas. Factores como la grosería, la falta de civismo, la falta de respeto o los hábitos poco cívicos en los entornos de trabajo era uno de esos elementos que mayor estrés y ansiedad generaba en la población francesa. De esta manera, la mala educación preocupa y es un foco de contaminación para la convivencia.

La mala educación: la pérdida del civismo

Gritar para hablar, entrometerse en vidas ajenas, interrumpir conversaciones, reírse de los demás, humillar, no respetar el mobiliario, no dar las gracias o incluso estar más pendientes de los móviles que de las personas que se tienen en frente… Podríamos dar mil ejemplos de esa mala educación habitual y a los que cuesta habituarse.

Cabe señalar que no disponemos de datos para saber si estos comportamientos incívicos son más frecuentes que hace unos años, pero lo que sí es evidente es que dejan secuelas. De algún modo, se nos está olvidando algo importante. Los buenos modales y las formas no son un anacronismo ni un invento social heredado del siglo XVIII, esa época que Octavio Paz denominó como el último siglo civilizado.

La buena educación en realidad construye un marco de convivencia respetuoso. Gracias a los buenos modales, creamos escenarios donde manda ese valor, el respeto. Así, elementos como la corrección en el trato, el reconocimiento al otro y ese esfuerzo cotidiano donde facilitar la convivencia, asientan las bases del civismo.

Los malos modales y la grosería hacen daño

Este dato sin duda es tan curioso como cierto. La mala educación, los malos modales y la grosería generan lo que se conoce como dolor social. Fue la psicóloga Naomi Eisenberg, de la Universidad de California, quien llevó a cabo un estudio para analizar el impacto de estas dimensiones. Se descubrió que este tipo de comportamientos tienen un impacto a nivel cerebral.

No solo dificultan la convivencia, sino que además, duelen, provocan estrés y rompen ese principio social que es el respeto, y que nuestro cerebro interpreta como significativo para sentirse bien, en calma y armonía.

¿Por qué hay personas con malos modales y mala educación?

Adolf Knigge, escritor del siglo XVIII, escribió un libro muy conocido titulado De cómo tratar a las personas. Lejos de ser un trabajo moralista y edulcorado, se alza, según los filósofos y psicólogos actuales, como todo un manual de urbanismo y belleza comportamental que podría servir de inspiración.

Porque, ¿qué nutre a la mala educación en la actualidad? ¿Por qué la vemos en algunos de nuestros niños y sobre todo, entre la población adulta? Estas serían algunos factores que la explicarían.

  • Perfiles de personalidad con patrones narcisistas. Son personas con falta de empatía que no suelen respetar los límites ajenos.
  • A menudo, las personas acostumbrada a ejercer el poder (directivos, altos cargos empresariales, etc) suelen pasan por alto sus modales y respeto ajeno. 
  • La personalidad antisocial (o trastorno antisocial de la personalidad) sería otro ejemplo de este comportamiento pero llevado a menudo al extremo. En este caso es común la violación de derechos del resto de personas..
  • Por otro lado, el factor educativo se alza a menudo como ese desencadenante clave en los malos modales. Una crianza basada en el apego desorganizativo, la falta de normas básicas, la carencia de límites o incluso un entorno familiar deficitario, asienta ese comportamiento desafiante donde fallan los modales, el respeto y la educación.
  • La mala educación en la infancia y adolescencia termina confiscándose en la edad adulta. Ello hace que tengamos a adultos con nula resistencia a la frustración, con serias dificultades para ajustarse a las normas y habituados además, a faltar el respeto a los demás.
Conclusión

Pitágoras solía decir que si enseñamos a los niños de manera correcta y eficaz, no hará falta castigar a los adultos el día de mañana. Esta frase encierra una gran verdad, puesto que todo aquello que se asienta en la infancia hace de base para el resto de la vida.

La mala educación empobrece nuestra sociedad. Elementos como los buenos modales, el respeto al otro, el civismo, la corrección o la empatía social, no son elementos anacrónicos. Son formas de vertebrar el modo en que nos relacionamos y convivimos. Cuidemos por tanto este valioso aspecto.