lunes, 30 de noviembre de 2020

Nativos digitales: los primeros niños menos inteligentes que sus padres

La actual cultura digital está convirtiendo a nuestros niños y adolescentes en una generación menos inteligente que sus padres. ¿A qué se debe? ¿En qué estamos fallando?

Hipnotizados, obsesionados y, en ciertos casos, hasta idiotizados. Los niños y los adolescentes ven y entienden el mundo a través de las pantallas de sus dispositivos electrónicos, una tendencia que parece estar pasando factura a su cociente intelectual. Así nos lo dice al menos un estudio reciente: los nativos digitales, nuestra generación más joven, es de pronto mucho menos inteligente que sus propios padres.

El dato no es nuevo. En el 2009 el investigador político neozelandés James R. Flynn ya acuñó lo que conocemos como “efecto Flynn“, es decir, la inteligencia lejos de aumentar con los años, se está reduciendo. En el último siglo, nuestras habilidades cognitivas habían mejorado hasta 30 puntos, pero con la llegada del nuevo milenio no solo nos hemos estancado, sino que estamos retrocediendo.

Ahora, el investigador francés Michel Desmurget nos explica en su último libro La fábrica de cretinos digitales, algo aún más alarmante. Estamos depositando nuestro futuro en una generación que, por primera vez en la historia, presenta menos competencias intelectuales que los nacidos, por ejemplo, en la década de los 80. ¿Qué está sucediendo? ¿En qué estamos fallando?

Nativos digitales, ¿quiénes son y por qué son menos inteligentes que sus padres?

Sabemos que las generalizaciones no son buenas. A menudo, al hacer uso de ellas se crean prejuicios y por ello, conviene aclarar antes de nada un aspecto. Las tecnologías no llegaron para sustituir las capacidades intelectuales ni para supeditarnos. Internet, y todo el universo digital, es posiblemente, uno de los mejores recursos creados por el ser humano. Supone un avance y un mecanismo poderoso de comunicación, conocimiento e, incluso, de cohesión social.

Tampoco podemos concluir con el hecho de que todos los jóvenes presentan un CI más bajo que las generaciones anteriores. Hay maravillosas excepciones.

Ahora bien, si hay algo que preocupa a educadores, psicólogos y sociólogos es el hecho de cómo este grupo social al que llamamos nativos digitales demuestran -por término medio- un claro retraso en su maduración neurológica debido a la temprana exposición a las pantallas digitales. Profundicemos un poco más para comprender este hecho.

¿Quiénes son los nativos digitales?

El término “nativo digital” fue acuñado en el 2011 con la publicación de un ensayo titulado La muerte del mando y del control, de Marc Prensky. Los definió como esa generación posterior a los millenials que han nacido y crecido en esta era en la que el progreso tecnológico y el mundo digital impregnan la cotidianidad.

Estas serían sus características:
  • Son la generación Z, es decir, jóvenes nacidos entre el 1995 y 2015.
  • Necesitan recibir información de manera rápida a través de sus dispositivos.
  • Prefieren las imágenes a los textos.
  • Tienden a la multitarea, pueden hacer muchas cosas a la vez, pero sin embargo les cuesta focalizar la atención en una sola área para resolver problemas simples.
  • Quieren resultados inmediatos. Se estima que su tiempo de atención y valoración de un estímulo es de 8 segundos. Es decir, si algo no les atrae durante ese intervalo de tiempo en el mundo digital, lo descartan.
  • Tienen poca resistencia a la frustración.
  • Se guían por los refuerzos inmediatos y los necesitan de manera constante.
  • Trabajan mejor a través de los dispositivos electrónicos, evitando el lápiz y el papel.
  • Socializan a través de las redes sociales y tienden a interpretar el mundo a través de este canal.
  • Son impacientes y priorizan el aprendizaje a través de las redes.
El uso de pantallas retrasa la maduración cerebral

El hecho de que en las últimas décadas el cociente intelectual se halla reducido drásticamente tiene su origen en la temprana exposición de los niños a las pantallas electrónicas. Así, según estudios como los realizados en la Universidad de Cincinnati (Ohio) nos demuestran esta asociación con los siguientes datos:
  • Los niños que son expuestos en la época de preescolar a las pantallas electrónicas evidencian un desarrollo mucho menor en la sustancia blanca del cerebro.
  • Esta área se relaciona con tareas del lenguaje y los procesos cognitivos.
  • Pasar de media entre 3 y 5 horas al día ante estos dispositivos se correlaciona con falta de atención, retraso en el lenguaje, problemas de conducta, resolución de problemas y baja de flexibilidad mental.
  • El uso intenso de la tecnología provoca que les cueste poder concentrarse en una única tarea, como resolver una multiplicación.
Nativos digitales que verán su futuro limitado

Michel Desmurget, autor del libro La fábrica de cretinos digitales, nos indica que estamos poniendo en riesgo el futuro de nuestros jóvenes. Ese retraso en su maduración, la dificultad para centrar la atención para crear, para pensar en el mundo y la realidad de una manera más original e innovadora son realidades que no todos los niños y los adolescentes logran desarrollar.

Todo ello revertirá en sus oportunidades futuras e incluso en el propio futuro de la humanidad. Desmurget enfatiza además la necesidad de que los nativos digitales se instruyan en áreas como la lectura, el arte, la música… Internet y la tecnología no es el problema, el problema reside en el uso que hacemos de ellas y en la exposición continuada de los niños a ellas.

La inteligencia artificial ya piensa mejor que nuestros jóvenes

Llegará un momento en el que no necesitemos pensar, llegará un día en que la tecnología cubra el 90 % de nuestras necesidades. La inteligencia artificial, los bots, los códigos de programación se anticiparán incluso a nuestros deseos y nos resolverán los problemas más simples sin esfuerzo alguno. De hecho, en muchos ámbitos ya lo están haciendo sin que nos demos cuenta.

El progreso tecnológico es esperanzador y puede actuar como algo beneficioso para todos, es cierto. No obstante, necesitamos, por encima de todo, que la inteligencia humana esté siempre por encima de esa inteligencia artificial integrada en nuestros dispositivos.

Es urgente por tanto que los nativos digitales, esos jóvenes que ahora ven el mundo a través de sus móviles, desarrollen no solo mejores competencias intelectuales que sus padres. Es prioritario que den forma a nuevas habilidades para que el progreso tecnológico esté siempre a favor del ser humano, no en su contra.

domingo, 29 de noviembre de 2020

"Supéralo ya, la vida continúa", una frase que hace daño

"¡Anímate, la vida continúa!". Expresiones como estas demuestran que nuestra sociedad sigue sin entender ni dejar espacio a realidades tan duras como la depresión o los duelos. Porque el tiempo, para quien está sufriendo, permanece estancado...

“Supéralo ya, la vida continúa y no puedes estar siempre así“. Pocas comentarios, aún hechos con buena intención, pueden ser tan contraproducentes como desafortunados. A estas alturas, todavía abundan los que piensan que la depresión, la ansiedad, los duelos o las simples decepciones tienen una cuota limitada de suscripción. Como si el sufrimiento tuviera un inicio y un final normativo e igual para todos.

Así es. A muchos de nosotros, nos han dirigido esta misma frase en más de una ocasión y lejos de recibirla con aceptación, lo que ha hecho es incrementar más el malestar. De pronto, nos vemos presionados por nuestro entorno a alzar el rostro cuanto antes y a retirarnos de nuestros rincones privados de introspección y recuperación para acelerar ese proceso de sanación lo antes posible.

Porque la vida aprieta, porque familia, amigos o pareja esperan nuestro retorno y que seamos los mismos de siempre. La sociedad, como bien sabemos, sigue sin dejar espacio al dolor en cualquiera de sus formas. No lo entiende y nos empuja casi a la fuerza, a tener que esconder el malestar debajo de las alfombras mentales para colocarnos una máscara después, esa con la que aparentar que todo va bien, que todo está superado…

“Supéralo ya, la vida continúa”: ¿por qué no debemos usar este tipo de expresiones?

“Anímate, la vida continúa. Supéralo ya, deja de pensar de una vez en el pasado. Todo pasa por una razón. Deja de pensar en ello y verás como todo se te pasa. El sol siempre brilla para quien busca la luz. Lo que no te mata te hace más fuerte”. Podríamos dar más ejemplos de todas esas florituras verbales y desacertadas expresiones que nutren muchas de nuestras estrategias para dar ánimos a alguien.

Algo que debemos entender sobre el tema del apoyo y el consuelo es que esta es una de las materias más difíciles y complicadas. En realidad, la capacidad de saber apoyar a alguien requiere de inteligencia y no solo de buenas intenciones.

El apoyo emocional auténtico, sanador y catártico pasa por la capacidad de saber crear un clima de confianza y serenidad con el que reducir miedos y ansiedades (Elsass, Duedahl et Cols, 1987).

Sin embargo, en nuestro lenguaje cotidiano siguen pensando en exceso esas metáforas equivocadas que tienen un efecto lesivo sobre la salud psicológica. Lo analizamos.

Hay sufrimientos que pueden durar toda una vida, aunque aprendamos a convivir con ellos

Todos hemos oído hablar de las fases del duelo establecidas por la psiquiatra Elizabeth Kübler-Ross. Su modelo psicológico sobre cómo superar las pérdidas nos enseñó que hay que llevar a cabo un proceso de cinco etapas: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.

De algún modo, hemos interiorizado que llega un momento, casi normativo, en el que uno termina aceptando lo sucedido. Quizá, por ello, nos señalen a menudo eso de “supéralo ya, la vida continúa, acéptalo”. Sin embargo, en las últimas décadas el modelo de Kübler-Ross se ha puesto en duda ante las evidencias: ningún duelo es lineal. No todas las personas pasan por estas etapas ni lo hacen en el mismo orden.

La superación del sufrimiento no sigue una línea recta; a veces es más bien una espiral en la que el sufrimiento va y viene. Así, y aunque finalmente uno aprende a vivir con ciertas cosas, hay hechos que posiblemente nunca terminen de aceptarse. Es más, figuras como la psicóloga Hope Edelman nos ofrece una visión más ajustada y realista sobre lo que son los duelos en libros como The AfterDrief: Finding Your Way Along the Long Arc of Loss.

También Carol Travis, psicóloga y autora de trabajos como Por qué justificamos creencias tontas, nos señala lo siguiente:

Este tipo de teorías incitan al error y al sufrimiento al imponernos lo que deberíamos sentir. Debemos tener mucho cuidado con todo tipo de terapia que nos haga creer que el dolor pasa por una serie de etapas fijas e inevitables. 

Cada uno tiene sus tiempos, acelerar etapas es contraproducente

¿Cuántas veces nos han dicho aquello de “no estés triste, supéralo ya”? La verdad es que lo llevamos escuchando desde la infancia. Buena parte del entorno nos ha inculcado esa necesidad por echar cuanto antes los malestares, nos han convencido incluso de que dejar de llorar es de valientes, cuando la valentía, en realidad, reside en entender lo que duele y saber manejarlo, no huir de ello.

Asimismo, hay un hecho que no podemos dejar de lado. Cada persona transita, gestiona y experimenta el dolor emocional de una manera particular. Lo último que debemos hacer es empeñarnos en que aceleren sus tiempos.

Al fin y al cabo, la vida no es un lienzo de colores vibrantes y amables tonos pastel, en ella hay tonalidades grises y también oscuras. Dejar espacio al sufrimiento y aceptar su presencia nos hace más humanos.

“Supéralo ya, la vida continúa“: ¿cómo responder ante estos comentarios?

¿Cómo debemos actuar ante quien nos insiste con el clásico “supéralo ya“? Bien, algo que debemos entender es que quien se empeña en que salgamos cuanto antes de ese estado, no nos está respetando. No importa que lo haga con buena intención, su actitud es la equivocada. Lo que debemos hacer es exigir respeto y clarificar cuál es la mejor manera en que pueden apoyarnos.

“Quiero que estés cerca pero sin juzgarme, sin decirme qué debo o qué no debo hacer. Deseo sentir que me apoyas, pero sin invadir mi espacio criticándome porque aún no puedo ser actuar o responder como tú deseas. Debes darme tiempo, porque sé que mi depresión, mi duelo, mi sufrimiento o decepción es un proceso, no un estado. Llegará un día en que podré de nuevo con todo, pero hoy no. Hoy solo necesito calma”.

Para concluir solo cabe insistir en un aspecto. Entender en qué se basa el apoyo emocional sigue siendo nuestra materia pendiente. Como también lo es comprender mucho más qué es la tristeza, qué es la depresión o cómo de particular es afrontar la pérdida de un ser querido. Cada persona es un mundo y todos merecemos respeto y una infinita comprensión.

sábado, 28 de noviembre de 2020

Mi pareja me miente ¿qué puedo hacer?

Pocas cosas duelen tanto en una relación de pareja como la mentira. Es un atentado a la confianza, una herida profunda a la complicidad creada entre dos. ¿Qué debemos hacer en estos casos?

Hay un hecho innegable y es que la mayoría mentimos. Recurrimos al engaño de manera trivial e inocente, mientras otros lo hacen con un cariz algo más malicioso. Ahora bien, descubrir de pronto que mi pareja me miente y que sus falsedades están desafiando el pilar de la confianza duele y hasta nos paraliza. Porque eso es algo ante lo que nadie está preparado.

Nadie lo espera. Cuando iniciamos una relación afectiva solemos volcar en el otro un sinfín de ilusiones, compromisos y emociones. Lo esperamos todo del ser amado y rara vez dejamos espacio a la duda, a la idea de que, tal vez, esa persona no es como esperamos. Nos autoconvencemos de que es el amor de nuestra vida y caminamos por suelo seguro dando por sentado que todo va a ir bien.

Hasta que, en ocasiones, sucede. Surge la primera contradicción, el comportamiento fuera de lugar, la pequeña mentira que descubrimos casi de casualidad y que quizá dejamos pasar. No queremos darle importancia, pero al poco tiempo vuelve a ocurrir. Es entonces cuando nos damos cuenta con dolor y sin anestesia de que hacemos vida con una persona que miente.

¿Qué podemos hacer ante estas situaciones? ¿Es motivo suficiente para romper al instante esa relación? Lo analizamos.

Mi pareja me miente: causas y estrategias de actuación

La Universidad DePaul, en Chicago, Estados Unidos, realizó una interesante investigación en el 2001. En este trabajo se nos explica que casi el 92 % de las personas han mentido a su pareja alguna vez. No obstante, la mayoría de las veces, el hecho de mentir actúa como protector de la propia relación.

Es decir, en ocasiones acabamos omitiendo o tergiversando alguna información para conferir al otro mayor seguridad y compromiso con el vínculo. Por ejemplo, solemos recurrir a las mentiras blancas cuando le decimos a nuestra pareja que jamás hemos querido a nadie igual (a pesar de que en nuestra memoria, esté el recuerdo de otros amores pasados igual de intensos). Son comentarios que, lejos de atacar la confianza de la pareja, buscan mantenerla e incluso reforzarla.

Ahora bien, en el otro lado están sin duda las falsedades que se ocultan y que distorsionan las bases mismas de un lazo afectivo. Así, cuando mi pareja me miente, lo primero que sentimos es contradicción y una profunda incomprensión. ¿Cómo y por qué ha podido suceder? ¿Qué es lo que debo hacer ahora? Profundicemos.

Motivo y alcance de la mentira

¿Qué le ha llevado a cometer esa mentira? ¿Cuál es su alcance? Sabemos que no todas las mentiras son iguales y que hay algunas cuyo impacto puede ser devastador. La mentira más lesiva es claramente la traición afectiva. Ahora bien, en otros casos, pueden recurrirse a engaños por problemas subyacentes que nuestra pareja no ha querido o no se atreve a revelarnos.

Adicciones, como los problemas de juego o la adicción a la pornografía, podrían ser un ejemplo. Mentir sobre deudas económicas o determinadas cosas de su familia sería otro caso. En estas circunstancias, nuestro primer paso es valorar el por qué se ha recurrido a esa mentira y su alcance. Después, debemos valorar si podemos tolerar y manejar esa situación, si merece una oportunidad.

Recurrencia en el engaño ¿ha sido una mentira aislada o continuada?

Cuando mi pareja me miente descubrimos de pronto que entre nosotros hay barreras que no sabíamos que existían. Ahora bien, puede darse el caso de que lo perdonemos, que comprendamos ese comportamiento y que le demos una segunda oportunidad. No obstante, es muy posible en algunos casos se repita no una sino varias veces.

Los mentirosos patológicos existen, abundan y podemos tenerlo al otro lado de la almohada. No se puede tener una relación sana y feliz con alguien deshonesto, con alguien que lejos de respetarnos vulnera nuestra confianza una y otra vez.

Debes saber con qué tipo de persona estás y la comunicación es clave

Tu pareja te ha mentido, es una evidencia. Puede que esa falsedad no suponga un hecho excesivamente grave, puede también que ese hecho sea algo aislado y que, de momento, no haya vuelto a repetirse. Ahora bien, hay un hecho que debemos clarificar.
  • ¿Con qué tipo de persona estamos? ¿Se ajusta a nuestros valores? ¿Es alguien en quien podemos depositar nuestra confianza?
  • La comunicación no solo es decisiva para resolver problemas, es también esa estrategia para detectar contradicciones, para acordar metas en común que deben cumplirse. Si la otra persona termina por no comprometerse y vuelven a surgir las pequeñas o grandes falsedades, tomaremos decisiones más drásticas.
Mi pareja me miente: la autoestima es tu barómetro

Cuando mi pareja me miente estoy obligado a tomar una decisión. Nadie quiere a un mentiroso o una mentirosa como compañera de vida, es cierto. Así, y en caso de que esa falsedad no haya sido algo excesivamente lesivo y nos hayan pedido perdón, debemos considerar un aspecto.

En ocasiones, las pequeñas mentiras pueden sernos tan dolorosas como una gran falsedad. El hecho de sentirlo así, es comprensible y respetable.

Al fin y al cabo, el barómetro para tomar una decisión u otra debe ser nuestra autoestima. ¿Me duele y me vulnera ese comportamiento deshonesto o lo puedo manejar? Esa decisión es personal. Porque reconstruir la relación y reparar la confianza requiere de una gran energía y disposición emocional.

Si no estamos preparados para ello, si hay dudas, miedos e incertezas es mejor no dar ese paso. La persona que recurre a la mentira no entiende el lenguaje de los compromisos, no valora la belleza de esa confianza construida entre dos… Tengámoslo presente, pero no olvidemos si nosotros también lo hacemos…

viernes, 27 de noviembre de 2020

Aburrimiento en el trabajo, ¿cómo combatirlo?

El aburrimiento en el trabajo es una señal para que hagas cambios. Para lograrlo, lo mejor es identificar las causas de ese estado y actuar sobre ellas. Aquí te dejamos algunas iniciativas que pueden ayudare.

El aburrimiento en el trabajo es normal, como lo es en cualquier área de la vida. En principio, no significa necesariamente que algo ande mal. No existe nada en el mundo que pueda mantener nuestro interés vivo por completo, todos los días, todos los meses y todos los años.

Se puede amar lo que uno hace y aun así sentir aburrimiento en el trabajo. Como en tantos otros casos, este síntoma solo es relevante si se mantiene por mucho tiempo y tiende a intensificarse. De lo contrario, solo significa que hay algún factor que quizás estás pasando por alto y te llama a algún cambio o modificación.

Algunos lo llaman boreout o síndrome del aburrimiento en el trabajo. No importa el nombre que le pongas: todos lo hemos sentido alguna vez. Es obvio que aparece con más frecuencia en los trabajos que son más rutinarios, pero incluso en esos casos se puede hacer algo para elevar la motivación y disipar esa sensación de hastío.

Reconocer el aburrimiento en el trabajo

No siempre es fácil reconocer los síntomas del aburrimiento en el trabajo. A veces están ahí, pero hay quienes piensan que trabajar en sí mismo debe ser aburrido, ya que “por eso pagan”. Esto no tiene por qué ser así y si bien hay actividades que son más demandantes y menos variadas, esto no significa que debas pasar los días esperando solo el momento para irte de allí.

Las principales señales de que el problema está ahí son las siguientes:
  • Se gasta más tiempo del necesario en realizar las tareas. En consecuencia, hay menos productividad.
  • Se pierde el hilo de lo que se está haciendo, con relativa facilidad. Esto lleva a que se deban repetir pasos o hacer correcciones con frecuencia.
  • Se te olvidan las instrucciones o indicaciones.
  • Existe la sensación de que el tiempo pasa con una lentitud exasperante cuando estás en el trabajo.
  • Hay angustia al comenzar la semana o la jornada laboral.
  • Sentimiento de gran satisfacción cuando no hay que ir a trabajar por alguna razón justificada.
  • Predomina el sentimiento de frustración y a la vez de conformismo con la situación.
Algo muy común cuando hay aburrimiento en el trabajo es que cualquier nueva exigencia, o cualquier nuevo desafío se ven como una amenaza y se asumen con sentimientos de profundo rechazo.

Las causas del problema

Para solucionar este problema, primero se deben identificar las causas. Las razones por las que hay aburrimiento en el trabajo pueden ser muchas, aunque la más recurrente es la excesiva rutina. Lo ideal es que la empresa tenga acciones previstas para estos casos, pero esto no siempre ocurre. A veces debes lidiar con el problema por ti mismo.

De otro lado, las razones por las que hay aburrimiento pueden estar relacionadas en primera instancia con el rechazo o el desacuerdo frente a la empresa o a algunas de sus políticas. Los horarios, la distribución de las pausas o la carga laboral suelen ser algunos de esos motivos. También es muy frecuente que el estilo de liderazgo que impera sea un factor que desmotive.

En otras ocasiones, la actividad misma es la que genera rechazo. Es posible que esta sea demasiado repetitiva, o que resulte poco interesante y no se considere valiosa. También están los casos en los que el aburrimiento en el trabajo es parte de un problema más amplio, en el que hay aburrimiento con casi todo en la vida.

Cómo solucionarlo

Muchas veces no contamos con el poder que tiene la palabra para resolver determinados entuertos. Si la empresa o el jefe trabajan bajo una política muy autoritaria y jerárquica, lo más común es que el trabajador piense que cualquier iniciativa que proponga no va a ser tenida en cuenta. Incluso, puede tener la sensación de que mostrarse activo en este sentido puede ir en su contra.

Por otro lado, las sugerencias funcionan mejor cuando las presentamos como iniciativas y no como quejas. A la hora de la exposición, es importante encontrar y compartir las razones por las que hacer un cambio puede beneficiarlos a todos. Además, otra buena idea es reclutar algún apoyo antes de ponernos en contacto con nuestros jefes. Las ideas apoyadas por un colectivo tienen más peso a la hora de ser consideradas.

Por otro lado, a nivel individual, para hacer más agradable una actividad, puede ser buena idea que inventes retos personales y te premies por lograrlos. Si el trabajo es demasiado mecánico, evalúa la posibilidad de acompañarlo con música, un audiolibro u otro complemento que puedas usar de forma simultánea.

Si tu caso es el de alguien que no solo está desmotivado con el trabajo, sino con otros aspectos de la vida, es posible que el aburrimiento sea una señal de depresión. En ese caso, lo mejor es consultar con un profesional para llegar al fondo del asunto.

jueves, 26 de noviembre de 2020

Las consecuencias del abandono paterno

El abandono a edades tempranas en muchos casos deja una huella que actúa de lastre el resto de la vida. El niño, y el adulto, en muchos casos interpretan este abandono como la prueba de su falta de valor, abriendo con esta idea un agujero muy grande en la línea de flotación de su autoestima.

La infancia es una etapa clave en el desarrollo psicológico y emocional. La interacción con nuestros padres y todas sus decisiones afectan a la visión que tenemos de nosotros mismos y del mundo. Así, aunque muchas veces no seamos conscientes del daño ocasionado en nuestros primeros años, ciertas vivencias, como el abandono paterno, pueden dejar huellas profundas.

Al crecer, muchos de quienes vivieron esta dura experiencia pueden afirmar que el impacto en ellos fue leve o que ya lo tienen superado. Sin embargo, basta con observar sus actitudes, pensamientos y conductas para comprobar cómo ese abandono sigue dirigiendo desde la sombra. Para poder tomar conciencia de lo que está sucediendo, te presentamos las principales secuelas que pueden detectarse en estos casos.

¿Qué es el abandono paterno?

Antes de enumerar las consecuencias del abandono paterno, es importante saber en qué consiste. Y es que no se puede considerar abandono paterno la ausencia de un progenitor que nunca estuvo, por ejemplo, en el caso de las madres solteras por elección. Del mismo modo, en una familia conformada por dos padres o dos madres, no se puede decir que haya ningún tipo de abandono, pese a que no exista una figura del género contrario.

Se ha demostrado, además, que crecer en este tipo de familias no supone ninguna desventaja para el menor en comparación con los iguales que crecen en el seno de familias heteroparentales.

Entonces, el abandono paterno se produce cuando un progenitor (hombre o mujer) que, en algún momento formó parte de la vida del niño, deja de hacerlo. Pero no solo designa a los casos en los que el padre o la madre salen físicamente de la vida del menor, también hace referencia al abandono simbólico que se produce cuando el padre, pese a estar, no se vincula emocionalmente. Es decir, se desentiende del cuidado del menor, está ocupado continuamente en otros asuntos y está, en definitiva, ausente a nivel emocional.

Las consecuencias del abandono paterno

Las consecuencias que se derivan de dicho abandono, real o simbólico, pueden llegar a ser graves y afectan especialmente en el plano emocional. Además, pese a que suelen empezar a manifestarse durante la infancia, con frecuencia perduran en la edad adulta, quizá a un nivel inconsciente. Son, principalmente, las siguientes.

Culpa y baja autoestima

Es frecuente que los menores se culpen a sí mismos de la partida de ese progenitor que los abandonó. Pueden sentir que no son lo suficientemente valiosos, ya que su padre o madre no mostraron interés en él ni en permanecer a su lado, pero también puede ocurrir que piensen que ellos hicieron algo malo que desencadenó el abandono.

Así, crecen con un enorme sentimiento de culpa y una baja autoestima. Si la persona que debería quererme más en el mundo escogió no estar a mi lado, debo ser realmente malo o de poco valor. Un pensamiento lógico en la situación que describimos y que puede causar un daño muy complicado de reparar.

Incapacidad para vincularse

En la persona que ha sufrido el abandono paterno también es común que aparezcan problemas para vincularse emocionalmente con otras personas.

La desconfianza y el recelo del menor se instalan, en primer lugar, con el progenitor que sí se ocupa de él. Además, es posible que estas emociones se extrapolen a otras relaciones familiares, de amistad o de cualquier índole impidiéndolas desarrollarse con normalidad.

Temor al abandono

Esta es sin duda la consecuencia principal de la que se derivan las secuelas más importantes. Y es que el niño que es abandonado crece con el temor a que el resto de personas de su entorno le abandonen también; puede ocurrir o no, pero la mera anticipación les genera una gran angustia. Un miedo que puede hacerles muy sumisos y dependientes, sumamente complacientes y escasamente asertivos.

Otras consecuencias del abandono paterno

Sumado a lo anterior, es frecuente que ocurran problemas escolares, tanto a nivel académico como de conducta. Estos menores tendrán también un riesgo aumentado de desarrollar adicciones y otros muchos trastornos psicológicos. Y, adicionalmente, mantendrán actitudes más rígidas y experimentarán dificultades para adaptarse a los cambios que puedan producirse en su vida.

Si no encuentran en el entorno cercano la contención, el apoyo y la seguridad necesarias para procesar el abandono, este continuará lastrando su evolución adulta. Personas reacias a vincularse emocionalmente, excesivamente ansiosas y temerosas de perder el afecto ajeno y con una autoestima baja son especialmente vulnerables a los efectos de este abandono.

Así, una terapia psicológica dirigida a resignificar la vivencia puede ser de gran ayuda para dejar atrás el peso o los aprendizajes erróneos del pasado, incluso de aquellos que se dieron en la infancia.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Agnosia, la incapacidad de reconocer lo conocido

¿Qué ocurriría si un día fueses incapaz de distinguir un paraguas de un bastón? ¿O no pudieses reconocer los objetos a través del tacto? Si esto te sucediese de manera sistemática, probablemente estarías sufriendo algún tipo de agnosia: incapacidad para reconocer toda aquella información que llega a través de los sentidos. Un término que fue introducido por Sigmund Freud en el año 1891.

A pesar de que todos los sentidos funcionen correctamente, el problema se halla en nuestro cerebro. Este es incapaz de reconocer la información que los sentidos filtran del exterior. Un accidente cerebrovascular, un trauma cerebral o la reducción de oxígeno que llega al cerebro pueden provocar daños en el mismo que deriven en una agnosia.

El instante en que los sentidos dejan de ser útiles

Todas las personas que sufren agnosia pasan por una etapa de frustración, impotencia y angustia debido a que son incapaces de interpretar lo que ven, lo que sienten o lo que comen. Es como si los sentidos y el cerebro dejasen de hablar el mismo idioma, como si dejasen de estar conectados entre sí para ser totalmente independientes el uno del otro.

Por este motivo, es frecuente y comprensible desde esta lógica que las personas con agnosia caigan en estados depresivos. La causa es precisamente esta desconexión entre su cerebro y los sentidos que les dificulta no solo la manera en la que perciben el mundo, sino también la interacción con el mismo en sus diversas formas.

Es importante mencionar que cuando hablamos de agnosia no nos estamos refiriendo a que, de repente, todos los sentidos se vean implicados. Pues, como vamos a ver a continuación, son muchos los tipos de agnosia que una persona puede padecer:
  • Visual: incapacidad para nombrar y categorizar objetos, por ejemplo, ser incapaz de reconocer una raqueta y nombrarla solo con verla.
  • Auditiva: problemas para reconocer estímulos sonoros, por ejemplo, no saber distinguir los instrumentos de las voces en una pieza musical.
  • Táctil: incapacidad para identificar objetos a través del tacto, por ejemplo, no ser capaz de diferenciar una cuchara de un tenedor o de un mechero.
  • Espacial: dificultad para orientarse y crear mapas mentales, por ejemplo, ser incapaz de hacer un plano de la casa en la que se vive.
  • Motora: también conocidas como apraxias, hacen referencia a las dificultades para recordar y ejecutar movimientos aprendidos, por ejemplo, ponerse una camiseta por las piernas.
  • Corporal: problemas para identificar al propio cuerpo, por ejemplo, creer que las extremidades pertenecen a otra persona pues no se identifican como propias.
Cuando nuestro cerebro nos engaña

Tras haber hecho un recorrido por todas las agnosias, es necesario mencionar que lo más habitual es que sea tan solo un sentido el que se vea afectado. Es decir, que una persona padezca una agnosia motora, pero no que a esta se le sume también una auditiva. No obstante, es una norma para la que también hay excepciones.

El motivo por el que suele sufrirse solo un tipo de agnosia radica en que la parte del cerebro que está dañada es solo una. Por ejemplo, si nuestro lóbulo temporal presenta determinadas lesiones es muy probable que presentemos una agnosia auditiva, no obstante si es nuestro lóbulo occipital el afectado podemos sufrir agnosia visual o espacial.

En el caso de que dos regiones se encuentren dañadas, si es posible que se dé más de un tipo de agnosia. Sin embargo, la pregunta que nos ronda llegados a este punto es ¿esto tiene cura? ¿Hay esperanzas de una notable mejora cuando es el cerebro el que se ve afectado?

La respuesta es que sí: hay esperanzas de mejora, especialmente gracias a la terapia ocupacional, logopedia y a los profesionales de la neurología que pueden proporcionar a la persona afectada determinadas herramientas muy útiles. Por ejemplo, la rehabilitación cognitiva enseña determinados “trucos” para reconocer un rostro. Uno de ellos es fijarse en los detalles más salientes de dicho rostro y aprender a interpretarlos en el caso de que se padezca agnosia visual.

La agnosia no es un término muy conocido. Sin embargo, hoy sabemos mucho más sobre este problema que afecta a algunas personas, dificultándoles su día a día. Gracias a los profesionales que se dedican a investigar y aprender más sobre ella, hoy podemos decir que en los casos para los que no exista una cura completa para la agnosia, sí se puede dotar a las personas que la sufren de recursos y herramientas que hagan su vida mucho más fácil.

martes, 24 de noviembre de 2020

La vanidad: "yo, el mejor de todos"

Un vanidoso se suele comportar como si fuera el rey del mundo y trata al resto de las personas como seres inferiores, puesto que tiende a desvalorizar cualquier opinión o posición que no sea la suya. Solo él vale. Solo lo que haga o diga es válido.

Solemos pensar que el hecho de valorarse consiste en tomar todas las habilidades personales y recursos, y recortar los aspectos negativos. Haciendo esto, muchos creen que pueden con todo o que son los mejores en todo y que tienen “buena autoestima”. Ahora, ¿es así? No. Eso es vanidad.

Una autoestima saludable implica el reconocimiento tanto de los aspectos positivos como de los aspectos defectuosos, lo que a su vez permite reconocer el equilibrio interno. Sin embargo, la mayoría de las personas no tienen una autoestima equilibrada y por ello muchas veces apelan a múltiples trampas para lograr compensar esa desvalorización interna que las caracteriza.

La pobreza de los vanidosos

La vanidad se define como ‘el amor exacerbado hacia uno mismo, así como la creencia excesiva en las propias habilidades y en la necesidad de mostrárselas a los demás’. Esto quiere decir que un vanidoso no solo cree en exceso en sí mismo, sino que busca constantemente que otros lo noten o destaquen, porque tiene el deseo compulsivo de ser reconocido y valorado.

El vanidoso no tiene la incapacidad de reconocer y valorar a los demás. Está tan centrado en sí mismo, que permanentemente hace ostentación de sus cualidades geniales con el fin de que los demás las noten y las reconozcan. Por esto mismo, es arrogante y engreído. También tiene una actitud soberbia que lo hace sentirse superior, ya sea desde un punto de vista intelectual o físico.  

Por otra parte, el vanidoso trata de hablar siempre de lo que sabe, pero también de lo que no y hace ostentación vox populi de lo que considera que son sus valores personales. Es experto en ningunear o invisibilizar a las personas. Por ello, descalifica y desvaloriza cualquier opinión, solo la suya será la acertada en todo caso. Además, la persona que tienen al lado no existe para ellos, excepto cuando le aplaude.

El vanidoso tiene tan hipertrofiado su Yo, que no admite personas en su mundo y es tal el alardeo sobre sí mismo que no permite la entrada de otros, con quienes apenas se relaciona de manera superficial. Tiende a establecer relaciones muy asimétricas y puede fácilmente convertir a las que lo rodean en especie de súbditos aduladores de sus propios atributos (así es como considera que la relación puede funcionar).

Por si fuera poco, un vanidoso no va a aceptar nunca que haya otro que quiera estar a su par y no “reconozca” su supuesta superioridad. Además, si esa persona intenta discutirle -para hacerle entrar en razón o por el motivo que sea-, no llegará a ningún sitio, pues el vanidoso solo estará interesado en su propia opinión, en “su versión” de experto de las cosas, que además considera como “la verdad”. Por todo esto, no resulta sencillo vincularse con personas vanidosas.

La vanidad no es más que la defensa contra el vacío interno

Volvamos a la definición de lo que es la “vanidad” para entender la pobreza del mundo interior de los vanidosos. La primera acepción del Diccionario de la Lengua Española indica que es la cualidad de vano. Luego, lo “vano” está definido como ‘vacío, hueco o falto de sustancia o solidez’.

Teniendo en cuenta estas dos definiciones, podemos ver que la vanidad viene a ser una defensa contra el desvalor propio; es decir, la persona siente un vacío personal y para defenderse de ello, se coloca por encima de los demás. La vanidad viene a ser entonces un reactivo de sobrevalorarse por la ausencia de valor personal.

Pero contrariamente a lo que pretende, el vanidoso produce rechazo en el resto de las personas. Su actitud petulante y soberbia hace que la gente no lo tolere y más bien lo margine. Entonces, la intensidad del deseo de ser reconocido puede ser igual al rechazo que recibe.

¿Cómo reconocer a un vanidoso?
  • Cree que su punto de vista es la verdad única y el único que vale.
  • Se muestra seguro, potente y valorizado.
  • Es rimbombante con sus logros.
  • Publica en las redes sociales tras la imagen de triunfador.
  • Suele creer que tiene razón en todo y desoye a los demás.
  • Trata de mostrar indiferencia, pero le importa muchísimo que los demás tengan una buena imagen. Se desvive para generar una imagen perfecta.
  • Viste bien o al menos usa ropa de marca, para hacer que el resto se dé cuenta.
  • Se enoja con mucha facilidad cuando se le trata de discutir.
  • Se expresa de forma teatral, con entonaciones, para captar la atención de su audiencia.
  • Tiene una actitud explicativa. Siempre está dando cátedra de temas variados y parece que habla encima de una tarima como si los demás fuesen ignorantes.
La vanidad tiene varias caras, incluyendo la falsa modestia

Los vanidosos pueden ser -en mayor o menor medida- omnipotentes, ególatras, pedantes, y soberbios… Esto quiere decir que hay distintos tipos de vanidosos.

El vanidoso fanfarrón es el que monopoliza la atención en las reuniones sociales, conduciendo diversos temas. Habla y habla sin dar lugar a los otros y, a veces, queda en ridículo porque intenta proporcionarle conocimientos técnicos de construcción a un ingeniero o explicarle los mecanismos del inconsciente al psicólogo, por ejemplo.

Generalmente, el vanidoso todo lo puede, todo lo sabe, todo lo entiende y no hay nadie mejor que él. Tampoco hay nadie más que sea portador de “la verdad” como él. Luego, si a la vanidad, la egolatría y la omnipotencia se le agregan la pedantería y a la soberbia, el resultado podría ser una conducta delirante, digna de un emperador romano que se cree Dios.

El vanidoso de tipo falso modesto es quien intencionadamente muestra un perfil de “humildad” y se las ingenia para que sea el interlocutor quien alardee y resalte las condiciones que él “trata de ocultar” para que se evidencien.

En cambio, las personas humildes son aquellas que no alardean ni se vanaglorian de sus conocimientos o habilidades. Muchas de ellas reconocen que las poseen, pero no por esa razón andan por la vida haciéndole recordar sus virtudes a la gente. Son justo aquellas personas que nos sorprenden por sus capacidades puesto que nunca se nos hubiese ocurrido que fuesen de su repertorio.

lunes, 23 de noviembre de 2020

Cómo cambia la vida tras la muerte de un hijo

La vida ya no es la misma tras la muerte de un hijo. Cambian muchas cosas; también nosotros mismos. No obstante, podemos integrar adecuadas estrategias para llevar a cabo un duelo más saludable y poder vivir sin que ese sufrimiento nos paralice.

¿Cómo cambia la vida tras la muerte de un hijo? Pocas preguntas son más complejas de responder, pocos sufrimientos son más descarnados (e innaturales) que esa travesía  por la que se ven obligados a transitar muchas madres y muchos padres. Incomprensión, rabia, confusión, rechazo, desesperación… Las emociones que emergen en estas experiencias son tan afiladas como traumáticas. Nadie sale indemne de estas vivencias tan adversas.

Queda claro, que la vida ya no vuelve a ser la misma tras este tipo de pérdida. Son muertes a menudo inesperadas, de esas que violan el orden de las cosas y que uno nunca pudo haber imaginado. Y sin embargo suceden a diario.

Nadie está preparado para una experiencia similar y por ello, desde el campo psicológico, sabemos que este es uno de los duelos más complicados. El riesgo de derivar en algún tipo de trastorno es frecuente, hasta el punto de que en muchos casos pueden surgir incluso problemas de salud.

Algo que debemos saber es que ese fallecimiento no se va a olvidar. Ese vacío siempre estará presente. Sin embargo, podemos integrar ese hecho para que duela mucho menos, para que nos permita respirar de nuevo y, sobre todo, volver a vivir dando paso a otra etapa.

Así es cómo cambia la vida tras la muerte de un hijo

Cada pérdida de un hijo es única. En los últimos años, por ejemplo, ya se ha empezado a visibilizar un tipo de sufrimiento olvidado históricamente, como son las pérdidas perinatales. El fallecimiento de un hijo durante la gestación y no llegado a término también puede ser traumático. Asimismo, también se vive de un modo particular la vivencia del hijo que enferma y que, finalmente, nos acaba dejando.

Niños de pocos años, adolescentes o adultos jóvenes que pierden la vida de manera temprana; cada duelo por la muerte de un hijo es diferente y muy personal. A menudo, ni siquiera los propios padres lo viven de igual manera y esto puede ser motivo de distancia entre la propia pareja ,en ocasiones.

Son muchos los factores que trazan, perfilan y erosionan este tipo de realidades. Veamos por tanto cómo cambia la vida tras la muerte de un hijo.

Una pérdida que siempre pasa factura física y psicológicamente

El trauma emocional por la pérdida de un hijo es intenso y a menudo perdurable. Es muy común que se desencadenen diferentes problemas psicológicos como depresión, ansiedad, sensación de culpabilidad e incluso pensamientos suicidas.

Los meses posteriores a la propia pérdida son decisivos, de ahí la importancia de recibir ayuda especializada. Hay profesionales que nos pueden acompañar por este periodo con mayor templanza.

Por otro lado, hay un hecho que debemos considerar. El impacto por la muerte de un hijo es más grave en padres de edad avanzada. Estudios como los realizados en la Universidad de Tel Aviv (Israel) indican que, aunque los resultados aún no son del todo concluyentes, se intuye que estas experiencias pueden reducir la esperanza de vida de los padres, sobre todo, si son ancianos.

Hay que redefinir el significado de la vida

Si nos preguntamos cómo cambia la vida tras la muerte de un hijo, hay un hecho que lo explica. La vida deja de tener sentido, finalidad, consistencia. Todo se derrumba después de la pérdida de ese ser que se nos va de manera innatural, inesperada. Los propios proyectos, las perspectivas de futuro e incluso el presente se difuminan y se derrumban.

De ese modo, algo a lo que están obligados los padres es a redefinir sus propósitos y hallar nuevos significados. Este es un proceso lento, delicado y con numerosos altibajos. No obstante, al final llega un momento en que el dolor deja de ser ese epicentro existencial y nos permite de nuevo orientar la mirada y el corazón a nuevas metas. Pero sin perder el amor por quien ya no está.

Debemos “decidir” cómo recordar al hijo perdido

La experiencia de la muerte de un hijo suele vivirse con sentimiento de culpa. Es común que los padres sientan que podrían haber hecho más, que ciertas cosas sucedidas fueron responsabilidad suya, etc. Este enfoque mental no ayuda, sino que cronifica aún más el duelo.

Aunque suene contradictorio, debemos decidir cómo recordar a esa persona amada. Tenemos dos opciones: alimentar el recuerdo focalizado en el dolor, en el sufrimiento, en las imágenes de sus últimos días o hacerlo de otro modo. Lo más adecuado es honrar el recuerdo de nuestro hijo. La mente debe hallar refugio en los mejores momentos de ese niño o ese joven.

Sus aficiones, sus gustos, pasiones y logros deben ser esos asientos en los que reposar el corazón para apagar el dolor. Un recuerdo que se focaliza en lo mejor de quien ya no está nos permitirá vivir mejor.

Cómo cambia la vida tras la muerte de un hijo: aprender a vivir con la tristeza sin descuidar a los demás

La herida por la muerte de un hijo no se cura, la realidad es esa; pero se asimila y podemos aprender a vivir con dicha pérdida. Bien es cierto que nadie está preparado para ello, que la propia sociedad ni siquiera tiene nombre para quien pierde a esa persona a quien se ha dado a luz o ha criado con un amor incombustible. Quien pierde a su cónyuge es viudo o viuda, pero… ¿qué hay con este tipo de fallecimientos tan fuera de lo común?

Son muchos los que improvisan, los que intentan resistir a la desesperada, conviviendo con la tristeza y transitando el duelo a su manera. Lo más decisivo, a pesar de la dureza de la experiencia, es no olvidar a quienes nos rodean. Si hay más hijos es necesario focalizarnos en ellos. No podemos descuidar a la pareja y aún menos, a nosotros mismos.

Recuperarse, fortalecer el ánimo y hallar nuevos significados existenciales es clave para poder seguir viviendo… 

domingo, 22 de noviembre de 2020

Lo tengo todo, pero no soy feliz: ¿por qué ocurre?

Lo tienes todo, pero aún así no te sientes satisfecho y aún menos feliz. ¿A qué se debe? En realidad, todo aquello que tienes no garantizará tu satisfacción. La auténtica felicidad requiere estar bien con uno mismo. Lo analizamos.

Lo tengo todo, pero no soy feliz. Dispongo de todas esas cosas que deberían hacerme sentir bien, satisfecho conmigo mismo: buen trabajo, familia, una pareja que quiero… Mi vida, en apariencia, está completa, pero aún así me embarga la sensación de vacío, de insatisfacción e incluso de malestar. ¿Cuál es la causa? ¿Por qué me siento de este modo?

Erich Fromm señaló una vez con gran acierto que “si no somos felices con todo lo que tenemos, tampoco lograremos serlo con aquello que nos falta”. Sin embargo…. ¿qué es realmente eso en concreto que está ausente en nosotros? ¿Es la autoestima, es quizá la autorrealización, esa área que Abraham Maslow situó en la cumbre de su pirámide de necesidades humanas?

En realidad, esta es una cuestión que se plantean muchas personas con frecuencia. La sensación de que lo tenemos todo y aún así nos falta un algo tan profundo como determinante que no sabemos definir, es una experiencia recurrente. Ante este tipo de circunstancias, solo cabe una opción: detenernos, tomar contacto con nosotros mismos y dar respuesta a una serie de preguntas. Las analizamos.

Lo tengo todo, pero no soy feliz: causas que debemos considerar

Nos hemos habituado a escuchar eso de que la felicidad no está en el exterior, se halla en nuestro interior. Sin embargo… ¿qué queremos decir realmente con esta expresión? La verdad es que resulta muy complicado buscar algo dentro de nosotros mismos cuando en las profundidades del propio ser, solo habita la insatisfacción, la frustración y la sensación de vacío.

Antoine de Saint-Exupéry nos recordaba aquello de “lo esencial es invisible a los ojos”. Nuestra sociedad nos repite también con frecuencia aquello de que menos es más, que debemos aprender a ser felices con lo mínimo. Ahora bien, muchos de estos enfoques nos llevan a menudo al equívoco, por que pasan por alto un hecho determinante: la felicidad solo es posible si hay salud mental.

Se necesita por tanto mucho, muchísimo para ser feliz: necesitamos una autoestima saludable, habilidades para manejar los problemas, competencias para comprender las propias emociones y las ajenas… Necesitamos también una identidad definida, ser asertivos, disponer de buenas habilidades sociales y herramientas para afrontar el estrés, los fracasos, la incertidumbre, las decepciones…

De este modo, cuando nos digamos aquello de lo tengo todo, pero no soy feliz, tal vez debamos hacer un acto de profunda reflexión. Conozcamos por tanto qué áreas pueden mediar en este tipo de percepciones.

La insatisfacción crónica

Hay quien rara vez experimenta satisfacción, quien nunca llega a sentir el cosquilleo de la felicidad que abraza, que nutre y libera. Esto puede deberse a lo que conocemos como síndrome de insatisfacción crónica o bovarismo (por Madame Bovary, el personaje de Gustave Flauvert). En este caso, lo que define a dichas personas es lo siguiente:

  • Presentan unas expectativas irreales. Tienen una concepción sobre cómo deberían ser las cosas claramente imposibles e irreales.
  • Se plantean unas metas imposibles.
  • Tienen una visión distorsionada de la realidad. Solo ven lo que se ajusta a sus perspectivas. A veces, aunque las cosas salgan bien, se focalizarán en los factores más negativos.
  • Falta de autoconocimiento. No tienen clara su identidad, lo que quieren realmente, lo que esperan de sí mismos, no saben cuáles son sus virtudes, sus defectos…

Tu vida no se ajusta a tus valores o necesidades auténticas

Tienes un trabajo, pero no es el trabajo con el que soñabas. Tienes una pareja, pero aunque te llevas bien y quieres a esa persona, percibes que falta la pasión, la ilusión… Puede que el estilo de vida que lleves sea satisfactorio, pero en realidad no se ajusta a tus auténticas necesidades. Es posible que en el fondo de tu ser, anheles otras cosas.

Cuando nos decimos aquello de lo tengo todo, pero no soy feliz, es posible que en realidad lo que tengamos no nos guste realmente ni se ajuste a los propios valores. Puede que nos hayamos acomodado a la fuerza, adaptado a lo que nos rodea sin preguntarnos realmente si era lo que deseábamos.

La felicidad no es importante, lo decisivo es estar bien contigo mismo (y tú no lo estás)

Uno puede tener trabajo, familia, buenos amigos, una casa y estabilidad financiera. Aparentemente, “lo tiene todo“, pero aún así abruma el malestar, la preocupación, la angustia y la infelicidad. Lo más complicado es que quien lo tiene todo no se atreve a evidenciar su sufrimiento interno porque piensa que nadie podrá entenderlo. Y algo así, incrementa aún más la angustia.

Es importante considerar un aspecto. A menudo, detrás de estas situaciones puede esconderse una depresión. Así, estudios como los realizados en las Universidades de Oslo por el doctor Teemu Risanen indican que la insatisfacción vital suele relacionarse con una depresión mayor. Es decisivo, por tanto, tomar conciencia de ello y recibir ayuda especializada cuando lo necesitemos.

Lo tengo todo, pero no soy feliz: ¿tomas el control de tu vida o te dejas llevar?

¿Actúas o te dejas llevar? ¿Decides por ti o son otros los que deciden por ti?… A veces, casi sin saber cómo, llegamos a un punto en nuestra vida en el que empezamos a actuar por inercia. Caemos en la espesura de las rutinas, en esa cotidianidad en la que se van limando las ilusiones para encajar en lo que otros esperan de nosotros.

Poco a poco, quedamos encerrados en una cárcel de barrotes invisibles, en un espacio del que ya no tenemos el control. El trabajo marca nuestras jornadas y la familia nuestras obligaciones. En ese pequeño universo no encontramos rincones para nosotros y entonces, se esfuman los sueños, las esperanzas, las secretas ilusiones…

Cuando nos digamos aquello de lo tengo todo, pero no soy feliz, tal vez sea el momento de hacer un cambio. No hace falta iniciar una revolución ni tampoco hacer un reinicio partiendo de cero. En ocasiones, basta con preguntarnos qué queremos realmente para darnos lo que necesitamos. Para eso, se necesita solo decisión y amor propio. Porque la felicidad, también es autocuidado, tengámoslo presente…

sábado, 21 de noviembre de 2020

Microbiota y depresión: ¿cómo se relacionan?

El estado de la microbiota intestinal influye directamente en el sistema nervioso y en nuestro comportamiento. ¿Cómo es posible? Te explicamos todos los detalles en el siguiente artículo.

Microbiota y depresión son dos conceptos que pertenecen a nodos semánticos diferentes y que a priori no tienen nada que ver. Sin embargo, están relacionados, y al parecer bastante más de lo que los científicos pensaban hace solo unas décadas.

En lo que llevamos de siglo, una gran cantidad de equipos de investigación ha dedicado numerosos recursos a estudiar el tubo digestivo y cómo este influye en otros órganos. Los resultados muestran una comunicación bidireccional entre diferentes sistemas, lo que significa que lo que ocurre en un órgano actúa directa o indirectamente en otros órganos.

¿Qué es la microbiota intestinal?

La microbiota intestinal, antes conocida como flora intestinal, está formada por un conjunto de microorganismos que viven en el intestino. Incluye alrededor de cien billones de estos microorganismos, entre ellos más de 400 especies de bacterias, distintos hongos, virus, protozoos y otros microbios.

La microbiota intestinal tienen funciones importantes en la fisiología y fisiopatología de la salud y la enfermedad. Algunas de las más importantes son las siguientes:
  • Digestión y absorción de nutrientes.
  • Síntesis de vitaminas K, B5, B8 (biotina) y B9 (ácido fólico).
  • Absorción intestinal de hierro, calcio y magnesio.
  • Síntesis de ácidos grasos de cadena corta (AGCC).
  • Regulación neuroendocrina (eje intestino-cerebro).
  • Modulación del sistema inmune.
  • Homeostasis energética.
  • Función de barrera contra los patógenos.
  • Síntesis de neurotransmisores.
  • Regulación del tránsito intestinal.
¿Por qué la microbiota se relaciona con la depresión?

Según algunos estudios, todo apunta a que la comunicación entre microbiota y cerebro es bidireccional. En esta comunicación están implicados los sistemas nervioso, endocrino e inmune.

Los microorganismos presentes en la microbiota producen sustancias que pueden atravesar el epitelio intestinal, ir a la sangre, atravesar la barrera hematoencefálica y llegar al cerebro. El proceso inverso también se da: el sistema nervioso actúa sobre las bacterias intestinales y las modula.

Por ejemplo, hoy en día sabemos que el 95 % de la serotonina, uno de los neurotransmisores más importantes en la regulación del estado de ánimo, se produce en el intestino. Otros agentes importantes en la comunicación intestino-cerebro son los ácidos grasos de cadena corta —acetato, propionato y butirato—, hormonas como el cortisol o neurotransmisores como el GABA.

Microbiota alterada y depresión

El equilibrio de la microbiota puede verse afectado por múltiples factores: dieta, antibióticos, estrés crónico, sedentarismo o falta de descanso continuo son algunos de los más importantes.

Así, cuando se altera la composición de la microbiota y se produce un desequilibrio —conocido como disbiosis intestinal—, este puede contribuir a la aparición o empeoramiento de los síntomas de la depresión.

Como hemos explicado en el apartado anterior, el proceso inverso también sucede: un estado depresivo puede modificar determinadas especies de bacterias de la microbiota. Y, a su vez, la microbiota alterada empeora el cuadro depresivo.

¿Cómo podemos mejorar el estado de la microbiota?

Los seres humanos no podemos controlar muchos de los factores negativos externos que nos suceden: crisis, pandemias, accidentes o muertes. Son situaciones que pueden llegar a ser muy perjudiciales y que pueden predisponernos a sufrir una depresión.

Sin embargo, tenemos un gran poder de actuación en lo que sucede en nuestro interior, tanto a nivel físico como mental. Así pues, y dado el conocimiento que tenemos hoy en día, es clave que cuidemos de los factores que más influyen en el equilibrio de la microbiota.

Dieta

Una alimentación basada en alimentos reales y no productos es básica para mantener un buen equilibrio intestinal. Los alimentos que más se recomienda consumir para seguir una dieta poco inflamatoria son las verduras y las hortalizas, las frutas, los frutos secos y las semillas, el pescado, los huevos y la carne de pasto no procesada.

Por el contrario, los alimentos ultraprocesados, las bebidas alcohólicas y azucaradas pueden producir inflamación en el intestino. Una inflamación de bajo grado sostenida en el tiempo favorece el desarrollo de múltiples enfermedades mayoritariamente evitables. Por esa razón, es importante que sigamos una alimentación lo menos procesada posible.

Antibióticos y probióticos

El consumo de antibióticos destruye el equilibrio de las bacterias intestinales. Por ello, cada vez se prescriben más probióticos cuando se receta un antibiótico. Sin embargo, estos no siempre cumplen con lo descrito en las etiquetas. Una buena forma de saber si un probiótico es de calidad o no, es ver si la descripción del producto incluye lo siguiente:

  • Identificación de género y especie de los microorganismos.
  • Designación de la cepa.
  • Condiciones de almacenamiento.
  • Seguridad.
  • Dosis recomendada.
  • Descripción exacta del efecto fisiológico.

Estrés crónico

El estrés crónico es uno de los factores que más influyen en el malestar psicológico de las personas. Además, altera el equilibrio de la microbiota de forma significativa.

Debido a ello, es importante que busquemos maneras de gestionar más adecuadamente el estrés. Algunas de las formas más eficaces son practicar mindfulness, meditación, dar paseos por el bosque o cualquier actividad física que nos permita alejarnos de nuestros pensamientos más perjudiciales.

Actividad física

Realizado de forma constante, el ejercicio físico aumenta la diversidad de la microbiota intestinal. Además de sus innumerables beneficios físicos, la actividad física previene enfermedades como el cáncer colorrectal, la obesidad, la ansiedad y la depresión.

La actividad física beneficia especialmente a las personas que sufren estados depresivos, estrés y ansiedad. No solo mejora el estado de ánimo, sino que la microbiota se ve favorecida de forma indirecta.

Insomnio

Un mal descanso continuado en el tiempo altera muchas de las funciones del organismo, entre ellas, la función digestiva. Así, cuando dormimos mal es habitual que digiramos peor la cena.

La microbiota intestinal también se ve perjudicada por la mala calidad de sueño a largo plazo. En caso de pasar por una época en la que suframos insomnio, es importante que busquemos cómo solucionarlo.

Reflexiones finales sobre microbiota y depresión

Cada día son más las investigaciones que asocian el equilibrio de la microbiota intestinal con el estado de ánimo. No siempre podemos decidir las experiencias que vamos a vivir, pero sí podemos tener una actitud proactiva ante todo aquello que podemos controlar.

Cuidar de la microbiota intestinal favorece un correcto funcionamiento del sistema nervioso, ya que esta regula neurotransmisores tan importantes en la depresión como la serotonina.

Además, una microbiota sana contribuye al equilibrio de otros sistemas tan básicos para nuestro bienestar como el inmune o el sistema endocrino, lo que beneficiará nuestro estado de salud general.

viernes, 20 de noviembre de 2020

Amores depresivos, cuando el amor es una súplica

Los amores depresivos se experimentan desde la carencia y por eso pueden terminar siendo una orden o una súplica.

Llamamos amores depresivos a esos vínculos de pareja que nacen cuando uno o los dos involucrados tienen el diagnóstico de depresión o sufren varios de los puntos significativos del cuadro. Bajo esas circunstancias, tanto el sentimiento como el vínculo mismo adquieren unas características específicas y se viven de una manera particular.

Quizás sea un poco duro decirlo, pero habría que comenzar por preguntarnos si se puede llamar amor a ese sentimiento que surge en medio de una depresión. Con frecuencia no lo es o al menos es muy difícil que se trate de un “buen amor”. Amar y ser amado exigen un estado de cierto equilibrio previo.

Ahora bien, que los amores depresivos no sean “amor” en mayúsculas no significa que sean menos intensos. De hecho, suele ocurrir todo lo contrario: el sentimiento alcanza cotas altas de intensidad. De repente, puede parecer la solución para los problemas de estado de ánimo, pero a la vuelta de la esquina suele complicarlo todo.

La depresión como grieta en el amor

En la depresión prima un sentimiento de soledad interior y de carencia. Independientemente de lo que signifique esto desde el punto de vista de la psiquiatría, en términos simbólicos, dicha carencia es de amor. Por sí mismos, por la vida, por quienes les rodean, por el trabajo, etc.

Ahora bien, saliendo de ese mundo simbólico y trasportándonos al mundo de lo estrictamente físico, es claro que el amor produce transformaciones en la química cerebral. Hoy sabemos que en el enamoramiento existe un correlato fisiológico que implica una gran descarga de neurotransmisores, muchos de los cuales incrementan el sentimiento de bienestar.

Uniendo lo uno y lo otro, se llega a una conclusión problemática: desde el punto de vista químico, el amor podría ser una “droga” para la depresión. A su vez, desde el punto de vista simbólico, otorgaría la satisfacción a una carencia que está presente. Así las cosas, es posible llegar a una idea cuestionable: la solución de todo está en el amor.

Los amores depresivos

Los amores depresivos nacen cuando la persona afectivamente carente, o químicamente desbalanceada, encuentra un objeto que transforma su condición. En la primera etapa, el enamoramiento desencadena ese coctel tan necesario de neurotransmisores y esa sensación subjetiva de plenitud que tanto se añoran.

Lo que sucede es que el amor de pareja es un asunto entre dos. El otro es un mundo del cual puede servirse quien padece depresión para sentirse mejor. Además de lo alejado del verdadero amor que implica esta postura egoísta, también ocurre que la siguiente etapa por lo general no es tan armónica como la primera.

Lo que sucede enseguida es que, más temprano que tarde, el otro deja de ser el objeto que conforta o equilibra. Como no es una cosa, ni una droga, bien pronto el vínculo deja ver también contradicciones y vacíos. En los amores depresivos surge entonces la idea de que algo no encaja y primero se le exige, pero luego se le suplica al otro que vuelva a ser ese objeto que se inventó en un principio. Ese objeto que resuelve el malestar.

Lo que falta en la ecuación

Lo que falta en la ecuación de los amores depresivos es precisamente el amor. Este no es solamente dejarse amar, sino ser capaz de amar a otro; pero también exige la capacidad de abandonar y ser abandonado. Lo más importante es que resulta imposible llegar a ese sentimiento, si previamente no hay amor propio.

Se necesita un ajuste de cuentas individual antes de pretender compartir la subjetividad, la intimidad, con otro. El mayor riesgo en todo este escenario es que la persona con depresión diseñe el imaginario de que va a ser salvada por otro, o está siendo salvada por este, o eventualmente será rescatada por él o ella.

Lo que hace riesgosa esta opción es la falacia que entraña y que en algún momento se revelará como tal. Esto, lejos de ayudar, será un factor adicional de malestar. De hecho, puede vivirse como una catástrofe y como la prueba definitiva de que no hay nada más en la vida que una oscuridad que lo gobierna todo.

Los amores depresivos a largo plazo no funcionan. Si las dos personas que forman la pareja atraviesan una depresión, es posible que uno de los dos termine asumiendo el rol del salvador, pero en algún punto el vínculo va a colapsar.

No se necesita ser perfecto para experimentar el amor genuino, pero sí es necesario llegar y alimentar el vínculo desde un lugar que no sea la carencia o la necesidad.

jueves, 19 de noviembre de 2020

El pensamiento visual: ¿qué es y en qué puede ayudar?

El pensamiento visual es un nuevo enfoque que da una importancia especial a las imágenes a la hora de entender cómo pensamos. Ha demostrado ser muy eficaz en diferentes contextos. ¿De qué se trata? Aquí te lo contamos.

El pensamiento visual es una herramienta para exponer, presentar, transmitir o comunicar las ideas mediante dibujos sencillos y de fácil reconocimiento. También se le conoce como visual thinking y su objetivo es o bien el de entender mejor algún asunto o bien el de clarificarlo para otros.

Se estima que alrededor del 90 % de la información que llega al cerebro es de tipo visual. A su vez, el ser humano procesa las imágenes hasta 60 000 veces más rápido que los textos de otra naturaleza. Solo esos dos datos nos dan una idea de la importancia que tiene el pensamiento visual.

El concepto de pensamiento visual fue acuñado por Rudolf Arnheim, en 1969. Más adelante fue desarrollado por Dan Roam en su libro Tu mundo en una servilleta, el proceso del pensamiento visual. Allí se adentra en los procesos que dan forma a este concepto y detalla su funcionamiento.

El pensamiento visual: una herramienta fabulosa

El pensamiento visual nos permite procesar las ideas de una manera más rápida e intuitiva. A través de un dibujo, incluso un garabato, se descubren, generan, desarrollan, manipulan y relacionan ideas que no son evidentes a primera vista.

Ese vínculo entre imagen e ideas es innato en el ser humano. De hecho, los niños aprenden y expresan el mundo de manera visual, antes que verbal. Así mismo, las pinturas rupestres aparecieron en los albores de la humanidad, antes que la comunicación a través de los signos abstractos del idioma.

Siempre se ha dicho que el lenguaje es la envoltura del pensamiento, pero según el propio Rudolf Arnheim “la visión es el medio primordial del pensamiento”. Todo pensamiento es en sí mismo una imagen mental. Para Arnheim, el pensamiento visual es metafórico e inconsciente; se hace consciente a través de la representación gráfica.

Las fases del pensamiento visual

Dan Roam describió el visual thinking como un proceso que se da en cuatro fases: mirar, ver, imaginar y mostrar. Dichas etapas no transcurren necesariamente en este orden, aunque lo más frecuente es que sí lo hagan. Veamos cada una de las fases:

  • Mirar. Significa recolectar información y seleccionarla, desechando a la vez lo que no se considera relevante.
  • Ver. Consiste en agrupar la información a través del reconocimiento de patrones y elección de los elementos interesantes. Así se forman categorías o clasificaciones.
  • Imaginar. Tiene que ver con la interpretación de los elementos y la manipulación de los mismos, de modo que se creen nuevos elementos y se construya un significado coherente.
  • Mostrar. Implica sintetizar y clarificar, poniéndolo en un marco visual adecuado y compartiéndolo con los demás para obtener retroalimentación.
A través del pensamiento visual se comunican conceptos, patrones e ideas de manera gráfica y desde una perspectiva minimalista. Esto es, empleando una mínima cantidad de elementos para expresar una máxima cantidad y calidad de significados.

Aplicaciones del pensamiento visual

El pensamiento visual es una herramienta que puede aplicarse a infinidad de circunstancias. En principio, es considerada como una pedagogía emergente y, por lo mismo, tiene una amplia aplicación en el campo de la enseñanza y el aprendizaje. Se ha comprobado que no solo facilita la comprensión, sino también la retención, la creatividad, la expresión integral y la libertad.

Sin embargo, dado que tiene que ver con el pensamiento, los campos de aplicación de este enfoque son infinitos. Sirven para aclarar ideas personales, tomar decisiones, comprender un problema y buscar soluciones, identificar objetivos y prácticamente para todo aquello que involucre el pensamiento.

En la actualidad hay dos técnicas que se emplean con mucha frecuencia: el storytelling y el sketchnoting. Ambas son muy funcionales:
  • Storytelling. Básicamente consiste en contar una historia a través de imágenes, basándose en técnicas literarias y de escritura de guiones de cine. Implica el uso de personajes, ambiente, conflicto y mensaje. Identifican, despiertan emociones, seducen y generan más recordación.
  • Sketchnoting. Es una técnica que consiste en tomar notas de una forma creativa, combinando el uso de textos muy breves con los gráficos. Esta metodología ayuda a sintetizar, comprender, memorizar, crear y visibilizar mejor los contenidos.
El pensamiento visual también tiene amplias aplicaciones en el mundo de la publicidad y los negocios. Cualquier mensaje será mucho más atractivo y penetrante cuando se emplea este enfoque. Se trata de un campo en crecimiento que parece reservarse un lugar protagonista en el futuro.

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Amusia: la incapacidad de reconocer la música

¿Te imaginas no poder entender o disfrutar la música? Esto es lo que les pasa a las personas que sufren de amusia. ¿Por qué pasa esto? Te invitamos a que sigas leyendo para que conozcas mejor este déficit.

La música es uno de esos intangibles que condicionan, disfrutan o sufren muchas personas. Puede acompañarnos mientras trabajamos, estudiamos o disfrutamos de nuestras relaciones sociales. Asimismo, nos puede ayudar a expresar sentimiento y pensamientos. Pero, ¿te imaginas no poder percibir o disfrutar de la música? Este es el caso de las personas que sufren de amusia.

Uno de los personajes famosos que presentó amusia fue el neurólogo Sigmund Freud; para él, la música era inentendible. Por medio de avances tecnológicos, se ha encontrado que las personas con amusia tienen algunas características cerebrales que les impiden percibir correctamente la música.

¿Qué es la amusia?

El término amusia se compone del prefijo “a” que indica privación o carencia y “musia” que hace referencia a la música. Por lo tanto, la podemos definirla como un déficit específico en el que se encuentran afectados algunos componentes básicos de la percepción musical. También se le llama agnosia musical. Además, es importante aclarar que puede aparecer con o sin dificultades en la compresión, escucha o producción del lenguaje.

Entre los aspectos que pueden estar afectados están el tono, el ritmo, la melodía, escritura y lectura de música, la conexión emocional y la capacidad de tocar un instrumento.

Debido a sus características, muchas de las personas que sufren de este déficit pueden no notarlo. Sin embargo, las personas que se dedican a la música pueden identificar más fácilmente la presencia del déficit. Además, puede afectar de manera mucho más marcada el desarrollo de sus actividades laborales o de ocio.

Tipos de amusia

La principal clasificación de la amusia se basa en el origen del déficit, ya que este factor condiciona algunas características o afectaciones específicas asociadas que deben ser identificadas en una valoración médica y neuropsicológica.

Amusia adquirida

El primer tipo de amusia es la adquirida. Aquí, la alteración se da debido a un accidente o daño cerebral. La causa principal son los accidentes cerebrovasculares, aunque también se puede dar por traumas craneocefálicos o por demencias.

En el caso de este tipo de amusia, las dificultades se pueden dar tanto en la producción, como en la percepción, la lectura y la escritura musical. Es por esto que se puede subdividir en diferentes tipos de amusias, como las siguientes:
  • Oral expresiva: en este caso, la persona no puede silbar, cantar o tararear un tono.
  • Instrumental: se ve inhabilitada la facultad para tocar un instrumento.
  • Agrafía musical: es la imposibilidad para escribir música.
  • Sensorial o receptiva: se ve afectada la capacidad para discriminar entre tonos.
  • Amnésica: interfiere con la habilidad para distinguir canciones familiares.
  • Alexia musical: la persona tiene alterada la capacidad para leer correctamente la música.
En resumen, podemos entender que las afectaciones pueden implicar diferentes habilidades que la persona ha desarrollado respecto a la música. Aun así, es importante recalcar que los principales afectados con la amusia adquirida son los que dedican su vida, trabajo u ocio a la música, como pueden ser cantantes o DJs.

Amusia congénita

Por otro lado, tenemos la amusia congénita, que afecta específicamente la capacidad para reconocer el tono. En este caso, las personas desde su nacimiento presentan dificultades en la percepción de melodías y en la producción de estas que no se pueden explicar por daño cerebral, pérdida de oído, déficit intelectual o carencia de exposición a la música.

Se ha encontrado que, al parecer, este tipo de amusia es un trastorno del neurodesarrollo en el que hay un fallo de comunicación en diferentes áreas del cerebro. Por lo tanto, presentan dificultades para:

  • Discriminar la direccionalidad de un sonido. Es decir, le cuesta identificar la ubicación de donde proviene el sonido.
  • Reconocer melodías familiares.
  • Afinar al cantar. Suelen desafinar y no reconocen cuando otras personas también lo hacen.
Para ellos, todas las melodías les parecen conocidas y les cuesta encontrarle un sentido a la música. Así, los espectáculos musicales, en lugar de ser algo motivante, se convierten en espectáculos donde hay ruido y suele ser estrepitoso, llegando a ser incómodo para ellos. Un ejemplo de este tipo de amusia es la que sufría Sigmund Freud.

¿Qué partes del cerebro se encuentran afectadas?

Para comenzar, es importante aclarar que los correlatos neurológicos para percibir la música se encuentran en los dos hemisferios. Aun así, toma protagonismo especialmente el hemisferio derecho.

Específicamente, dos partes específicas: la corteza auditiva derecha primaria y la secundaria, encargadas de la percepción musical. Un daño en alguna de estas áreas genera una importante alteración musical.

De igual manera, investigaciones realizadas con ayuda de neuroimagen han encontrado que las personas con amusia, especialmente congénita, tienen una reducción de la sustancia blanca en la corteza frontal. Esto afecta a las vías de conexión, en particular con el lóbulo temporal, donde se ubican las cortezas auditivas.

Evaluación y rehabilitación

Al ser un déficit difícil de investigar y en general poco estudiado, existe pocas pruebas para su valoración. Una de las más usadas es la evaluación de la amusia de Montreal (MBEA). Esta se compone de 6 subtest, que permite evaluar los componentes principales de la amusia:
  • Contorno melódico.
  • Intervalos.
  • Tipos de escala.
  • Ritmo.
  • Métrica.
  • Memoria musical.
De igual manera, los programas de rehabilitación de la amusia son muy recientes y escasos. Los pioneros en este proceso son Weill-Chounlamountry y colaboradores, los cuales en 2018 desarrollaron un programa para el manejo de este déficit.

Este proyecto es selectivo y está dirigido especialmente a la discriminación de melodías por medio de un software. Utiliza el paradigma de aprendizaje sin errores, en el que apoyan al paciente con algunas pistas visuales. A medida que va mejorando el rendimiento, van desapareciendo las ayudas y se van reforzando las respuestas correctas.

En resumen, la amusia es un déficit que, a pesar de estar presente en diferentes personas, es difícil de identificar. Debido a su naturaleza, los músicos son los primero en notar las dificultades y a los que más les afecta en su vida diaria.

Por lo tanto, es importarte seguir las investigaciones para identificar todas las partes cerebrales implicadas y encontrar mejores herramientas para su valoración. Asimismo, es importante generar nuevas herramientas de rehabilitación en las que se incluyan los múltiples aspectos afectados en la amusia.

martes, 17 de noviembre de 2020

La actitud positiva estimula la memoria

Ser positivo es saber posicionarse ante las adversidades, confiando en los propios recursos psicológicos. Desarrollar este tipo de actitud revierte de manera significativa en el cerebro y en los procesos cognitivos, como la memoria.

Arriesgarse, ver la oportunidad en medio de la dificultad, confiar en uno mismo, aprender de los errores, tener un buen sentido del humor…. Todas esas dimensiones actúan no solo como un buen sostén psicológico. Un estudio reciente nos revela además que una actitud positiva estimula la memoria y consolida los aprendizajes y las experiencias. 

Desde que Abraham Maslow asentara en 1950 las bases de la positividad como ciencia, este enfoque no ha hecho más que ganar fuerza. Fue en la década de 1990, cuando Martin Seligman quiso dar un giro a la psicología y, para ello, dejó de centrarla en el campo de los trastornos y los déficits. Decidió enseñar a las personas a desarrollar sus fortalezas para alcanzar una vida resiliente, feliz y satisfactoria.

Ahora bien, en la actualidad, hemos dado paso a una segunda ola de la psicología positiva. Figuras, como el psicólogo Paul Wong, van un poco más allá para recordarnos que la existencia humana tiene siempre un lado oscuro. La metáfora que se usa es la del ying y el yang, la luz y la tiniebla.

De este modo, la actitud positiva parte ahora de la capacidad para asumir y afrontar las adversidades cotidianas, aceptando aspectos como el fracaso, el error, la pérdida o incluso la muerte. Esas habilidades actúan, además, como valiosos mecanismos psicológicos para el cerebro. Tanto es así que este enfoque nos permite incluso proteger el deterioro cognitivo asociado al paso del tiempo.

La actitud positiva estimula la memoria: características que pueden ayudarte a lograrlo

Un estudio reciente revela que la actitud positiva estimula la memoria. Ha sido un equipo de investigadores de la Universidad Northwestern, en Illinois, Estados Unidos, el encargado de realizar este trabajo que ha tenido una duración de casi 19 años. Así, casi 1000 personas se sometieron a un riguroso seguimiento entre 1995 y el 2014 para averiguar la relación entre la mentalidad positiva y el rendimiento cognitivo.

Los resultados fueron muy indicativos y demostraron algo que, en cierto modo, ya venía intuyéndose. Las personas con adecuadas habilidades psicológicas para manejar las dificultades cotidianas con optimismo llegaban a edades avanzadas con un buen rendimiento en memoria. Es más, la actitud positiva también se correlaciona con una mejor salud física y esperanza de vida.

Esta conclusión no hace más que reforzar muchas de las conclusiones de otros trabajos. No obstante, y debido a la ingente cantidad de libros publicados sobre la psicología positiva, en ocasiones se tiende a distorsionar ligeramente lo que entendemos por positividad o actitud positiva. Por ello, merece la pena profundizar en esos aspectos que nos pueden permitir ver la vida de manera esperanzadora y, a su vez, contribuir al fortalecimiento de nuestros procesos cognitivos.

Ver la oportunidad en medio de la dificultad

Ser positivo deriva básicamente de un concepto: saber posicionarse. No estamos, ni mucho menos, ante un comportamiento pasivo, de ese que se limita solo a confiar en que el destino siempre le será propicio.

Al contrario, la actitud que nos permite desarrollar nuestras competencias psicológicas es aquella que se esfuerza, que idea, analiza, que reflexiona e intenta siempre ver la oportunidad en medio de las dificultades.

Focalízate en las posibles soluciones y no solo ante el problema

La actitud positiva estimula la memoria porque nos anima a mantener el cerebro activo, a afinar cada proceso cognitivo, a potenciar competencias como la observación, la deducción, la atención, el análisis… De este modo, los enfoques más derrotistas siempre tenderán a poner la atención en los problemas y no tanto en las posibles soluciones.

La negatividad solo ve muros, la mente positiva, en cambio, atisba posibilidades y para ello, diseña no una, sino múltiples soluciones, salidas y respuestas para afrontar ese desafío.

Amplía perspectivas, el valor de ver más allá de lo que tenemos en frente

En medio del caos y la dificultad es común que nos limitemos a ver lo que tenemos más cerca. Abruman las facturas por pagar, el trabajo que pende de un hilo y que se puede terminar. Asusta esa relación que está perdiendo complicidad, ilusión, afecto… Cuando el día a día no es fácil, la mente actúa en modo zoom: se centra en lo complicado y lo hace más grande.

Esa no es una buena estrategia. Lo más idóneo es ampliar perspectivas, crear un gran angular y ver las cosas en distancia y de manera más relativa. Al ver las cosas en distancia restamos intensidad negativa a lo que nos atasca con ello, se reduce el estrés.

Es así como deducimos, por ejemplo, que la dificultad en el trabajo puede ser algo temporal. Nos decimos también que quizá, si al final esa relación no madura y se rompe, tal vez sea lo mejor para nosotros a largo plazo. Toda tarea que nos permita reducir el estrés actúa como un mecanismo catártico para el cerebro. Todo ello revierte en nuestras funciones cognitivas como la memoria.

Errar y perder, una oportunidad para aprender

Uno de los principales propósitos de Paul Wong en su reformulación de la psicología positiva, era dotarla de adecuadas estrategias para la gestión del estrés y la capacidad para afrontar aspectos como la pérdida, las decepciones, los errores…

Solo cuando aprendemos a sobrellevar y superar los problemas cotidianos, logramos dar un significado a la vida para sentirnos más libres y realizados.

La actitud positiva estimula la memoria (y las relaciones estimulantes pueden ayudarte)

Hay personas que te estresan y personas que te inspiran. Si deseamos ganar en salud mental, es conveniente recordar un dato que nos revelan en el estudio citado. La actitud positiva estimula la memoria porque muchos de los que aplican esta mentalidad se rodean de figuras estimulantes.

¿Qué significa esto? Significa que el optimismo también se contagia y que siempre es bueno rodearse de gente que nos trae esperanza, que nos invita a aprender, a experimentar, a ser más flexibles en nuestras ideas… Las relaciones sociales de calidad, que nos estimulan mental y emocionalmente, también revierten en la memoria.

La mente positiva es aquella que, aun en medio de las dificultades, confía en sus propios recursos para hacer que las cosas vayan mejor o, al menos, que tengan un sentido. Todo ello enciende, activa y refuerza muchos de los procesos cognitivos más básicos. Vale la pena intentarlo, ponerlo en práctica…

lunes, 16 de noviembre de 2020

La culpa en el duelo

La culpa en el duelo es difícil de gestionar por las emociones con las que se puede mezclar, el dolor y la imposibilidad de reescribir el pasado. Si es tu caso o conoces a alguien en esta situación, hemos hecho este artículo para ti.

Todos afrontamos procesos de duelo. Más o menos intensos. Cada día del calendario ganamos y perdemos. A veces, la ecuación recoge circunstancias, objetos o personas que tienen un peso significativo en nuestras vidas. Sin embargo, a estas despedidas, ya de por sí complicadas por el dolor que causa el reconocimiento de lo que no volverá, hay que sumarles la culpa o el resentimiento. Así, en este artículo queremos centrarnos en la primera: cómo afecta la culpa en el duelo.

Así, una emoción potencialmente destructiva se mezcla en algunos casos con el dolor de la pérdida. Cuando esto sucede, la despedida no se puede producir, el relato del pasado se puede llenar de tachones y el futuro llenarse de amargura. Por eso, la culpa en el duelo puede jugar un papel tan importante.

El contexto social y religioso

Recordemos que durante siglos, en el mundo occidental, la religión ha tenido un peso significativo. Una fe que no solo ha afectado a las cuestiones más mundanas, como la práctica de determinados ritos, sino que también ha proyectado una visión del mundo muy particular.

Ha extendido esta vida a otra, eterna, ha señalado la existencia de un Dios todopoderoso que nos mira y espera de nosotros que nos comportemos de una determinada manera, recogida en las sagradas escrituras e interpretadas por aquellos habilitados para apostolar.

Por otro lado, esta visión religiosa ha marcado en buena medida la política, influyendo en programas y medidas que de otra manera quizás no se habría tomado o mantenido tanto tiempo.

Así, pese a que filósofos como Nietzsche ya nos advirtieron de los peligros de la doctrina, la religión se mantiene en la esfera actual, y más si cabe cuando hablamos de despedidas. Así, quizás muchos ya hayamos dejado a un lado la religión para la mayoría de cuestiones, pero no para cuando tenemos que gestionar la pérdida de quien ya no está.

Este es un anclaje positivo, ya que prácticamente ninguna religión desvincula a la vida y la pos-vida. Ninguna habla de otra esfera o vida con la que los canales de comunicación siguen cerrados. En este sentido, al igual que es posible o factible el perdón de la deidad también lo es el de la persona que ya no está en el mundo sensible. De hecho, en las grandes catástrofes o atentados se ha visto que la religión es un factor protector de la salud mental. En esos momentos, sea más o menos realista el sentido que le dé la persona a la pérdida, ya es un gran paso poder otorgarle uno.

Mientras la persona piense que siguen funcionando unas normas, será más complicado que se deje dominar por el caos o que no encuentre un resquicio de consuelo para su dolor. Así, los rituales de despedida son un buen colchón para el sufrimiento, pero también una oportunidad para la redención, la comunicación y la despedida, incluso para construir un relato compartido.

La culpa en el duelo: el daño que no reparamos

Al hablar de la culpa en el proceso de duelo, nos encontramos con dos vertientes. Una es la pre y otra la pos pérdida.

En la pre suelen conjugarse elementos reales. Un ejemplo sería el pesar por no haber cuidado más a la persona que ya no está, por no haberle prestado más atención, no haber accedido a sus deseos o incluso por haber tomado ciertas decisiones por ella cuando no estaba habilitada para hacerlo.

La oportunidad de volver al pasado y cambiarlo no existe. Aquí aparece la tentación de recrear uno distinto una y otra vez en nuestra mente. Como si corrigiéndolo de manera repetida, pudiéramos reescribirlo alguna vez de verdad. Esta costumbre mental tiene un precio en dolor, aunque solo sea la frustración que genera no poder trascender los límites de nuestra propia naturaleza.

Las despedidas importantes también suelen provocar terremotos importantes. Episodios del pasado que creíamos haber dejado atrás pueden volver y asaltarnos. Lo que no dijimos, lo que sí dijimos y nunca hablamos. La atención se concentra en las vivencias compartidas, igual después de mucho tiempo de no hacerlo. De ahí que puedan aparecer estos fantasmas.

La culpa en el duelo: emociones que nos confunden

La segunda vertiente tiene que ver con los deseos no soportados. Hay enfermos crónicos que necesitan de muchos cuidados. Consumen dinero, tiempo, energía, recursos… En muchos casos, llegan poco a poco a agotar al cuidador. Así, por mucho que sintamos la pérdida también puede conjugarse con una sensación de alivio que genere culpa.

Sentirnos así puede desconcertarnos. Incluso que nos replantemos si queríamos de verdad a la persona que se ha marchado. Por otro lado, es una sensación difícil de compartir con las personas que no han estado día a día con nosotros y se acercan a darnos consuelo.

Tenemos miedo a lo que pensarán si nos abrimos en un diálogo que vaya en esta dirección. Necesitamos comprensión, normalización, pero tememos encontrarnos con todo lo contrario.

En estos casos, el hecho de haber compartido el peso del desgaste que produce día a día el cuidado con otra persona y hablar con ella de cómo nos sentimos puede ayudarnos. En caso de no ser así, la ayuda de un profesional puede ser muy oportuna. Después de hacer la correspondiente evaluación, nos facilitará herramientas para entender que lo que estamos sintiendo es perfectamente compatible con el dolor por la pérdida y con un profundo amor por la persona que se ha marchado.