sábado, 16 de mayo de 2020

El mundo a través de una mascarilla: impacto psicológico

Tener que incluir en nuestra cotidianidad el uso de mascarillas hace que veamos el mundo de otra manera. Ese elemento extraño, además de incómodo, filtra a veces la percepción que tenemos del presente preguntándonos qué pasará en el futuro.

Higiénicas, quirúrgicas, FFP1, FPP2, FPP3… Nuestro lenguaje se ha enriquecido con términos que nunca nos hubiera gustado tener que usar, pero las realidades determinan el lenguaje y también tienen un evidente impacto psicológico. Estamos empezando a ver el mundo a través de una mascarilla y por lo que parece, este elemento va a ser un complemento habitual en nuestras vidas durante un tiempo.

«Tenemos que seguir el modelo asiático» dicen algunas voces, hay que imitar al pueblo nipón, chino o coreano en el uso habitual de las mascarillas como estrategia para evitar contagios. Para ellos, para buena parte de este amplísimo núcleo poblacional, lejos de ser una obligación o un comportamiento nuevo, es el resultado de una conducta largamente integrada en su registro cultural.

Por un lado, ellos conciben como una falta de respeto el hecho de tener algún virus (como un simple resfriado) y contagiar a otros al compartir unos mismos espacios. Asimismo, existe otro factor y no es otro que la contaminación de las grandes urbes asiáticas o esas finísimas partículas de polvo que llegan a muchas ciudades procedentes del desierto del Gobi.

Llevar el rostro cubierto con una máscara forma parte de su cotidianidad. En cambio, en occidente, la palabra «mascarilla» ha llegado entremezclada con el pánico, la inquietud y los vientos contradictorios de esas fuentes oficiales que al principio no recomendaban su uso para la población general y ahora se advierte que será un elemento recurrente y necesario en los próximos días.

El mundo a través de una mascarilla ¿cómo nos puede afectar?

El mundo a través de una mascarilla no se ve igual. Resulta incómodo, extraño y desafina nuestra normalidad. Además, este elemento no ha llegado solo, le acompañan los guantes, el gel hidroalcohólico y en algunos casos puntuales, hasta las viseras protectoras. Algo que para nuestros sanitarios no era nuevo, ahora es básico y urgente, ya que se alza como esa barrera con la que proteger la vida.

Para quien no forma parte del núcleo sanitario, heróico en estos días, también ha visto cambiada su realidad de muy diversas maneras. Admitámoslo, las mascarillas son la metáfora de la actual pandemia, son el icono que nos acompaña estos días y que ha alterado por completo nuestra realidad desde los cimientos. Todo ello está teniendo más de un efecto psicológico.

Incertidumbre y miedo: ¿qué pasa si no la uso? ¿y si no puedo comprarme una? ¿y si no me protege?

Dudas, inquietudes y preocupación. Esas son las semillas del día a día que incrementan la ansiedad en un buen número de personas. El miedo a contraer el coronavirus nos aboca a tomar medidas de protección que van más allá de la higiene de manos y la distancia social.

Si al principio éramos reacios a su uso, la presión social y el ver de manera constante a personas con el rostro cubierto ha hecho que «necesitemos» adquirirlas. Ahora bien, la falta de existencias en farmacias y otros centros eleva aún más esa inquietud, el miedo y la obsesión por adquirirlas.

Por otro lado, la carencia de este producto en el mercado actual nos aboca a manufacturarlas. Pero su uso, el de mascarillas caseras de tela, incentiva otra angustia: sabemos que esa es una medida de protección ínfima y que no estamos protegidos. Este es otro detonante para la ansiedad en ciertos casos.

Nuestra realidad ha cambiado

Ver el mundo a través de una mascarilla deja una impronta en nuestra mente: la de que todo ha cambiado. Ahora, cada vez que salimos de casa, además del móvil, la cartera y las llaves, llevamos con nosotros una mascarilla. No importa que sea higiénica, quirúrgica o una FPP3. La vida ya no se ve igual, hay un elemento extraño que lo distorsiona.

Sabemos que todo esto será temporal. Damos por sentado que, dentro de un tiempo, el virus que vino sin que se le esperara irá perdiendo virulencia, que aparecerán mecanismos para hacerle frente y recuperar en la medida de lo posible, nuestra cotidianidad.

Sin embargo, tener que incluir ese elemento en nuestras vidas de manera cotidiana da presencia al propio virus, lo hace patente y nos recuerda que «nos protegemos» de un enemigo.

Este hecho puede tener un impacto diverso en la población. Habrán personas que lo asuman con normalidad. Pero habrá, evidentemente, quien se coloque la mascarilla con ansiedad y angustia, incapaz de habituarse a este cambio de hábito.

Las mascarillas no detienen pandemias pero filtran el miedo

En una de las comparecencias del director general de la OMS, Tedros Adhanom, señaló sentirse preocupado por el uso masivo de mascarillas médicas por parte de la población general. Esa búsqueda casi desesperada por hacernos con una, provoca que quien lo necesite de verdad, carezca de ellas.

Sin embargo, las industrias de cada país se han puesto manos a la obra para fabricarlas. En poco tiempo, nos autoabastecernos de ellas y será sencillo adquirirla en farmacias. Sin embargo, hay algo evidente que no podemos pasar por alto. Las mascarillas no detienen las pandemias. No frenan  al 100 % este virus por sí mismas. Sin embargo, eso sí, filtran nuestro miedo.

El mundo a través de una mascarilla es extraño y ha cambiado, pero la gran mayoría las queremos y las necesitamos para atenuar la inquietud, para tener una medida más de protección sumadas a las demás.

Para concluir, desconocemos la duración de los efectos de la actual pandemia. Tampoco sabemos si el uso de estos recursos de protección serán temporales o nos tendremos que habituar a ellas en determinadas épocas y situaciones.

Sea como sea, hay algo innegable, la vida cambia en el momento menos pensados y debemos estar preparados para adaptarnos a las nuevas situaciones.

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